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Opinión
A Ahmed Babiker y todos nuestros muertos en Melilla
Te llamabas Ahmed Babiker, eres el número 55 de una lista de 64 nombres de personas que ya no están. Hombres negros que un día emprendieron un viaje en busca de otra vida, una que se pudiera habitar. La necropolítica os quería sin nombre y sin pasado, que murierais lejos, anónimos y sin molestar. La gente con la que acometiste el acto heroico de intentar sobrevivir pese a todo preservó vuestra memoria. La memoria es la antesala necesaria de la justicia. Pero ya no sabemos dónde buscar la justicia, Ahmed.
Desconozco exactamente cómo moriste, si lo último que viste fue el arma de un hombre acorazado apuntándote, el suelo áspero contra tu cara, el cuerpo sudoroso y rendido de otra de las personas de la lista sobre el tuyo, o la arena sin escapatoria del desierto. Sí sé que nunca debiste morir. Tu muerte, la de los otros 63 nombres rescatados del olvido, la de las miles de personas que son tragadas por el mar, es una muerte que trasciende vuestro propio final, con vosotros se nos mueren la dignidad y la decencia.
Yo pago los impuestos que financian la muerte que te esperaba en la frontera. Mi voto recala en las instituciones donde se justifica en nombre de la seguridad y el sentido común proteger nuestra presunta prosperidad de ti y las personas como tú
La dignidad y la decencia se nos mueren cada día en la frontera, con los cuerpos que nadie se molesta en contar y las vidas cuyos nombres se pierden. Esas muertes construyen nuestra vida y son parte de ella. Puede ser que no nos quede otra cosa que respirar de este lado de este régimen asesino de frontera, pastar en la indolencia que propone, convivir con lo inaceptable. Pero esta vida de cómplices tampoco es una vida que merezca la pena ser vivida. Esta vida de cómplices también forma parte de tu muerte.
Aparentemente, Ahmed, compartimos solamente el apellido, una mera coincidencia. Pero me unen a ti otros hilos más causales, menos inocentes. Yo pago los impuestos que financian la muerte que te esperaba en la frontera. Mi voto recala en las instituciones donde se justifica en nombre de la seguridad y el sentido común proteger nuestra presunta prosperidad de ti y las personas como tú, donde se decide gestionar los flujos de personas como tú a través de un medio principal: la violencia. La que ejercen nuestras fuerzas de seguridad, la que se subcontrata a los cuerpos de seguridad de otros países, la violencia que se inscribe en una valla de 10 metros, un dron que te vigila, una oficina de asilo que nunca está abierta.
Querido Ahmed, todo está mal. Sudán, el país que te expulsó, donde nuestros apellidos se encuentran, parece haber entrado en un punto sin retorno. Si te fuiste, como casi todas las personas que murieron contigo, es porque hacía ya tiempo, antes del último giro a peor, que el punto sin retorno te alcanzó. Se extienden imparables las zonas de sacrificio, los lugares donde la vida no se puede, mientras implosionan todas las ficciones de que se puede gobernar el extractivismo, de que hay pactos democráticos posibles entre quienes lo quieren todo para sí y quienes solo cuentan con su nombre y su historia, su pulsión de supervivencia. La humana inteligencia, la dignidad del que resiste, nada puede contra las bombas, los uniformados violentos y las directivas europeas que matan fríamente sobre el papel con mezquino lenguaje burocrático, las que os persiguen o abandonan, las que ponen a matones a su sueldo.
Quieren convencernos de que la justicia es un lujo que no podemos permitirnos, un bien que no está al alcance de quienes han decidido que sobran. Cuidado con el fascismo nos dicen quienes acaban con las mismas vidas que el fascismo señala
Todo está mal, querido Ahmed. De este lado del régimen de frontera, quienes te matan cada día con sus discursos, los que glosan con su narrativa nuestro presunto derecho a vivir sobre vuestras muertes, van ganando. Hacen de tu muerte orgullo, de tu desaparición en el olvido, garantía de prosperidad, de tu agencia amenaza. Generan el relato que acompaña a quienes, con menos aspavientos, con discursos sosegados e ínfulas de respetabilidad, gobernaron tu muerte. Nadie paga por ello. Quieren convencernos de que la justicia es un lujo que no podemos permitirnos, un bien que no está al alcance de quienes han decidido que sobran. Cuidado con el fascismo nos dicen quienes acaban con las mismas vidas que el fascismo señala.
Ahmed Babiker, no hay nada más humano que intentar sobrevivir y nada más inhumano que olvidar este sencillo principio, que criminalizar a quien solo quiere estar vivo. Y sin embargo, esa mirada campa a sus anchas, moldea la percepción de tanta gente, alimenta programas electorales, políticas de facto, y balances multimillonarios de empresas de seguridad. Deshumanizarte, Ahmed, es necesario, imprescindible, para mantener todo esto en marcha. Pero tu deshumanización y la de tantas también nos deshumaniza a este lado de la frontera.
Moriste hace un año, Ahmed, tu nombre aparece en una lista entre otros nombres que Amnistía Internacional ha hecho pública esta mañana. Eres uno más entre nuestros muertos. Sois nuestros muertos porque os lloramos impotentes a un año de la masacre. Pero también sois nuestros muertos porque formamos parte —por nuestra incapacidad, por nuestra debilidad, por nuestra rendición— del sistema de complicidad que alimenta la necrofrontera que te asesinó.