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De forma creciente las elecciones en España y los consiguientes resultados de las mismas se celebran como si de un partido de fútbol se tratara. Ello da una muestra palpable de la polarización de la política (como resultado de la retórica intolerante, incendiaria y antidemocrática de la ultraderecha y la contaminación del discurso político fundamentalmente), así como de la ausencia de posiciones estadistas en beneficio de las puramente partidistas.
Esas celebraciones, a menudo, desconocen la aritmética parlamentaria y la dificultad de legislar acorde a las promesas realizadas y, por ende, a la posibilidad de gobernar con un marcado perfil ideológico por parte del partido de los entusiastas seguidores. La consecuencia de este desconocimiento es generalmente una decepción manifiesta por no haber cumplido unas expectativas, a pesar de que la causa sea la imposibilidad de lograr las mayorías legislativas necesarias.
Es comprensible que tras las elecciones del 23j se desatara la alegría por parte de la izquierda nacional y su interpretación en clave de victoria ante el temor de un posible gobierno en el que participara la ultraderecha
Es comprensible que tras las elecciones del 23j se desatara la alegría por parte de la izquierda nacional y su interpretación en clave de victoria ante el temor de un posible gobierno en el que participara la ultraderecha escorando a la derecha tradicional, todavía más, hacia sus posiciones retrógradas, retrospectivas y sumamente discriminatorias. No obstante, la aritmética parlamentaria no permite ser excesivamente optimista en términos de alcanzar un gobierno alternativo y mucho menos de llevar a cabo una agenda manifiestamente progresista, tomando en cuenta que para lograr mayorías parlamentarias para legislar vayan a ser necesarios los votos del PNV y Junts, partidos económicamente neoliberales y socioculturalmente conservadores.
Ante esa circunstancia, considerando el temor previo a la participación de la ultraderecha en el gobierno y las terribles consecuencias que eso podría conllevar, merece la pena cuando menos reflexionar sobre la posibilidad de impulsar un acuerdo en el que participe la derecha tradicional, sin ser en ningún caso quien la encabece. Esta reflexión se ha de llevar a cabo comprendiéndola desde un punto de vista estadista y prospectivo y desde un punto de vista de las posibles repercusiones electorales progresistas para las otras alternativas posibles.
Desde un punto de vista de priorización del estatismo, sin obviar el inefable discurso de oposición mantenido por la derecha española respecto del gobierno precedente, parece lógico abogar por un acuerdo con esa derecha tradicional que motivara una moderación en su discurso y en sus políticas. Resulta lógico tomando en cuenta la gran cantidad de votantes que apoyan postulados conservadores, y, sobre todo, que aislaría a la extrema derecha y la creciente expansión y normalización de su discurso, so pena de aumentar las posibilidades de gobierno del PP con acuerdos con nacionalismos periféricos en futuras elecciones. Supondría una vuelta a la normalidad existente antes de la aparición de Vox e incluso de Podemos.
Uno de los logros del progresismo sería retomar posiciones emocionalmente alegres frente a las tristes que promueve la derecha
Resulta difícil, sin embargo, esta posibilidad tomando en cuenta el alma cercana a la ultraderecha de una parte sustancial del PP y de que esa coalición hipotética debería ser encabezada con un presidente de izquierda para poder conjuntar al resto de partidos de la cámara, no solo a los dos más grandes. Debido a la situación política actual resulta difícil vaticinar en cuál de los dos grandes bandos habría un mayor rechazo a realizarlo. Ello no obsta para que fuera la mejor solución si el objetivo fuera debilitar a la ultraderecha y calmar la situación política y en cierta medida social del país.
Desde un punto de vista de la afectación a las consecuencias electorales en la izquierda, por un lado, evitaría la gran decepción que va a conllevar un acuerdo de investidura con partidos de derecha como PNV o Junts que evitarán a su vez una legislación marcadamente progresista a lo largo de la legislatura. La adopción de un pacto con el PP en una sociedad tan polarizada tras un periodo de oposición canallesca de aquel partido supondría a su vez una decepción manifiesta al comprender ese pacto como una inmerecida rendición tras haber logrado la victoria.
Este modus pensandi no es sino una evidencia más de lo que implica comprender la política en clave de victoria-derrota en lugar de diálogo-acuerdo, siendo este uno de los grandes logros de la ultraderecha y en menor medida de la derecha tradicional. Uno de los logros del progresismo sería retomar posiciones emocionalmente alegres frente a las tristes que promueve la derecha. Los electores de forma creciente seguro lo acabarían agradeciendo.
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Para la derecha española, llegar a acuerdos es signo de debilidad. Ella sólo aprecia la victoria por la fuerza pura. Debemos agradecer la capacidad de la “izquierda” española para dialogar, negociar y pactar. Si no, sería todavía mucho peor. Por desgracia, no hay nadie en el PP que dé la talla para liderar un cambio de rumbo que acabe con la crispación, y ofrezca a la ciudadanía algo que no sea ETA, los okupas y la unidad de España. No hay nadie ahí.
¿Qué es eso del “estatismo”? ¿Pactar PXXE y PP un 135? ¿Aplicar el PP un 155 en Cataluña con el apoyo del PXXE? ¿Pactar PP y PXXE la eliminación del consentimiento en la ley del Sólo Si es Si? ¡Venga ya!
Si llega a haber gobierno progresista con el apoyo de vascos y catalanes, habrá que pactar qué leyes pueden tener futuro en el Congreso: ley mordaza, financiación autonómica, políticas feministas y ecologistas, reforma fiscal progresiva, etc., etc., sabiendo que el PNV y JxCat son partidos poco propensos a políticas sociales que protejan a la clase trabajadora y a los colectivos vulnerables. Y esto después de acordar la amnistía y el referéndum en Cataluña como condiciones indispensables. Difícil pero no imposible. De lo contrario, elecciones.