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Mediterráneo
Posidonia, el amenazado bosque marino milenario del Mediterráneo
Es uno de los organismos más grandes y longevos de la Tierra. Sus funciones van de proporcionar hábitat a multitud de especies a oxigenar el agua, fijar playas o capturar CO2. Pero este antiquísimo tesoro está amenazado. Ahora, la crisis climática se suma a los factores que afectan a la Posidonia oceanica, uno de los ecosistemas más ricos del Mediterráneo, responsable de ese azul en el que a su verdugo le gusta tanto bañarse.
Coordinador de Clima y Medio Ambiente en El Salto. @PabloRCebo pablo.rivas@elsaltodiario.com
El mensaje de Jorge Campos e Idoia Ribas pretendía calar. El problema es que, en pleno 2019, lo que en la mente de estos dos diputados de Vox en Baleares parecía una buena idea acabó en un nuevo ridículo de la formación de ultraderecha.
Contraponiendo en el inicio una imagen idílica de la playa de Sa Rápita, en Mallorca, con el característico azul eléctrico de las aguas costeras de la isla, los noveles representantes aparecían en un vídeo grabado el 7 de julio en el que denunciaban el “auténtico lodazal” en el que se había convertido la playa ese día. Campos se metía incluso en la zona llena de “algas” para denunciar cómo esa situación “echaba a los turistas” en plena temporada alta. Por supuesto, los novatos dirigentes se llevaron tropecientos ‘zascas’ en las redes sociales. Y entre ellos se colaba una certera respuesta del propio conseller de Medio Ambiente balear, Miquer Mir: “Sin posidonia no habría las playas ni las aguas cristalinas que tenemos, ergo no habría turismo”.
Por partes. Para empezar, de algas nada. La Posidonia oceanica es una planta acuática —tiene hojas, tallo y raíces, además de producir flores y frutos— que forma praderas submarinas que crecen entre la superficie y los 40 metros de profundidad. Es endémica del Mediterráneo y está muy presente especialmente en Baleares, archipiélago que, con casi 56.000 hectáreas, como señala el biólogo marino y reportero de National Geographic afincado en Formentera, Manu San Félix, “alberga más del 50% del stock en España y un porcentaje altísimo del total de posidonia que hay en el Mediterráneo occidental”.
Antiquísimo vecino
“Es un ecosistema milenario, con praderas formadas durante muchos miles de años”, explica Nuria Marbà, investigadora científica del Institut Mediterrani d’Estudis Avançats (Imedea). De hecho en Es Freus, el estrecho que divide Ibiza y Formentera, alberga una candidata al organismo más grande y longevo del mundo: una planta de posidonia de ocho kilómetros de largo y más de 100.00 años integrada en los 700 km2 de pradera que hay entre ambas islas, zona declarada Patrimonio Mundial de la Unesco y hoy parte del Parque Natural de ses Salines d’Eivissa i Formentera.
“La posidonia tiene un montón de funciones que hacen que tengamos costas como las que tenemos”, continúa la científica. Una de ellas es la protección del litoral: “Con las acumulaciones de arribazón de posidonia en la orilla se protege la línea de costa de la erosión, y parte de ese arribazón contiene restos de esqueletos de organismos calcáreos que luego pasan a formar parte de la arena de playa”.
Baleares alberga más de la mitad de las praderas de posidonia de la costa española
“Es importantísima para la retención de sedimentos en la costa y para frenar la retirada de la playas por el oleaje”, añade Silvia García, científica marina de Oceana, organización internacional dedicada a proteger los mares. Es fácil comprobarlo, ya que es habitual ver en las playas baleares un escalón de tierra en la orilla. Bajo el mismo casi siempre hay posidonia que fija la playa. Así que, para desgracia de Campos y Ribas, Miquel Mir daba en el clavo: sin ese “lodazal” no habrá playa, ni turismo futuro.
Ese azul turquesa y esas aguas transparentes es lo que atrae al visitante de las Baleares o de las islas de Elba, Giglio o Cerdeña, en el Tirreno; del litoral del Adriático; de las miles de islas griegas, de Creta a Cefalonia o Koufunisia; o de las costas turcas y chipriotas, además de la Costa Brava catalana o el Cabo de Gata almeriense. “Oxigenan el agua y atrapan partículas en suspensión, con lo que ayudan a que las aguas sean claras y tengan esas aguas tan bonitas que tenemos en la zona costera cuando hay posidonia”, relata Marbà.
Ecosistema vital
Más allá de esa función estética, las praderas son uno de los ecosistemas más ricos del Mediterráneo, hogar de más de 400 especies de plantas marinas y de más de un millar de animales. “Es un punto caliente de biodiversidad marina impresionante, comparable a un bosque tropical”, indica la investigadora de Oceana, quien continúa: “Es el bosque del Mediterráneo, que acoge a peces juveniles, larvas y muchísimos tipos de animales”. Marbà, por su parte, añade: “Las praderas proporcionan hábitat y refugio a un montón de especies, algunas de ellas con interés comercial, y son realmente bosques submarinos que fijan el sedimento y evitan la erosión del fondo marino”.
Por si no eran pocas las cualidades de este vetusto organismo marino, resulta que también es un poderoso aliado contra el mayor reto al que se ha enfrentado jamás la humanidad: la crisis climática. Como indica García, “es un sumidero de dióxido de carbono (CO2) importantísimo que supera incluso a los bosques tropicales, con una capacidad de retención de cinco a 200 veces más que un bosque tropical, según el estado de la pradera”.
Esto se debe a que, tal como explica Marbà, “son zonas donde se entierra una cantidad importante de CO2, ya sea el que absorbe la planta para producir sus tejidos como al atrapar partículas en suspensión del agua, muchas de ellas fitoplancton, microalgas que también se han producido a raíz de absorber CO2 que pasa de la atmósfera al agua”. La planta entierra todo ese carbono, que “se queda en el fondo, debajo de la pradera, miles de años, con lo cual juega un papel importantísimo en el campo de la mitigación del cambio climático”, explica la investigadora del Imedea.
Bajo amenaza
Pero el problema que ayuda a atajar es también una de sus mayores amenazas. “Por encima de los 28 grados se observa una alta mortalidad en las praderas”, expone Manu San Félix. “La temperatura máxima del Mediterráneo era de 25 o 26 grados, pero en los últimos años en muchísimos sitios se están alcanzando los 29 grados hasta a 15 metros de profundidad, con lo que ahí tenemos una espada de Damocles”, añade.
En la misma línea, Marbà destaca que el aumento de veranos muy cálidos produce “pérdidas en la abundancia de posidonia debido al cambio climático”, aunque la científica matiza que “no son mortalidades masivas, sino que el porcentaje de haces que mueren es mayor cuando hay veranos cálidos”.
No es un problema menor, ya que, como señala el estudio Distribución y proyecciones de cambio de las praderas de Posidonia oceánica, publicado en Nature por un grupo de científicos de las universidades de Cambridge y La Sapienza (Roma), “las praderas de posidonia oceánica están disminuyendo a tasas alarmantes debido al cambio climático y a las actividades humanas”. En concreto, el estudio, publicado en 2015, señala una regresión estimada de la superficie de praderas en el Mediterráneo de en torno al 34% en el último medio siglo, añadiendo que “también se estima que entre el 18% y el 38% del área potencial de praderas puede haberse perdido desde la década de 1960, principalmente en la cuenca noroeste del Mediterráneo, además de marcadas disminuciones en la región de Alicante”.
Depuradoras y fondeos
Además de la crisis climática, las amenazas son más que conocidas. Como apunta San Félix, “la posidonia es una especie muy sensible a la alteración de las propiedades físico-químicas del agua. Es afín a aguas limpias, puras y bien depuradas, y nosotros estamos vertiendo en el Mediterráneo aguas mal depuradas”. Históricamente, “la mayor parte de las pérdidas se atribuyen a temas de eutrofización costera, un exceso de aporte de nutrientes y materia orgánica”, explica Marbà. Aunque con los años, y en gran parte por la presión que llega de Europa, los problemas de mala depuración —o directamente de la falta de plantas de tratamiento de aguas residuales— han mejorado, son muchas las asignaturas pendientes.
Más de un tercio de las praderas ha desaparecido desde los años 60
A día de hoy, la depuración de aguas residuales es el principal problema de contaminación por vertidos en España. Sin ir más lejos, en abril el Estado pagó su primera multa, impuesta por el Tribunal de Justicia de la Unión Europea, por los retrasos en las mejoras de la red de saneamiento. Y en Baleares, el problema se multiplica. Con zonas como Santa Margalida (Mallorca), donde el Ayuntamiento de este municipio se opone a la construcción de una depuradora para que las aguas residuales pasen por un tratamiento terciario y se cumpla así la normativa —con los consecuentes vertidos por aguas mal depuradas en la zona, como denuncia el informe Banderas Negras 2019 de Ecologistas en Acción—, se se une el hecho de que, tal como expone la científica del Imedea, “en muchas zonas las depuradoras no están escaladas a la población que recibe la zona”.
Si hablamos de islas como Ibiza, que pasa de algo más de 140.000 habitantes en invierno a sobrepasar de largo el millón de personas en verano, la problemática queda clara, una denuncia que colectivos ecologistas regionales como el Grup Balear d’Ornitologia i Defensa de la Naturaleza (GOB) llevan años señalando.
El ladrillo, aquí también
La urbanización del litoral desde los años 50 y 60 ha sido clave también en la pérdida de praderas. “La transformación de la costa, con obras portuarias, construcción de paseos marítimos, regeneración de playas… todo eso ha hecho muchísimo daño”, denuncia San Félix. No hay que remontarse a aquellos tiempos del desarrollismo. Obras recientes, como la ampliación del puerto de Ibiza, han afectado a las praderas, y los trabajos han supuesto —y suponen— un problema de primer orden en algunas zonas.
“Hay mucho problema de erosión, de destrucción mecánica de la pradera”, indica Marbà, “pero es muy difícil poner un ránking de cuál es la peor perturbación: en algunas zonas el problema es el aporte de exceso de nutrientes; en otras, la construcción de la línea de costa, ya que se extrae parte de la pradera que había en la zona; en otras es la construcción de paseos marítimos que fijan e impiden el movimiento de arena que alimenta la playa, y en otras los fondeos descontrolados”.
Anclas que arrasan
Los efectos que las anclas producen en las praderas son otra de las denuncias históricas en el litoral mediterráneo. No hay más que poner en Google Maps “Playa de Talamanca, Ibiza” para comprobar los estragos de los fondeos: la vista satélite deja ver círculos más claros que evidencian los arranques de posidonia, bajo siluetas de embarcaciones fondeadas, praderas difícilmente recuperables debido a la lentitud de crecimiento de la planta, “entre uno y seis centímetros al año”, señala Marbà. Y es un ataque doble. Por un lado, son decenas de miles las pequeñas embarcaciones que fondean en el litoral mediterráneo, pero también están los grandes buques: en 2011, el ibicencio Grup d’Estudis de la Naturalesa denunciaba al yate de lujo Turama, de 117 metros de eslora y alquilado año tras año por la familia real saudí, por arrancar nada menos que una hectárea de pradera.
“A día de hoy, si los destrozas, son ecosistemas irrecuperables”, denuncia Silvia García. Por ello, todas las fuentes consultadas ven la última normativa autonómica para protegerla en Baleares, el Decreto 25/2018 —conocido como Decreto Posidonia—, aprobado en julio de pasado año, como pionero, aunque el ultraderechista Jorge Campos haya hecho un nuevo ridículo al prometer, durante una visita de campaña en Formentera, derogar el esta normativa por “demonizar a la industria náutica”.
Esperanza balear
“Baleares es un sitio de referencia en cuanto a la protección de la posidonia, ningún sitio del Mediterráneo goza de ese grado de protección”, indica San Félix. Aunque tanto Marbà como el biólogo hablan de la necesidad de desarrollar y poner recursos para que se cumpla el decreto y salvaguardar miles de kilómetros de litoral.
No es la única normativa que salvaguarda las praderas.“La posidonia está protegida a todos los niveles: por la directiva Hábitat de la UE, por el Convenio de Barcelona para la protección del Mediterráneo y por el Gobierno español —indica García— con la Ley de Protección del Medio Marino, entre otras. También por la normativa de pesca de la UE, que prohíbe el arrastre sobre las praderas.
Sin embargo, el Decreto Posidonia “hila mucho más fino”, apunta García, “señalando exactamente qué daños concretos y en qué localizaciones hay que actuar”. En concreto, el decreto prohíbe el fondeo sobre 650 km2 de posidonia, las extracciones de áridos que puedan afectar a las praderas y el vertido de materiales dragados, además de regular los emisarios de las depuradoras y las instalaciones de acuiculturas nuevas, entre otras materias.
Es la última pieza de un puzle incompleto para proteger estos bosques milenarios subacuáticos Porque, aunque proyectos como la replantación de 1,5 hectáreas en Pollença (Mallorca), en el que colabora el Imedea, pueden parecer una solución, tanto García como Marbà y San Félix minimizan la plantación a una ayuda en casos puntuales. “Aunque tuviésemos una técnica exitosa y depurada de replantación —señala el biólogo marino—, no tendría mucho sentido empezar a replantar donde en sitios donde persisten los factores que la están haciendo desaparecer”.
Como indica García, “es como un encinar: tarda cientos de años en desarrollarse a un estado completo y ecológicamente funcional; es un tema que hay que coger con pinzas porque no es una solución”. Y añade la polémica que podría implicar el uso generalizado de la replantación: “En proyectos como la construcción de puertos pueden decir ‘la vamos a trasladar a otro lugar’. Eso no funciona, es irreal; no se puede hacer, ni permitir ni proponer; es un insulto. Se ha planteado muchas veces como solución, pero pongo la mano en el fuego por que ninguno de esos trasplantes ha sido viable, ni uno”.
Marbà matiza que “en zonas donde la pradera ha desaparecido por completo y se han restaurado las condiciones ambientales puede ser una medida muy a largo plazo, pero lo que hay que hacer e invertir y dedicar esfuerzos en conservar las praderas que tenemos, que todavía son muy extensas”. La solución planteada por los especialistas consultados es unánime. En palabras de la investigadora del Imedea, “las medidas para mejorar el estado ambiental y de conservación de las praderas son mucho más eficaces que replantar”.