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Música
Tito Ramírez, un rockero tropical anónimo que vive entre dos mundos
Aunque no lo admita abiertamente —porque es parte de su película—, casi todo en el proyecto musical de Tito Ramírez gira en torno a la autenticidad. Qué es genuino, qué no, y cuánta importancia tiene este concepto en la música, una de las artes más debidas a la mezcla, al borrado de fronteras, a la negación del purismo. De entrada, el músico al frente del proyecto asegura que todo es verdad en Tito Ramírez, que acaba de lanzar su segundo disco, El Prince (El Volcán Música & Antifaz Discos, 2023). “Soy una verdad universal. Lo que ves es puro y sin cortes. Proyecto en el personaje cosas que son muy de verdad y la música es muy real y lo que el público quiera proyectar también es real”, concede el artista.
Cuando a finales de 2016 Tito Ramírez publicó en vinilo el sencillo Lonely man, daba la impresión de que todo lo que rodeaba al proyecto era una invención divertida. No se sabía gran cosa de ese músico, más allá del anuncio promocional de que se trataba de las grabaciones perdidas de un artista hasta entonces desconocido. “Con el primer disco —recuerda— pasó que se dio muy poca información de esa grabación y circularon rumores acerca de quién cantaba, quién estaba detrás de esas canciones porque lo único que se dijo es que eran unas cintas perdidas de un tal Tito Ramírez, juzguen ustedes mismos”.
Con ese juego de despiste, la pretensión era que “lo único que pudiera juzgar el público fuera la música, que esta fuera la única referencia”. Y quien escuchó esas canciones, contenidas en el primer disco, The kink of mambo, “entendió o quiso pensar que se trataba de un artista antiguo, de los años 60. Vieron que quizá no estaban tan en lo cierto cuando dimos el primer concierto y alguna gente se sorprendió de lo bien que se conservaba el tal Tito Ramírez”. Lo intuyeron detrás de la máscara que lucía, un antifaz con el que quiso conservar el anonimato y el misterio en torno a la identidad de ese músico desconocido.
Tanto en el primer disco como en El Prince, Tito Ramírez rescata ritmos de mediados del siglo XX en una mezcolanza que suena a rock‘n’roll estadounidense, mambo cubano o soul negro. ¿Tiene sentido recuperar esas músicas en 2023? El artista al frente de la banda sí lo cree y no considera que lo suyo sea música antigua. “El disco se grabó el año pasado, es actual y fresco. Me baso en estilos nacidos en los años 50 y 60 pero esos estilos siguen vivos y es misión del artista que los interpreta intentar renovarlos y poner de su parte para que sean canciones con personalidad y no repetición de clichés”, defiende un músico que tiene en el altar a James Brown, Pérez Prado o Xavier Cugat y que considera América Latina como una fuente de inspiración musical inabarcable e inagotable. Son nombres que parecen muy ajenos a la materia prima que hoy conforma la música popular. “Intento imponer mi cultura a la cultura actual —explica—. Para que tu idea, tu proyecto, tu concepto, llegue, tiene que estar muy bien hecho y ser interesante, independientemente de lo que esté de moda en el momento”.
“Para que a una persona joven le interese tu música, le tienes que ofrecer peligro, rock‘n’roll, sexo, darle alguien a quien idolatrar”, asegura Tito Ramírez
Aunque sigue esforzándose por preservar el misterio en torno a su identidad y por separar al músico de la persona, una voluntad que contrasta con la sobreinformación que preside la actualidad, apunta que lleva involucrado en proyectos musicales desde la adolescencia. Quizá por eso se muestra seguro de qué es lo que puede aportar a quienes hoy transitan ese periodo vital, un público que mayoritariamente se relaciona con otros ritmos y prefiere escuchar otros estilos aunque él asegura que a sus conciertos acuden chavales, no solo adultos nostálgicos de la música hecha con guitarras. “Para que a una persona joven le interese tu música, le tienes que ofrecer peligro, rock‘n’roll, sexo, darle alguien a quien idolatrar. Solo así consigues que puedan captar tu mensaje, que se interesen por ti, darles emoción, que es lo que quieren”.
Con los argumentos y las canciones que presenta Tito Ramírez es casi inevitable considerar su propuesta como una anomalía, una rareza difícil de encajar en el panorama musical contemporáneo. “Lo que intento es hacer un producto atractivo, emocionante, tanto musicalmente como lo que rodea a la música. Estéticamente no creo que tenga rival. Si la droga es buena, se vende sola”, afirma entre risas.
“El reguetón no es el reguetón que escuchamos en la radio, el original es una cosa diferente. Si la industria ve que puede sacar dinero de ahí, va a utilizarlo”, opina
También reconoce que no está en su voluntad hacer oposición a la corriente principal de la música, la que hoy es hegemónica y suena en todas partes y a todas horas, puesto que “no se puede luchar contra la corriente de un río”, y lanza una suculenta reflexión al respecto: “La música no la controla nadie. Las multinacionales se dedican a ver qué es lo que mola en el barrio, en la gente, y lo vampirizan. Pero, en el fondo, no son quienes imponen la música. Llegan, se apoderan de ella, la vuelven comercial y vendible. Pero el reguetón no es el reguetón que escuchamos en la radio, el original es una cosa diferente. Si la industria ve que puede sacar dinero de ahí, va a utilizarlo”.
Preguntado qué ofrecen sus discos que no estuviera ya presente en aquellos que conformaron su aprendizaje y afición, responde que “las innovaciones, los avances, la originalidad en las composiciones vienen dados por matices, los cambios estilísticos no vienen dados por un cambio radical, son pequeños pasos que dan grupos o artistas en una misma dirección. Es un trabajo colectivo de gente practicando un ritmo que es posible que se haya puesto de moda y lo empujan hacia otro estadio, otro estilo. Tienes que ser permeable y no ceñirte al guion sino salirte de tu zona de confort para añadir detalles que quizá no se habían hecho antes en ese estilo”.
Por último, y no menos importante sino, de hecho, tal vez la pregunta más relevante, ¿ha sentido Tito Ramírez el síndrome del impostor? “No, porque siempre había querido tener una banda propia, con muchos músicos a mi disposición. Quizá me pueda sentir un poco más impostor en una entrevista dando explicaciones”.