Literatura
Eva Baltasar, la anticuada contemporánea

Entre otros empleos, Eva Baltasar fue pastora antes de dedicarse a escribir. Abandonó una terapia en la que la psicóloga le hizo redactar sobre su vida y ella empezó a introducir “mentirijillas”. De esa experiencia surgió su primera novela, Permafrost.
Eva Baltasar, autora de ‘Permafrost’
La escritora Eva Baltasar Elvira Megías
15 dic 2018 06:00

Eva Baltasar (Barcelona, 1978) ha salido de su cueva para presentar Permafrost (Premi Llibreter 2018 en Cataluña), su primera novela, publicada por Literatura Random House. Un libro ácido y con trazas de humor negro que trata sobre el tedio que le corroe a una joven hedonista hija del siglo XXI. En el madrileño hotel Sardinero, instalada en un rincón de la cafetería que ha convertido en su particular bastión, la autora dice que no se trata de una autobiografía, pero que sí contiene pinceladas de su vida vivida sin traumas.

La naturalidad con la que escribe Eva Baltasar sobre las relaciones familiares, la masturbación infantil en el caso de las niñas, el lesbianismo, el suicidio y la no maternidad, es la misma con la que habla: “Me gustaría tener amigos, no sé hacerlos”. Una confesión que tiene algo de bandeja de piezas de pescado crudo. La única manera que hay de servir la honestidad. Esa misma que destila la protagonista sin nombre de Permafrost y la suya propia y que los demás encajan como un croché. Porque Eva habla sin tapujos de asuntos invisibles. Leerla y escucharla se debería hacer con babero. Expresa palabras sin hueso fáciles de tragar, otro cuento es digerirlas.

Esta autora catalana tiene algo de Lucia Berlin, no puede estarse quieta en el mismo trabajo mucho tiempo. La cotidianidad laboral le da pereza, le aburre. Su currículum vitae dice que ha sido camarera, limpiadora de casas, pastora (sí, pastora, has leído bien) y profesora. Empleos que le han facilitado la vida como escritora. Oficios a través de los que ha mirado la vida de los otros y disfrutado de la soledad.

Sola, leyendo y escribiendo, es como goza esta autora que se imagina antebrazos con historias colgando en bañeras de hoteles.

La dedicatoria de este libro dice: “A la poesía, por permitirlo”. ¿Cómo fue el tránsito del verso a la prosa?
Más bien ha sido un acoplamiento. Yo venía de 15 años de escribir poesía y la idea de Permafrost surgió por casualidad. Viendo a mi psicóloga, por problemas míos existenciales, me dijo aquello de “cuéntame tu infancia”. Entonces me puse hablar durante una hora. Al terminar me dijo que tenía cuatro hojas de notas, de flechas y que se había hecho un lío. También creía que yo tenía un lío en mi cabeza y me mandó que escribiera mi biografía para que me estructurara. Y eso hice. Mientras escribía me di cuenta de que me gustaba aquello de narrar en prosa en primera persona. Pero me aburría porque creía que yo tenía muy clara mi biografía. Entonces me di cuenta de que empezaba a introducir mentirijillas, para dar color al texto. Al final dejé la terapia, había encontrado algo que mantendría entretenida de mis problemas. Cada mañana me puse a escribir a ver qué salía.

La voz de lo que había escrito me sedujo mucho y empecé a ficcionar. Permafrost, que no es una autobiografía, al principio fue una novela más larga de lo que finalmente se publicó. Me entretuve con el texto porque me propuse hacer lo mismo que hago con la poesía y pensé, si esto lo he dicho en seis páginas, ¿cómo puedo hacerlo en media, bien, bonito y que llegue?

¿En este libro hay más vida vivida por ti o poesía?
Poesía, de arriba abajo. El libro lo he tratado como un poema. Sí, hay mucho de mí en el libro, pero más que las anécdotas, he aprovechado la voz de la protagonista para decir cosas que yo creo también. Me he quedado súper a gusto diciéndolas. Ha tenido su punto terapéutico, catártico.

Permafrost forma parte de un tríptico. Los otros dos títulos, Mamut y Boulder, se publicarán en los próximos años.
Los siguientes libros tendrán también como protagonista a una mujer que cuentan su historia en primera persona, pero serán distintas. Los temas sí se van a complementar. Al terminar de escribir Permafrost no tenía pensado escribir otro libro, pero le cogí el gustillo, me lo pasé muy bien. Entonces pensé que me gustaría tratar otros temas, como qué es vivir en pareja, busqué dos títulos más y me comprometí con la editorial.

¿Qué es más tu protagonista: honesta, cínica o entrañable?
Honesta, sobre todo. Ella reconoce que miente mucho, que lo hace para sobrevivir, para que los otros no se fijen mucho en ella, para pasar desapercibida y hacer su vida. Sin embargo, para consigo misma es muy honesta, igual que para con la lectora y el lector. Es un desnudo integral. El libro es lo que está escrito, el resto son interpretaciones.

Una protagonista sin nombre.
Narrando en primera persona es muy fácil no poner nombre. Me he identificado tanto, me puse tanto en su piel, es que he vivido cada capítulo. La protagonista, sin los impulsos suicidas, podría ser yo en otra vida. Hay lectores que me ha comentado que se han identificado con la protagonista, y sin nombre es más fácil. He disfrutado y sufrido escribiendo el libro.

¿Más que los temas que tratas en el libro —las relaciones familiares, el sexo, el cuerpo, el lesbianismo, la no maternidad y el suicidio—, es tu manera de abordarlos lo que constituye el valor añadido de Permafrost?
Supongo que sí. Esta no es una novela que haya pensado, no me cuestioné qué temas quería tratar. Es un libro tal y como lo he sentido. Yo misma me iba sorprendido a medida que surgían cosas en la historia. Es posible que el valor añadido sea la forma de contar esos temas y la contundencia, el punto crítico, que lo tiene. Algo que comparto plenamente. Como te dije antes, me he quedado súper a gusto escribiendo el libro, exponiendo una serie de argumentos.

El tema de la sexualidad infantil, la masturbación en los niños, es algo de lo que seguro ya se ha escrito, pero yo nunca había leído y por eso lo hice, porque quería hablar de ese tema y otros porque tengo la sensación de que no se hace. La masturbación solo es masculina y en el caso de ser infantil solo se habla de la de los niños, ¿qué pasa con las niñas?

Sobre la sexualidad, mi protagonista es una niña que tiene pensamientos sexuales lésbicos, sin traumas. Muchas veces este tema se trata desde la problemática y no desde la naturalidad, como en el caso de Permafrost. Yo soy lesbiana y no he sufrido toda esa problemática, lo he vivido de manera natural.

¿Mientras escribías el libro eras consciente de que tu protagonista no sale del armario, sino que habla de su condición sexual de una manera normal?
No era consciente, pero es que yo tampoco he tenido que salir del armario. De todas maneras, el libro no trata sobre la salida del armario. Yo todo eso lo he vivido con naturalidad. Mi protagonista es mujer y lesbiana, seguramente porque yo lo soy también, luego me ha sido muy fácil meterme en su piel. Me lo he puesto fácil como escritora. Es bueno que se vea que no siempre este asunto de los gais y la salida del armario tiene que ser un problema. Sí lo ha sido y aún hay gente que lo sufre, pero está bien la normalidad.

Tu libro funciona también como una brújula para no perdernos en el cuerpo de una mujer y como un manual de instrucciones.
Sí, eso ya me lo ha dicho un lector hombre, “no tenía ni idea, he aprendido un montón”. El tema del dolor menstrual alguna lectora me lo ha puesto en valor, me ha dado las gracias de que hablase de ello.

Aparato reproductor, ¿a qué te suena?
Como a una máquina.

¿Preguntar a una mujer por qué no quiere tener hijos es invadir su intimidad?
Creo que esta pregunta no debería ni hacerse. ¿Te pregunto por qué no te pones un jersey azul? Yo estoy abierta a cualquier tipo de pregunta, ahora, respondo lo que me da la gana.

Eva Baltasar
La escritora Eva Baltasar, durante la entrevista. Elvira Megías

Creo que es Milan Kundera en La insoportable levedad del ser quien dice que no sentimos vértigo cuando nos asomamos a un precipicio, más bien miedo al impulso de querer saltar. ¿Ese arrebato es más común de lo que pensamos?
En el fondo yo creo que el suicidio y el resto de temas del libro son muy humanos y universales. En un club de lectura me encontré con una lectora que me contó que había intentado suicidarse dos veces y me agradeció haber escrito el libro y de haber tratado el tema de forma normal, que tampoco son enfermos. Es posible que tú no hayas querido suicidarte, pero lo has pensado. Lo mismo pasa con otras cuestiones. En Permafrost hay un capítulo en el que la hermana de la protagonista le pregunta “¿cómo es estar con una mujer?”. Eso es algo que yo me he encontrado, es una pincelada autobiográfica. Existe esa curiosidad, es real, luego no pasa nada por visibilizarla.

La protagonista de la novela no hace más que hablar sobre posibles tipos de suicidios, eso sí, muy cívicos, no quiere por nada del mundo perjudicar a los demás. ¿Es la manera que tiene de mostrar su talento creativo?
[Risas]. Creo que ella simplemente fabula. Tiene ilusiones suicidas. Le pone humor porque la vida no es solo tragedia. Al ser una mujer que no es como la hermana, que va medicada, ella intenta vivir la vida intensamente. Busca la intensidad de la vida, que es lo que hace haya momentos en que se vea en lo más bajo. Por contrapartida tiene momentos de máximo goce y deleite. El amor y la muerte, eso sí es un tema literario, un recurso para poner en valor la vida.

¿Para algunas personas la vida les sabe a poco, es tediosa, en comparación con el misterio que emana de la muerte?
El tedio, creo, es fruto del momento que estamos viviendo, en el que hay ese vacío existencial. Es como la protagonista del libro, ¿de qué se queja la mujer? Si lo tiene todo: ha podido estudiar, conseguir un trabajo cuando ha querido, tiene relaciones… hace lo que quiere. Y se queja. Es una tía que vive para ella, no se entrega para nada. En el fondo esta situación te lleva al vacío. Es una cuestión de la época. Hay mucha gente que sufre esto.

¿La protagonista del libro llena ese vacío existencial con sexo?
Sí. En un momento dado lo explica. El sexo le mantiene segura, en el presente. Follar es como meditar, mientras lo haces estás centrada. No estás pendiente de los fantasmas del pasado, ni de los problemas del futuro. El sexo le salva de sus paranoias y lo goza.

¿Qué tienen en común la muerte y el amor?
Hay un alejamiento de ti mismo, en el caso de la muerte es evidente, en el amor hay ese salir de ti para entrar en otra persona, no solo físicamente.

¿Cuándo deja de ser tabú un tema?
No tengo ni idea. Es que para mí no hay temas tabú. Igual esto es así porque yo no me relaciono mucho, no tengo amistades, vivo muy de puertas para adentro, estoy aislada, no estoy en las redes sociales, no veo las noticias, entonces, creo, a veces me pasa, me lo han dicho, que no estoy en la onda.

A ver si esa va ser la clave, estar fuera de onda…
[Risas]. Sin embargo, me han dicho que Permafrost, a pesar de lo anticuada que soy, es un libro contemporáneo.

Eva Baltasar
La escritora Eva Baltasar Elvira Megías

¿De pequeña cómo te lo pasabas bien?
Leyendo. Era una niña que siempre estaba en casa, no me dejaban salir a la calle. A la que aprendí a leer y descubrí un sitio maravilloso que sacándote un carnet podías sacar gratis libros, fue fantástico. Tuve la suerte de que mi madre era suscriptora del Círculo de Lectores, entonces entraban libros de todo tipo en mi casa. Cuando me los devoré todos me fui a la biblioteca.

¿Cuáles eran tus libros favoritos?
Hubo una época en la que descubrí a Agatha Christie y la devoré. En verano leía un libro suyo al día. Creo que de ahí viene mi interés por la muerte. Siempre que voy a un hotel lo primero en que me fijo es en la bañera. Es una fijación.

¿Cómo de normal era la vida en tu casa durante tu infancia?
Mis padres trabajan fuera de casa. Yo iba a un colegio de curas. Me encantaba, yo quería ser monja. Estaba seducida espiritualmente por todo aquello: curas, monjas, iglesia, lo vivía mucho.

¿Cuándo se torció todo aquello?
Mis compañeras de clase empezaron a interesarme mucho.

¿Tienes la sensación de vivir al margen, en el límite con algo?
Intento vivir retirada. A mí no me vas encontrar en las redes sociales. Llevo una vida muy sencilla. Un día me di cuenta de que la vida pasa muy rápido y me pregunté qué me importa: estar con mis hijas el máximo tiempo posible, mi mujer, escribir y leer. Hubo una época en que sí estuve muy aislada, con mi hija mayor, solas en la montaña. Me encanta estar sola y ser autosuficiente. Luego encontré pareja y nos instalamos en un pueblo.

¿De dónde le viene la mala reputación a la soledad?
Cuando estás en soledad es más fácil conectar contigo mismo y ser consciente de quién eres y qué es lo que quieres, qué es lo que no te gusta y qué hacer para cambiar lo que no te gusta. Eso a nivel político y económico tiene implicaciones, luego no sé hasta qué punto interesa la soledad.

Eres licenciada en Pedagogía y has estudiado Filosofía, sin embargo, no siempre has ejercido como tal, ¿por qué?
Puntalmente, cuando necesito dinero, sí he trabajado como pedagoga. Me cuesta mucho sentirme atada a un trabajo. Me han ofrecido quedarme en un colegio fija y he dicho que no. Para mí sería una pesadilla ser funcionaria. A mí me gusta escribir y si puedo intento vivir de ello. Igual es que tengo miedo al compromiso, como la protagonista de Permafrost a las relaciones, yo lo tengo con el trabajo. Los trabajos me aburren y necesito cambiar. Tengo mucha curiosidad de ver cosas diferentes, otros ámbitos y gente nueva, de probarme a mí misma viviendo cosas distintas.

Has trabajado de camarera, de limpiadora de casas y de pastora de ovejas, ¿aprendiste más de ti o de los otros ejerciendo esos trabajos?
De todo. Son trabajos muy solitarios. Y yo prefiero trabajar limpiando una casa que dando clases en un colegio. ¿Quién te deja entrar en su casa y fisgonear todo? Nadie. A una mujer de la limpieza todo el mundo le abre la puerta. Aprendes mucho de ti misma porque los demás te ignoran en tus propias narices. Haciendo esos trabajos ves cosas muy literarias. En su casa cada uno tiene sus historias.

¿Cómo fue ser pastora?
Fue durante una época en la que me aislé, junto a mi hija mayor, en una casa en la montaña. Me fui de Barcelona, donde no quería criarla. Tenía de vecino, a tres kilómetros de mi casa, a un pastor, quien me enseñó el oficio. Aquel hombre había estado mucho tiempo en soledad, cuando nos encontramos él se quedó encantado de mi compañía. Escuchando sus historias y hablando llegó el punto en que empecé a ayudarle en casa. Luego vino el tema de cuidar a las ovejas. Poco a poco empezamos a salir a pastorear los dos. Me pagaba algo o me regalaba un cordero, allí funcionaba mucho el trueque. Iba a un pueblo y ayudaba a los niños con las clases, los padres a cambio me daban comida. Aquello me hacía sentir muy viva. Siempre he sentido esa llamada de lo salvaje. Algo que se verá en el próximo libro, Mamut.

¿De qué dudas?
De que podamos conseguir un planeta en el que vivir en paz.

¿Lo haces por supervivencia o por vicio?
Porque sufro.

¿Si pudieras qué escogerías: resucitar o mentir impunemente durante toda la vida?
Mentir impunemente toda la vida [risas].

“Se está bien aquí” es la frase con la que arranca Permafrost, ¿dónde está bien, por fin, Eva Baltasar?
En una cueva.

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