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Guatemala
Una luz al final del camino
Un vehículo avanza por las montañas del norte de Guatemala. Hace horas que es noche cerrada, la carretera serpentea entre siluetas apenas perceptibles. Si fuera de día, al final veríamos elevarse el Tajumulco, como una atalaya en el istmo, observando el Norte amenazante y anhelado. El tráfico de furgonetas llenas de mochileros y otras tribus viajeras, en busca de la magia prometida por los folletos turísticos, se ha ido apagando a medida que nos alejamos del espinazo de doble calzada que recorre el país. Estamos cansados, llevamos viajando toda la jornada. Nuestro conductor y su acompañante mucho más, acumulan una fatiga atávica que ya no les permite más que continuar hacia adelante. Ni el sueño es conciliable, ni la deserción negociable.
“A ese lado de la carretera actúa el cártel A y al otro el B, vamos justo por la linde entre los territorios que cada uno controla. Hasta la semana pasada estaban en pleno trasiego de amapola, para llevarla por la frontera, pero ya acabaron, pueden estar tranquilos”. Nancy mira hacia el asiento de atrás y nos hace saber por qué clase de cuerda floja caminamos. Ignorar el precipicio, sumergido en la oscuridad, es la única solución para seguir avanzando hacia algún lugar. Además, añade, el ejército (parte, cómo no, del business), ya se ha dejado ver y ha puesto una tanqueta en el crucero, dando oficialmente por concluido el desgobierno.
El narco no ha amenazado de momento a San Pablo y a las comunidades en resistencia contra los desmanes y abusos de Energuate, la empresa nacional de energía. En realidad, ésta ha pasado por varias manos desde que se privatizara tras los acuerdos de paz, a finales de siglo pasado. Incluso por las de nuestros campeones de la energía, en aquellos tiempos en que se abrió la veda para que reconquistaran las Américas a golpe de talonario. Unión Fenosa y Gas Natural nunca reconocieron su implicación en los diez asesinatos de activistas y en el encarcelamiento de más de sesenta, algunos octogenarios. Al final se quitaron de en medio, demasiado riesgo reputacional para tan poco beneficio, imagino, extorsionando a comunidades en los confines del istmo.
Meses después, observo al auditorio que acaba de ver «Luz de Todos», el documental que hemos venido a filmar, al final de nuestro periplo centroamericano. Mucha gente se emociona, sobre todo aquella que participó desde el principio, avalando personalmente el crédito de Coop57 que ha permitido que la comunidad de San Pablo se haya dotado de una minicentral hidráulica y hoy tenga un sistema propio, autónomo, con el que abastecerse de energía. Es difícil transmitir la angustia de transitar perpetuamente por el filo de esa navaja, o quizás lo contrario, la suma facilidad de solo poder caminar hacia adelante, de no tener margen para dudar o elegir. Observo a todos esos compañeros y compañeras y descubro en su admiración hacia tanta determinación, empoderamiento y autoorganización, la ignorancia del horror en el que vive instalada Guatemala durante décadas. Es irreproducible tanta tensión cotidiana, tanto haber de mirar hacia atrás, quitar clavos de los discos de freno, activar el signal, no tener documentación, reconstruir todos y cada uno de los sabotajes, resistir el acoso de la policía en cada control o los golpes de matones y lameculos de la autoridad en cualquier recodo del camino. Cualquier día me voy a ese Norte del que tanto hablan y desaparezco.
De repente, al final de un camino que se hace eterno, el motor se detiene ante una casa y Feliciano nos abre la puerta de su hogar o de su corazón, que viene a ser lo mismo. Un punto de luz en la noche nos parece el sol apareciendo en el horizonte. Horas después, el día nos devuelve el paraíso que es en realidad Guatemala, como si todo hubiera sido parte de una pesadilla. Pero el mal sueño es real, y aparece en los testimonios de unas voces suavizadas por tanta lucha. Después de diez años lo han conseguido. Quizás porque la alternativa era morirse en una cuneta, empotrado contra el volante del carro, o que te detenga la interpol por cualquier acusación inventada incluso camino del Norte, y encima no ver ni un destello pasajero de esa luz. Ni siquiera poder imaginarla. Para eso mejor llegar hasta el final, hasta caer rendido, pero libre de espíritu.
Observo al auditorio que está mirando a Kristian en la gran pantalla desde la que nos habla, emocionado, dándonos las gracias por tanta solidaridad, extraña en estos tiempos. La gente no repara en su rostro, golpeado por tantos días en las calles de Ciudad de Guatemala. Alguien ha encendido otra luz: el próximo domingo 14 de enero, contra todo pronóstico y esperanza razonable, contra todas la fuerzas de esa negra noche, es probable que Arévalo y Herrera asuman los destinos del país. La gente de San Pablo sabe que es poco más que un candil tembloroso, pero que hay que defenderlo como si fuera una constelación entera. Porque las estrellas alumbran estrellas, como ya consiguieron hacer con Hidro Maya e Hidro Igualdad, otras comunidades que han seguido su ejemplo y ya están en camino de tener sus propios sistemas. Y que cada uno haga su revolución y todos juntos la de todos, que nadie espere ser guiado ni liberado más que por su propia esperanza y responsabilidad hacia el futuro.
Una luz se ha encendido en América Central, y más nos vale que no se apague nunca más.