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Cooperación internacional
Lo tuyo es puro teatro
En el otoño que tenemos a la vuelta de la esquina, el Congreso español se ha puesto la tarea de dotar al país de una nueva ley de cooperación internacional. La anterior es de cuando en Berlín todavía no habían recogido los cascotes del muro, el cambio climático ni estaba ni se le esperaba y la equidad de género, ya tal. En aquella ocasión, al gobierno del PP le pareció muy acertado darse un baño de buen rollito, para hacer de guarnición del nuevo lugar proyectado para España en el nuevo orden mundial. Del 98, año de la ley, al 2003, aquellos maravillosos años, dejamos de ser unos parias de la Historia y nos hicimos un hueco en la foto de las Azores. La infamia de la guerra en Irak formaba parte también de la ecuación para ser alguien en este mundo, póngame también cien gramos en lonchas, que no se diga.
Casi un cuarto de siglo después, la cooperación vuelve a estar en la receta del crecepelo. Este gobierno se jacta de no dejar a nadie atrás y luce ufano en las solapas de trajes y vestidos sus pines de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de Naciones Unidas, que es lo que se lleva ahora, como diría la canción. Así que seguramente es el momento de hacer las reformas impostergables que necesita la cooperación internacional en nuestro país, sin duda, y además se agradece, porque incuestionablemente hay una dosis razonable de sinceridad política, de gente que se lo cree, mucho, en las filas de los partidos que impulsan el proceso de reforma, dentro y fuera del ejecutivo.
Pero como diría Ovidi Montllor, ya no nos alimentan las migajas, queremos el pan entero. La cooperación internacional, si no se articula en un conjunto de políticas públicas alineadas con la defensa y promoción de los derechos humanos, la equidad y la sostenibilidad en todo el mundo, no sirve absolutamente de nada. Al contrario, puede llegar a ser contraproducente, y permitir la construcción de relatos públicos que más se asemejan a maniobras de distracción. Con toda la maquinaria mediática trabajando a favor, revertir esas imágenes grabadas en las retinas amodorradas de los telespectadores estivales es misión imposible. A veces las noticias se alinean como los planetas y las incoherencias de la política pública brillan nítidas en el cielo. Mientras sacamos pecho acogiendo a un puñado de afganos, nos disponemos a expulsar ilegalmente a centenares de menores a Marruecos. Mientras supuestamente le plantamos cara al régimen talibán, negociamos una nueva etapa de concordia con la cleptocracia del otro lado del Estrecho, responsable de la miseria y la represión de su gente. Del Sáhara Occidental hablamos otro día, si les parece.
Kabul se ha convertido en el nuevo pin de los ODS: montas un operativo (por el que solo cabe dar las gracias y felicitar a quien se ha jugado el pellejo, por supuesto, no es esa la cuestión), lo conviertes en la prueba del algodón de nuestro compromiso con los más desfavorecidos del mundo, recargas las baterías del orgullo patrio metiendo en la operación al ejército y a otra cosa, mariposa. Otra operación Aquarius, que probablemente acabe como aquella: ¿para qué articular una respuesta global a problemas complejos como los que nos atenazan, si con un hilo veraniego de tuits lo podemos resolver? Mientras el becario community manager programa las redes sociales y Marlaska recibe a los jóvenes afganos en Torrejón, venga, a lo loco, en otras oficinas de España y toda Europa seguimos blindándonos contra todos esos afganos y marroquís que no podrán coger un avión para escapar de su injusto destino. De verdad, nunca había echado tanto de menos a Gibraltar como crucigrama de verano.
Así no. Ya no nos basta con la cooperación internacional, en realidad nunca nos bastó, pero hoy menos todavía. Es comprensible que también haya que jugar en corto en la disputa partidaria, mantener el pulso diario, pero se nos acaba el tiempo para la política teletubbie. Hay que asumir que la emergencia climática y todas las injusticias que genera y ahonda, no se aborda seriamente sin tratados comerciales internacionales que descarbonicen nuestra economía o ampliando aeropuertos. No se establecen vías seguras y justas para migrar colaborando y cediendo al chantaje de regímenes corruptos y despóticos. No se estabiliza el mundo y se consigue una paz duradera, vendiendo armas al mejor postor, a cambio de un puñado de puestos de trabajo en casa. A veces la gente se desespera y nos critica, la cooperación no sirve para nada, adónde ha ido a parar todo ese dinero, sin reparar en que todos esos cambios que esperamos no están en el 0,7%, sino en el 99,3% que queda fuera de su alcance. Si vamos a cambiar la ley sin entender y actuar sobre eso, y encima se van a hacer una foto de “abrazo fuerte” con nosotros, paren que nos bajamos. Ya tenemos una edad, y el teatro del mundo necesita otro guión.