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Notas a pie de página
Por un pedacito de cielo rojo
En el Santiago de Chile de mediados de los años 80 aúllan las sirenas, la gente se apresura para llegar a casa antes del toque de queda y se suceden las protestas. Se acerca septiembre, aniversario del golpe de Estado. Ahí tiene lugar un encuentro improbable. Por un lado, la Loca del Frente, un homosexual cuarentón amante de los boleros, que se gana la vida bordando manteles y cortinas para señoras bien. Por otro, un estudiante universitario, militante marxista-leninista, cuyo alias es Carlos. Embelesada por el apuesto joven, la Loca accede a dejarle usar su casa para reuniones políticas y para guardar material clandestino. Pero, poco a poco, esa relación se va transformando en otra cosa: amistad, complicidad, ¿amor? El joven va desprendiéndose de su desconfianza imbuida de homofobia. La Loca abandona su desinterés por la política y empieza a mirar la realidad que le rodea con otros ojos. Mientras, el grupo guerrillero de Carlos prepara una acción contra el dictador.
Tengo miedo torero toma su título de un verso de un bolero de Sara Montiel y es la primera y única novela del chileno Pedro Lemebel (1952-2015). Escritor y performer, Lemebel conocía bien los dos mundos que se encuentran en la novela. Su militancia en la izquierda estuvo marcada por el rechazo y la homofobia, aunque lejos de amedrentarse, Lemebel optó por usar la provocación como arma. Se suele contar que una de sus acciones más sonadas fue presentarse en una reunión política de izquierdas vestido con zapatos de tacón y maquillado, con la hoz y el martillo en su mejilla. Ahí leyó su hermoso manifiesto Hablo por mi diferencia, en el que decía:
“Por eso compañero le pregunto
¿Existe aún el tren siberiano
de la propaganda reaccionaria?
Ese tren que pasa por sus pupilas
Cuando mi voz se pone demasiado dulce”.
Este encuentro de dos disidencias —la sexual y la política–, en el que los recelos iniciales se superan para transformarse en otra cosa había inspirado también al argentino Manuel Puig (1932-1990). Escrita en 1976, El beso de la mujer araña no pudo publicarse en su país hasta varios años después, prohibida por la dictadura militar. Si en la novela de Lemebel un bolero se convertía en santo y seña para una acción clandestina, en la de Puig es el cine el que teje el vínculo entre los protagonistas. El homosexual Molina cuenta cada noche el argumento de una película a su compañero de celda Valentín, militante de izquierdas, tejiendo su tela de araña y seduciéndole con su relato.
El beso de la mujer araña es la novela más conocida de Puig, que cuenta con adaptación hollywoodiense y hasta un musical, pero él también tuvo que bregar con el establishment literario. Sus obras se consideraban apolíticas y escamaban sus referencias a la cultura popular (Mario Vargas Llosa se refirió a él como “ese argentino que escribe como Corín Tellado”). Una ceguera que impedía ver lo político en “una literatura que se centraba en personajes femeninos, daba voz a las clases bajas y, aún más, abrazaba sus mismos referentes culturales”, como explica Manuel Guedán en Literatura Max factor: Manuel Puig y los escritores corruptos latinoamericanos.
Lejos de tratar de integrarse y pasar desapercibidos en esos ambientes que los rechazaban, ambos escritores hablaron desde su diferencia y reivindicaron su pedazo de cielo. O como exclamaba Lemebel en su manifiesto:
“Hay tantos niños que van a nacer
Con una alita rota
Y yo quiero que vuelen compañero
Que su revolución
Les dé un pedazo de cielo rojo
Para que puedan volar”.