Maternidad
Maternar en una sociedad 40% patriarcal, 40% capitalista y 20% adultocéntrica

El capitalismo se lo quiere robar todo, nos saquea el amor y los conceptos, los valores y el deseo. Mercadea con la maternidad los días señalados, pero también los que restan. Te quiere educando críos narcisistas a las afueras de tu abnegación.

 Maternidad con discapacidad 2
Una madre con discapacidad visual lee un cuento a su hija Ignacio Izquierdo
Sarah Babiker
5 may 2019 09:31

A quienes somos madres nos han metido en un club del que no sé si quiero formar parte. Y es que ejercemos un rol fundamental para la sociedad, que dirían los apologetas funcionalistas. Sobre nuestras cansadas espaldas maternas afirman que reposa el futuro. Hoy se celebra nuestro día: hace semanas que lo recuerdan los escaparates. Los anuncios enumeran nuestras cualidades, definen nuestro lugar en el mundo. Hablemos pues nosotras, que las agencias publicitarias ya han tenido ocasión de hacer oír su relato.

Del mismo modo que un día me hice hija, y por eso hoy puedo escribir estas líneas, otro día me hice madre. Años después de ese día aún me sorprende presentarme como la madre de x o la madre de y. Pero mucho más estupefacta me deja que aún sean casi todas madres las que habitan la sala de espera de los consultorios, las que se sientan en las sillas diminutas de las clases de mis hijas durante las reuniones trimestrales, las que confabulan en grupos de wassap ad hoc sobre qué regalarle a la profesora a final de curso.

La inercia del mundo es patriarcal, trasciende las negociaciones familiares y se impone desde los imaginarios sociales y el desquiciado mundo del empleo remunerado
Una puede mantener una fe miope en un supuesto igualitarismo hasta que va a un hospital y sale de ahí con un hijo. Y entonces, sin negar los cambios en las paternidades, ni ciertas voluntades aisladas de hacer las cosas más justas, es la inercia del mundo la que te pone en tu lugar, la que te coloca del otro lado del teléfono cuando toca llamar al pediatra, del otro lado de la mesa de la tutora, del otro lado del mercado laboral, el lado de casi afuera, como bien muestran las estadísticas. Y es que la inercia del mundo es patriarcal, trasciende las negociaciones familiares y se impone desde los imaginarios sociales y el desquiciado mundo del empleo remunerado. Vengo de una estirpe de mujeres fuertes, pero también entregadas. Mujeres que lo dieron todo, educadas en el sacrificio, maestras en priorizar las necesidades de sus hijas e hijos. Y gracias a ellas estoy aquí. Eso no implica que yo defienda la entrega materna como un don esencialista, menos aún el sacrificio, tan cristiano. Pero ¡ay si desplazar el yo del centro fuese un valor colectivo!, ¡ay si pudiéramos desombligarnos todos!, desterrar nuestras necesidades del epicentro del universo, revolucionar las prioridades, hacer temblar el egocentrismo del que se nutre este capitalismo que nos quiere siempre centraditos en lo nuestro, en nuestras inseguridades, que traviste nuestros deseos en urgencias, y los pone por encima de los derechos de los demás. Qué lindo sería redistribuir los cuidados, ya no entre las madres y los padres, sino entre la sociedad toda, colectivizar la renuncia al egoísmo, desinvidualizar el objeto de nuestros afectos y estar ahí para las niñas y los niños todos.

El capitalismo se lo quiere robar todo, nos saquea el amor y los conceptos, los valores y el deseo. Nos expropió la “austeridad”, esa única esperanza del planeta, para convertirla en un mecanismo de transferencia de riqueza de abajo a arriba. Hizo que el tiempo libre pasara por caja para convertirlo en ocio. Y mercadea con la maternidad los días señalados, pero también los que restan. Te quiere educando críos narcisistas a las afueras de tu abnegación. Te quiere premiando a tu madre por su abnegación con perfumes y rosas. Que ella se quede con sus quejas y cansancios callados en la nevera, mientras tú te llevas tus tuppers de croquetas. Total, hay mil productos en el mercado para paliar esa frustración ilegítima de las madres que no llegan.

Ser madre es una explosión de sentido, un ecosistema de emociones cambiantes, un vuelo al raso sacudido de vértigos. Algo que de ninguna manera cabe en los anuncios

Al capitalismo hay que disputarle ya el amor materno, ese querer existencial que resignifica los ciclos y los miedos. Y es que ser madre es una explosión de sentido, un ecosistema de emociones cambiantes, un vuelo raso sacudido de vértigos. Algo que desde luego no cabe en este artículo ni puede ser capturado en una publicidad. 

Querer a personas pequeñas que reinventan la vida cada año, que algún día serán más grandes que tú, cuyos problemas desbordarán los tuyos. Gente que sentirá sobre sus espaldas la responsabilidad del mundo, que quizás se hundirá bajo ella, que quizás lo hará mejor que nosotros. Gente de la que dependerá tu vida, como la suya dependió de ti. A habitar eso está renunciando gran parte de esta sociedad adultocéntrica, no porque la gente no tenga hijos, nada de eso, sino por querer tratar cada vez menos con niños si no son los propios, por no entender que las niñas y niños más allá de los hijos de sus madres y padres, son los hijos de una sociedad, de un tiempo, de una generación.

Amputados los nexos de lo común, privatizados los afectos, nuclearizadas las relaciones de amor que han de sentir las generaciones entre sí, que es el amor de la vida que continúa y de la vida que fue, solo nos queda la celebración de este remedo de maternidad, tan patriarcal y capitalizable, de promoción en su Corte Inglés más cercano.

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