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Música
La Tiguerita: suave pero al lío
A sus 18 años, La Tiguerita es uno de los secretos a voces del rap del área metropolitana de Barcelona.
En el bar en el que espero se habla de lo importante. La recaudación. Se confía en la Semana Santa. Quien no pueda salir fuera de L’Hospitalet al menos se dará una vuelta por el barrio. Y eso son más raciones, más caja, más alivio. “Mi hija tiene que entrevistar a alguien famoso para un trabajo de clase”, dice uno de los camareros al otro. “Pues al Coletas, que viene este finde”, responde su compañero refiriéndose al mitin de precampaña que Pablo Iglesias dio ese sábado junto a Ada Colau y Jaume Asens en La Farga.
Aparece entonces Melissa. La Tiguerita, uno de los secretos a voces del rap del área metropolitana de Barcelona con 18 años. Forjada en batallas de gallos, antes fue Meli MC. “Mi padre es dominicano y allí a una persona que se busca la vida se le dice tiguere. En el momento en que me planteé qué hacer con mi vida mi tía fue quien, al decir yo ‘como una tiguerita’, me dijo “¡ese es el nombre!”, recuerda.
Fueron las sesiones de su padre, dj en competiciones de break, las que despertaron el gusanillo. “Tardaron muchísimo en comprarme un micro así que cogí los del Singstar de la Play y los conecté a la mesa y cuando funcionó fue como ‘buah: ya está’”.
Aburrida de las clases obligatorias, ahora estudia un grado superior de marketing. Quiere “crear una empresa de ropa urbana, no quiero trabajar para nadie”. La música, eso sí, sigue siendo la primera opción para asegurarse un sustento.
A pesar de su última canción, el colorido dembow “FNT” —dedicado al equipo en el que juega y entrena a niñas, el Fontsanta Fatjó de Cornellà—, el estilo de La Tiguerita es tirando a crudo. Cada tema es casi una pequeña confrontación. “Es mi yo salvaje. A veces no puedes ser tú cien por cien, tienes que tener formas en según qué contextos, pero si alguien se siente ofendido me da igual porque es lo que siento. Tener un carácter fuerte es tachado como algo malo por la gente que no lo tiene, cuando no tiene nada que ver con la maldad. Al contrario, si hago daño es porque a mí me han hecho daño, es algo instintivo. Y al cantarlo creo que se hace algo positivo”, reflexiona.
“Me frustro muchas veces con la gente, no siempre me siento 100% cómoda. Para los que están conmigo es un problemón. Soy muy sensible para lo bueno y para lo malo”. A La Tiguerita le gusta “que la gente actúe por impulsos” y ella misma es un poco esa sonrisa con el dedo corazón en alto con la que cierra “Cuentas pendientes”, su tema favorito y seguramente el más redondo, ese donde también reconoce “a veces pienso ojalá ser una hijaputa pero vuelvo a casa y sé que no lo voy a ser nunca”.
A favor del hecho diferencial de Melissa con el resto de oferta joven de música urbana juega también su querencia caribeña. Su tía le ponía La Mala de pequeña y ahora escucha a Bathroom Studios o Santa Salut —con quien habrá una próxima colaboración—, pero no cierra puertas, dice entre sonrisas, a hacer un merengue.
“He ido varias veces a República Dominicana y me encanta. Me gusta mucho la música, oigo siempre reguetón, merengue, salsa o bachata. Mis amigas suelen escuchar siempre pop español pero yo no tengo afinidad con esa música. También me gusta la forma de ver las cosas de allí, con más calma, quizá propia de una isla. Aquí es todo más acelerado. A veces hay que mandar lo que te agobie a tomar por culo. Ya sabes: cógelo suave”. Es una actitud que también sobrevuela “Mucho vacileo”, su feat con Canastero, de Vilapicina, otro de los habituales gallos barceloneses.
Criada entre Pubilla Cases y La Florida, dos populares barrios de L’Hospitalet —la segunda ciudad más grande de Catalunya y la de mayor densidad de la Unión Europea, por delante de París—, Melissa no está aquí para glorificar la calle porque sí. “La gente asocia últimamente el rollo calle con algo bueno. No es bueno, la calle es mala. A mí me gusta estar en la calle pero muchas veces es perder el puto tiempo. Yo no fardo de barrio, el día que esté en un chalet, ojalá, te voy a hablar del chalet. Hay mucha gente que está en el barrio y da asco como persona. Y te hablo de gente que también puede estar en el barrio y tener dinero, ojo”.
El fútbol y la música le han servido, de hecho, para no caer en esa especie de ensimismamiento territorial. Pone como ejemplo de ese motor irse sola a batallas de gallos de otras ciudades, competiciones donde a menudo era la única chica. “No soporto a esos chicos, que suelen ser de 30 años para arriba, que me ven, a mí o a otra mujer, y nos dicen cosas por la calle. Creo que las nuevas generaciones se están planteando más el porqué de eso. Para mí es muy fácil tener amigos chicos, en el cole he ido más con ellos. Veo al feminismo como un movimiento del día a día, me siento orgullosa de todas las mujeres, y también hombres, que participan en este movimiento”, asegura una Tiguerita que el pasado 8M fue también huelguista.