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Crisis energética
Crisis del gas y tensiones en Europa: tres narrativas
La situación energética en Europa derivada de las consecuencias de la guerra de Ucrania —o más concretamente de las sanciones impuestas desde Europa a Rusia— va según lo ya dicho y advertido desde un comienzo. Realmente, basándonos en la más simple de las lógicas, declarar una guerra de sanciones económicas contra una potencia energética genera problemas energéticos. Sin embargo, esto ya era sabido y advertido y no presenta ninguna novedad. Lo que quizás quedó advertido en letra más pequeña y suave, en un hilo de voz casi imperceptible por parte de todos aquellos denominados especialistas, es la vuelta de las hostilidades entre los estados-nación europeos del centro y norte y los del sur.
Ortega y Gasset ya mencionó el especialismo creciente como una barbarie y, más allá de estar de acuerdo o en desacuerdo con su postura, es preciso atenderla, reflexionar cómo es que nadie en el sector de la opinión pública se ocupó de advertir esta hostilidad, que lejos de ser novedosa, es continuada desde hace ya más de una década. Quizás esa información en ese momento no interesaba a nadie, y si suponemos que el especialista configura sus exposiciones de hechos en base al interés y no a la necesidad, hay multitud de cosas a las que no hemos podido prestar suficiente atención.
Así, propongo que le demos valor a este hecho aparentemente inadvertido, a qué es lo que puede estar ocurriendo, para evitar cualquier tipo de impulso reaccionario. Por ahora esta hostilidad es reciente y aparentemente marginal. Surge de la petición por parte de la Comisión Europea de una estrategia de cooperación energética para ayudar a Alemania, la más dañada por las sanciones. Desde esta petición se han sucedido multitud de tuits, intervenciones de tertulianos y exposiciones en redes sociales que rechazan las peticiones de ayuda de Alemania, argumentando que en la pasada crisis del 2008 los países de Europa del sur fueron humillados y endeudados por la rica Europa del norte-centro. Destacan que los países de Europa del Sur (Portugal, Italia, Grecia y España) eran apodados PIGS, y que, ante tal humillación pasada, ahora es preciso reaccionar en contra.
La narrativa nacionalista caracteriza a estos discursos que se oponen a ayudar al resto de países europeos. Aparece bajo frases que incluyen palabras como humillación o traición
En contrapartida, los europeístas defienden que la rica Europa de arriba ayudó a menguar los efectos de la crisis del 2008 en la Europa de abajo, y que ahora es preciso devolverle el favor. ¿Quién tiene razón? ¿Ante quién debemos ser hostiles? Creo que para profundizar en ambas posturas hay que atender a tres narrativas distintas que quedan entremezcladas en todo este asunto. La primera es la narrativa de clase, la segunda es la narrativa nacionalista y la tercera es la narrativa liberal-económica. Estas tres narrativas dividirán a la opinión pública, y aunque sea de manera simplista, pues un análisis exhaustivo precisaría un enorme libro, hay que ver que dice cada una de ellas.
La primera narrativa asegura que hay una diferencia sustancial de clase entre los países de arriba y los países de abajo. Los apodados PIGS o la Europa pobre son los países del sur, los cuales son acumuladores de deuda y de paro, estados-nación más inseguros económicamente, con los pilares del estado del bienestar más enclenques y peligrosos. Los países de arriba, sin embargo, son países de prosperidad, donde hay buenos sueldos y una infraestructura sólida que los previene de las crisis, y donde hay un bienestar generalizado mayor. Realmente es cierto que hay una diferencia enorme entre España y Alemania, por ejemplo. España está empobrecida y Alemania no tanto. Grecia es acumuladora de deuda y Dinamarca no.
La narrativa de clase aparece cuando se afirma que los estados europeos más ricos son más ricos a causa de empobrecer a los estados más pobres. Es aquí donde se establece que hay unos estados que están arriba y que obtienen privilegios gracias al empobrecimiento de los otros, y aparece por sí mismo un discurso de clase. Este discurso no tiene grandes fallos por sí mismo, salvo su derivación. Y es que la segunda narrativa puede parecer similar a la primera, pero es distinta, pues involucra el nacionalismo más propio de los estados-nación. Es, a mi juicio, la narrativa que caracteriza todos esos discursos que se oponen a ayudar al resto de países europeos. Aparece bajo frases que incluyen palabras como humillación o traición. Aquí, subyacentemente, se ve a la nación como un ente vivo y orgulloso y en enfrentamiento directo con otras naciones.
“Si previamente una parte de Europa nos ha humillado, ahora es preciso vengarse, no prestar ningún tipo de ayuda a nadie, mantener el honor de nuestra patria humillada a causa de la crisis económica. Ahora que nosotros tenemos el privilegio energético, es hora de ver como el otro se empobrece a nuestra costa”. Obviamente, mi imitación de este discurso es exagerada e incluso cómica. Pero no hay que rebuscar mucho en internet para encontrar a individuos que tienen discursos muy parecidos a estos. Lo más interesante es que esta narrativa tiene que apoyarse en un discurso de clase, en un discurso de opresores y oprimidos, pues si no lo hace, queda expuesta como algo bárbaro. Todo aquel que tenga un discurso similar a este argumentará que está harto de pertenecer a una nación sometida a intereses de otras.
Sin embargo, habría que ver en qué ayuda a la igualdad entre los países europeos y sus gentes la defensa pavorosa de un privilegio temporal a raíz de un conflicto bélico y, más allá, el exaltamiento de una nación en contra de otra. En tiempos como los que estamos viviendo, el nacionalismo se tiñe de justicia social, y la voz que podría hablar de opresores y oprimidos empieza su proclama con la defensa nacional. Por eso es preciso diferenciar la deriva nacionalista de los discursos de clase. Los argumentos nacionalistas quedan vacíos sin una alusión a conflictos de clase, y los conflictos de clase quedan enterrados si derivan a las alusiones nacionalistas. Sería muy positivo encontrar otra vía de exploración de las diferencias entre los países europeos que eviten en la medida de lo posible el enfrentamiento nacionalista.
Abogar por la paz y la cooperación entre las naciones europeas es apostar por la narrativa del liberal, que comete el mismo error que todo liberal cuando olvida que solo puede haber cooperación real entre iguales
La última y tercera narrativa es contraria. Aboga por la paz y la cooperación entre las naciones. Los individuos más pacifistas y recatados encontrarán aquí su lugar, un lugar donde Europa está unida y todos los estados cooperan entre sí por un bien común. Es la narrativa del liberal, que comete el mismo error que todo liberal cuando olvida que solo puede haber cooperación real entre iguales entre sí. Excluye de todos lados los datos reales de precariedad y la existencia de diferencias sustanciales entre los estados. O si incluye estos datos, alegará argumentos meritocráticos, asegurando que si hay países con un estado de bienestar más alto es porque han llegado a él por esfuerzo, y no a causa de pisotear a otros. La labor de esta narrativa es, por una parte, la evitación de cualquier conflicto, o visto de otra manera, la evitación de cualquier cuestionamiento a las estructuras de poder entre los estados de la Unión Europea, todo esto bajo un prisma de pacifismo. Lo interesante de este discurso es que, tal y como ha pasado tantas veces en la historia de Europa, radicaliza hacia el nacionalismo a grandes sectores de la población, que no se pueden creer ni la meritocracia, ni la unión entre iguales.
Estamos, por lo tanto, ante una situación compleja y puede ser que incluso aburrida para algunos lectores y especialistas. Nadie quiere admitir que su discurso es erróneo, nadie quiere ver el para qué oculto de su pacifismo, ni de su nacionalismo. Todos quieren su defensa guerrera del sí y el no. Nos olvidamos de que la moderación a la hora de encontrar nuestro discurso —no hablo de centrismo político, sino de la exploración de las diferentes narrativas desde sus derivaciones— es la que realmente permite que aparezca el verdadero problema, o al menos, las verdaderas preguntas. Puede que los factores de desigualdad básicos como las estructuras de poder aparezcan en nuestro discurso sin necesidad de formular frases como “traición hacia la patria”. ¿Estamos en una situación de igualdad entre estados? ¿Qué ocasiona la pobreza de unos y la riqueza de otros? ¿Cuáles serían los ingredientes para favorecer esa igualdad a corto y a largo plazo?