Música
Diez años de la muerte de Sergio Algora: memorias de un ‘die hard’ fan

Ese 10 de julio hacía una mañana fresquita, estupenda, y entré en un bar antes de iniciar la marcha. Cogí El País y pasando páginas llegué a un obituario titulado: Sergio Algora, músico y escritor.

Sergio Algora con el fan anónimo
Sergio Algora con el fan anónimo en la montaña rusa Moncayo. Javier Villuendas
9 jul 2018 06:00

Esto no empieza un 10 de julio de 2008 en Santiago de Compostela, cuando estoy desayunando en un bar diría que por la zona vieja. Porque viene de años, si no viene de siempre.

El día de antes, había llegado a la Plaza del Obradoiro maloliente y crecidillo tras realizar en bici varias etapas del Camino. El sol daba la brasa, y en la alegre plaza a mi amigo y a mí nadie nos hacía ni puñetero caso... Me hace gracia pensar que tal vez esperara una palmadita en la espalda ¡o un beso!

Veníamos pedaleando desde León, y la idea era continuar andando desde Santiago hasta Finisterre, the end of the tour, para disfrutar de un evocador atardecer frente al océano y quizá rascar una sensación de algo profundo y desconocido. Por una vez, el destino tenía los mismos planes. Aunque a su manera. Mi colega de viaje, en cambio, sí cambió de planes y decidió que se iba a sanfermines a disfrutar de un evocador calimocho. ¡Hasta siempre!

Y me quedé solo en tierras gallegas, excitado por la solitaria aventura que tenía por delante. Ese 10 de julio hacía una mañana fresquita, estupenda, y entré en un bar antes de iniciar la marcha. Cogí El País y pasando páginas llegué a un obituario titulado: Sergio Algora, músico y escritor. Aunque no se me cayera el cruasán al café, se me cayó el cruasán al café, y me quedé latiendo de una manera profunda y desconocida.

A Sergio Algora se le conoce, sobre todo, porque fue el cantante de El Niño Gusano y de La Costa Brava. Además, fue poeta, empresario de la noche y del día con su bar Bacharach y su tienda de discos, escritor de retorcidos relatos, dependiente en la Fnac, agitador cultural y de cócteles, propietario de un restaurante en el centro y rehabilitador de toxicómanos (estas dos últimas son trola, pero así lo refieren sus poemarios). Un duende, un ilusionista que vino a alegrarnos el mundo y un ser mitológico porque casi todo el censo en Zaragoza ha vivido entrañables anécdotas a su lado. Como leí una vez, era el mejor amigo de todo el mundo.

Este artículo, básicamente, es un homenaje raro para recordarle y para reírnos del fenómeno fan a través de mí mismo. Porque todo el mundo tiene anécdotas con él, ¡pero yo tengo anécdotas hasta sin él! Imaginen lo importante que es este hombre.

Mi primer recuerdo de Sergio Algora es anterior a saber quién era Sergio Algora. Yo tendría 15 años y me gustaba el nu-metal, un must en las torturas en Guantánamo. En esa época Algora trabajaba en la sección de música de la Fnac y, maravillas de la edad, le tenía fichado como popero a odiar: esas patillas, esos pines, ese chalequito (obligatorio en su trabajo),...

“Perdona, ¿tienes el primero de Mudvayne?”.
“¿Cómo?”.
“Mudvayne. M-u-d...”.
“Voy a ver”.

Y pensé: “Este maricón no tiene ni idea de música”.

Lo recuerdo perfectamente porque el primer y único encuentro con mi ídolo fue ese deplorable arranque homófobo. Él lidió con mi altivez adolescente con tranquilidad y simpatía. Años después de su muerte, compré en la Fnac un par de poemarios suyos y hablé con unas dependientas veteranas y maduras que habían trabajado con él. “¡Hombre, Sergio!”. Les pregunté qué tal era como compañero y me dijeron que muy majo. Parecían supercontentas de que comprara sus libros. Para que os hagáis una idea, la cajera que me cobró avisó a la otra que estaba lejos para que viera lo que me llevaba. “¡Hombre, Sergio!”. 

La palabra fan no me mola demasiado, porque suena pija, aunque las alternativas tampoco me convencen. ¿Hincha? Demasiado lo-lo-lo-lo. ¿Seguidor? Fría. ¿Admirador? Cursi. ¿Fanático? Nein. ¿Aficionado? Aburrida. ¿Forofo? ¿Entusiasta? ¿Devoto?... “Soy un incondicional de Natalia Verbeke, Vicente del Bosque y Gwen Stacy”. Ojalá amar sin condiciones, pero tu amor incondicional te convierte en preso de tus palabras: ¿y si Vicente del Bosque le escupe a tu madre? Bromas aparte, ahora está de moda lo de decirse fan de loquesea. Ejemplos cogidos en un minuto en Twitter: 

Muy fan de la mueca final de ese video -------- (No hay mueca)
Muy fan de la Iglesia como fenómeno social
Muy fan de ver a mis amigas felices
Muy fan de los kilómetros de playa de Bosnia y Croacia

Con esta disertación pretendo explicar mi inconsistencia en el caso algoriano. Porque soy muy fan, o sea adepto, devoto, forofo, admirador y loquequieras de Sergio Algora. Con él, hago la excepción. Porque ese sentimiento exagerado es real. Me gusta todo lo que hace y dice, e incluso en sus letras menos inspiradas soy capaz de encontrar algo guay. Es una microenajenación, lo sé. Y no transitoria.



A lo largo de mi vida de fan, he hecho cosas de lo más diversas, típicas y FANtasiosas. Aquí caen en retahíla:

— Presidiendo la mesilla de noche en mi cuarto de Zaragoza, y hasta que la arrancaron mis padres en mi ausencia, tuve una foto de periódico con su cara grandota y este pie: “Si pudiera elegir, me quitaría la piel para estar desnudo. Yo no sé contar lo que pasa en la realidad”. Actualmente, tengo una pequeña postal en blanco y negro al lado de una pizarra en la que apunto cosas y parece que Algora imparte la lección en calidad de “le professeur”.

— Que sepa, he ido a todos los conciertos donde tocaran sus canciones menos a uno. A él en directo solo le vi una vez, teloneando con La Costa Brava a Josh Rouse. Luego se mezcló solitario entre el público a ver al cabeza de cartel y se puso a mi lado. Se le veía atento. No le dije nada. Recuerdo que era un jueves, y cuando acabó me fui al Zurracapote con Pablo y Luis. Por otro lado, estuve en el primer concierto tras su muerte, que debían tener ya programado La Costa Brava sin intuir que era el de su fin. Fue en la Expo 2008, y trajeron invitados para celebrar a Algora. Tras terminar el Camino en Finisterre, me puse a currar de camarero en una terraza en la propia Expo. Y me escaqueé a verles, por supuesto. Fue histórico. Y muy emotivo. Años después en otro concierto homenaje esta vez en la López, les pagué las entradas a los dubitativos Alberto y Jacobo para que no hicieran el gilipollas y se lo perdieran.

— Para el libreto del disco de homenaje, Algora campeón, se pidió a los fans que mandaran todas las fotos que tuvieran de él. Ojeándolo, me di cuenta que salía en varias fotos con una chaquetilla que yo también tenía, además de toda la vida y que me había comprado mi madre en El Corte Inglés. En ella pone: “SHAM ROCKS”. Cogí unas tijeras y quité la H y la M para formar S A ROCKS. Es decir: Sergio Algora ROCKS.

— Gracias a la colaboración con mi socio Maci, diseñamos una camiseta con su cara con una serigrafía estilo la del Che Guevara y en la que se lee “Pon tu mente al sol”, título de una de sus canciones emblema. Valoré hasta emprender y motar un puestecillo por los festivales, silueteando también otras enormes cabezas como la de J, el de Los Planetas, con “Santos que yo te pinte” y otros artistas que me gustaran. Vestirla tiene un punto incómodo porque me siento Paulo Coelho dando un briconsejo existencial.

La camiseta con la frase “por tu mente al sol”
La camiseta con la frase “por tu mente al sol”. Javier Villuendas

Las cosas que yo he puesto son chorreces, pero lo relevante es la manera más detallada de recordarlas, algo significativo en sí mismo. Aunque sean recuerdos distorsionados, es una distorsión concretada. Este experimento lo he querido escribir únicamente con mis recuerdos. Eso es ser fan, vivir cosas “acompañado” de tus ídolos y acordarte bien.

Han pasado diez años desde que leí ese obituario. Estaba en tierras lejanas, en el mismísimo Fin de la Tierra, y ahora estoy más lejos todavía. Y, con todo, sigo siendo el mismo, no sé si para bien o para mal. Lo guay es que Algora es inmortal.


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