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Música clásica
Un niño llamado Beethoven entre los instrumentos históricos del Weltmuseum de Viena
Donado por Anneliese Schmidt (Hannover), este retrato del músico a los 13 años, pintado por el desconocido Maestro de Bonn, conmuve por la ternura e inteligencia de su mirada.
Siempre que fui a Viena regresé de allí con alguna vivencia relacionada con Ludwig van Beethoven (Bonn, 1770-Viena, 1827), uno de los compositores a los que más he escuchado, escucho y admiro. Temo repetirme al decir que la primera vez que estuve en la capital austriaca, durante un viaje organizado hace ya más de treinta años, el guía de la excursión tuvo a gala sentir orgullo por un país que había importado al genial músico de Bonn y exportado a Hitler (hoy los tiempos no parecen ser los mismos porque la ultraderecha forma parte del Gobierno austriaco en ejercicio).
En mis siguientes viajes no faltó, en ninguno de ellos, una visita a la casa-museo de Beethoven en Heiligenstadt, en el número 6 de la calle Probusgasse, su lugar de retiro campestre (hoy distrito 19) a pocos kilómetros del centro de la ciudad. Enamorado de la naturaleza, fue aquí donde compuso su Sinfonía Pastoral -la escuché en el pequeño jardín de la casa la primera vez que estuve- y donde también escribió, al saber de su sordera incurable, su desesperado y conmovedor testamento.
Con motivo de mi último estancia en la capital austriaca, la semana pasada, no hubo tiempo para acercarse a la casa de Heiligenstadt, y lo he lamentado mucho porque la vez anterior que la visité con mi familia se encontraba en obras y ahora me he enterado de que de los 40 metros cuadrados de pequeñas estancias se ha pasado a 265, con un total de catorce salas de exposición. Posiblemente ya no tendrá el encanto recoleto de la primera vez, cuando apenas era frecuentada por los turistas, pero sí será más completo el material documental que se muestre.
A falta de Heiligenstadt, este último viaje me brindó la ocasión de encontrarme con el único retrato que se conoce de Beethoven siendo niño. Se encuentra en el Weltmuseum, entre la valiosa y hasta impresionante colección de instrumentos musicales históricos. Se trata de un óleo sobre lienzo de pequeñas dimensiones en el que el compositor tiene trece años. A esa edad ya era considerado un niño prodigio como organista, cembalista y violista en la corte del Gran Elector de Bonn. También había publicado sus tres primeras sonatas. Esto es lo que se dice en la nota que hay al pie del retrato.
Es a esa edad, siendo alumno de Christian Gottlob Neefe -un profesor decisivo en su formación musical y humanística-, cuando Beethoven fue contratado como violista en la orquesta de la corte del príncipe elector de Colonia, por recomendación de Neefe, que lo había calificado como un segundo Mozart, de mantener su sobresaliente progresión. Cabe la posibilidad de que el retrato celebrase el contrato con la orquesta de la corte de Maximiliano Francisco, y que hasta fueran más los que entonces se le hicieron al joven músico por su indudable y destacado talento.
El hecho es que únicamente tenemos una semblanza de este primer Beethoven pubertario gracias a la ignorada identidad del Maestro de Bonn, el autor de esta obra fechada en 1783 y donada al museo vienés por una tal Anneliese Schmidt, residente en Hannover. Sorprende encontrar en Viena, y entre una colección de instrumentos históricos, esta obra procedente de Alemania que quizá fuera más apropiado hallar en la casa-museo natal del músico en Bonn, por azaroso que suela ser el destino de las pinturas artísticas.
¿Quién fue este ignorado Maestro de Bonn, que hubiera podido unir su nombre al que dispensaría la historia a su joven modelo? ¿Acertó el pintor a indagar en la personalidad de ese niño toda la dimensión de genialidad que había detrás de esa mirada inteligente y un tanto melancólica? ¿O lo que atisbaría -quizá al unísono- sería esa infancia triste de la que nos hablan los biógrafos del músico, con una madre enferma y un padre autoritario y bebedor que le sometía a largas y duras jornadas de estudio, convencido como músico de las aptitudes sobresalientes de su hijo?
Me he detenido largamente en esos ojos, en cuya expresión es muy posible que esté inscrita con toda la espontaneidad de tan temprana edad la semilla de la inteligencia creadora del compositor que maravillaría al mundo, quizá como en ningún otro retrato de los que conocemos del Beethoven adulto. Una vez aclamado y celebrado, entra dentro de lo probable que los pintores aureolasen de algún modo la imagen del genio, mientras que en este retrato del desconocido Maestro de Bonn está, esencialmente, el niño que acaba de despuntar con su música y asiste quizá todavía un poco perplejo a su propio éxito. Por eso esta semblanza está más cerca de su humanidad, la más fresca y tierna, que ninguna otra semblanza posterior, cuando la vanidad del prestigio, los elogios y las celebraciones afecten no sólo a la perspectiva de sus retratistas al pintarle sino posiblemente también a la propia actitud del músico.
Conmueve mucho esta imagen a quienes admiramos sobre todo los torrentes de humanidad que se respiran en las composiciones de Beethoven cada vez que las escuchamos. Puede que en la humanidad de ese niño percibamos mejor la dimensión que alcanzará en el genio con su perduración, prolongación y maduración interior en el desarrollo de su gran obra. A partir del estudio del arte del sonido, la primera disciplina a la que le sometió su padre cuando aún no tenía Ludwig ni los menores rudimentos escolares, sus facultades musicales no dejaron de crecer y ya asombraron con solo siete años al auditorio de la Academia de Música de Colonia.
Dicen que coincidiendo con los últimos años de su vida, el genial compositor -ya sordo- escribió sus mejores obras. ¡Hasta qué punto estarían arraigadas en su biografía aquellas primeras lecciones del arte del sonido para seguir sonado dentro de sí cuando en su existencia se había hecho el silencio! ¡Hasta qué punto hizo de su vida música aquel niño del Meister von Bonn para que la siguiera creando sin escucharla! ¡Y cuánto dolor habría en eso ojos envejecidos por sentirse privado del sentido que dio sentido inmortal a su vida y a su obra!
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