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Música
Jimi Hendrix, el chico que hacía vudú con la guitarra
Medio siglo después de su prematura muerte, Jimi Hendrix es más venerado que escuchado en un mundo del espectáculo bien distinto al que conoció. Su incendiaria manera de tocar la guitarra legó algunos de los mejores momentos de la historia del rock y su música grabó a fuego el resumen de una época.
A las 12:45 del 18 de septiembre de 1970 se certificó legalmente la defunción de James Marshall Hendrix. Aún sin aclarar del todo sus causas —la investigación oficial concluyó que fue por inhalación de vómitos debida a una intoxicación con barbitúricos, otras tesis apuntaron al suicidio o incluso a la participación de la CIA—, el fallecimiento de Jimi Hendrix clausuró simbólicamente la década del verano del amor, esa en la que la música psicodélica, la revolución sexual, la alteración de la conciencia mediante sustancias, la lucha contra el racismo y la oposición a la guerra se hicieron prácticas dominantes entre la juventud en Estados Unidos y, por reflejo, en el resto del mundo occidental. Al otro lado del Atlántico, el mayo del 68 parisino y sus réplicas —también con ecos en México— amplificaron el terremoto que sacudió en ese tiempo el orden cultural establecido.
El extraordinario guitarrista nacido en 1942 en Seattle vivió tres fulgurantes años de explosión en los que su banda, la Jimi Hendrix Experience, pasó de tocar en tugurios de mala muerte a hacerse con el cetro mundial de la música, abriendo nuevas posibilidades para la guitarra eléctrica y encontrando hallazgos aún hoy sorprendentes. En la segunda mitad de los años 60, la fantasía de Hendrix, la excentricidad de Frank Zappa y los aullidos de Iggy Pop al frente de los Stooges desfiguraron el rock y lo sacaron de su quicio.
Hendrix se convirtió en icono de la época el 18 de agosto de 1969, en el concierto que cerró los cuatro días del Festival de Música y Arte de Woodstock. Fue un lunes, en horario de mañana y ante los restos que aún aguantaban tras más de 70 horas de fiesta en una cita musical multitudinaria calificada como histórica, cuando el guitarrista zurdo interpretó el himno de EE UU, “The Star-Spangled Banner”. Un gesto que suscitó múltiples lecturas. “Por raro que parezca, solo quedaban 15.000 personas cuando tocamos. Insistí en tocar con luz solar, lo que implicaba esperar hasta el cuarto día, y para entonces la mayoría de los chavales ya se habían abierto. No sé a qué vino todo ese lío con el himno nacional. Soy estadounidense, por eso lo toqué. Me obligaron a tocarlo en el colegio, así que fue como un flashback y ya. Solo lo toqué. A mí me pareció precioso, pero luego, bueno, ya ves…”, reconocía el guitarrista en Empezar de cero (Sexto Piso, 2013), una suerte de autobiografía elaborada por el cineasta Peter Neal a partir de declaraciones de Hendrix, concebida como la base para el guión de un documental sobre el músico.
Al Aronowitz, crítico de música pop del New York Post, lo describió como “el momento más electrizante de Woodstock y, seguramente, el momento destacado más importante de la década de los años 60. Finalmente, se oía de qué iba la canción: de que puedes amar a tu país, pero detestar al Gobierno”, según recoge Charles R. Cross en Jimi Hendrix. La biografía (Ediciones Robinbook, 2007).
“Es muy difícil que una revolución musical coincida íntimamente con una revolución social como la que vivió Hendrix, a pesar de que él fuera, en términos políticos, relativamente conservador”, opina el periodista musical Diego A. Manrique
“Es muy difícil que una revolución musical coincida íntimamente con una revolución social como la que vivió Hendrix, a pesar de que él fuera, en términos políticos, relativamente conservador”, opina el periodista musical Diego A. Manrique, para quien el guitarrista mulato se convirtió en “una fusión casi biónica de hombre y máquina”, destacando la excepcionalidad de la época y del músico y lo irrepetible de su trayectoria.
Woodstock supuso, además, el debut de la nueva banda de Hendrix, una vez disuelta la Experience por agotamiento personal y creativo. El guitarrista tenía nuevas ideas, quería ampliar sus horizontes y no repetirse, pero no dispuso de tiempo para desarrollar esas intenciones. Su muerte es una de las que se incluyen en el Club de los 27, ese grupo de músicos como Brian Jones, Janis Joplin, Jim Morrison, Kurt Cobain o Amy Winehouse a quienes les llegó su hora antes de cumplir los 28 años.
Una banda de gitanos
Con Noel Redding al bajo y Mitch Mitchell como batería, Hendrix grabó los tres discos de la Experience. Los dos primeros —Are you experienced? y Axis: bold as love— salieron a la venta en 1967, el mismo año que el Sgt. Peppers de los Beatles, mientras Electric Ladyland, un trabajo descomunal, se publicó en 1968. Se trata de música mestiza, imaginativa, que desborda los límites de lo posible en el rock y lo lleva a otras latitudes. Hendrix rompió los moldes y generó un nuevo canon en la música popular, como hicieron Kraftwerk, Bob Marley o Camarón. En sus canciones, el guitarrista ataca el mástil con pasión y ferocidad, hasta con los dientes, juega a placer con el efecto wah-wah y muestra una técnica muy personal que le llevó incluso a prender fuego al instrumento en varias ocasiones.
Su atrevimiento inspiró a creadores negros coetáneos de la talla de Miles Davis, Sly & the Family Stone o la tropa de Funkadelic/Parliament liderada por George Clinton, y marcó el camino para innumerables músicos, entre los que cabe destacar a Prince, Living Colour, Lenny Kravitz, OutKast, Omar Rodríguez-López, Eric Gales o Gary Clark Jr. “Nuestra música es como esa lata de golosinas de ahí. Está todo mezclado. Es una mezcla de rock, blues y jazz, una música que se está desarrollando, que se está creando, una música del futuro. Si hay que ponerle un nombre, me gustaría que fuese ‘Sensaciones libres’. Es una mezcla de música rock, freak out, blues y rave. Mi sonido rock-blues-funky-freaky”, explica Hendrix en Empezar de cero.
Manrique considera que el primer álbum “no sonaba tan, tan diferente de otros discos que salían en aquella época, con la revolución en los estudios de grabación y el amanecer de la psicodelia. Lo que no sabíamos, ya que tardamos años en ver filmaciones suyas, era su entrega sobre el escenario, su dominio sobre el instrumento y los pedales, su carisma animal…”. Este veterano plumilla recuerda también que la música de Jimi Hendrix Experience llegó a España “con el retraso habitual de las discográficas españolas, que tenían que pasar censura y fabricar en el país”.
El concierto de Woodstock abría una nueva etapa para Hendrix, desligado de su banda y de Chas Chandler, bajista de The Animals y figura fundamental en la carrera del guitarrista, ya que le llevó a Londres en 1966, buscó a los músicos para formar la Experience y ejerció de mánager y productor de los dos primeros discos. Pero durante la creación de Electric Ladyland las cosas se torcieron entre ellos: Hendrix quería mayor control sobre su arte y maduraba la idea de construir un gran estudio de grabación propio.
En la noche de fin de año de 1969, Hendrix estrenó otro grupo, de nuevo en formato trío, ahora con Buddy Miles a la batería y Billy Cox, a quien había conocido en el ejército y con quien emprendió las primeras aventuras profesionales en la música, en el bajo. Dieron cuatro conciertos bajo el nombre The Band of Gypsys entre el 31 de diciembre y el 1 de enero, cuya grabación —publicada para cumplir compromisos contractuales— resulta el legado de este efímero intento de Hendrix.
“La primera vez que le escuché fue en el coche de un amigo, José García Trespando, que murió el pobrecito, un Mini 1000. En un radio casete. Me habían hablado de Jimi Hendrix pero no lo había escuchado. Puse esa cinta y salió ‘Red house’ y me dejó flipado”, asegura Raimundo Amador en conversación con El Salto.
El guitarrista criado en Las Tres Mil Viviendas de Sevilla empezó pronto a tocar por las calles. Cuando era un chaval formó Veneno con su hermano Rafael y Kiko Veneno, y con 20 años grabó junto a Tomatito las guitarras flamencas de La leyenda del tiempo de Camarón. Después vino Pata Negra, de nuevo en compañía de su hermano, donde exploró los cruces de caminos entre el blues y el flamenco, con notable éxito. Una trayectoria intrépida que da pie a hablar de Raimundo Amador como el Hendrix de los gitanos, aunque él lo rehúse: “Eso lo tenéis que decir ustedes, yo no soy quién para decirlo. A mí no me gusta ponerme etiquetas. A mí Hendrix me ha influenciado bastante, me ha cambiado la vida”. Para explicar esa transformación, tira de metáfora. O quizá no lo sea: “Mira, yo antes de escuchar a Jimi Hendrix iba a la peluquería, me lavaban la cabeza, me echaban tres kilos de laca y me ponían la cabeza como el casco de un romano, como el Cristo de la Macarena. Pero después le escuché y ya no iba a la peluquería, metía los dedos en los enchufes, me puse así los pelos… ¿Me entiendes? Me cambió la vida totalmente”.
“Yo empezaba a tontear, pero el Jimi me cambió la vida. Con él me pasa como con Camarón: como Jimi no saldrá otro nunca, todo el mundo lo imita y el que no lo imita es porque no puede”, dice Raimundo Amador
En su carrera posterior a Pata Negra, el dueño de la guitarra Gerundina también ha trabajado de cerca con B.B. King, titán del blues y uno de los héroes musicales de Hendrix. Pero en el principio siempre estuvo el de Seattle, de quien destaca que tenía “mucha técnica pero era más corazón”. Amador recuerda que, de no haberle escuchado, seguramente no habría tocado la eléctrica. “Yo empezaba a tontear, pero el Jimi me cambió la vida. Con él me pasa como con Camarón: como Jimi no saldrá otro nunca, todo el mundo lo imita y el que no lo imita es porque no puede. Jimi Hendrix era un heavy pero a la vez era muy jazzero. El batería Mitch Mitchell era de jazz, muy cañero, pero tenía una finura… Después, con Buddy Miles, que yo hice una gira con él, era más groove, más de funk”.
Raimundo está preparando nuevo material, en el que incluirá un par de versiones de Hendrix. Lo que más le gusta es el disco de The Band of Gypsys —“aunque se le desafina mucho la guitarra, pero da igual”— del que tiene una copia firmada por el batería. “Electric Ladyland es buenísimo también, yo he mamado todo eso tela”, afirma antes de lanzarse a comentar otras cuestiones acerca del guitarrista: “Lo mejor de Hendrix es su flipe y su locura, porque si no, no podría haber tocado así. Y la fatiga que pasó. Él hablaba mucho de los gitanos, tenía mucha mezcla de cheroqui, gitano, era una mezcla explosiva. Hizo lo que se le pasaba por la cabeza, tenía bastante locura dentro el chaval. Y lo pasaba mal. Yo he leído cosas de él, libros, de su rollo, de su madre. Sufrió mucho. Y cuando se hizo famoso también sufrió mucho, estaba flipado y deprimido. Y con esa depresión daba mucha caña y soltaba mucha caña”.
En el verano de Woodstock, Jimi Hendrix era el músico de rock mejor pagado del mundo. En la gira por Estados Unidos esa primavera de 1969, interrumpida por algunos episodios de violencia multitudinaria, la Experience dio 29 conciertos para un total de 350.000 personas, con ingresos superiores a 1,3 millones de dólares. En el celebrado en junio en el Madison Square Garden de Nueva York, Hendrix ganó 14.000 dólares por minuto. Tres años antes, sus actuaciones en el Café Wha? en la misma ciudad le reportaban 10 dólares cada noche, según se lee en la biografía de Charles R. Cross.
Pero el músico, como apunta Raimundo Amador, no era feliz. Sus propias palabras en Empezar de cero lo corroboran: “Desde que alcancé el éxito, todo ha ocurrido muy deprisa. Este negocio del pop es mucho más duro de lo que la gente piensa. Te destroza los nervios y te embota la mente. Los que cavan zanjas para ganarse la vida no saben la suerte que tienen. Estamos bajo presión constante y la jornada laboral a menudo es de 24 horas. Cada bolo se lleva un pedazo de ti”. Desde lo más alto, Hendrix era consciente de lo frágil de su posición: “Hemos trabajado sin descanso durante unos tres años. No puedo evitar pensar en el coste físico y emocional. Vas a algún sitio, la actuación va un poco peor de lo que debería y te dicen que estás decayendo. Pero es la presión. Es la presión de la obligación moral de continuar hasta cuando sientes que no eres capaz de sacar adelante ni una actuación más”.
Una habitación llena de espejos
Tras quince meses enrolado en el ejército, un veinteañero Jimi Hendrix circula de manera itinerante por el sur del país con la guitarra al hombro, base en Nashville y alguna temporada en casa de su abuela en Vancouver (Canadá). Junto a su socio Billy Cox, compañero en la formación militar, vive al día, sin red y apenas sin ingresos, entregado a tocar de manera obsesiva. Forman el grupo King Kasuals y rulan por el circuito de bares para afrodescendientes en la América profunda, donde negros y blancos aún no podían compartir espacios públicos. En estos años, Hendrix también se gana la soldada ejerciendo de músico de acompañamiento en conciertos de cantantes de soul como Carla Thomas, Otis Redding, Solomon Burke o Bobby Womack.
Agobiado por la estrechez de esa rutina, decide volar a Nueva York, donde conoce a Bob Dylan, quien se convierte en uno de sus referentes; toca contratado por Wilson Pickett, los Isley Brothers y Little Richard; patea de arriba a abajo Harlem y el Greenwich Village, sus cafés y garitos, hasta encontrarse con Chas Chandler y la propuesta de cruzar el charco. El 24 de septiembre de 1966 aterriza en Londres, donde topa con una rígida normativa sobre inmigración que le encierra en un círculo vicioso que, paradójicamente, sirve de acicate para su carrera, como cuenta en el libro de Peter Neal: “No podía trabajar mucho porque no tenía permiso de trabajo. Si quería quedarme en Inglaterra, tenía que conseguir suficientes trabajos para que me dieran un permiso de larga duración. Así que lo que teníamos que hacer era conseguir muchos bolos. Chas tiene muchos números de teléfono. Me ayudó a conseguir un bajista y un baterista para formar The Jimi Hendrix Experience. Fue muy difícil dar con los músicos adecuados, gente que sentía lo mismo que yo”. Lo hizo y en la capital británica se iniciaron los tres años de combustión que le llevaron al escenario de Woodstock. Pero fue en la ciudad de la música donde todo comenzó para Hendrix. “En Nashville todo el mundo sabe tocar la guitarra. Vas paseando por la calle y la gente está sentada en el porche tocando la guitarra. Ahí es donde aprendí a tocar, en serio”, asegura en el libro.
En la capital de Tennessee vivió a principios de los años 70 el guitarrista Javier Vargas, líder de una banda de blues de extenso recorrido que lleva su nombre. Por entonces, la huella de Hendrix en la ciudad seguía fresca, según recuerda: “En todas las jukebox estaba su música, las bandas tocaban ‘Purple haze’ o ‘Foxy lady’, estaba muy presente. Una mañana, después de haber pasado toda la noche grabando en el estudio, el productor me llevó a desayunar a un bar y me presentó a Billy Cox, el bajista de Band of Gypsys”. En 1974 estuvo a punto de grabar allí con Noel Redding y Mitch Mitchell, pero al final no pudo ser.
“Su primer disco marcó las pautas en la música y en la guitarra, ha dejado un sendero para transitar no solamente para los músicos de rock o blues sino para músicos de pop, de jazz, de vanguardia. Sentó las bases de la música de nuestro tiempo”, opina el guitarrista Javier Vargas
Vargas otorga a Hendrix el rol de “pionero absoluto” y cree que convirtió el rock en algo completamente diferente a lo que se hacía previamente. “Era único”, resume, antes de enumerar las virtudes del músico: “El uso de los amplificadores, los efectos de la guitarra, cómo manejaba la Stratocaster. Era algo absolutamente novedoso. Su primer disco marcó las pautas en la música y en la guitarra, ha dejado un sendero para transitar no solamente para los músicos de rock o blues sino para músicos de pop, de jazz, de vanguardia. Sentó las bases de la música de nuestro tiempo”. De hecho, él sitúa a Hendrix a la altura de Mozart o Beethoven y hace una reflexión enjundiosa: “Cuando hayan pasado 40 generaciones se seguirá hablando de él. Que ahora mismo la moda vaya por otro sendero y que los medios de comunicación pongan basura no significa que tú no puedas escuchar cosas mejores o más interesantes. Las modas pasan, lo que no pasa son las cosas genuinas, auténticas, que han dejado huella tan profunda en la música y en la vida”.
Paseando por los valles de Neptuno
El impacto de Hendrix sobre la música que se hace en la actualidad parece haberse diluido, como si se tratara de una obra enclaustrada en el almacén de un museo. La guitarrista Susan Santos, autora e intérprete de rocanrol ejecutado con conocimiento de causa, apunta que es un músico imprescindible en la academia, pero no tanto fuera de ella: “Ahora que se lleva la música un poco efímera, está claro que es más difícil que ese tipo de figuras como Hendrix sean tenidas en cuenta por las nuevas generaciones. Pero sí lo son por músicos o adolescentes que están aprendiendo a tocar algún instrumento. Seguro que van a recurrir a Hendrix, al igual que van a recurrir a otros grandes artistas que van a tener que escuchar porque son pilares de la música. Pero si no te interesa la música ni tocar un instrumento, la inmensa mayoría va a tirar de otras músicas más comerciales”.
La valoración de la música de Hendrix no fue siempre unánime ni positiva. Al principio recibió críticas que la tachaban de vulgar, algo que el guitarrista no alcanzaba a comprender y que refutaba en las páginas de Empezar de cero: “Quizá sea sexy, pero ¿qué música con mucho pulso no lo es? La música es una expresión tan personal que forzosamente proyecta sexo. ¿Qué tiene eso de malo? ¿Es tan vergonzoso? ¿Es más vergonzoso que los anuncios eróticos que ves en los periódicos o en la televisión? El mundo gira alrededor del sexo. La música tiene que acompañar las emociones humanas, y te apuesto lo que quieras a que no puedes nombrarme una más humana que el sexo. Los que piensan que somos obscenos son los mismos que no quieren que Joan Baez cante en público sus canciones antibelicistas”.
Víctor Herrero, explorador de la guitarra clásica en formato de canción popular, hace música que guarda escasa relación con la de Hendrix pero escucharle de adolescente le fascinó. Había pasado cinco años en el coro de la Escolanía del Valle de los Caídos y al regresar a casa, en Torrijos (Toledo), conectó con el guitarrista. “Después entendí el porqué de esa fascinación. Él fue la punta del iceberg, un catalizador de muchas cosas que luego me han alucinado”, dice y pone como ejemplo la música tuareg, a la que llegó por Hendrix. “Me inspiran las manos que han quebrantado los instrumentos y eso él lo hizo muy bien”, valora este guitarrista para quien Hendrix es una influencia más de fondo que de forma. También añade un agradecimiento: “En el caso de la guitarra clásica, los gitanos y los indios la quebrantaron; y con la guitarra eléctrica pasa lo mismo con los negros y con Hendrix especialmente. Y hay que dar gracias por ello”.
Miedo a un planeta negro
Brotha CJ es un rapero estadounidense residente en Madrid desde hace ocho años. Nació en 1990 en Nueva Jersey, en un pueblo cercano a Filadelfia. En junio lanzó “Black squares”, una canción inspirada en las protestas por el asesinato de George Floyd a manos de un policía blanco. Cuando era niño, llegó a la música de Hendrix por vía oral. Su padre le contaba historias de los años 60 y 70 mientras viajaban en el coche. “Por eso crecí con más cultura de su generación que de la mía”, dice a El Salto. A ambos les encantaban los Isley Brothers y su padre, al volante, le contó un día que el mítico guitarrista había empezado con ellos. “No había YouTube ni Wikipedia y entonces no podía buscar mucha información. Pero en realidad fue mejor porque las leyendas de los artistas pasaban por historias de mis padres. Fue más surrealista”, comenta.
Aunque considera que “obviamente es uno de los guitarristas más talentosos de la historia”, lo que más le llamó la atención de Hendrix fue su “energía revolucionaria”. Ahora, Brotha CJ reconoce que, más que escuchar a Hendrix —“está guay para conducir y poner sus temas y viajar en el tiempo un poco”—, ve sus entrevistas porque “sus palabras aún tienen mucha importancia hoy hablando de las cosas que están pasando en la música y en el mundo”.
Al rapero Brotha CJ lo que más le llamó la atención de Hendrix fue su “energía revolucionaria, que vive ahora en los raperos y traperos, pero de otra forma”
Para él, Jimi Hendrix fue un artista “crossover” entre blancos y negros en su época. ¿Qué piensan hoy en EE UU los chicos negros sobre el guitarrista? Brotha CJ duda que se pueda hablar por todos ellos, pero asegura que “tenemos mucho respeto por él” y ve que esa energía revolucionaria “vive ahora en los raperos y traperos, pero de otra forma”.
Hendrix mantuvo una relación complicada con la cuestión racial. Opinaba que la música está por encima de diferencias, pero era muy consciente de la desigualdad y la discriminación, que había sufrido en primera persona y le habían afectado al inicio de su carrera. “De pequeño aspiraba a ser valiente y a no tener miedo a que me golpearan si entraba en un restaurante de ‘blancos’ y pedía un filete de ternera ‘blanca’. Pero, en general, no pensaba en eso. Tenía cosas más importantes que hacer, como tocar la guitarra”, cuenta en Empezar de cero. Cuando la Experience triunfó, muchas críticas se enfocaron por ahí. Y le dolía. “Los chavales negros ahora piensan que nuestra música es blanca, pero no lo es. Dicen: ‘Toca rock blanco para blancos. ¿Qué hace aquí?’. Lo que pasa es que los blancos pueden fliparlo de repente, porque algunos son muy raros y tienen imaginación en cuanto a distintos sonidos. Pero los chavales negros no tienen muchas oportunidades de escuchar cosas. Están muy ocupados intentando salir adelante”.
El guitarrista recibió en varias ocasiones la visita de representantes de los Panteras Negras, que le recriminaron que tocase con músicos blancos —Redding y Mitchell lo eran— y le conminaron a actuar gratis para la organización revolucionaria de autodefensa de las comunidades negras. A Hendrix esa presión le tensaba, como reflejan sus palabras al respecto: “No es que no me identifique con los Panteras Negras. Naturalmente que me siento parte de lo que hacen en ciertos aspectos. Alguien tiene que dar el paso (...) Pero no apoyo las agresiones ni la violencia, o como quieras llamarlo. No apoyo la guerra de guerrillas”. En lugar de la acción directa, el músico optaba por “infundir valor a quienes se encuentran en dificultades” con sus canciones. “Experimento cosas diferentes, yo también atravieso dificultades —revela en el libro de Neal— y lo que aprendo intento transmitirlo a otras personas mediante la música, para que todo les resulte menos difícil. Ahora estoy escribiendo una canción que está dedicada a los Panteras Negras, que no trata de la raza sino del simbolismo de lo que está ocurriendo hoy día. Ellos solo deberían ser un símbolo a ojos del sistema”.