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Música
Antropoloops: 200 años de músicas mediterráneas en una hora
En el disco Mix Nostrum, Antropoloops combina más de cien fragmentos de músicas tradicionales mediterráneas para decir que el arte siempre es fruto de la mezcla, que no existe la música auténtica y que es necesario replantear el registro desde Occidente de las denominadas ‘otras’ culturas.
Es un lugar común decir que nadie ha cantado al mar Mediterráneo como Joan Manuel Serrat, pero los lugares comunes contienen tantas dosis de verdad que conviene no subestimarlos. Cansado de las patrias putas, las banderas sucias, los reinos de mierda y la sangre azul —como cantaría años después otro ilustre trovador catalán apellidado igual que el mayor prosista de la literatura catalana contemporánea—, en 1971 el noi de Poble Sec se sacó de la manga un disco extraordinario, un manifiesto sobre la libertad individual y colectiva escrito mirando al mar y a su propia persona, que un año después Vázquez Montalbán calificó en las páginas de Mundo Joven como una “declaración vital”.
Mediterráneo, el disco, no sonó en la radio ni en la televisión pública en España, puesto que Serrat había sido vetado durante cinco años tras su renuncia a participar en el festival de Eurovisión en 1968 porque le impidieron hacerlo en catalán. Un episodio escandaloso nunca aclarado del todo que, además de la censura en los medios públicos, le reportó escenas tan grotescas como ver arder hogueras con sus discos en mitad de la calle.
En 1970 Serrat se ausentó, viajó durante cinco meses por América Latina y, seguramente, de allí también se trajo algunas ideas que darían forma a su disco más universal, un superventas e hito de la cultura popular pese al veto.
En 2019, casi medio siglo después de su publicación, Mediterráneo fue objeto de un homenaje en el que voces como las de Josele Santiago, Silvia Pérez Cruz, Andrés Calamaro o Jorge Drexler hacen suyas las canciones de Serrat. Ampliando el foco, en noviembre llegó el disco que recoge la historia musical de los pueblos del Mediterráneo durante los últimos 200 años: Mix Nostrum, un ambicioso trabajo firmado por Antropoloops, el proyecto artístico que combina remezcla musical y visualización de datos que desarrollan Rubén Alonso (Barcelona, 1973) y Esperanza Moreno (Sevilla, 1976) desde 2012.
Las seis piezas de Mix Nostrum están compuestas con fragmentos de 108 grabaciones de música tradicional en torno a las culturas mediterráneas. En esas seis canciones se escuchan polifonías vocales de Albania, lamentos kurdos, jaranas de madrugada en Sevilla, música clásica argelina, nanas corsas, romances judíos en Marruecos, irrintzis navarros, canciones de amor en tarifit rifeño y hasta grabaciones de silbidos de delfines en pleno mar abierto.
El disco gira sobre el concepto de que la riqueza musical de las culturas mediterráneas no se puede entender si no es como el fruto de migraciones, diásporas e intercambios. “Lo único y extraordinario surge siempre de la mezcla”, se lee en el jugoso texto que acompaña al cd.
En “Mediterráneo”, la canción, Serrat recordaba el llanto eterno que han vertido en ese mar cien pueblos de Algeciras a Estambul. En octubre, el Proyecto Migrantes Desaparecidos de la Organización Internacional para las Migraciones, que recoge estadísticas de fallecidos en distintas rutas migratorias del planeta desde 2014, estimó que las personas muertas en el Mediterráneo mientras intentaban cruzarlo durante los nueve primeros meses de 2019 fueron 1.041, y más de 15.000 en los últimos seis años. “No sé si ha habido otro momento histórico tan caracterizado por la dureza de las fronteras. Hoy es un buen retrato del drama que supone ese espacio”, dice a El Salto Alonso, encargado de la música, los collages y los textos en Antropoloops.
El 4 de diciembre, el periodista Nando Cruz publicó un tuit en el que decía que Mix Nostrum es el disco que mejor define la segunda década del siglo XXI, “en la que los flujos migratorios se criminalizaron como nunca. Un disco sobre esa fronterautopista de mil culturas, anhelos y muertes que es el Mediterráneo”.
Tanto buscar el EL DISCO DE LA DÉCADA...
— Nando Cruz (@nandocruz32) 4 de diciembre de 2019
In my opinion, este será el que mejor la defina.
Una década en que los flujos migratorios se criminalizaron como nunca.
Un disco sobre esa fronterautopista de mil culturas, anhelos y muertes que es el Mediterráneo.https://t.co/pgctaNOlsx
Bailando sobre un mapa
Mix Nostrum se puede considerar la primera obra completa de Antropoloops, tras haber lanzado un par de mixtapes en 2013 y 2014 utilizando multitud de fragmentos de músicas tradicionales de todo el mundo mezcladas con ritmos electrónicos. En 2017 salió Lik, un ep de 16 minutos que ya centraba el trabajo en una zona geográfica, como hace este disco dedicado al Mediterráneo. Una parte fundamental en las presentaciones en directo de Antropoloops son las visualizaciones de mapas y datos que desarrolla Esperanza Moreno.
“Me veo más como un mediador que como un creador, aunque sí hay una parte de creación”, resume Alonso sobre su papel. Las fuentes musicales empleadas en Mix Nostrum proceden de archivos como la Fundación de Alan Lomax, el Centre de Recherche en Ethnomusicologie (Centro de Investigaciones en Etnomusicología, de la Universidad de París Nanterre) y la Fundación de Joaquín Díaz, así como de muchos blogs de coleccionistas que comparten sus vinilos de músicas tradicionales en internet. Alonso asegura que el proceso de creación de las piezas es como un juego en el que trata esos archivos como sonidos, músicas para dar forma a las canciones. Una vez están montadas es cuando surgen las conexiones, cuando busca la información y Moreno prepara los visuales.
De algún modo, Antropoloops conecta con un movimiento de revitalización del folclore que se registra en la música pop actual desde hace una década. Nombres como los de Chancha Vía Circuito, Dengue Dengue Dengue, Baiuca, Le Parody o Poison Arrow, en la versión más electrónica; o los de Ajuar, Los Hermanos Cubero, Orthodox, Maria Arnal i Marcel Bagés, Lorena Álvarez o Las Buenas Noches —un grupo con aires psicodélicos ahora en barbecho en el que también participa Alonso—, tirando más de guitarra, comparten algunas coordenadas a la hora de crear música. “Quizá es global pero en España se da con unos condicionantes especiales, por las características históricas nuestras”, apunta Alonso, quien también relaciona esta tendencia con la posibilidad de “acceder a través de la web a una riqueza musical, archivos, blogs... Hay una especie de nuevo humanismo global en la red con la música”.
Para Mix Nostrum, Alonso ha tenido en cuenta que el resultado final se pueda bailar y también ha mezclado la música con un texto inspirado en el guión de Chris Marker para su película La Jetée, puesto que en el disco ha querido expresar las ideas que le han sugerido las lecturas de la musicóloga Susan Campos o de Valdimar Tr. Hafstein, un folclorista islandés que descubrió en el documental El vuelo del cóndor. Con toda esa teoría en la cabeza —y el material fonográfico— ha desarrollado un trabajo que critica la idea de origen, de autenticidad: “Los relatos de la patrimonialización de las culturas se basan en la búsqueda de un origen para justificar las esencias, algo muy occidental, y ese tipo de actitudes suponen riesgos. Esos relatos son falsos porque no existe un origen para las expresiones culturales. Todo es fruto de un cambio previo y nunca se llega a ese origen, básicamente porque no existe, es un invento occidental”, explica a El Salto.
En este disco, Antropoloops también incorpora una reflexión autocrítica sobre el uso de las fuentes y las propias contradicciones que rodean lo que los dos hacen. Un nudo interesantísimo que Alonso empieza a desatar diciendo que sin ese ecosistema de gente que da acceso a sus colecciones de música, ese coleccionismo distribuido, Antropoloops no existiría. Pero también apunta que “esas grabaciones de archivo suelen ser realizadas en determinado momento histórico por gente occidental vinculada a la academia o centralizadas en proyectos con dimensión humanista, como la radio pública francesa o todo el mundo antropológico etnomusicólogo”. Considera que, en general, se trata documentaciones de músicas tradicionales del mundo hechas desde Occidente. “Y esto hay que ponerlo sobre la mesa, no es suficiente solo con entenderlo de ese modo idílico por el cual esto es una lectura neutra humanista de la música que hay en el mundo y que a través de internet todos podemos acceder a ella de manera libre”.
Abundando en la observación, Alonso añade un argumento para cuestionar la finalidad y el uso de esos registros musicales de las culturas del ‘otro’, tal como se han venido realizando. “Desde la cultura libre se dice que son grabaciones que deberían ser de dominio público —y se puede justificar porque muchas veces son estudios hechos desde la academia con dinero público— y estar accesibles para todo el mundo para usarlo como se quiera. Es una posición legítima”, opina el 50% de Antropoloops, que aporta también las contraindicaciones: “En muchas ocasiones se trata de grabaciones de músicas rituales de determinadas culturas, con un uso completamente diferente, que no se han realizado en un contexto de igualdad entre esas sociedades diferentes. Y eso es cuestionable. En la medicina se ve mucho más claro, cuando se piensa cómo Occidente se ha aprovechado de ese conocimiento tradicional oral de determinados pueblos y lo ha privatizado y convertido en un recurso cerrado”.
Pero seguir esa senda de análisis, de desentrañar las capas de colonialismo, relaciones y sucesos que tiene detrás cualquier grabación de campo de música tradicional, llevaría a tesis y libros, y Antropoloops no deja de ser una iniciativa musical. “El reto estaría —señala Alonso— en saber cómo ser capaces de profundizar en eso sin que el proyecto pivote hacia la parte documental o más etnomusicológica, que no me interesa ni me veo capacitado para ello. El placer fundamental de Antropoloops es poner en relación cosas”.
¿Una tradición rebelde?
En junio de 2019 el escritor Fruela Fernández (Langreo, 1982) publicó Una tradición rebelde (La Vorágine), un librito que, bajo el subtítulo “Políticas de la cultura comunitaria”, recoge observaciones personales del autor en torno a los conceptos de ritualidad y vanguardia, entre la estética y la acción. Sus apuntes, también referidos a la música, emparentan con lo que suena en Mix Nostrum, un disco que Fernández califica como muy cuidado y del que destaca temas “excelentes” como “La forja del tempo”. Pero la escucha le provoca contradicciones, reconoce a El Salto: “Es interesante cómo replantea la autenticidad, que es uno de esos conceptos peligrosos que siempre aparecen cuando hablamos de música tradicional”. También le ha dejado un poso melancólico, asegura. “Representa una de las paradojas de nuestro tiempo: nuestros archivos culturales aumentan mientras las culturas que los generaron desaparecen”.
Fernández considera que, en su origen, la mayoría de las fuentes de las que bebe Antropoloops eran mucho más que canciones: “Eran formas de socialización, de protección psíquica, de confianza colectiva. Es decir, formaban parte de la vida de una comunidad en un lugar concreto. Al ensamblarlas en estas canciones y en este discurso, que reivindica una especie de humanidad abstracta y sin territorios, creo que se pierde la oportunidad de reclamar o de retomar ese impulso comunitario que tenían”.
En Una tradición rebelde, Fernández afirma que “en un mundo dominado por la ideología de la innovación, lo tradicional parece asociarse de manera exclusiva con la cerrazón y el atraso, términos que revelan una concepción capitalista de la historia, donde lo que interesa son mercados abiertos y entregados al progreso”. Él opina que la cultura tradicional ofrece un repertorio de herramientas para “recordar quiénes somos y qué podemos ser”, y concluye que “solo a partir del reconocimiento de nuestra sensación de pertenencia a algo más amplio podemos construir un común que oponer por igual a las erosiones del capitalismo y a las identidades excluyentes de la ultraderecha”.
Rubén Alonso coincide con ese análisis pero añade que hay un factor de riesgo en ese “rechazo de lo contemporáneo”: buscar de una manera “demasiado idealizada” lo patrimonial, lo comunitario, porque, en su opinión, ese proceso de idealización “que se ha producido —y se sigue produciendo con todo este retorno a lo rural, por ejemplo—, incluye ingredientes que confunden”.
En el libro, Fernández deja otra reflexión pertinente acerca de que la recuperación de ciertas formas, recursos y estructuras propias del folclore puede derivar en una parodia involuntaria, “la de quien pretende regresar a un estado previo que es doblemente imposible: por la incapacidad del retroceso y por el hecho de que ese estado previo nunca ha existido”.