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Opinión
Podemiza que algo queda
Tras meses de tensiones, los resultados andaluces amenazan con abrir una guerra civil en la izquierda. El día después sólo ha añadido incertidumbres. Alberto Garzón mira con el rabillo del ojo el congreso del Partido Comunista de dentro de tres semanas. Monedero culpa a la falta de podemización de la candidatura. Yolanda apuesta por avanzar con más fuerza en su proyecto de apertura a la ciudadanía. La realidad es que, tras semanas de debates sobre el cordón sanitario, el voto útil para frenar a Vox lo recibió el PP. Sin hipótesis de victoria, con un liderazgo autonómico cuestionado, guerras entre partidos durante la pasada legislatura, y un cisma en el registro de la candidatura que revelaba que Andalucía era el banco de pruebas de una lucha madrileña por el poder, ¿había otro resultado posible? ¿Una candidatura podemizada habría obtenido mejores resultados? ¿O era precisamente la podemización —la presencia clara de la praxis de Podemos en este proceso— lo que impedía conectar con otros sectores? La comparación con Colombia y Francia acrecienta la depresión. Y es que, ¿qué hace que una fuerza transformadora a veces funcione y otras veces no?
La fuerza del sí se pudo
Volvamos dos semanas atrás. Exactamente al 9 de junio de 2022. Cientos de trabajadoras del hogar se concentraban a la puerta del Congreso. Durante meses se habían reunido en parques, en sus ratos libres, en lo que llamaban “la reunión ejecutiva de las chachas”. De ahí salió un movimiento que culminó en la ratificación en el Congreso del Convenio 189 de la OIT. Yolanda Díaz, impulsora de la iniciativa, salía a abrazar a las trabajadoras. Felicidad inmensa. Los abrazos y sonrisas se convertían en virales. Como en los mejores tiempos pasados de Podemos. Los logros progresistas del gobierno. Sin embargo, días después sería el presidente popular Juanma Moreno quien rentabilizaría los datos de creación de empleo en la comunidad que durante 40 años fue el feudo de las izquierdas.
La podemización es un aliento social de una ciudadanía (Podemos-sentimiento) que no vota sólo a Podemos (Podemos-partido). Es un olfato, un sentimiento, un sentido común
Monedero, en este caso, se equivoca. La podemización no es un logo en la papeleta, ni imponer a su candidato como líder de la coalición, ni realizar muchos actos con Ione Belarra. Es otra cosa. De la que se careció en Andalucía, pero también en el castillazo de Castilla y León. Podemos es movimiento, alegría, impugnación, victoria. Es Yolanda Díaz saliendo a las puertas del Congreso a abrazar a las trabajadoras del hogar y los diputados de Podemos Asturies entrando en 2015 en la Junta General saliendo de una manifestación de las Asamblees de Trabayadores. Es celebrar con lágrimas la subida del SMI, o el Ingreso Mínimo Vital, o que te brillen los ojos tras lograr revertir los recortes del PP y del PSOE realizados en la crisis de 2008. Es Irene Montero convirtiendo en ley las demandas feministas del sólo sí es sí, pero también es Oriol Junqueras dando mítines a la salida de la cárcel. Es Ada Colau impulsando el dentista municipal, es Mónica García recordando su trabajo como anestesista para defender la sanidad pública ante Ayuso o Teresa Rodríguez recordando el vínculo de Olona con Iberdrola. Es algo que no se tiene en propiedad exclusiva. Es el sí se puede, que impulsa la acción política cuando te dicen que no puedes hacer nada, pero, sobre todo, es el orgullo del sí se pudo. Y eso se reconoce, más allá de los partidos, los logos y los dirigentes. Es la novedad de un nuevo movimiento popular, moderno, y a la vez las expectativas volcadas tras las decepciones anteriores de la izquierda.
No es sólo discurso, como lo fueron las manifestaciones de los obispos y el PP contra Zapatero. A los líderes de la izquierda los espían, los encarcelan y les montan procesos judiciales falsos
Piensen en esta paradoja: la podemización es un aliento social de una ciudadanía (Podemos-sentimiento) que no vota sólo a Podemos (Podemos-partido). Es un olfato, un sentimiento, un sentido común. Tiene coherencia con una nueva forma de hacer política a nivel mundial, que impregna movimientos políticos en todo el planeta, y que ha impugnado a los partidos tradicionales hasta alcanzar el poder en países donde nunca había sido posible (Colombia, Perú, Honduras). Por este factor global, es un espacio electoral que se mantiene desde 2015, que resiste a los ataques, pero que toma agentes muy diversos y que no siempre lo capitaliza la formación morada. Es una forma de hacer política que otros agentes políticos (aquí la paradoja) a veces (no siempre) representan mejor. Y que otras veces no sabe incorporar nadie. Quédense con esto: no se dice que se representa eso, sino que se siente, se sabe, se huele.
Política plebeya
“Hay alguien nuevo en política, tú”, decía el cartel de precampaña de Podemos en Asturies en el 2015. Podemos facilitó la toma de la política por la gente corriente. Va más allá de los sindicatos y los partidos tradicionales, porque incorpora la herencia del 15M, la rebeldía de los millones de personas que sufren la precariedad en el empleo y la vivienda y de quienes no se sentían representados por la política, las y los huérfanos. Es que las limpiadoras y trabajadoras del telemarketing lleguen al parlamento, como antes lo hacían otros sectores profesionales. Logra que la política interese a quienes se aburrían con ella. Por eso Podemos se difumina cuando se convierte en la burocracia de un partido clásico, con sus militantes y sus cuotas, y sus asesores en los ministerios. Y crece cuando va mucho más allá de eso. Son doscientos mil inscritos que les gusta que les llegue un mensaje invitándoles a votar, porque los mantiene conectados a un proceso político. Son millones de personas que se enervan al escuchar a Eduardo Inda y que rebaten ese discurso mediático en sus trabajos, comidas familiares y redes sociales. Es gente que te apoya por la calle, aunque nunca irá a una asamblea. Es ser parte de algo, aunque nunca milites en ello. No tendrá estructura, ni militantes y concejales comprometidos en cada pueblo, como IU en Andalucía, pero entre las personas que simpatizan con ese aliento habrá gente que ni te esperas. Es la apropiación de la política por millones de personas que no eran parte de la política tradicional. Y eso supone una fuerza imparable. Cualquier candidatura electoral de la tercera década del siglo XXI que no entienda cómo conectar su proceso político con este caudal humano, tiene un grave problema.
La ambición de poder
El movimiento 15M venció culturalmente, porque el 80% de la población consideró que sus reivindicaciones eran justas. Pero fue bloqueado políticamente y sus demandas no se convirtieron en leyes: “si quieren cambiar las cosas, que se presenten a las elecciones”, decía en 2013 María Dolores de Cospedal. Se ganó en las calles y en las mentes de la gente, pero aún no en las urnas y en las instituciones. Por eso fuimos a los parlamentos. Y ésa es la expectativa de victoria en la que nació Podemos: es posible convencer a la mayoría social. “El cielo se toma por asalto”, llegaría a decir Pablo Iglesias en su primer Vistalegre. El colapso del PSOE tras Rubalcaba facilitó las cosas.
Podemos (y Ada, Ana Pontón, Carmena, Kichi,…) es la ambición de la toma del poder. No es resistencialismo, no es tener razón pero no convencer a nadie, condenándose a ser una minoría. Es Yolanda Díaz queriendo ser presidenta, como Ada ya es alcaldesa de Barcelona. Es Mónica Oltra y Ana Pontón mirando de tú a tú al PSOE, como lo hizo Iglesias con Rajoy y Sánchez. No es la izquierda de la izquierda, es el olfato de victoria. Por eso necesita de hipótesis realistas que expliquen cómo se va a lograr esa victoria. Si no sabemos cómo ganar es que ya hemos perdido.
Una paradoja. Podemos necesita el municipalismo aunque apenas participó en él y las candidaturas municipales con su logo fracasaron
Aquí no hay sólo retórica. No es voluntarismo. Tiene efectos. Implica la ruptura de la cláusula de exclusión de las izquierdas estatales en su acceso al poder. Y se abre un nuevo ciclo: facilita que Esquerra tras 85 años logre la presidencia de la Generalitat, que Bildu llegue a acuerdos en Madrid y que vuelva a haber ministros comunistas en el gobierno otra vez desde la II República.
Y eso provoca una reacción desproporcionada del régimen.
El desafío de régimen
Podemos no es un partido. O no principalmente. Es una pulsión de auto-defensa frente a los poderosos. Es el orgullo de que alguien dé la cara por ti en las instituciones. Sabes que hay gente a la que eso no le gusta, pero no te callas. Podemos es un desafío de régimen. Es que alguien te ayude a mirar de frente a los poderosos. Las fuerzas de este ciclo político no son régimen, no es sostener lo que hay, no es volver a 2007. Por eso nos crecemos ante los ataques, nos construimos ante nuestros adversarios. Es la hiper-reacción de los jueces y medios de comunicación ante Podemos (y ante cualquier partido del espacio del cambio) lo que demostró a mucha gente que teníamos razón. Por algo nos atacarán.
Es un nerviosismo extremo de los poderosos ante Pablo Iglesias. Es el lobby de las macrogranjas frente a Alberto Garzón. Es la patronal frente a Rubén Rosón en Oviedo. Es el cierre total de régimen, porque incluso el social-liberalismo light del PSOE se ha vuelto comunista y populista para las grandes televisiones del país. No es sólo discurso, como lo fueron las manifestaciones de los obispos y el PP contra Zapatero. A los líderes de la izquierda los espían, los encarcelan y les montan procesos judiciales falsos.
Esta pulsión, desgraciadamente, es también un método para el mantenimiento del poder por las direcciones orgánicas. ¿Usted sería capaz de comprarse un chalet y convertir el plebiscito en un desafío al régimen?: “¿Por qué la gente de Vallecas no puede acceder a un chalet?”, diría Iglesias en 2018. Es también un all-in. Órdagos constantes para desafiar al poder. Política de riesgos. Y eso agota. Frente a ello, el feminismo planteaba otro ritmo. Tal vez una alternativa que no se supo explorar.
La cara en la papeleta
Podemos también son sus liderazgos. Es la articulación populista de las demandas ciudadanas a través de personas que conectan ese sentido común con la política institucional. Es Teresa Rodriguez poniendo su cara en la papeleta y Yolanda interpelando directamente a la ciudadanía para abrir los partidos a la gente. Es Errejón hablando del capital mediático acumulado y Pablo desde La Base enfrentándose a los medios de comunicación. Es Ada Colau siendo electa sin primarias porque no hay dudas sobre su liderazgo y a la vez primarias plebiscitarias que sólo refrendan esos liderazgos, construidos a partir de los medios de comunicación. Se dan paradojas. Podemos es Pablo Iglesias contra los poderosos en las elecciones de Noviembre de 2019, mucho más que Errejón pidiendo apoyar gratis a Sánchez por responsabilidad para desbloquear la situación política. Pero también es Más Madrid apelando a las mayorías ante Ayuso, mimetizando su campaña a lo aprendido en el 15M, más que el recuerdo identitario de la lucha antifascista. No hay política de masas sin liderazgos de masas, que se enfrenten al statu quo. Y eso implica también otra debilidad, porque se tiende a prescindir de la organización social y colectiva. Los liderazgos se convierten en atajos. Sin la fuerza de los débiles, alertaba Amador Fernández Savater, jugaremos en el terreno de la guerra, el de los poderosos.
Gente como tú
El efecto positivo de la podemización se incrementa cuando va acompañado de otra ética de la política. Es limitarse los sueldos y donar a causas sociales, impulsando proyectos ciudadanos en las calles. Como Teresa Rodríguez en Andalucía y Podemos en Asturies hasta 2021. Es luchar contra las puertas giratorias, contra la política como una profesión, contra el alejamiento entre la política y la gente. Es entender que tú representas los problemas de tu pueblo porque te afectan a ti también. Es sororidad colectiva.
Por eso nuestro ciclo político es municipalismo de base. Porque es donde la gente corriente se organiza, en cada pueblo, en cada barrio. Una paradoja. Podemos necesita el municipalismo aunque apenas participó en él y las candidaturas municipales con su logo fracasaron. Fueron las agrupaciones de electores y candidaturas de ciudad las únicas que lograron gobiernos. Un modelo abierto de participación que consiguió lo que parecía imposible: vencer. El municipalismo recuerda que se logró ganar y gobernar. En Santiago, Coruña, Oviedo, Madrid, Barcelona, Zaragoza, Valencia o Cádiz. Demostró que era verdad que podíamos ser algo más que la pata izquierda del PSOE.
Si la política se convirtió en algo propio de las tertulias del corazón, Podemos fue su producto perfecto. Un Gran Hermano de la vida interna del partido
¿Eso impugna Podemos? No. Este espacio (debe ser) generosidad. Buscas el bien común y piensas en el interés general antes que el del partido. Es entender que somos herramientas, un medio, para lograr fines mayores que nosotros mismos. Es hacer lo que sea necesario, cuando sea necesario para ganar, sin perder la ética y los principios. Porque eso es lo único importante: impulsar procesos que cambien cosas. Y por eso se espanta a la gente cuando sólo hay ambición de control del poder interno, cuando la marca y los puestos importan más que los objetivos políticos. Porque se demuestra, como repiten día y noche los tertulianos, que ya no queda nada del empuje inicial.
La excepcionalidad en tiempos del rey Sol
Podemos también tiene sus horrores. Es un partido odioso. Se hace odiar. Su hiper-comunicación, la que necesita como gasolina para no ser bloqueado por el régimen, molesta. Dice verdades y sin embargo irrita. Grita. Estresa. Porque no sabe vivir en el tiempo tranquilo. Necesita de la épica, de la excepcionalidad. Sin ella, los medios de comunicación hacen su ‘trabajo’ y promueven la normalidad del bipartidismo. Nos hacemos invisibles. Y esa tensión, agota, cansa. Es esa necesidad de supervivencia la que también nos aleja de la sociedad. No todo el contenido de una serie de Netflix es el desenlace de la última temporada. No todos los momentos son históricos. Hay que construir la historia, hay partes de trabajo gris. Hacer una ley necesita meses de oscuridad pero provoca sólo un fogonazo de alegría. Pero Podemos es el sentimiento de urgencia, porque la toma rápida del poder, el asalto a los cielos, llevó a la conclusión de que pasado mañana no importaba nada. Y pasado mañana sigue habiendo organización, retos y personas que han de convivir. Pero es más, si todo es importante, si cada día pasa algo excepcional, es imposible discriminar entre lo que de verdad cambia el mundo. Y la izquierda no puede transformar sin priorizar.
Podemos (y sus dirigentes, Podemos-partido) es también haber sido el centro del mundo. Y a veces ya no serlo. Es la legitimidad infinita de quien ha crecido bajo el manto del rey Sol. Es soberbia en la negociación. Y son los rencores acumulados en los negociadores de otras formaciones políticas. Son las decisiones irracionales de quienes buscan hacer pagar los agravios previos antes que establecer treguas y diálogos, como requiere Pablo Elorduy.
Si ya se ha amnistiado a Errejón, como antes se perdonaron mutuamente los agravios entre Iglesias y Garzón, ¿vamos a seguir generando divisiones y reagrupaciones constantes, asumiendo el tremendo desgaste por ello?
Es una cultura política interna que desangra la organización. Discurso público de cuidados entre compañeras, pero expulsiones, purgas y aislamientos en el día a día. Vaciar a gorrazos la organización. Para ser justos, esto no lo inventó Podemos. Beiras fue purgado del BNG, como antes Joan Herrera de Iniciativa, o Carod y Puigcercós en Esquerra. Llamazares fue ejecutor de purgas primero y sufridor de ellas después. Pero aquí se ha aportado alguna novedad. Las primarias moradas constantes (quizás su rasgo más definitorio) construyen conflictos y enemigos internos, pero luego no existe tiempo para solidificar la unidad tras las derrotas. Es perder gente en cada elección interna. El ganador se lo lleva todo. Y su hiper-transparencia ha convertido su vida interna en un espectáculo, como las temporadas de un reality show, lo que evidentemente no ha supuesto más democracia, sino voyeurismo político. Es una relación simbiótica con los medios de comunicación. Si la política se convirtió en algo propio de las tertulias del corazón, Podemos fue su producto perfecto. Un Gran Hermano de la vida interna del partido, siempre árida, ingrata y desmotivante.
Si el sentimiento-Podemos (la potencialidad de podemización de candidaturas y partidos) se distribuye por todo el país, el partido-Podemos está dentro de la M30. Es una consecuencia lógica de los hiperliderazgos y de la desconfianza generada ante las traiciones y el acoso del régimen. ¿Cómo fiarse de alguien cuando ha habido traiciones incluso entre hermanos de sangre? Hay una mentalidad de asedio, que aleja Madrid de la organización en el resto del país. Lo que a su vez lo hace muy débil. Porque, sin incorporar a las minorías ni a los territorios, ¿cómo competir con un bipartidismo que tiene sedes en cada pueblo de España?
Finalmente, es un partido digital, donde quien manda es quien sale por la tele y las redes sociales. Es el partido digital que explica Paulo Gerbaudo, que incorpora a más gente a cambio de hacerlo más cesarista, plebiscitario. Podemos marca la línea política desde La Base como antes lo hizo Beppe Grillo desde su blog del 5 Stelle, donde ordenaba al presidente de Italia lo que debía hacer. No hay cargos intermedios entre la cúpula y las bases. Estamos en el 2022. La construcción de una base ideológica y militante se hace más en podcast y youtube que en las asambleas militantes. Vox lo entendió hace tres años y ha educado a toda una generación. ¿Cómo hacer que el podcast sea algo más que extremismo fácil y autoafirmación, sin hipótesis de victoria? Construyendo un frente amplio que mantenga las virtudes de lo construido y solucione alguno de sus defectos.
No hay frente amplio sin la pulsión de este ciclo
Durante el último año debatimos sobre si se había cerrado el ciclo del 15M y Podemos. “Ha pasado el momento de la impugnación”, decían algunos. Y en esto llegó una guerra, la inflación, y el brutal coste de la gasolina. Los transportistas tomaron las calles, Vox se alzó al gobierno castellano-leonés y Mélenchon ganó la primera vuelta de las elecciones legislativas en Francia. No estamos en 2015, es evidente. Pero la precariedad estructural y el sentido común de lo que tiene que ser la política están afianzados en nuestra sociedad. No habrá movimiento político sin la pulsión que este ciclo político ha creado entre sus logros y sus cicatrices. Pulsión que va más allá de las personas y de los cargos, de las marcas y de los partidos. No hay vuelta atrás. Hay también novedades: existe gestión que vender, estilos más amables, generación de nuevas alianzas. Yolanda Díaz lanzará Sumar el próximo 8 de julio. Su valía es que es percibida por la gente como alguien que te defiende frente a los poderosos de la patronal y que busca justicia para ti en tu empresa. Su Ministerio se ha puesto del lado de los trabajadores, pero hay que ir más allá.
Quien crea que se pueda ganar las elecciones paseando entre el Congreso y los Ministerios desconoce el potencial de nuestro país. Pateen el país. No sólo en elecciones
Evitar una guerra civil tras Andalucía es la primera obligación moral. Dejemos a Yolanda trabajar. Hagan una tregua. Si ya se ha amnistiado a Errejón, como antes se perdonaron mutuamente los agravios entre Iglesias y Garzón, ¿vamos a seguir generando divisiones y reagrupaciones constantes, asumiendo el tremendo desgaste por ello? Contemos con todos los partidos del espacio y con la militancia de todo el país. Olviden las revanchas. Las internas de los frentes amplios no son bonitas (aunque su proyección externa lo sea). Pero cumplen una función táctica que nos puede llevar a los gobiernos. Así, con pragmatismo, para lo bueno y lo malo, ha sido en Argentina, Chile, Colombia o Francia. Para ello, nuestro espacio político tiene que democratizarse y pluralizarse, construirse desde el territorio y confederalizarse, vincular lo nuevo y lo viejo, vender gestión sin perder la impugnación, mantener los valores y rasgos políticos consolidados desde 2014, pensar en la gente más que en las peleas de los despachos, y ampliar la militancia y las alianzas con los más jóvenes. Debe facilitar coser lo roto entre 2015 y 2022. Tiene que incluir a los partidos e ir más allá de ellos, juntando a las dos almas de nuestro espacio político: “la más vociferante (fetichista) y la más serena (que se pone de perfil)”, recuerda Elorduy.
Debe cruzar la M30. La política del 15M y del 8M era confederal. De Sevilla salió la querella contra Rodrigo Rato en Bankia. De Murcia y Barcelona, la lucha contra los desahucios. De Oviedo y Málaga, algunos de los centros sociales ocupados más consolidados, gérmenes de movimientos futuros. De Zaragoza, la primera huelga feminista. Quien crea que se pueda ganar las elecciones paseando entre el Congreso y los Ministerios desconoce el potencial de nuestro país. Pateen el país. No sólo en elecciones. El vaciamiento demográfico del Noroeste, la infrafinanciación catalana, la revuelta de la España vaciada, necesitan cambiar las coordenadas de poder en Madrid. Ahí están las quiebras territoriales del régimen. Por eso el mismo proceso que puede impulsar a nuestro espacio, lo hace también con la España vaciada (de hecho, el Adelante de Teresa y el Por Andalucía de Inma Nieto son diferentes caras de la misma crisis).
Por último, se necesita mantener el olor que acompaña nuestra trayectoria política. Podemizar no es incorporar a un partido, sino grabarse en su praxis un sentimiento, una forma de hacer política distinta a lo que existía. Podemos puede desaparecer en una elección en un territorio, porque otras fuerzas llevan pegado mejor ese olor a la piel. Pero eso no quiere decir que haya desaparecido ese aliento. Hay un nuevo sentido común que captó el CIS y se comprobó en Andalucía. Se está girando hacia la derecha gracias a tertulianos, portadas de periódicos y mensajes en los grupos de whatsapp. Si perdemos los sentidos comunes que hemos consolidado estos años, seremos rehenes de su ola conservadora. No hemos nacido para frenar a Vox y celebrar mayorías absolutas del PP ni para ser subsidiarios del PSOE, sino para constituir una alternativa política que cambie el país. Lo que no sea eso, nos deprime. Y eso nos encadena a la irrelevancia. La situación del PSOE también nos abre nuevas oportunidades: Sánchez ya no suma votos. La crisis del socialismo andaluz es la crisis de sex-appeal del presidente. Pedro Sánchez, quien fue un icono rojo, ha perdido valores que vender e hitos de gestión que agitar. Y cada vez le queda menos tiempo para recuperarlos.
Una última cosa. Un ciclo victorioso no va de un logo bonito, un nombre que suene innovador o actos multitudinarios con llamamientos al cambio y la unidad. No estamos en ese momento político. Ni siquiera una brillante gestión a nivel estatal y una unidad electoral de una coalición es suficiente. Para convertir eso en votos es necesario lanzar una vía ilusionante que explique cuál es la hipótesis de victoria y/o de utilidad de ese espacio; es decir, para qué alguien debería votarles en este momento concreto de la historia. Y es posible hacerlo. Por eso quien votó a Podemos en el 2015 y a Sánchez en el 2019, sigue votando a opciones transformadoras en 2022, cuando se dan las condiciones oportunas, como en Madrid o Galicia. Y si aún tienen dudas, miren a Francia, Chile o Colombia.