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Memoria histórica
Miguel Mendiola y el pilar de la memoria
Es la primavera de 2016. El cielo es gris y seco, sin esperanza de lluvia. Un grupo de jóvenes, entre ellos este periodista, que entonces era estudiante, entra por la puerta del campo de concentración Dachau. A la derecha del portón, abierto de par en par, una placa de bronce que conmemora su liberación. Se trata de un edificio central de una planta, blanco roto y de tejado negro y liso. El silencio pesa sobre el recinto como un velo. El único ruido que rompe el silencio, como un cuchillo atravesando un trapo sucio, es la respiración de los estudiantes y las breves explicaciones de la guía. En las paredes del interior del edificio hay carteles con textos y fotos. Historias de presos. Historias de miseria, de valentía, de vida, pero, sobre todo, de muerte. Una cantidad abrumadora. Historias de guardias. De brutalidad, de deshumanización y de sus destinos, la mayoría de ellas terminando con un escueto “condenado a muerte” por distintos tribunales. La visita termina en el crematorio, pasando por las “duchas”, que llevan directamente al cuarto sin ventanas que contiene los hornos. Tres. Huele a cemento y a algo más que no recuerdo. Solo recuerdo la imagen.
Miguel Mendiola es asesinado el seis de agosto de 1936 junto a otros dieciocho concejales sevillanos de distintos partidos a manos de la “brigadilla de ejecuciones” de Falange. La fecha de su ejecución es registrada un año después en los documentos oficiales del régimen franquista. La causa oficial de su defunción es “por habérsele aplicado el bando de guerra”. Así termina la historia de su vida, recogida con exquisito cuidado y esmero en “Miguel Mendiola: La vida olvidada de un anarquista republicano”, escrito por José Luis Gutiérrez Molina e ilustrado por Curro González. Un libro que utiliza todos los canales posibles para reconstruir ante el lector la vida y muerte del que fue secretario regional de la CNT, a la vez que muestra los “huecos” en su vida ocasionados por la censura y el olvido que también forman parte de la investigación del autor.
Más de 1600 represaliados fueron asesinados y sus restos enterrados en Pico Reja
El libro narra su paso de la CNT, es decir, del anarcosindicalismo, a la Unión Republicana (UR). Gutiérrez argumenta, durante la firma de libros después de la presentación de este, que, en realidad, la UR representaba mejor los ideales del anarquismo que la Izquierda Republicana, que tendía hacia el centralismo en vez del federalismo en el que Mendiola creía. También habla de su intento de rectificar la injusta imagen pública del anarquismo: “Se les conoce solo por la violencia, pero eso es una herramienta de un momento concreto”, explica. En el libro se cuenta, a su vez, la relación que tuvo Mendiola con Carmen Camacho, su esposa. Un matrimonio insólito para la época, teniendo en cuenta que ella era gitana. La familia de Mendiola jamás lo aceptó. Todo lo contrario que la de la joven, que se encargaría de los hijos de ambos tras el asesinato de su padre y la muerte de su madre, provocada por un cáncer de útero. Su familia aún se encuentra a la espera de encontrar e identificar sus restos, que se sospecha fueron lanzados y enterrados en la fosa común de Pico Reja.
“Ganar tiempo”... contra la memoria
Se esperaba que la fosa de Pico Reja albergase los restos de 850 represaliados. Los investigadores, sin embargo, a lo largo del periodo de exhumación han encontrado el doble. Los restos de mil setecientas ochenta y seis almas. Juan Manuel Guijo explicaba durante la presentación en la Feria del Libro de Sevilla que el régimen franquista continuó utilizando la fosa como lugar de enterramiento, en una práctica que el arqueólogo declaró de “suma crueldad”. Una zona de entierro para los olvidados, muriendo de hambre o enfermedad y lanzados sin miramientos donde antes el régimen ya había enterrado a casi dos mil de sus anteriores víctimas.
Durante la presentación, uno de los asistentes del público levanta la mano para afirmar que España es el segundo país del mundo con mayor número de desaparecidos, solo por detrás de Camboya. Las cifras oficiales calculan alrededor de 114.000 desaparecidos y tenemos constancia de más de 2.000 fosas comunes, siendo Pico Reja tan solo una de ellas. Sin embargo, lo que ha hecho que esta crónica comience invocando las imágenes del Holocausto nazi no son los datos de Pico Reja, ni la emotiva declaración de Carmen Carreño Mendiola, nieta de Miguel Mendiola, ni la impresionante tarea de investigación y reconstrucción que es el libro de Gutiérrez Molina, repleto ya no solo de datos, sino de una importante colección fotográfica. No, fueron las declaraciones, durante la presentación del libro, de Paqui Maqueda, presidenta de la asociación Nuestra Memoria.
En el libro se cuenta la relación que tuvo Mendiola con Carmen Camacho, su esposa
Maqueda, que es también familiar de represaliados, explica la burocracia casi kafkiana que constantemente se encuentra de bruces el movimiento memorialista, así como los familiares de los represaliados. La cantidad de trabas, trucos y artimañas legales que la llevan a declarar que se está intentando ganar tiempo. Ganar tiempo hasta que los restos se consideren patrimonio arqueológico y se trate igual a los restos fenicios que a los asesinados por el franquismo, apunta Gutiérrez Molina. Sin embargo, hay otra interpretación aún más grotesca: que lo que se pretenda sea esperar a que los familiares de los represaliados se los haya llevado el tiempo. Que personas que llevan toda una vida esperando justicia se vayan de este mundo sin haber recibido lo que es legítimamente suyo.
Por eso recuerdo la visita a Dachau. Ese edificio blanco roto, por abominables que fuese lo que contenía, servía como ancla contra el olvido. Por mucho que haya algunos que intenten (y los hay) negar lo que ocurrió en Dachau, pelean una batalla perdida. La cantidad de información que contenía el ahora museo es un añadido. Tan solo avistar los portones abiertos de par en par, donde el hierro se retorcía para formar las palabras “arbeit mach frei”, el trabajo os hará libres, sirve como un terrible recuerdo, un aviso. “Miguel Mendiola: La vida olvidada de un anarquista republicano” busca ahondar en la vida de un personaje histórico que ha sido borrado de la historia. Ese ahondamiento que busca, ante todo, servir como un paso más en la cura de unas cicatrices que siguen sangrando, de camino, consigue ser un pilar para la memoria. Esta vez construido de datos exhaustivos y fotografías, en vez del cemento de Dachau.