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Economía social y solidaria
Viaje dentro de las redes que nos sostienen
En este atípico verano, repasamos opciones diferentes de turismo y ocio que ofrecen muchas redes locales y empresas de la economía solidaria y que se alejan del modelo convencional de turismo y cultura de masas. Frente a éste, estas experiencias miran por las huellas de su actividad, procurando dejar a su paso un medioambiente cuidado, condiciones laborales dignas y beneficios sociales y económicos para los territorios en que se insertan.
Tras una primavera de confinamiento y su desescalada progresiva que nos ha ido devolviendo cierto margen de movimiento, llegó el verano y con éste, ¡las vacaciones! Así, tras semanas de reclusión y encierro, hay quien tiene la oportunidad de moverse un poco, cambiar de aires y, al fin, de entorno, sustituyendo las cuatro paredes en las que hemos permanecido tanto tiempo por un nuevo escenario que nos oxigene física y mentalmente. Es tiempo de dejar atrás, o al menos dejar en suspensión, algunas rutinas que se nos han incrustado cual ADN en la piel en los últimos meses: la lejanía de nuestros seres queridos, las relaciones exclusivamente mediatizadas por lo virtual, las pantallas y más pantallas, la complicada conciliación…
Por desgracia, no todo se va a poder parar con este parón veraniego (véase rebrotes e incertidumbre, crisis económica y altas cifras de desempleo…) ni todo el mundo va a poder hacerlo, pero quienes tengan la oportunidad de echar el cierre por unos días puede ser interesante aprovechar para reflexionar sobre porqué tanta gente no queremos volver a la “vieja normalidad” (que de normal parecía tener poco) y más aún: intentar contribuir desde nuestro ocio y descanso a generar nuevos marcos, nuevas paredes que nos cobijen bajo parámetros de justicia social y medioambiental.
Es una realidad que nuestras localidades viven, en su mayoría, el impacto del modelo actual de turismo de masas durante prácticamente todo el año, en un proceso de gentrificación altamente relacionado con procesos de turistificación. “Gentrificación” y “turistificación”, dos palabros muy en boga tras los que se esconden realidades tan cotidianas y extendidas como las enormes subidas de alquileres que están expulsando al vecindario de sus casas en muchos barrios, así como con la destrucción del comercio local, bajo lógicas de homogenización franquiciada comercial, que no dan respuesta a las necesidades de quienes viven los barrios, sino que llena de tiendas de souvenirs y bares de comida rápida muchas de las calles de nuestras ciudades, y que pretende moldear del mismo modo las prácticas culturales como en la mejor de las cadenas de montaje fordistas.
Como bien reflejan las pisadas del turismo gentrificador, que viene desde hace años cambiando la conformación de muchos de nuestros territorios, “en el centro de los efectos económicos de la industria globalizada del turismo emerge una sistemática y progresiva ausencia de equidad: los beneficios se concentran en un puñado de actores transnacionales que controlan los flujos comerciales y financieros, y lo que económicamente se destruye se socializa entre las mayorías. Bajo esta lógica, las necesidades de las poblaciones locales quedan subsumidas a los deseos de los turistas. Los recursos de los territorios dejan de ser para la vida de las comunidades, y son tratados como materias primas de un mercado globalizado”, como afirmaba ya hace unos años Rodrigo Fernández Miranda, docente e investigador experto en la materia.
Este fenómeno tiene además un alto impacto ambiental que se incrementa de manera significativa en verano, tanto por el volumen como por el tipo de desplazamientos del que se nutre. Ya lo apuntaba hace más de una década la Organización Mundial del Turismo, al establecer la necesidad de considerar el turismo en sus relaciones con la energía/clima como un sistema integrado que contemple el conjunto de eslabones clave (transporte, destinos y servicios), en parte por la creciente importancia de la huella climática inducida por el turismo, donde destaca el transporte (incluida la movilidad en destino) como uno de los sectores clave, y, más en concreto, la aviación, que suponía ya entonces el 40% del impacto turístico total. Ante este ranking de transportes poco sostenibles donde el avión es el rey, Ecologistas en Acción ha lanzado estos días una campaña que invita justamente a pasar del Plan Barajas y optar por un plan B que no contribuya aún más al cambio climático y que ponga, por ende, en entredicho la vida en el planeta, comprometiéndonos para ello a reducir en lo posible nuestro uso de la aviación y quedarnos en tierra.
Mira dentro, hay alternativas
Pero no todo el turismo es igual. Podemos entre coger un avión y hacer miles de km para meternos en un “todo incluido” que ha sido construido aprovechando la ausencia de marcos legales regulatorios protectores de los derechos ambientales y sociales fundamentales, destruyendo parajes naturales y desplazando comunidades, que se sirve de una plantilla con pésimas condiciones laborales y cuya y práctica empresarial y modelo de negocio depende de un alto consumo de recursos de todo tipo (energéticos, de agua, materiales…), dejando tras de sí , además, ingentes cantidades de basura y residuos. O podemos mirar a nuestro territorio, buscando lugares cercanos a los que llegar en bicicleta, descubriendo rincones a nuestro alcance que nos eran desconocidos, moviéndonos a otra escala que nos permita conocer mejor las gentes de una localidad, sus costumbres y tradiciones, saboreando un plato de la zona o visitando la cooperativa del lugar. Entre ambos modelos hay un abismo, una enorme frontera que demuestra que otro turismo más sostenible es posible y deseable.
Son muchas las iniciativas que podemos encontrar en esta línea. Opcions recogía algunas de sus propuestas para este verano: viajes en bicicleta, intercambio de casas, experiencias en granjas… La economía social y solidaria y en concreto la red de empresas éticas y responsables que componen los Mercados Sociales, tienen así mismo numerosas propuestas. Pam a pam, mapeo de iniciativas de alimentación, vivienda, servicios, energía… que permiten consumir de acuerdo con unos criterios de sostenibilidad ambiental, derechos laborales, transparencia y democracia, transformación y cohesión social…, ha publicado en su blog diversas propuestas de alojamiento y turismo sostenible, proyectos de agroturismo con una visión transformadora, actividades y experiencias para moverse en autocaravana o descubrir rincones de la geografía catalana así como todo un amplio catálogo de restaurantes y opciones de restauración en el marco de la economía solidaria.
Puede que este año, de algún modo, se alineen los astros, se junte el hambre con las ganas de comer y podamos hacer de la necesidad virtud. Quizás no nos podamos ir todo lo lejos que nos gustaría, pero puede que esto nos de la oportunidad de conocer lugares y propuestas muy cercanas a nosotras y que no hubiéramos de otro modo conocido. Incluso si no tenemos la oportunidad de abandonar nuestra localidad, quizás podamos darnos un homenaje en aquel restaurante agroecológico al que siempre habíamos querido ir, regalarnos un libro que hace tiempo queríamos comprarnos o darnos el capricho finalmente de aquella camisa de comercio justo que tanto nos gusta.
Y con todo ello, no sólo estaremos disfrutando nosotras mismas sino que, además, estaremos contribuyendo a poner freno a algunas de las carencias de nuestro actual sistema, dándole también un balón de oxígeno a iniciativas cercanas que necesitan el apoyo social para seguir siendo viables. Porque, si algo hemos aprendido durante esta pandemia es la importancia de poner en valor y cuidar a quien nos cuida, a las redes de las que somos parte y que nos sostienen, a quien contribuye con su actividad a satisfacer necesidades reales de la población, a quien lo hace bajo valores como la solidaridad, el compromiso con el entorno o la sostenibilidad. Así, estaremos haciendo de estos pilares los resortes para esa otra “nueva normalidad” que estamos emplazadas ahora más que nunca a construir, cuyos mimbres puede que estén más cerca y accesible de lo que pensamos.