Medio ambiente
Energías renovables en el País Valencià: ¿una nueva amenaza para el territorio?

Aunque las energías renovables se plantean como una alternativa cuidadosa con el medio ambiente, colectivos en defensa del territorio exponen las dudas que presentan su puesta en funcionamiento y su impacto real en el medio ambiente.
Fotovoltaicas Valencia
Zonas de País Valencià donde se prevé la instalación de fotovoltaicas. Foto: Elspeth Mc Farlane.
17 jul 2021 06:00

Las llamadas energías renovables se plantean como una alternativa al modelo tradicional de producción de energía, cuidadosas con el medio ambiente ante la necesidad de proteger el planeta de la crisis climática que atraviesa. Sin embargo, son muchas las dudas que presentan su puesta en funcionamiento y su impacto real en los territorios. Se habla ya de la nueva burbuja, la de las renovables, como un tipo de negocio especulativo que está lejos de interesarse por la protección del medio ambiente.

En el interior de la provincia de Alicante se están planificando varios proyectos para la implantación de plantas fotovoltaicas. Allí, distintas asociaciones vecinales que cuestionan este modelo. Un ejemplo está en Castalla, un municipio de 10.000 habitantes, situado en la comarca de l'Alcoià, un lugar especial ubicado entre parques naturales. “Tenemos al norte el Parque Natural de la Font Roja, a poniente el Paraje Natural de las Sierras del Maigmó y el Sit y a levante la Sierra de la Carrasqueta, un paraje de los más emblemáticos de la provincia de Alicante, en cuanto a flora y fauna salvaje”, resume Enric Barba, vecino de Castalla y miembro del Col·lectiu Riu Verd. “Toda esta zona tiene un desarrollo agrícola típico, con cultivos de todo tipo, destacándose el olivo, el almendro, la vid y el cereal, que convive con una potente y diversa actividad industrial en zonas como Castalla, Ibi, Onil y Tibi”. Se trata en definitiva, dice Barba, de un entorno diverso y equilibrado “que convive armoniosamente”.

El col·lectiu Riu Verd, que realiza actividades de tipo cultural y ecológica en la ciudad, se ha movilizado ante la noticia de la llegada de las plantas fotovoltaicas a su territorio. Barba explica que las plantas fotovoltaicas que están proyectadas, según los datos del Ayuntamiento, abarcarían una superficie de 800 hectáreas, casi tres veces más que la que tiene el casco urbano del pueblo. “Los proyectos de los que tenemos noticia pretenden limpiar toda la vegetación del lugar que ocupen y fumigar la tierra para que no crezca hierba. Estamos hablando de cultivos y baldíos, pero también de bosque y sotobosque”, alerta el activista. De ser así, subraya, todo el sistema natural que se mantiene por sí mismo “desaparecería automáticamente”.

Castalla cuenta con recursos hídricos, pero el peligro de desertificación que amenaza otras zonas podría ser una realidad si los proyectos fotovoltaicos llegan a implantarse del modo en que se pretende. “Aquí todavía es posible mantener cultivos de secano y regar a un coste razonable; incluso quedan aún fincas que siguen nutriéndose mediante sus pozos tradicionales”, expone Barba. No obstante, si arrasan todas esas hectáreas y desparece el bosque, alerta el activista, la lluvia se retirará, el sol secará la zona e irán desapareciendo los acuíferos. “A muy pocos kilómetros de aquí las montañas están en un grave proceso de desertificación, y si no protegemos este entorno, esta simbiosis entre agricultura y naturaleza, el proceso de desertificación será automático”.

Una vez explicados los efectos que las plantas fotovoltaicas pueden tener sobre el territorio, Barba explica qué tipo de empresas están detrás de estos proyectos. Los terrenos, introduce, son propiedad de “grandes inversores ajenos a la zona que compraron en su día para urbanizar” por la relativa cercanía del municipio a la ciudad de Alicante. La mayoría de terrenos, cuenta, están abandonados y sin cultivar. “Hablamos de empresas multinacionales que solo buscan una rentabilidad económica, no hay conexión con la tierra, no saben que estamos en un entorno natural singular que es necesario mimar para que podamos sobrevivir, su único interés es obtener dinero, no tienen más sensibilidad que esa”.

“Hay dos empresas en Castalla que se dedican a las placas solares. Que las naves industriales de la zona tuvieran placas solares sería algo con sentido, no el construir megaplantas que arrasen el territorio”

El miembro de la plataforma en defensa del medio ambiente da su opinión sobre lo que podría ser una solución más racional, acorde a la sociedad y el entorno del pueblo, poniendo énfasis en la importancia del respeto al consenso y a la sensibilidad de sus gentes. “Algo razonable sería que se potenciara la industria local, hay dos empresas en Castalla que se dedican a las placas solares. Que las naves industriales de la zona tuvieran placas solares sería algo con sentido, no el construir megaplantas que arrasen el territorio”. Desde la asociación, cuenta, han intentado informar a la gente para que se pueda llegar a un consenso y se pueda decidir en colectivo la ciudad que se quiere construir. “La gran mayoría de los habitantes de Castalla aman la naturaleza y sus bosques pero tengo la impresión de que todavía no se han dado cuenta del peligro real de desertificación que podemos tener. Pensar que esto pudiera llegar a darse produce mucha tristeza”, lamenta Barba.

La segunda parada de esta ruta rastreando los planes de los proyectos fotovoltaicos es en Salinas, en la comarca del Alt Vinalopó. Se trata de un pueblo donde viven unos 1.600 habitantes, con una gran riqueza en biodiversidad, lugar de búhos reales, varios tipos de águilas y otras especies protegidas. Allí están Rosa Rodríguez y Elspeth McFarlane, que pertenecen a la Asociación de Vecinas del pueblo y se muestran muy preocupadas ante la posibilidad de que la llegada de las renovables transforme por completo el entorno de este tranquilo y acogedor municipio. Empiezan explicando cómo conocieron los planes de las plantas fotovoltaicas que les afectan: “Nos enteramos en una protesta por los 40 pinos que el Ayuntamiento taló en el parque al lado de la piscina municipal. Allí, otros activistas nos pusieron sobre la pista de la cantidad de planes para plantas fotovoltaicas que se estaban gestando alrededor de la sierra de Salinas”. Su tramitación se había realizado con tal secretismo, aseguran, que para algunos  proyectos se había pasado ya el periodo para poder hacer alegaciones, “sin que nosotras supiéramos siquiera que estaban en marcha”.

Rosa y Elspeth cuentan que se sienten desprotegidas ante la falta de información y la opacidad con las que están llevándose a cabo los planes para la aprobación de estos proyectos. “Nos ponen muchas trabas tanto desde el Ayuntamiento del pueblo como desde la Generalitat, que defendía la privacidad de las empresas antes que el informar a una asociación de vecinos. Está todo escondido, no sabes cómo funciona, ni la importancia de los periodos de información pública para hacer alegaciones ni cómo enterarse de ellos; ni siquiera la gente que tiene tierras o casas al lado de los proyectos han sido informados”.

Las vecinas alertan también sobre la participación de las agencias inmobiliarias en la compra venta de tierras. “Se creó en el pueblo un banco de tierras para contactar a agricultores que tuvieran tierras sin cultivar. Teóricamente se trataba de una iniciativa para que no hubiera terreno en baldío pero en realidad  funcionaba para que las grandes empresas se pusiesen en contacto directo con los agricultores”, dicen.

“Ahora en el boom de las fotovoltaicas es donde pueden invertir para sacar beneficios. Es un sinsentido pretender parar el cambio climático talando árboles y zonas de cultivo”

Rosa explica la posición que mantiene la asociación frente a quienes quieren hacer negocio a costa del medio ambiente y subraya la necesidad de un cambio real del modelo de consumo. “Estamos en contra de que los grandes capitales hagan un gran negocio. Ahora en el boom de las fotovoltaicas es donde pueden invertir para sacar beneficios. Es un sinsentido pretender parar el cambio climático talando árboles y zonas de cultivo”, expone, mientras recuerda que el modelo de consumo actual es insostenible: “Si de verdad queremos detener el cambio climático hay que consumir menos energías, esto lo saben los políticos y los científicos, lo sabe todo el mundo. Seguramente la solución pase por volver a vivir de otra manera, como vivían las generaciones pasadas”. El pueblo de Salinas asentado junto a una laguna, puede ver en peligro sus recursos hídricos, y para Elspeth el problema del agua es ya una realidad que puede ser aún mayor en el futuro. “El futuro lo veo negro, nadie habla del problema del agua, se están acabando los acuíferos pero los políticos solo miran a corto plazo. Como puede verse en el museo de Elda, ya en el siglo XIV, los pobladores islámicos consideraban el agua como algo sagrado. No hemos aprendido nada. Estamos indefensos ante los grandes capitales contrarios a las cooperativas y al autoconsumo energético”.

La última parada es en Monòver en la comarca del Vinalopó Mitjà, allí conocemos una singular historia, la de Mar Cabanes, que decidió regresar a su pueblo a cultivar la tierra y producir vino natural en su propia bodega. Oriunda del pueblo, como a tantos otros jóvenes se le inculcó desde pequeña la idea de que el campo no es vida y que para prosperar hay que marchar a las grandes ciudades. Después de un periplo de 20 años, Mar regresó a su pueblo con la intención de seguir la tradición agrícola familiar. En este cambio de vida, el destino le tenía reservada una grata sorpresa.“Tuvimos la suerte de encontrar una bodega cerca de las tierras de la familia y descubrimos que había pertenecido a mi tatarabuelo”. Fue una alegría, define, poder darle vida de nuevo y hacerlo como bodega. “Nos pasamos la vida trabajando y estudiando, para qué y para quién; mientras, aquí en el pueblo tenemos un territorio rico, que es nuestra responsabilidad preservar como lo han hecho las generaciones anteriores”.

El pueblo de Monòver quedaría rodeado por un mar de placas, casi diez veces mayor que el espacio que ocupa

En Monòver viven alrededor 12.000 habitantes en un casco urbano de unas 150 hectáreas. Las plantas fotovoltaicas previstas para este municipio ocuparían un espacio de 1.400 hectáreas, es decir, el pueblo quedaría rodeado por un mar de placas, casi diez veces mayor que el espacio que ocupa. “El impacto sería grande a nivel medioambiental ya que se allanaría todo el terreno, se quitarían los cultivos, se perdería el suelo fértil y habría riesgos graves de inundación. La subida de la temperatura podría subir entre 2 y 4 grados debido al enorme espacio que ocuparían las plantas fotovoltaicos”, explica Cabanes.

Mar Cabanes pertenece a la asociación Sol sostenible de Monòver, conformada por vecinos y vecinas que se oponen no solo a la implantación de este proyecto fotovoltaico sino, como ella misma explica, al modelo energético que se trata de imponer ahora.“Nos hemos reunido tanto con el Ayuntamiento como con la Generalitat; su postura es garantista, es decir, plantean aprobar proyectos que no tengan un impacto grande en el territorio. Pero tenemos miedo porque no vemos transparencia ni información sobre en qué estado están las solicitudes, ni sabemos cómo se están presentando los expedientes”. Como asociación, explica, tienen pocos recursos e incapacidad para dedicar el tiempo completo a investigar y presentar alegaciones en plazo. Pero se oponen firmemente al modelo de transición energética que se está proponiendo: “Se ha planteado un marco jurídico que facilita que la empresa privada tome la iniciativa en esta situación cuando estamos hablando de una cuestión de tal relevancia, que las personas tendríamos que tener voz para poder decidir sobre qué modelo energético y territorial queremos para nuestro territorio”.

El fenómeno de las renovables está produciendo ya una especulación sobre el precio de la tierra, lo que Cabanes califica como una nueva burbuja. “Las empresas están pagando 1.500 euros de alquiler por hectárea cuando su precio habitual para cultivo es de unos 250 euros anuales. De este modo se impide también que quienes quieren dedicarse a la agricultura encuentren tierras para hacerlo”. Además señala que lo que está en juego cuando hablamos de la sostenibilidad del territorio en particular y del planeta en general, requiere de un profundo debate y una mayor participación democrática de la ciudadanía. “La tecnología para generar esta energía no es renovable; ni los materiales ni la extracción de los recursos ni su trasporte lo son”, sentencia. “No se está incorporando al debate la necesitad de un cambio de modelo de consumo, que es la clave de todo esto. Y mientras, estamos pensando en hacer una inversión de dinero público, en este caso de fondos europeos, al sector privado sin hacer una reflexión sobre el actual modelo socioeconómico y pensar cómo nos enfrentamos al cambio climático y al pico del petróleo”. Si no se afrontan estos problemas de una manera democrática y trasparente, asevera, “no sabemos a qué tipo de conflictos nos vamos enfrentar en el futuro”.

Durante los veinte años que estuvo ausente de su pueblo, entre otras cosas, Mar conoció de primera mano las luchas en defensa del territorio de las comunidades indígenas y campesinas en Guatemala. De aquella experiencia rescata ahora algunas reflexiones que se trajo consigo. “Es en los entornos rurales donde se extraen todos los recursos, naturales y también humanos. Por eso son tan preciados. Por eso también se está intentado en todo el mundo que haya cada vez menos gente habitando estos entornos rurales, ya que si no hay gente que viva, ame y defienda la tierra se van a poder expoliar sin oposición”. Lo que se puede aprender de lugares como Centroamérica donde se ejerce una violencia extrema, dice, es “la capacidad de la gente para mantener su dignidad, para no mirar hacia otro lado, para defender este territorio que es de todos, de todos los que estamos ahora, de los que estuvieron antes y de los que vendrán”.

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