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Literatura
Sobrevivir a la sombra de las grandes editoriales
Tres editores valencianos con proyectos unipersonales hablan sobre los aspectos menos románticos del trabajo editorial, una dedicación precaria y absorbente situada en las antípodas del emprendimiento aspiracional.
En los márgenes de la industria editorial han nacido últimamente diversos proyectos de poco tamaño que amplían el abanico de ideas en circulación, enriqueciendo y dinamizando el panorama literario aún a expensas de adelgazar las arcas personales de sus impulsores. En Valencia, concretamente, subsisten algunas iniciativas unipersonales, invisibles para los grandes medios, que merecen atención por el atractivo de sus propuestas y por haber nacido frente al desinterés de unas instituciones enfrascadas en la construcción de las llamadas “industrias culturales”.
Josep Martínez administra una de estas editoriales unipersonales, Pruna Llibres, la cual publica obras en catalán de géneros híbridos que desbordan los estándares comerciales de las grandes firmas. Dice que trae libros al mundo porque es su “manera de intentar ser feliz”, su “vicio más caro”, una afición absorbente que a veces deriva en foco de frustraciones: “Cuando llego a poca gente me sabe mal por los autores que publican conmigo. Ellos conocen mis limitaciones, pero siempre cuesta decir: lo siento, no doy para más”. Pruna tiene ocho libros con temáticas que van del urbanismo participativo al asesinato ultraderechista de Miquel Grau.
Una editorial unipersonal a veces es un foco de frustraciones: “Cuando llego a poca gente me sabe mal por los autores que publican conmigo”
Proyectos como Pruna nacen con una identidad muy marcada y sobreviven, en la etapa más temprana, con alta tolerancia a la precariedad. “Yo jamás me pondría de ejemplo”, dice Alberto Haller, editor de Barlin Libros. “Esta cosa de los emprendedores que cuentan historias de superación para que nos miremos en ellas... La vida no es así. En los tres años que llevo con la editorial he trabajado de camarero, cartero y cajero de supermercado. Ahora vivo exclusivamente de la editorial, pero si tuviera que empezar este proyecto ex novo no lo empezaría ni de coña”.
A Haller siempre le sugieren que sea luminoso en las entrevistas, que se regodee en el romanticismo del trabajo editorial, pero donde cabe una anécdota sobre bebedores de absenta él mete una disquisición en torno a la necesidad de tener una distribuidora fuerte en Latinoamérica. No en vano, su cuento de cabecera es una tabla de excel con los datos de la editorial. Barlin tiene catorce libros donde domina temáticamente el feminismo, con crónicas de Alfonsina Storni sobre la condición de la mujer, una biografía de Sylvia Plath o un ensayo sobre los Angry White Men.
Para darle salida al catálogo necesita patear ferias y vender por goteo en librerías, goteo más o menos constante en función del gancho de su línea editorial. Todo depende de la intuición. “Suena muy pedante”, dice Raúl E. Asencio, de La Caja Books, “pero la intuición del editor o editora es una fórmula que combinaría la buena escritura, la capacidad de suscitar interés como para obtener cierta rentabilidad y un encaje adecuado en la línea editorial del catálogo”. Asencio gestiona La Caja Books tras recibirla en herencia del escritor Paco Cerdá —actual asesor en la Generalitat— y, pese a ser una filial de Andana, la lleva completamente en solitario. En su catálogo hay títulos como Sínora —historias de la frontera de Europa y de las personas que la habitan— o Bucarest, polvo y sangre —sobre el horror de Ceauşescu y su resaca—.
Trabajo absorbente
Poco o nada que llegue en forma de propuesta. Según cuentan estos editores-orquesta, apenas encuentran tiempo para leer las sugerencias de autores desconocidos. Su rutina es la de un oficinista: contestar correos, hacer facturas, rellenar albaranes, apagar fuegos. Solo cuando se proyecta un lanzamiento el oficio vuelve a los rudimentos de leer el texto, hablar con el autor, ver cómo se puede mejorar, corregir sobre las pruebas de maqueta, etc. Finalmente, cuando el libro ya es tangible, arranca la promoción en ferias y redes sociales. Redes profesionales y también personales.
¿Cómo separar ambas esferas? “Es uno de los problemas con los que me estoy encontrando, en las redes y en mi tiempo libre”, contesta el editor de La Caja Books, “cuando no trabajo para la editorial estoy leyendo sobre novedades en los medios o paseando en librerías para ver qué editan otros compañeros. Es difícil desconectar”, afirma Asencio, que compagina la editorial con un trabajo de comunicación. Alberto Haller también tuvo ese problema, pero ha encontrado algo parecido a una solución: sobrellevarlo. “Al principio me preocupaba estar todo el día enganchado a la editorial, sin embargo he terminado aceptándolo y ahora incluso consigo leer por placer”, narra.
En la parte gratificante del oficio todos los editores tienen un momento predilecto, desde el hallazgo de una idea excitante hasta verla impresa o, aquí coinciden todos, hablar del resultado final con gente inconexa. A la mínima desatan conversaciones sobre la prole que más ha volado, sus orgullosos best sellers, el autoestop en la Rusia extrema de los Diarios de Kolimá (La Caja Books), las luchadoras latinoamericanas de Tremendes (Pruna Llibres) o el techno en clave sociológica de Electroshock (Barlin Libros). La charla literaria compensa el denuedo.
Las pérdidas se anotan en la cartilla personal, pues cada libro sale de un adelanto que el editor-inversionista espera recuperar: “A mí dos malos libros me tumbarían la editorial”
Asimismo, los aciertos proporcionan seguridad en cantidades desacostumbradas para las editoriales unipersonales. “Como editor es pretencioso pensar que siempre vas a publicar libros tan buenos como piensas tú que son, de modo que es inevitable sentir esa inseguridad”, afirma Martínez. Todavía más cuando las pérdidas se anotan en la cartilla personal, pues cada libro sale de un adelanto que el editor-inversionista espera recuperar. “A mí dos malos libros me tumbarían la editorial”, dice Haller, el único de los editores consultados que vive en exclusiva de su proyecto.
Apoyo institucional
Si goteara también algo de apoyo político quizás el emprendimiento editorial sería menos frágil. No es el caso: “Para tener apoyo económico de la Generalitat necesitas una tirada mínima de 500 ejemplares, lo cual carece de sentido porque con la impresora digital hacemos tiradas pequeñas para no arriesgar”, comenta Martínez, dolido con unas instituciones que proyectan catedrales. “Aquí venden que hay que potenciar las llamadas industrias culturales, a lo grande, y te ningunean ayudas cuando el problema evidente es el bajo índice de lectura. Que pisen tierra: que empiecen por ampliar la base de lectores y dediquen recursos a proyectos pequeños con talento para dinamizar la industria editorial”.
Mientras falte apoyo deberá recorrer el camino del emprendedor self-made pero por el lado menos bestia del capitalismo: sin rondas de financiación ni tutorización de aceleradoras ni acreditaciones en Ted Talks. No vendrá ningún holding a pagarle la jubilación. Seguirá sacando libros precariamente porque, así lo cree, nunca habrá suficientes rarezas en el mercado editorial: “Muchas veces me pregunto para qué más libros cuando ya hay millones publicados. Pero luego descubro un texto maravilloso y pienso: tiene que ser un libro, tiene que conocerlo todo el mundo y tengo que publicarlo yo”.