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Música
Buscando el hechizo de la música negra
“Sin swing y sin baile, la música tiene poco aliciente”, asegura el periodista Jaime Bajo, quien ha recopilado en un libro 20 entrevistas a músicos que tratan de descifrar el hechizo del groove. Nombres propios tan mayúsculos y variados como los de George Clinton, Mulatu Astatke, Irma Thomas o Andre Williams pasaron por su grabadora para identificar la cualidad G.
El objeto de estudio es difuso, escapa a una definición enciclopédica y más bien alude a cuestiones físicas variables antes que a una fórmula matemática cerrada. Pero existe y es una asignatura cuyos estudiantes no sufren sino que la disfrutan. Desentrañar con palabras el groove es lo que persigue el periodista Jaime Bajo (Madrid, 1983), quien este año ha recopilado en un volumen ilustrado por Jaume Mira i Carbonell 20 entrevistas a músicos que, en su opinión, comparten esa pulsión rítmica expresada por distintas vías.
De George Clinton a Don Letts, pasando por Irma Thomas, Rubén Blades, Andre Williams o Bettye Lavette, los protagonistas de El hechizo del groove (Lenoir Ediciones, 2019) saben lo que es y hablaron de ello con Bajo, aunque él mismo reconoce a El Salto la dificultad de encontrar un retrato preciso: “Es más bien algo orgánico, que se siente, que ‘te toca’ por dentro, y no es sencillo de explicar o describir mediante un frío algoritmo”.
Lo que tiene claro el crítico, colaborador en este medio, es que el groove “está presente en toda la amalgama de músicas africanas en la diáspora: jazz, soul, funk, son montuno, salsa brava, reggae, calypso, afrobeat, highlife, flamenco”.
Busquemos otras voces que ayuden a esclarecer el hechizo del groove y que también aparecen en las páginas del libro. En el prólogo, el músico Javier Ojeda, del conjunto pop Danza Invisible, asegura que “se trata de una cualidad rítmica, un cimbreo al moverse, un punto de locura y diversión, un ardid estético chulo que tradicionalmente se ha venido asociando a la música negra, pero que no es exclusivo de ella”.
En el epílogo, el también músico Pedro Ruy-Blas recuerda que groove es “tener 18 años y negarte a bailar en una discoteca que no fuese Stones en la calle Villalar de Madrid, en donde los discos que se pinchaban eran únicamente rhythm and blues o soul”. Por entonces, esa sala era frecuentada por “innumerables soldados afronorteamericanos de la base aérea de Torrejón de Ardoz, de manera que las pistas en las que se bailaba eran lo más parecido a las de cualquier garito de Alabama, Illinois, Nueva York o cualquier ciudad de Estados Unidos, aunque muy cerca de la Puerta de Alcalá”.
Quizá convenga hacerlo sencillo y, como decía el músico cubano Orlando ‘Cachaito’ López, siempre con swing.
¿Qué es el groove, de qué hablamos cuando usamos ese término?
No existe una definición cerrada para el concepto de groove, pese a que de una u otra forma musical y con una denominación u otra —swing, vibe, groove, tumbao, flow, duende— está presente en toda la amalgama de músicas africanas en la diáspora: jazz, soul, funk, son montuno, salsa brava, reggae, calypso, afrobeat, highlife, flamenco, etc. Me gusta bastante la definición que ha aportado una reseña del libro realizado por el escritor Alberto Valle para la revista Ruta 66: “Estamos hablando de ese magnetismo intangible que le atrapa y sumerge a uno en una melodía, en una canción, llevándole a la pista de baile, a cerrar los ojos, a sentir esas notas galopando por debajo de la piel. A alguna forma de éxtasis”.
Sintetiza bien un concepto tan abstracto que debe ser interpretado con “feeling” por el músico, debe producirse una conexión entre músico y público, debe evocarte sensaciones únicas, y debe incitarte al baile, o, al menos, a balancearte en el sitio. Porque, como cantaba Duke Ellington, “no significa nada si no tiene swing”, a lo que Emma Goldman apostillaba, “si no puedo bailar, tu revolución no me interesa”. Sin swing y sin baile, la música tiene poco aliciente. El groove es más bien algo orgánico, que se siente, que “te toca” por dentro, y no es sencillo de explicar o describir mediante un frío algoritmo.
¿Qué hilo dirías que une a músicos tan diferentes como The Impressions, John Holt, Santiago Auserón, Mulatu Astatke, Sharon Jones o Andre Williams, algunos de los entrevistados?
Quizá en el caso de Santiago Auserón sea distinto —él es más bien un estudioso de la impronta cultural africana y de la conexión musical entre España y Cuba—, pero lo que une o conecta a buena parte de las personalidades abordadas en el libro es la cruda realidad a la que han tenido que hacer frente por la segregación racial y el profundo desprecio que la sociedad blanca sentía hacia sus vecinos afroamericanos pese a ser portadores de un valioso legado cultural del que también han disfrutado los blancos (literario, pictórico, gastronómico, musical, etc.). Como es lógico, ese hecho no deja a nadie indiferente y queda reflejo de ello en las músicas afroamericanas que cada uno de ellos crearon, fuera rhythm & blues, soul, funk, reggae o ethiojazz.
¿Perseguir ese hilo ha sido una de tus motivaciones como entrevistador?
En realidad, no es que me haya planteado de forma consciente el encontrar un hilo conductor entre los artistas que he ido entrevistando a lo largo de estos años —los 20 incluidos en el libro apenas son una selección pequeña de aquellos a los que he ido entrevistando en el último decenio para diversos medios—, más allá de que a todos ellos les unen varios factores: la veteranía —que sigue siendo un grado, por la sabiduría que les brindan sus experiencias vitales—, el exquisito “feeling” con que tocan o cantan —algo que difícilmente se puede enseñar en una escuela de música, si acaso contribuir a su desarrollo—, el hecho de que la mayor parte de ellos se dedican a las músicas afroamericanas y el que a sus composiciones no les es indiferente el adverso contexto sociopolítico en que se desarrollaron.
La mayoría de entrevistados son músicos de larga trayectoria o han fallecido. ¿Dónde se encuentra el groove en la actualidad?
Cierto es que, desde que fueron entrevistados para el libro, hemos perdido a alguno de sus protagonistas —Sharon Jones, Andre Williams, John Holt—, pero no creo que debamos lamentar tanto su pérdida, puesto que su legado sigue bien presente tanto en artistas y formaciones que realizan un ejercicio de cariz más revivalista (el ejemplo más claro es el soul revival de Amy, Eli “Paperboy” Reed…), como aquellos que apuestan por hibridar géneros musicales más o menos afines, aportando con ello un progreso hacia el futuro de las músicas de raíz afroamericana.
En cada género hay buenos exponentes de ambas facetas, revival y progresista. Pero si tengo que apostar, lo haría por el fenómeno del nu jazz radicado en Reino Unido, en el que exponentes como Ezra Collective, Nubya García, Nérija, Yussef Dayes, Kaamal Williams, Mansur Brown, Mo Kolours o Alfa Mist recogen lo mejor de estos géneros (jazz, afrobeat, soul, dub) y los combinan entre sí para garantizarnos un futuro bastante halagüeño en el que todo está aún por decir y en el que no cabe la imitación o la condescendencia. Celebremos estas nuevas vías de avance en la música.
También la mayoría de entrevistados son personas negras. ¿Entenderías que desde algunos sectores se criticase que un periodista blanco se dedique a la música negra?, ¿te has encontrado con ese tipo de críticas?, ¿cómo se puede responder a eso?
No se ha dado el caso de que se me critique por ser un periodista blanco dedicado casi en plenitud a divulgar las buenas noticias de las músicas negras. El hecho de no poder dedicarme a ello es un arma de doble filo: me limita el tiempo que puedo dedicarle, pero, por otro lado, soy yo quien decide a quién entrevisto o sobre quién escribo. Lo que sí sucede, incluso en actuaciones de artistas africanos como Pat Thomas, es que la presencia entre el público de personas de piel negra, africanos o afrodescendientes, brilla por su ausencia.
Resulta sorprendente el hecho de que exista una barrera imperceptible pero infranqueable entre el público que asiste a determinados eventos y no lo hace a otros. Me explico: si el senegalés Seydina Ndiaye actúa, asisten sus paisanos africanos a verle. Si lo hace Mulatu, su ausencia es flagrante. Debemos hacer por derribar estos prejuicios que nos impiden disfrutar de espacios que deberían ser comunes a todos aquellos que nos apasiona la música que emana de lo profundo, apela a las conciencias y nos mueve a la pista de baile. Hasta que no logremos esa confluencia de personas y géneros, diluyendo las mencionadas fronteras, nos quedará mucho por avanzar aún.
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Jose Durán Rodríguez, Jaime Bajo y El Salto:
Os animo a publicar una sección semanal de música negra (y con groove) nueva y "vieja" con vídeos y música. Me fliparía y seguro que a otros muchos "saltadores" también.
Curiosidad: ¿por qué algunos géneros se escriben con cursiva (highlife o rhythm&blues) y otros sin cursiva?
Un saludo con mucho groove