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Coronavirus
¿Y cuál es la verdadera pandemia? Una denuncia feminista desde Ecuador
Es evidente que esta “cuarentena” y el teletrabajo, presentado como gran alternativa de la crisis, tienen un claro corte de clase. Los días transcurren y el gobierno del Ecuador sigue sin dar respuesta a la crisis social generalizada, donde la gente más precarizada está muriendo de hambre, del contagio o de la indiferencia
Las medidas de aislamiento social se establecieron para todo el territorio ecuatoriano como una estrategia para enfrentar el avance del virus. Este #QuédateEnCasa, sin embargo, es insostenible para la gran parte de la población que vive del trabajo informal diario y que se encuentra fuera de cualquier sistema de protección social.
Si se ponen cifras, se puede afirmar que el 46% de trabajadores ejercen sus actividades en la informalidad (INEC 2018, El Telégrafo 2019 y Cordes 2020), lo que significa que cerca de 3 millones de personas ven complicados sus medios de vida y enfrentan problemas para resolver una necesidad vital: comer. Así, mientras es evidente que esta “cuarentena” y el teletrabajo, presentado como gran alternativa de la crisis, tienen un claro corte de clase, los días transcurren y el gobierno del Ecuador sigue sin dar respuesta a la crisis social generalizada, donde la gente más precarizada está muriendo de hambre, del contagio o de la indiferencia.
“La gente que tuvo recursos pudo proveerse de alimentación, es muy diferente, ¿y si no tiene plata para comprar cómo le hace? Esa es la desigualdad que hay” denuncia Lenny, quien es de Guayaquil y representante de la Unión Nacional de Trabajadoras Remuneradas del Hogar y Afines (UNTHA), y continúa diciendo que “hay gente que vende cosas, cortauñas, frutas, agua, esa gente está en su casa, ganaban sus 5, 6 dólares trabajando todo el día aunque sea para dejar para la comida. Se teme el hambre, la hambruna, eso nos puede llevar a una crisis”. Es evidente que la verdadera pandemia es el capitalismo, la desigualdad social.
Ecuador, siendo el tercer país más pequeño de Sudamérica, es el segundo país que más personas contagiadas reporta en toda América Latina.
Ecuador, siendo el tercer país más pequeño de Sudamérica, es el segundo país que más personas contagiadas reporta en toda América Latina. El miércoles 8 de abril, eran ya 4.450 los casos, de los cuales 3.047 se encuentran en la provincia de Guayas. Mientras el gobierno informa que existen 242 personas fallecidas por el virus, los diarios, las redes sociales, los grupos de Whatsapp se inundan de fotos, video y audios que relatan muerte. Hay cadáveres en las calles de los barrios más precarizados de Guayaquil. Hay familias conviviendo con los cuerpos de sus seres queridos. Las funerarias están desbordadas y ya no dan abasto. Y mientras la gente no puede dar sepultura a sus muertos, el gobierno socialcristiano de Guayaquil anuncia que “donará” ataúdes de cartón.
¿Qué cuerpos serán enterrados en esas cajas de cartón? ¿Qué cuerpas reciben sepultura y cuáles no? De esta manera, la pandemia intensifica las lógicas de gestión biopolítica y necropolítica del Estado ecuatoriano, ratificando las lógicas coloniales, capitalistas y patriarcales que categorizan a la gente y cuestionan su condición de humanidad.
Se despliegan políticas racistas y gamonales en donde ciertas vidas valen la pena y deben ser cuidadas y protegidas, mientras otras simplemente son descartadas. Como dice Paul Preciado “el virus actúa a nuestra imagen y semejanza, no hace más que replicar y extender a toda la población, las formas dominantes de gestión biopolítica y necropolítica que ya estaban trabajando sobre el territorio nacional”. La coyuntura demanda, ahora, no solo exigir vidas dignas, también demanda exigir muertes dignas.
La pandemia intensifica las lógicas de gestión biopolítica y necropolítica del Estado ecuatoriano, ratificando las lógicas que categorizan a la gente y cuestionan su condición de humanidad
La población ecuatoriana se enfrenta al virus en un contexto adverso para el sector de la salud, con un recorte presupuestario en el último año equivalente al 30% y más de 3.500 profesionales despedidos en el pasado 2019, ¿podríamos imaginarnos cuántas camas, insumos y capacidad técnica en salud implica estos recortes? Ahora, en medio de la pandemia, el gobierno de Moreno se quiere lavar las manos anunciando una contratación de doctores y doctoras que no representa ni el 13% del total de personal despedido hace un año. Al gobierno le importa tan poco la vida de la ciudadanía que mientras decidió pagar la deuda externa este pasado martes 24 de marzo, disponiendo de 324 millones de dólares, no llega a desembolsar nuevos fondos para la emergencia sanitaria y el abastecimiento del sistema de salud pública.
Entre los sectores más golpeados de Guayaquil, epicentro de la crisis, se encuentra la Isla Trinitaria, un asentamiento urbano-popular en el sur de la ciudad. Esta isla, que se encuentra rodeada por varios ramales del Estero Salado, tiene una población que recoge una gran diversidad cultural pero que, al mismo tiempo, se encuentra en dramáticas condiciones de pobreza. Según el último censo poblacional (2010) habitan unas 21.074 familias, cifra que seguramente ha aumentado, las cuales enfrentan el desabastecimiento de servicios básicos como denuncia Maricruz: “Aquí en Guayaquil se corta muchísimo el agua en los sectores populares porque para los ricachones nada. Acá siempre cortan”. Nuevamente se evidencia que la biopolítica y la necropolítica operan en múltiples dimensiones.
Pero es el hambre el gran problema que aqueja esta población, y otras más, ya sea por la especulación de los precios, los problemas de abastecimiento o la falta de recursos para provisión de alimentos. “A nosotros no nos ha faltado un pan, estamos comiendo solo dos veces al día”, dice Jaqueline de la Trinitaria, reflejando lo que muchas más familias deben hacer para pasar el día, demostrando que en este marco, el racionamiento y el ayuno forzado se ha vuelto la medida emergente para la subsistencia inmediata.
No conforme con ello, las personas de Trinitaria deben enfrentar la alerta creciente frente a los abusos policiales y militares que, en los últimos días, han sido denunciados reiteradamente por vulnerar de diversas maneras la dignidad humana. Gente indigente, habitantes de calle y residentes de barrios populares han sido objeto de violencia, sus cabezas han sido rapadas y sus rostros rayados, e incluso han sido obligadas a comer carne cruda, todo como “castigos” por no respetar las prohibiciones de movilidad. A esto, de manera más silenciosa, se impone el temor de los abusos sexuales y violaciones a mujeres que, históricamente, ha representado la militarización de los territorios.
Un contexto crítico, como el presente, demanda del Gobierno del Ecuador que asuma su rol como garante de derechos y no permita que el pueblo muera por hambre o por el Covid-19. En el ámbito alimentario, y considerando que el 70% de la población ecuatoriana es alimentada por la agricultura familiar y campesina, es responsabilidad del Estado gestionar la compra directa de alimentos a al campesinado, garantizando su distribución más allá de las grandes cadenas multimillonarias de supermercados, enriquecidas diariamente a costa del pueblo.
El Estado debe proveer una renta básica a las familias que viven del trabajo informal, que han sido despedidas o que carecen de recursos para su subsistencia
En lo que refiere a garantizar una vida digna mientras dura las medidas de aislamiento social, y considerando los contextos heterogéneos de la población, el Estado debe proveer una renta básica a las familias que viven del trabajo informal, que han sido despedidas o que carecen de recursos para su subsistencia, para que esta gente, que es la mayoría de la población ecuatoriana, también pueda #QuedarseEnCasa. No plantearlo de esta manera, implica permitir que las clases trabajadoras tengan que sostener la crisis y, también, asumir sus costes humanos. ¡No estamos dispuestas a permitirlo!
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Desde el feminismo defendemos la vida en todas sus dimensiones, de manera que las discusiones y aportes giran precisamente alrededor de poner la vida en el centro. A partir de esta idea, debemos nombrar el trabajo reproductivo y de cuidados que, siendo invisibilizado y muchas veces no remunerado, es el que posibilita el trabajo productivo, tal como pasa con el trabajo remunerado del hogar y de cuidado en el Guayaquil que es epicentro de la crisis.
Esta situación se expresa, por ejemplo, en las mujeres que continúan trabajando “puertas adentro” con empleadores que no tienen precaución con su salud, en aquellas que no han recibido el pago de su trabajo y en muchas más que han sido despedidas en el marco de la crisis, en cuyas vidas se reproducen las dinámicas domésticas y gamonales de violencia y desigualdad que se exacerban en un marco de alto riesgo de contagio.
En estos espacios domésticos, se evidencia una cadena de interdependencia de la vida vinculada a una cadena de interdependencia del capital, ya que son esos quehaceres domésticos, cuidados y afectos, realizados principalmente por mujeres en una lógica de trabajo [no] remunerado del hogar, los que sostienen la supervivencia de la vida y las economías locales, nacionales y globales.
De igual manera, como la cadena de supervivencia del capital sustrae vida de la explotación económica, de la extracción de los recursos naturales, de la desterritorialización, del endeudamiento de los países y sus ciudadanía, de los recortes presupuestarios destinados a los derechos, lo hace también al momento de tomar partido de las vidas de las mujeres.
Esta es la interdependencia que prima, que no elige la vida sino la acumulación, poniendo al mercado en el centro. Por eso nos preguntamos si ellos ven vidas o sólo cuerpos que son descartables: cuerpos descartables que yacen en las calles; cuerpos descartables que serán enterrados en cajas de cartón.
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Hemos articulado este texto en conversación constante con Lenny, Maricruz y Jaqueline, tres ex trabajadoras remuneradas del hogar de la ciudad de Guayaquil y que son parte de la UNTHA, para visibilizar las condiciones de subsistencia del “vivir al día”. Condiciones que están sumergidas en la precariedad producto una desigualdad social histórica donde la riqueza se ha concentrado en pocas manos. Esto se sostiene en un sistema depredador que materializa su acumulación en diversas formas de explotación, y más cuando recae sobre los cuerpos de las mujeres.
En la Isla Trinitaria, como una alternativa para enfrentar la crisis, hay familias que se están uniendo en una sola casa (abuelos, padres, hijas, tíos, cuñadas en una sola familia ampliada), para así juntar esfuerzos, alimentos y contención. Sin embargo, la situación de precarización se agrava con el pasar de los días con la extensión de las medidas de aislamiento y restricción.
La interdependencia que prima no elige la vida sino la acumulación, poniendo al mercado en el centro. Por eso nos preguntamos si ellos ven vidas o sólo cuerpos que son descartables
Frente al recrudecimiento de la violencia machista, el hambre que azota a los sectores más precarizados, la biovigilancia hasta los confines de las casas, la militarización del espacio público, la indigna muerte en el abandono absoluto, y la incertidumbre generalizada frente al futuro, ¡nosotras exigimos al gobierno los cuidados necesarios para el pueblo! ¡Exigimos DIGNIDAD!. ¡No solo ciertas vidas importan! ¡Todas las vidas importan!
“Debería cuidarse a la trabajadora, en esta pandemia nos dimos cuenta que afecta no solo a las trabajadoras sino también a los empleadores que han recibido esta pandemia y nosotras como clase trabajadora nos hemos visto afectadas porque desde allá comienza.1 Que se cuide a la trabajadora que es una parte fundamental para la sociedad, desde los años antiguos este trabajo no ha sido valorizado pero hemos sostenido al país.”, dice Lenny de la UNTHA, demandando que se dé valor a su trabajo y a sus vidas.
Mientras tanto, en el potente tejido comunitario de mujeres como Lenny, Maricruz y Jaqueline, se está articulando la supervivencia de sus familias, de sus barrios y de sus compañeras trabajadoras que ahora se encuentran sin ingresos. De la misma manera que los mensajes y las llamadas de solidaridad se reproducen, también se reproduce una política en clave feminista que el confinamiento no puedo cortar. Este tejido y sostén comunitario se fortalece, y en este las palabras tienen un poder latente que anima y alimenta, y así sobrevivimos.