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Deforestación en la Amazonía brasileña.

Medio ambiente
Cuando los árboles caen: mirando hacia el origen de las pandemias

Se torna urgente construir un nuevo relato postpandémico, una nueva narrativa ecosocial que le quite peso a las meras casualidades y sepa señalar las raíces de la proliferación pandémica.

“Know no limits.” “All limits are self-imposed.” “You are your only limit.” “With hard work there are no limits.” “The only limits that exist are the ones in your own mind.” “Don’t tell me the sky is the limit when there are footprints on the moon.” (...) Western culture is infatuated with the dream of overcoming limits.

Giorgios Kallis, Limits

Medio ambiente, teoría política y pandemias pueden parecer campos deslavazados, términos inconexos, puro popurrí. Nada más lejos de la realidad. Tras el coronavirus, el gran reto de la teoría política contemporánea es el de trazar —con brocha gorda y con bisturí; en profundidad y en el plano comunicativo— los nexos e intersecciones entre la degradación medioambiental y la proliferación de pandemias. La tesis principal es clara: determinadas dinámicas del capital hacen gradualmente más probable que las enfermedades zoonóticas sean transmitidas al ser humano y que, por consiguiente, proliferen los fenómenos pandémicos. El covid-19 es el efecto colateral de una tendencia, no una irrupción espontánea. Tal y como apunta Andreas Malm, “ningún jinete del Apocalipsis cabalga solo, las plagas no se presentan en singular”. 

En ese sentido, numerosos estudios científicos indican que el número de enfermedades infecciosas ha aumentado significativamente con el paso del tiempo, apareciendo en la actualidad a un ritmo sin precedentes. Los detonantes son varios —deforestación, comercio de fauna salvaje, minería a cielo abierto, biodiversidad menguante— y, además, la lista de desenlaces trágicos ya es de por sí extensa —Nipah, Nilo Occidental, SARS. MERS, ébola o zika—. Nada hace indicar que esta dinámica se vaya a revertir, al menos en el corto plazo. David Quammen es muy gráfico al respecto en Contagio. La evolución de las pandemias (Debate, 2020): “cuando los árboles caen y los animales autóctonos mueren masacrados, los gérmenes nativos flotan como el polvo”. Más de un año después de Wuhan, los árboles siguen cayendo y el polvo sigue flotando. 

El covid-19 es el efecto colateral de una tendencia, no una irrupción espontánea. Tal y como apunta Andreas Malm, “ningún jinete del Apocalipsis cabalga solo, las plagas no se presentan en singular”

En cualquier caso, y a pesar de la aplastante evidencia científica, el discurso dominante sigue apuntando hacia la excepcionalidad del coronavirus. El viejo nuevo optimismo que está enfrente es, a todas luces, una “doctrina de la debilidad” en el sentido nietzscheano: una venda en los ojos de secuelas devastadoras. Así, contra el optimismo tecnológico de los Steven Pinker y compañía —absolutamente ciego y desadaptativo—, es necesario reelaborar una teoría política de los límites y, al mismo tiempo, del entusiasmo; una teoría política que apunte con mayor precisión y vehemencia hacia las causas estructurales que hacen que el año 2020 no sea, sin más, un abrupto impasse de la vieja normalidad y que, a su vez, no se constriña al tradicional marco izquierdista del debe, de la estricta resistencia. Y no, no es una tarea fácil. 

Estos discursos se enmarcan en un paradigma más amplio, al que podríamos llamar “geofisicalismo neoliberal”. Las teorías geofisicalistas sostienen que los desastres naturales —pandemias inclusive— son el resultado exclusivo de fenómenos geofísicos extremos y excepcionales de los cuales el ser humano es un perceptor neutro. Siguiendo esta línea doctrinal, una pandemia sería un hecho aislado, una catástrofe siempre fortuita. Además, ante un suceso de estas características, todos seríamos afectados por igual, desatendiendo así cualquier tipo de consideración territorial, de raza o de clase. 

La segunda pata del discurso, ya presente en el positive thinking tecnopopulista anteriormente señalado, es la del neoliberalismo. No se trata de acudir por defecto al chivo expiatorio par excellence de las izquierdas: Quinn Slobodian muestra la paradójica relación que el globalismo ordoliberal mantiene con la idea de confín, de límite. No hay fronteras que valgan; absolutamente todo es digno de ser economizado. La mercantilización de todas las esferas de la vida encuentra su traslación en el plano geofísico: no debe quedar isla por explorar o selva de la que extraer beneficio. Todo, absolutamente todo es susceptible de lucro. 

Esta idea aparece ya señalada por David Harvey —siempre atento a la dimensión espacial del capitalismo— a través del concepto de spatial fix: según el geógrafo británico, la principal manera que tiene el capital de resolver sus propias crisis y de colmar sus necesidades pasa por la apropiación incesante de espacio. El spatial fix remite a la necesidad del capital global de trasladarse a aquellas regiones todavía no explotadas, así como de intensificar la explotación de aquellas en las que todavía se puede incrementar el nivel de rentabilidad. Y sí, en las últimas décadas nuestro mundo se ha “achicado”, su integración se ha acelerado, pero aún quedan áreas dignas de ser expoliadas. 

El geofisicalismo neoliberal es el principal y último responsable de la proliferación de pandemias; es, además, responsable de difundir el relato del murciélago, el discurso que singulariza esta crisis, que reduce el origen del covid-19 a un ciudadano concreto comiendo en un mercado húmedo

Por todo ello, el geofisicalismo neoliberal es el principal y último responsable de la proliferación de pandemias; es, además, responsable de difundir el relato del murciélago, el discurso que singulariza esta crisis, que reduce el origen del covid-19 a un ciudadano concreto comiendo en un mercado húmedo. Frente a esta narrativa circunstancial, hace falta enfatizar que no se trata de un simple murciélago —o un pangolín, claro—; más bien, tal y como señala Malm, se trata de la “acumulación descontrolada del capital la que zarandea con tanta violencia el árbol en el que viven los murciélagos”. Entonces, ¿qué contraponer al geofisicalismo neoliberal, al relato del murciélago? ¿Cuál es el papel de una teoría política —crítica— al respecto? La respuesta se puede desplegar en dos frentes más inmediatos: Estado y discurso. 

Por un lado, los Estados reaccionaron de formas muy diversas a la irrupción del covid-19, pero su despliegue de fuerzas, una suerte de revival estatal movido por la urgencia y no por el convencimiento, demuestra que es posible ir un poco más allá: Estados Unidos apeló a la Ley de Defensa de la Producción, obligando a las empresas privadas a suministrar productos esenciales; Reino Unido nacionalizó diversos sectores de carácter estratégico, e Italia se reapropió de la principal aerolínea nacional. Por supuesto, esto no es una quimera, ni implica retirar la mirada escéptica sobre el aparato estatal; eso sí, aprovecha la dualidad constitutiva del Estado —el verdadero Jano contemporáneo—, que puede ser re-encauzada hacia las medidas necesarias para la prevención, control y mitigación de las pandemias. 

Por otro lado, se torna urgente construir un nuevo relato postpandémico, una nueva narrativa ecosocial que le quite peso a las meras casualidades y sepa señalar las raíces de la proliferación pandémica. Las conexiones están ahí; ahora hace falta embridarlas en una narración que las convierta en sentido común (Gramsci dixit). Esto comienza por adoptar una perspectiva con suficiente recorrido histórico, que se sepa resultado de una crisis de época; que entienda, con Nancy Fraser, que las “cuestiones ecológicas no pueden separarse de las cuestiones del poder político”. 

Esa teoría política (post)pandémica a la que aludimos debe aprehender lo expuesto por Rachel Carson en su clásico Primavera silenciosa: transitar desde la esfera de la biología y las ciencias naturales hacia el discurso sociopolítico, de la evidencia científica a la batalla por lo razonable y lo necesario. Existen muy diversos autores y corrientes, ya veteranas en esa batalla —desde el propio Malm, Mike Davies, Giorgios Kallis hasta los decrecentistas—, pero hay que seguir imaginando, teorizando, impactando. En definitiva, frente al geofisicalismo neoliberal, obsesionado con la superación de cualquier límite, una teoría política que deseche el cortoplacismo y la autorreferencialidad, que sepa convertir la crisis de los síntomas en crisis de las causas sin denostar por ello la importancia de las pulsiones, deseos y entusiasmos. 

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