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Música
Justin Broadrick y la personalidad múltiple: de Godflesh a Jesu
El sujeto en cuestión no es otro que Justin Broadrick, ser infectado por el virus de la inquietud, que le ha llevado participar en más de veinte proyectos diferentes desde que se bautizó en los designios death metal promulgados por los imprescindibles Napalm Death.
A partir de dicho momento, la capacidad de mutación estilística de Broadrick le ha llevado a comandar el slowcore de Jesu, la violencia sintética illbient desplegada por Techno Animal o la pulsión postpunk de Final. Eso por no hablar de sus absorbentes incursiones en materia ambient con Pale Sketcher. Pero, sobre todo, Godflesh, nave nodriza de sus diferentes metamorfosis, dentro de una plantilla musical en continuo desdoblamiento, que arrancó en la segunda mitad de los años 80 con el impulso vital proporcionado por su alianza con G.C. Green. Con este aliado en mil batallas publicó Streetcleaner en 1989, piedra de toque de su travesía musical, por la que Broadrick reconoció en su momento para The Quietus que “todo cambió para nosotros, ya que nos hicimos conocidos internacionalmente. El álbum creció en popularidad durante un período de tres años. Probablemente sea la mejor entrada para todo el que quiera entrar en Godflesh, y probablemente sea nuestro álbum más reconocido. Desde que Godflesh se reformó, las personas con las que nos encontramos que son fans del álbum tienen en su mayoría 35 años o más, pero también nos encontramos con veinteañeros que están tan informados que es positivamente ridículo. Es interesante porque ellos consumen la música en un contexto completamente diferente. ¡Con internet al alcance de la mano, pueden consumir la historia de la música en 24 horas! Son eruditos y entienden que hay un legado, un linaje: ahora se me acercan en un concierto de JK Flesh, en un concierto de Jesu/Sun Kil Moon y, sencillamente, se entusiasman, sea cual sea el grupo. Pero es raro que alguien de 20 años se me acerque ahora y se haya encontrado con Streetcleaner en un vacío contextual, mientras que, en el pasado, eso era completamente posible: personas que surgieron de un extraño vacío musical. Era una audiencia metal que nunca había estado expuesta a algo similar: la gente se me acercaba, gente de rollo metal, diciendo qué diablos es esta música, lo cual demuestra el poder de este disco”.
Sea cual sea la forma adoptada por Broadrick, siempre emerge un genoma identificativo que trasciende por la profundidad emocional de toda empresa en la que se vuelca. Una especie de necesidad inherente en cada uno de sus actos por encontrar la belleza desde las formas más violentamente posibles
Tal como lo explica la voz de Godflesh y octopus de diferentes formas de estilo, el impacto que genera su trayectoria en estos días de acceso total y gratuito a la música puede llegar a generar un efecto obsesivo en quien se sumerge en los diferentes caminos que conforman su mapamundi sonoro particular. No en vano, sea cual sea la forma adoptada por Broadrick, siempre emerge un genoma identificativo que trasciende por la profundidad emocional de toda empresa en la que se vuelca. Una especie de necesidad inherente en cada uno de sus actos por encontrar la belleza desde las formas más violentamente posibles.
Dicha pauta de acción es la esgrimida en cada una de las inflexiones practicadas en sus diferentes manifestaciones. Brutalidad y hermosura que alcanzó picos de inspiración sublime en su díptico esencial junto a Mark Kozelek, conformado por dos de los LP más infravalorados de la década pasada: Jesu/Sun Kil Moon (2016) y 30 Seconds to the Decline of Planet Earth (2017).
Ambos trabajos refuerzan la idea de que un proyecto como Jesu es una especie de variación con aura postmetal de los primeros álbumes registrados por Red House Painters, en los que Kozelek praticó sus hechizos más emotivos dentro de la ortodoxia slowcore.
De su encuentro con Kozelek, Broadrick recuerda cómo este se acercó a Jesu: “Básicamente, todo fue a través del bajista original de Low, Zak Sally. Nos unió a mí y a Mark. Conocí a Zak en el backstage de un show de Jesu, creo que fue en la primera gira estadounidense de Conqueror con ISIS. Me conoció entre bastidores y, obviamente, yo tenía un par de discos de Low, que también disfruto mucho. Me sorprendió bastante que Zak estuviera familiarizado con Jesu y estuviera metido en estas cosas. Básicamente, dijo que uno de sus amigos era Mark Kozelek, y yo le dije: ‘Oh, guau, soy fanático de ese tipo’. Y él me respondió: ‘Él está al tanto de tu música. Podría ponerte en contacto con él’. Zak se puso en contacto conmigo tres días después durante la gira para decirme que a Mark le gustaría ir al concierto que iba a dar en San Francisco. Después de ver a Jesu en vivo, Mark se puso en contacto para decirme que se sintió muy impresionado y me sugirió que hiciera un disco para Caldo Verde [su sello discográfico]. Yo estaba realmente entusiasmado con la perspectiva. Le dije: ‘¡Sí, debemos hacer algo!’”.
Finalmente, la propuesta de Kozelek derivó en los dos discos mentados anteriormente. La excelencia de la música compuesta por ambos primos lejanos es una de las pruebas más demoledoras del vacío al que se ven abocadas ciertos clásicos instantáneos, perdidos entre el contexto de tendencias que les ha tocado vivir.
Pero donde la respuesta siempre alcanza el impacto proporcional a la relevancia de lo expuesto por Broadrick es mediante Godflesh, con quienes está de vuelta y, de hecho, nos llevará a su exorcismo particular sobre las tablas en su gira española, anunciada para mayo. No en vano, si por algo es reconocible todo acto creativo tallado por Broadrick es por su consiguiente plasmación en vivo. Encuentros de brutalidad inmisericorde con un tipo que, a través de su proyecto principal, ha encontrado una fórmula de canalizar sus variables sónicas dentro de un rostro final pleno de arrugas y pliegues, que sobre las tablas da pleno significado a todo impulso que le lleva al acto creativo.
Así es como lo ve el propio Broadrick cuando llega el momento del cara a cara con sus feligreses: “A menudo le he explicado a la gente que es como una terapia. En lugar de sentarme en un sofá con un chico o una chica discutiendo sobre los males de mi vida, puedo tocar una guitarra. Tengo el lujo de poder expresar el dolor, la frustración, la ira, toda la gama de emociones negativas. Y es un lujo. Estoy muy honrado por ello. Que la gente se refiera a nosotros como leyendas o que tengamos un legado, o que a tanta gente le guste nuestra música, es entrañable. Porque ni siquiera estamos involucrados en un estilo de vida o una escena. Estamos bastante aislados”.
En base a este way of life, Broadrick lleva décadas erigiendo un templo a sí mismo por medio de diferentes columnas de una misma construcción que apunta a un espacio único dentro de lo que es una impronta musical que, al igual que las trayectorias de transformistas maratonianos como Björk o David Bowie, ha conseguido emerger como una entidad sónica de rasgos identificativos tan pronunciados como infecciosos para todo el que se atreva a adentrarse en su palacio de puertas giratorias. Desde luego, más de una decena de obras maestras así lo refrendan.