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Música
Enric Montefusco: “Ojalá algún día pueda hablar de hacer un disco sobre el paraíso”
Muy lejos de las soflamas con coartada poética de Extremoduro o de las canciones con madera de himno para la clase media que por entonces firmaban Los Planetas, en el ecosistema del rock grabado en España durante la segunda mitad de la década de los años 90 también había espacio para propuestas modestas, barcos cuyas velas eran movidas por el entusiasmo, la creencia en la autogestión como modelo de vida y la música ruidosa como expresión del descontento.
El hardcore, de esto hablamos, se trataba de una cadena trófica en la que público y grupos eran casi lo mismo, no había voluntad de profesionalizarse y tampoco se generaba beneficio: lo importante era cubrir gastos pero no siempre se conseguía. Un movimiento fundamentalmente juvenil, muy masculino, muy minoritario y sin vocación de salir del gueto, antes al contrario: se castigaba a quien trataba de saltar la valla. Sus guías eran nombres propios del extranjero, facción anglosajona, que habían hecho carrera en el hazlo tú mismo y también contaba con el conocimiento adquirido por algunas experiencias previas en el País Vasco, Madrid y Catalunya, sobre todo, durante los años 80. Una escena musical, vale decir, atravesada por numerosas paradojas. Por todas ellas pasó Enric Montefusco (Barcelona, 1977), cantante de Standstill, un grupo que en aquellos años dio unos 500 conciertos por media Europa y se forjó un camino que pronto les llevó más allá de los límites que constreñían a ese hardcore subterráneo y militante.
Standstill no se estancaron en la repetición de formas y consignas. Quisieron volar, probar cosas, crecer como artistas y vivir de su trabajo. Y lo hicieron: cambiaron de idioma para dejar de sentirse impostores, desarrollaron ambiciosos proyectos escénicos y se alejaron de los referentes foráneos para tratar de construir un discurso más personal. Montefusco se mantuvo como el motor de esa embarcación cuando navegaba por aguas nuevas y agitadas, lejos de las costas ya conocidas.
Varios años después de poner el punto y final a aquella experiencia, el músico catalán ha desarrollado una carrera propia —más apegada al terreno popular y folclórico, menos cercana al rock— que en Viaje al centro de un idiota (Satélite K, 2022) alcanza una nueva dimensión. Es un disco doble, Infierno y Purgatorio son sus dos partes, resultado de un trabajo escénico que Montefusco imaginó paseando por el bosque con su hijo de tres años en las semanas más duras de la primavera de 2020, cuando la pandemia de covid19 azotaba cruentamente. El miércoles 15 de marzo de 2023, justamente tres años después del comienzo del confinamiento, Montefusco lo presenta en vivo en los Teatros del Canal de Madrid.
¿Qué tal estás?
Bien. De hecho, si me hubieras preguntado hace un año no te habría dicho lo mismo. Se ha retrasado bastante la salida del disco y tenía muchas ganas de que la gente pudiera escuchar las canciones y volver a arrancar con la gira como está sucediendo. Estoy contento con el resultado y aliviado de que por fin lo puedo compartir todo.
¿Te preocupa que alguien se preocupe por ti después de escuchar el disco?
No. A estas alturas creo que queda bastante claro al oír el disco que el enemigo no está fuera sino dentro y que este ejercicio va precisamente de sanear y rendir cuentas para no ser frágil con cosas que no son importantes.
¿Qué responsabilidad sientes por las letras que escribes y cómo las pueda interpretar el público?
Me tomo muy en serio el compromiso y la responsabilidad de hacer las cosas de la mejor manera posible para comunicar aquello que necesito comunicar. Eso lo siento como una exigencia y lo llevo hasta las últimas consecuencias. Soy muy meticuloso y lo paso mal en los procesos creativos para que así sea. Ya tengo la experiencia suficiente para saber que cada cual coge lo que quiere y lo que puede y que con ello se pueden hacer muchísimas lecturas. Eso se escapa de mi ámbito y de lo que debe preocuparme porque si no, te vuelves loco.
Siguiendo La divina comedia, al disco le falta una tercera parte, el paraíso. ¿Por qué?
Es hasta gracioso [risas]. En un principio quería llamarlo El cielo y el infierno. De hecho, una de las canciones que inspiró todo este proyecto tenía que ver con el cielo y es “Como en los cuentos”, la primera del segundo ep. Tiene que ver con paseos con mi hijo por el bosque durante la pandemia. Fueron meses muy mágicos, en realidad, de no tener nada más que hacer que salir con mi hijo de tres años en plena naturaleza. Es lo más cerca que he estado del cielo o del paraíso, como lo quieras llamar. Quise contraponer esa sensación de pureza, de libertad, de vida máxima, con lo que acaba siendo muchas veces nuestra vida, nuestros problemas, nuestras herencias psicológicas, culturales, sociales, que nos impiden todo el tiempo llegar a eso. Cuando quise tirar del hilo del cielo me faltaba material [risas]. Es que no estoy en el cielo, son momentos muy puntuales y en realidad nuestro día a día, al menos el mío, se parece más a un purgatorio. Y siendo muy consciente de muchas cosas y trabajando en ellas, pero no se superan de un día para otro. Al final entendí que lo interesante, y más realista, era contraponer el infierno y el purgatorio. Y ojalá algún día pueda hablar de hacer un disco sobre el paraíso.
¿Es un disco contracultural?
En contra de los tiempos que corren, seguro. Siempre me he sentido un poco al margen de todo, pero casi sin querer. Nunca he sabido hacer las cosas como se espera que se hagan. Acaban siendo siempre cosas a contracorriente. En este caso, pidiendo una atención de una hora a un público que seguramente no está acostumbrado a dar más de tres minutos. Son cosas que no son las más comerciales del mundo ni las más evidentes, está claro. Pero creo que ese es el valor que tienen, gracias a propuestas así he visto las cosas con otra perspectiva y he podido crecer, ser un poco más libre que, al final, es de lo que se trata. Quiero pensar que mi trabajo es ese. De hecho, es lo único que sé hacer.
¿Tiene sentido sin la parte escénica?
Sí, absolutamente. La parte escénica ha permitido que la parte musical sea más rica, interesante, más valiente. Yo no hubiera llegado a hacer canciones de esta forma si no hubiera sido por la puesta en escena, no me habría atrevido, no se me habría ocurrido poner voces en off o hacer desarrollos tan largos o directamente un disco sin estribillos. Gracias a eso he hecho un disco del que estoy orgulloso, es una experiencia diferente. Ambas partes se han enriquecido.
¿Has buscado más tu disfrute o el de quien lo escuche?
No pienso en términos de disfrute sino casi de catarsis, hasta que una canción no me provoca cierta emoción… Yo necesito tratar un tema de tal forma que ese asunto dé un salto cualitativo dentro de mí para dar una canción por buena. A veces tiene que ver con la euforia, a veces con la belleza, con el dolor… Son muchas sensaciones que se remueven ahí dentro y que necesito tratar y compartir. La gracia es que si haces bien un disco puedes llegar a mucha gente aunque tenga vidas muy diferentes de la tuya, si tratas bien esos temas.
Es una exigencia muy alta la que pones a tus canciones.
Es que para mí es lo más importante. El crecimiento, la curación, el espíritu, son los lugares donde he puesto la música y el arte. Podrían ser otros, podría utilizarlo para evadirme, pasar un buen rato, flipar con un estilo o ilusionarme con el futuro. Pero siempre, por necesidad o lo que sea, lo he puesto ahí y no puedo ni cuestionar por qué está ahí puesto.
¿Es tu voluntad huir de la música mainstream anglosajona?
Sí, a menos que lo que quiera comunicar lo justifique. Por inercia no tengo ningún interés en repetir patrones de ese tipo, pero si en algún momento quiero comunicar alguna cosa que pasa por utilizar ese lenguaje, a lo mejor lo hago. De hecho, en este disco hay una canción, “El sandunguero”, que es un estilo con el cual estéticamente nunca me casaría, pero es que no va de eso. Intento que cada disco tenga estilos diferentes porque intento que cada disco vaya a la par, y a remolque incluso, del tema que quiero comunicar, para que ayude a esa comunicación. En ese sentido, el estilo es una cosa secundaria: aunque lo quiero hacer siempre de una forma estimulante, interesante y personal, en realidad siempre va detrás de otra cosa.
Hubo un momento en que entendí que lo que me interesaba no era tanto ejercer y ostentar un estilo sino comunicarme con cualquier persona, no quería que el bagaje de cada persona fuera algo que condicionara demasiado. Quería poder llegar a la vecina del segundo, por decirlo de alguna manera
Pero alejarte de esa música mainstream sí fue tu intención durante mucho tiempo, ¿no?
Es verdad que durante muchos años me he nutrido básicamente de música anglosajona, de la cultura y la contracultura. Pero hubo un momento en que entendí que lo que me interesaba no era tanto ejercer y ostentar un estilo sino comunicarme con cualquier persona, no quería que el bagaje de cada persona fuera algo que condicionara demasiado. Quería poder llegar a la vecina del segundo, por decirlo de alguna manera. Y eso me llevó a entender inesperadamente y espontáneamente lo que significa la cultura popular. Y me llevó a redescubrir nuestra cultura popular. En discos como Meridiana y Diagonal utilizo ese lenguaje.
¿Se puede huir de ese rodillo de la música pop o hay que rendirse?
Yo distingo lo que es la música mainstream, que es el abuso, la perversión, pensada para sacar dinero, de la música popular, que originalmente es otra cosa, un lugar estético y a veces físico donde la gente comparte sus cosas sin pretender que pertenece a un único segmento de la población. Eso me interesa y creo que esa música popular puede ir cambiando de forma. Me interesa ver cómo puedo encontrar un lenguaje propio que pueda ser popular, que pueda llegar a cualquiera. Y, sinceramente, creo que este disco es rarísimo pero, a la vez, está pensado para que si se lo pones a alguien no tenga ganas de quitarlo. Es como un viaje en el que entras y te va llevando. Creo que no es un disco difícil pero sí tiene un lenguaje diferente y personal. A lo mejor soy inocente, pero me gustaría pensar que simplemente es muy difícil poner en contacto a la gente con este tipo de propuestas. Esta es la condena, digamos.
Creo que a la vecina del segundo le remueve este disco, le apela, otra cosa es que podría haber llegado a muchísimas más vecinas del segundo, pero no es tan fácil. Tal como está montado el mundo, los que hacen dinero están muy bien protegidos y saben atrincherarse para que no entre ahí cualquier cosa.
Te defines como autor que canta, ¿qué diferencia hay con cantautor?
Es un juego de palabras para evitar el cliché de cantautor, con todo lo que supone. Soy un autor que canta, efectivamente. Quería poner en evidencia que se pueden cantar tus canciones sin ser un cantautor tópico.
¿Qué es el éxito para Enric Montefusco?
Seguir haciendo lo que me sale del corazón y seguir ayudando a la gente que se acerque a mí. No aspiro a más. Y poder hacerlo, claro. No tener que volver a hacer trabajos como hice en su momento que me destruían por dentro.
Trabajabas en un banco al principio de empezar Standstill.
Sí. Estudié una carrera que odiaba, empecé a trabajar en un lugar que odiaba. Sé muy bien lo que es estar con el enemigo. Empezando por un enemigo que está dentro de mí, que de eso también habla el disco.
El primer concierto de Standstill que vi fue en septiembre de 1998 junto a los suecos Abhinanda. Eráis un grupo de chavales de mi edad, más o menos, con una energía impresionante. ¿Qué queríais transmitir entonces?
Era todo muy inconsciente, muy poco racional. Empaticé muy fuerte y me enganchó muy fuerte el hardcore porque me permitía sacar toda la rabia y la frustración que llevaba acumulada de la vida en mi barrio, lo que se suponía que tenía que hacer, lo que se esperaba de mí. Era todo muy alejado de lo que necesitaba. Eso me llenaba de rabia, como a mucha gente. Tener un grupo y hacer mis propias canciones me permitía liberar todo eso.
¿Cómo llegaste al hardcore?
En el colegio, la hermana de una amiga me dejó una cinta de Bad Religion y otra de Fugazi. Ahí empezó todo.
¿Hasta qué punto el acercamiento al hardcore de nuestra generación fue producto del éxito de Green Day?
No me disgustaba, pero no fue una influencia o un referente muy directo. Pero sí, la MTV era la ventana para ver que había otras cosas que podían pasar. Y pasó con Nirvana y con Green Day.
¿Qué supuso la experiencia de viajar y tocar fuera de casa siendo tan joven?
Fue una época irrepetible y maravillosa, una juventud conquistadora en su pura esencia. Ir a países, conocer a un montón de gente, recibir cariño de gente muy diversa. A nivel vivencial, conocer otras maneras de vivir, otros paisajes. En poco tiempo vivimos el equivalente a diez años en tu ciudad.
Y hacerlo, además, de aquella manera, todo autogestionado.
Sí, era el circuito punk, con lo que supone. En el circuito de Alemania y el norte de Europa nos llevaban muchos años de adelanto, era aprender que el punk no solo es hacer el punki, romper cosas. La gente se organizaba muy bien, era la contracultura real, en positivo. Fue una lección vital importante, ver que no solo estamos para destruir y quejarnos sino para buscar alternativas reales.
¿Hasta qué punto el hardcore en España fue un querer y no poder, un movimiento que se quedaba a medias y estaba atravesado por muchas contradicciones?
Se podría hablar mucho de esto, empezando porque nació a raíz del espejo que significa ver grupos en la tele, no nació espontáneamente en la calle como en los lugares originales. De entrada, eso ya supone contradicciones que te vas encontrando. Todo lo que acaba metido en ese marco puede llegar a ser incluso radicalmente opuesto. Los que formábamos parte de esto hemos acabado en sitios muy diferentes porque se podía acceder y se podía ver ese movimiento desde ángulos muy distintos, desde el más estético, el más moralista, el más artístico, el más ortodoxo, el más callejero… Había muchas maneras de entenderlo.
¿Qué fue lo más importante que aprendiste de ese entorno?
Claramente fue para mí la puerta de entrada a la música y a la creación. Me enseñó desde el minuto uno que todo esto de lo que hablan las canciones tiene que ver con valores, con nuestra sociedad, con defender una sociedad mejor en la que uno tiene que tomar partido y si no lo toma tiene también un valor. Era una perspectiva sana y útil, entender que nada es neutro y que, hagas lo que hagas, estás empujando para un lado u otro. Me dio un compromiso con mi trabajo que intento mantener a día de hoy.
¿Qué queda en el Enric Montefusco de 2023 de aquel joven involucrado en el hardcore?
Creo que es lo mismo. Siempre me lo he tomado de la misma manera. Obviamente, han cambiado las formas radicalmente y han cambiado los temas porque uno va creciendo y encuentra nuevas cosas de las que hablar o hacerlo a otro nivel, pero en el fondo quiero pensar que es lo mismo.
Es irónico pero muy posible que Standstill no nos hubiéramos podido profesionalizar si no hubiera existido el formato de festival, que nos permitió tocar en muchos sitios y en condiciones que no estaban tan mal. Pero a la vez eso era una tumba artística y en otros muchos sentidos
Como músico y oyente has vivido lo que era consumir música en los años 90 y lo que es hoy. ¿Cómo te ha afectado la transformación?
El paradigma ha ido cambiando. Con Standstill hubo cosas que nos hicieron mucho daño y otras que incluso sacamos provecho de esos cambios. Es irónico pero muy posible que Standstill no nos hubiéramos podido profesionalizar si no hubiera existido el formato de festival, que nos permitió tocar en muchos sitios y en condiciones que no estaban tan mal. Pero a la vez eso era una tumba artística y en otros muchos sentidos. Pasa lo mismo con la manera de escuchar. Por un lado, te puede escuchar muchísima más gente, pero por otro igual te escucha diez segundos y te quita. Cambian las reglas del juego y no se puede hacer mucho, intentar no perder el norte, no perder tu esencia y sacar el mayor provecho que puedas. En la medida en que Standstill precisamente no quiso participar profundamente en eso, no quiso cambiar su esencia para adaptarse a ese medio, acabó como acabó. No estábamos dispuestos a convertirnos en un grupo de festivales.
¿Dirías que lo que haces ahora responde más y mejor a ese ideal de autonomía que perseguía el hardcore?
Desde luego soy más libre, en este sentido sí. En parte, el salto de dejar el grupo y empezar en solitario responde a esa necesidad de no ser esclavo de nada.
Enseguida me di cuenta de que si queríamos encontrar un camino propio y que se escuchara nuestra voz realmente, y no nuestro estilo, eso pasaba por romper, destruir cualquier tipo de etiqueta
¿En qué momento te diste cuenta de que había que romper con el hardcore?
Muy pronto. En cuanto empezó a tener cierta repercusión y empezamos a salir en medios que no eran propios del hardcore y del punk, entendí enseguida que mucha gente nos conocía en tanto que grupo de hardcore y no por nuestra propuesta artística o lo que hubiera en juego en las letras o lo que se quisiera decir. Enseguida me di cuenta de que si queríamos encontrar un camino propio y que se escuchara nuestra voz realmente, y no nuestro estilo, eso pasaba por romper, destruir cualquier tipo de etiqueta. La primera fue el hardcore y luego vinieron otras.
¿Cómo fue salir de ese ambiente y encontraros con otros públicos?
Por un lado, fue muy gratificante ver que mucha gente se interesa por tu trabajo. Por otro, fue entrar de lleno en nuevas problemáticas relacionadas con todas las inercias horrorosas del pop y del rock, como la mitomanía, el rollo de la relación que alguna gente espera con el artista, en la que este está arriba y ellos abajo y se supone que tienes que tener una vida que no tienen. Gracias a nuestros orígenes lo rompimos de raíz. Pero fue una pelea sacarse todo eso de encima cuando estabas en festivales y había gente que buscaba ese tipo de relación.
¿Siempre pensaste en Standstill y en la música como una carrera de fondo o era un entretenimiento juvenil que se fue haciendo grande?
En principio lo hacía porque lo necesitaba, no sabía que se podía vivir de ello, no tenía ningún referente familiar ni cercano de ningún artista ni nadie que se hubiera podido dedicar a lo que le gustaba. Cuando empecé a trabajar con compañías de teatro entendí que sí, que se podía vivir de cosas alternativas, radicales, bonitas y puras y que había una manera, que había gente que lo hacía. Cambié de referentes y entendí que se trataba de hacer las cosas bien hechas, sabiendo que era un camino largo. Pero no respondía a un plan.
¿Standstill acabó siendo el vehículo de expresión de Enric Montefusco, a pesar de ser un grupo?
Con el tiempo creo que acabó siendo muy evidente que quien componía las canciones era básicamente yo y también quien se encargaba de la parte más logística y de gestión. Hubo un momento en que lo hablamos a nivel interno porque empezamos de una manera y acabamos de otra porque nos habíamos hecho mayores de por medio y habíamos tenido que enfrentarnos a la vida real. Ahí crecimos todos juntos, yo creo.
Un momento muy importante fue el cambio de idioma y dejar de cantar en inglés. Has cantado muy poco en catalán, ¿es una reacción contra el llamado rock catalá?
En parte es una consecuencia no muy premeditada pero sí es verdad que cuando quise pasar a un idioma que dominara y evitar esa inercia de cantar en inglés, esa impostura, me salté el catalán porque en ese momento no había referentes, no había nada que me interesara. Se había hecho tal abuso y una discriminación positiva tan mal hecha del rock catalán que todo sonaba horrible. Ahora ha cambiado, afortunadamente, pero entonces no quería saber nada del rock en catalán. Y es una pena, claro que es una pena.
¿Cómo llegaste al teatro, qué te interesó?
El teatro vino a mí. Me llamó el director Rodrigo García, que es un jefe de jefes, y me cambió muchas cosas, a nivel personal y artístico. Una de las consecuencias fue que tomé una perspectiva suficiente como para ver que mi puesta en escena rockera podía ser otra cosa, se podía enriquecer con otras cosas. Y llevé la idea bastante lejos, con Standstill y después. O lo intenté, vamos.