Infancia migrante
Esta no es “otra” historia de integración

En plena crisis de los refugiados y la llegada del Aquarius, resurge la cuestión de los menores migrantes no acompañados y su abandono institucional al cumplir los 18 años. Cisse, Massar y Gorgui ejemplifican la situación de muchos chicos y chicas, aunque ellos han tenido la suerte de tener una red de apoyo en Manzanares (Ciudad Real).

Cisse, Massar y Gorgui, MENA que han crecido en Manzanares
Gorgui, Massar y Cisse, los MENA que han crecido en Manzanares (Ciudad Real) Laura L. Ruiz
1 jul 2018 06:26

“Nadie te dice que cuando cumples 18 años, el mismo día, te dejan en la calle”. No se trata de una exageración, es literalmente lo que le ocurrió a Massar Sarr. Él llegó a España en un cayuco desde Senegal. Lo logró al tercer intento, cuando por fin llegó a la costa canaria desde Mauritania. De ahí, a la península. “Me separaron del resto porque era menor y me llevaron a hacerme pruebas”, explica Gorgui Ndiaye recordando de forma paralela su historia, muy similar.

Ibrahima Cisse, a diferencia de sus compañeros senegaleses, tuvo suerte en el viaje y ‘solo’ tardó seis días en cruzar la distancia que separa Canarias del continente africano. Para él, lo peor vino después, cuando les dejaron retenidos ‘en la cárcel’, como ellos dicen. “Intentaba tranquilizar a la gente porque allí todo el mundo lloraba”, comenta, ahora, entre bromas. Unas risas que apenas esconden lo que les cuesta todavía hablar del viaje en patera. Y eso que ya han pasado 12 años.

En la primavera de 2006, el Gobierno español —con Zapatero al frente en ese momento— aseguraba que reforzaría la vigilancia para evitar ‘nuevas oleadas’ de inmigrantes procedentes de Nigeria, Ghana, Camerún o Senegal. Decenas de cayucos llegaban cada día a las costas canarias o eran rescatadas por los guardacostas ante la imposibilidad de llegar por sí mismas a puerto.

En esas mismas precarias embarcaciones llegaron Gorgui, Massar y Cisse. “En un momento del viaje, pensé: ‘hasta aquí hemos llegado”, relata Massar con una acento marcadamente castellano. A él, igual que a sus compañeros, tuvo que rescatarles la Guardia Civil y la Cruz Roja. Después, mismo procedimiento: primeros cuidados, reconocimiento médico, identificación y al centro de internamiento. Algo que recientemente hemos podido ver en prime time, aunque normalmente no se ve. Sí, estamos hablando de la llegada del Aquarius.

Por pura casualidad, la entrevista —concertada semanas antes— se realiza mientras en la televisión aparecen imágenes del puerto de Valencia y el desembarco de las 629 personas rechazadas por Italia. “Luego, cuando ya no haya focos, a ver qué pasa con ellos” dice Massar. Los demás confirman con la cabeza el mismo pensamiento. Más de cien menores no acompañados viajan en esa embarcación, los mismos que cada día llegan a las costas sin merecerse ni siquiera un breve en la columna de sucesos.

¿Qué pasa con esos menores después de la llegada? ¿Cómo se les ayuda a integrarse? ¿Logran rehacer su vida en España? En el caso de Gorgui, Cisse y Massar la respuesta es sí, pero no gracias a la Administración o a ONG.

Los tres, aunque en tiempos diferentes, hicieron el mismo recorrido: de Canarias a Manzanares. Esta población de 19.000 habitantes en Ciudad Real contaba en 2006 con un piso de acogida tutelado por Accem. La organización sin ánimo de lucro contaba con personal que se encargaba de que los chicos fueran al instituto, cumplieran horarios y se integrarán en la sociedad de acogida. “Éramos siete, todos de Senegal y nos llevamos bien”. “Menos con la jefa”, interrumpe Cisse a Gorgui. “Teníamos que tomar su comida, hacer la cama, limpiar. Si no, nos amenazaba con quitarnos la tarjeta de teléfono con la que hablábamos con nuestras familias”, explican.

“Quería que ellos sintieran cómo es estar en una familia española y, a la vez, mis hijos aprendieran de ellos”, explica Antonia, que se enroló en el programa de acogida los fines de semana

Ante la pregunta de si al ser los siete internos todos de Senegal se adaptaba la dieta o las costumbres, la respuesta es unánime: no. “Es que no entiendo con qué criterio se prefiere imponer unas normas a unos chavales, que no están acostumbrados a la forma de vida de aquí y que lo único que quieren es trabajar”, interrumpe Antonia. Ella, que ha estado toda la conversación escuchando atentamente, no puede evitar participar en este punto.

Antonia —que ahora es concejala por Asamblea Ciudadana de Manzanares y que en 2006 gestionaba un piso tutelado para personas con discapacidad intelectual— se enteró de que existía este piso y solicitó formar parte del programa de acogida de fines de semana. “Quería que ellos sintieran cómo es estar en una familia española y, a la vez, mis hijos aprendieran de ellos”, explica, y poco a poco se formó una relación sólida.

Tanto que el día que Massar cumplió 18 años fue a buscar a Antonia a la cafetería donde desayunaba todos los domingo. “Se presentó muy angustiado porque le había echado del piso”. Aunque hay pisos para los chicos que cumplen 18 años y necesitan acogida hasta los 24 años o hasta que se puedan valer por sí mismos, no fue el caso. “Normalmente lo piden, pero no para mi”. La indignación de Massar es comprendida por Cisse, quien cumplió poco antes la mayoría de edad y que si no fuera porque su profesor Ángel le acogió hubiera vivido la misma escena.

Según el informe de Save The Children ‘Los más solos’, unos 28.349 menores llegaron solos durante el pasado año

Braulio Carlés, responsable de Accem en Castilla-La Mancha, apela al contexto de 2006 para entrever lo que pudo ocurrir en Manzanares. “En momento puntuales donde hay una alerta social, se pueden leer titulares como ‘avalancha de inmigrantes’, la Administración se vuelve más rígida y dura y cuesta más lograr el pasaporte, aunque normalmente de los pisos tutelados sí que salen documentados”, comenta a El Salto Braulio Carlés.

Sin papeles, sin familia y sin saber qué hacer. Así se encuentran muchos de las jóvenes que llegan a nuestras fronteras. Según el informe de Save The Children ‘Los más solos’, unos 28.349 menores llegaron solos durante el pasado migrantes el pasado año y denuncian que España sigue sin estar preparada para acogerles. De hecho, esta ONG hace especial mención a qué pasa con ellos al cumplir 18 años.

Cisse, Massar y Gorgui, MENA que han crecido en Manzanares
Massar, Gorgui y Cisse han crecido en Manzanares junto a solidarias como Antonia. Laura L. Ruiz

Es lo que le pasó a Massar. “Le dijimos que se calmara, que buscaríamos una solución”. Antonia preguntó y la única respuesta fue que se podrían constituir en asociación para pedir fondos. “No teníamos tiempo para eso, ellos necesitaban una ayuda inmediata”. Así que Antonia, los profesores del instituto y unas cuantas personas solidarias de Manzanares decidieron aportar diez euros cada una y así hacer frente al alquiler de un piso, los gastos y la manutención de los chicos. Y ahí empezó, la segunda parte de la gran batalla: conseguir ‘los papeles’.

“Es increíble que les dejen quedarse, formarse e integrarse para luego dejarles en la calle sin la posibilidad de trabajar ni rehacer su vida”, explica Ana, la pareja de Gorgui. Ellos dos vivieron un episodio que cuesta olvidar. Ella quiso enseñarle Madrid a su novio y fueron para allá. ¿El problema? Que él era aún indocumentado pese a haber estado tutelado casi dos años por Castilla-La Mancha. “Nada más llegar a Callao le pidieron el DNI y le detuvieron”. Era un viernes por la tarde y hasta el lunes no había abogados de oficio en el juzgado. Las noticias de devoluciones exprés hicieron que Ana contratase al primer letrado de extranjería que encontró. “Me pidió 300 euros. Si me llega a pedir mil, se los doy también”.

La propia Ana relata que poco a poco lograron tener pasaporte y después permiso de residencia. “Les dan permiso para vivir pero no para trabajar. ¿Y entonces? ¿Qué quieren qué hagan?”. “Esta situación es de vergüenza. Les acogemos, supuestamente les vamos a dar una segunda oportunidad pero les abandonamos a su suerte y encima les ponemos impedimentos”, replica Antonia, que pese a lograr un contrato de trabajo para Massar aún tardó meses en que le llegara el permiso. Mientras, el empresario había sido sometido a un sin fin de controles. “Le miraron con lupa”, comentan, siendo conscientes de que se podría haber echado para atrás y que otra persona no lo haría por estos chavales.

Ahora Cisse, Gorgui y Massar están establecidos en Manzanares. Dos de ellos con pareja y trabajo estable. Los tres se consideran manzanareños. Tanto que su paisano Mario Cervantes decidió hacerles un documental para contar su historia. Junto al director Christopher Sánchez, realizaron Dundu, una historia para pensar más en la integración, menos en los prejuicios racistas, xenófobos y en las imágenes de “alambradas”.

“Tenían una oportunidad de contrarrestar la imagen de la patera y demostrar que se trata de mejorar la vida de las familias. Algo que hacen los miles de españoles que están fuera ganándose la vida también”, añade Antonia. Aunque Mario teme que el documental sea un poco localista, están esperanzados en que el mensaje de normalización de la migración llegue a otros lugares. Tanto que han presentado la pieza a 90 festivales.

Volvemos de Manzanares y en la radio sigue el goteo de informaciones sobre la llegada del Aquarius. Muchos de esos menores que están llegando al puerto de Valencia se encontrarán en la misma situación de Massar, Cisse o Gorgui: en una cultura muy diferente, con impedimentos burocráticos y solos. Pero puede que muchos no tengan la suerte que han tenido ellos al caer en un pequeño municipio, que al principio pudo parecer aburrido y limitado pero hoy es “un paraíso”, como comenta Gorgui. Aunque rehacer tu vida no debería ser una cuestión de suerte, si no de derechos.


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