Brasil
Imaginar Brasil

La izquierda latinoamericana no ha sabido construir una alternativa económica, desde la que acumular poder político y construir una nueva propuesta de sociedad.

Adeniro, agricultor ecológico en Itamaratí (Brasil).
Adeniro, agricultor ecológico en Itamaratí (Brasil). Miquel Carrillo

@MiquelCarr

17 oct 2019 17:08

Después de tres semanas en Brasil, todas nuestras conversaciones acaban convergiendo en una misma pregunta a nuestros interlocutores: ¿cómo llegaron a elegir a Bolsonaro? También hay variantes, como aquella que busca el instante en que todo se fue a la mierda, o por qué los poderes fácticos han elegido a un tipo tan mediocre como al exmilitar. En Brasil, un país de dimensiones continentales, de más de doscientos millones de personas, lo que sobra es gente con talento.

Hay quien pone encima de la mesa la teoría conspirativa, no en vano es uno de los países en los que más crece Facebook. La penetración de las redes sociales y la ingeniería de los criptodatos podrían bien explicar cómo el discurso del odio han prendido en esta sociedad, vehemente y violenta, afectiva y alegre a partes iguales.

‘La promesa era la seguridad’, nos cuenta Claudir, viejo sindicalista de Porto Alegre. ‘No olvides que la violencia afecta sobre todo a las clases populares, las que viven en barrios como este, y que además fueron golpeadas por la crisis de principios de la década’. En Sarandi todo el mundo conoce alguien a quien le han robado el coche y se ha esfumado por esas carreteras mil kilométricas que recorren plantíos de caña de azúcar o soja. Son muchos los que titubean, interpelados por el legado de los gobiernos del partido de los Trabajadores (PT), aunque hayan podido trabajar, gozar de algún tipo de subsidio o ver a sus hijos acceder a la universidad. ‘Eso es lo que no perdonan, que un operario de fábrica como Lula haya sido el presidente de una de las principales naciones del mundo, que los hijos de esos operarios hayan llegado en tal número a las facultades que el sistema no tenga capacidad de cooptarles a todos. Una amenaza en toda regla a sus privilegios.’

En Itamaratí, al lado de la pista de aterrizaje de la fazenda que en tiempos empleara a más de cinco mil personas, Nega nos confiensa: ‘¿cómo no voy a ser del PT?’ A pesar de los pesares, ahí están las más de 50.000ha repartidas entre las familias que pasaron años viviendo bajo plásticos en los márgenes de las carreteras. Resulta difícil pensar que algún diabólico algoritmo haya tenido la capacidad de sembrar la semilla de la discordia, y negar algo tan evidente. Otra cosa es que esa izquierda redentora tuviera suficiente coraje para proponer opciones diferentes a esos campesinos que seguir plantando la misma soja y el mismo maíz transgénico. El modelo económico no difirió con el tradicional más que en algunas medidas estéticas, como instaurar un ministerio de agricultura familiar.

Adeniro sonríe bajo su sombrero de paja, mientras recoje hermosísimas lechugas a dos manos, cultivadas siguiendo los preceptos de la agricultura ecológica. Pasó más de veinte años en Paraguay, ganándose la vida como jornalero, como muchos de los campesinos de Itamaratí, hasta que le contaron que aquí podía optar a un pedazo de tierra. ‘La gente sucumbe a la maquinaria y al monocultivo, aunque necesiten diez veces más extensión que yo para malvivir. Yo no preciso más que trabajar, sin emplear agrotóxicos ni máquinas, así que no hay negocio para bancos, empresas o políticos. No les intereso.’ Adeniro, Nega, Evaristo y un puñado de familias más venden sus productos orgánicos al programa de abastecimiento de víveres de las escuelas próximas, que asegura la compra de lo que sale de sus huertas.

Cooperativismo de supervivencia
Pero hasta eso está en peligro, igual que la Bolsa Familia y otros programas que animan cadenas de producción y consumo como esa, y que han venido contrarrestando los efectos de la desigualdad rampante, primero, y de la crisis después. ‘No la quitarán, la bolsa’, dice Claudir. ‘Si no, tendrían una situación como la de Ecuador mañana mismo. El problema es que las consecuencias de sus actos no se ve de manera immediata, y no moviliza a la población, que no vincula causa y efecto’. Pero el desempleo está ahí, dando duro, agudizando la sensación de no tener nada y ser presa preferencial de la violencia a punta de navaja. Un país abocado a las commodities tiembla cada vez que estornuda la bolsa de Chicago o Londres, que se lo pregunten a Venezuela. Pero, ¿a quién le importa la periferia de la periferia?

En Sarandi, cuando zozobraron los cimientos de este continente país, un puñado de mujeres decidió no quedarse de brazos cruzados, y organizarse como cooperativa de costureras. Unidas Venceremos, la Univens, buen nombre para plantarle cara al signo de los tiempos de la globalización desbocada y al fatum de los que siempre pierden. Crisis tras crisis, ahí siguen, hasta consiguieron establecer otra de esa cadenas para producir ropa ecológica: la Justa Trama. Hoy transforma el algodón de Ceará en una alternativa de empleo y producción que es ejemplo para muchos en el país y fuera de él. ‘A mí me dieron la oportunidad de escapar de mi agresor, de trabajar, cuidar a mi família y crear un hogar nuevo’, nos cuenta Teresinha con un nudo en la garganta, en medio de las sillas de la capilla de Nossa Senhora Aparecida, donde empezaron a coser camisetas. La economía feminista era eso, poner el trabajo y la producción al servicio de la vida, incorporar algo tan difícil de definir como los cuidados.

Pero el espíritu cooperativista flaquea, recuperar fábricas y crear cooperativas es una tarea titánica, y no todo el mundo está por la labor. ‘Lo que no entiende mucha gente es la diferencia entre ser empleado y convertirse en propietario, con todos las responsabilidades que conlleva. Eso es ser cooperativista’, nos dice Julio, el gerente de Coopertextil, la cooperativa que da el acabado final a los paños que cosen en Univens.

Muchos prefieren soñar en los viejos tiempos, antes que imaginar los nuevos. ‘Lula se va a casar, a sus 72 años, dice que está enamorado. Pronto saldrá y ganaremos las próximas elecciones, hay que construir la unidad de la izquierda.’ Claudir proyecta una nueva oportunidad dentro de su camiseta del Internacional de Porto Alegre, apelando a ese liderazgo y a esa tarea inacabada. El tiempo dirá, pero como dice Joaquín, uno de los fundadores del Banco Palmas en Fortaleza, el primero de los bancos comunitarios en el país, ‘si no entienden que hay que cambiar el modelo económico y la correlación de fuerzas políticas que genera, no han entendido nada. Sin movilización popular permanente, ganar las elecciones, el mismo poder político, no sirven de nada.’

Soñemos, pero no dejemos de imaginar. Brasil se merece la siguiente oportunidad.

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