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Literatura
Paolo Giordano, el autor que nos invita a contarnos
Nos encontramos en el Hotel de Las Letras de Madrid, una ciudad en la que no hay un Hotel de Los Números, que es lo que procede con Paolo Giordano (Turín, 1982). Un físico que, en vez de plantear teorías y desarrollar frías combinaciones alfanuméricas, escribe delicados libros en los que, a pesar de haber más oscuridad, siempre hay alguna nube y un rayo de luz perdido. Libros en los que se expone cómo pueden ayudar a lectores envueltos en situaciones como las que relata este autor de habla pausada y que encontró el éxito muy pronto. Éxito al que nunca se aferró, ni se acomodó.
Su último libro se titula Tasmania, publicado en 2023 por Tusquets y traducido por Juan Manuel Salmerón Arjona. Este híbrido, resultado de mezclar el ensayo con la novela, trata sobre catástrofes personales y universales. Las páginas del mismo son más radioactivas que lacrimógenas. En ellas hay cabida para el cambio climático, las parejas en las que él es más joven que ella, lo que supone un divorcio, la amistad, la relación entre un profesor y sus alumnos, el suicidio y la bomba atómica lanzada por la aviación del ejercito de los Estados Unidos a las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki durante la II Guerra Mundial. Un acontecimiento para el que no hay adjetivo que haga justicia con los cientos de miles de japoneses que lo sufrieron y sufren y que en Occidente se justifica en vez de condenar. Más que las bombas en sí mismas, que también, fue la radiación derivada de las mismas la que siguió matando días, meses y años después. Una condena para varias generaciones de japoneses. Este libro es un abrazo a Japón y un aviso a futuros viajeros. Para Paolo Giordano, las auroras boreales están sobrevaloradas. No merece la pena hacer un viaje solo para verlas. Las fotos siempre son mejores que la realidad. También es cierto que las auroras boreales despiertan algo de sobrenatural. Así arranca una entrevista que se podía haber prolongado hasta el infinito.
¿Es el cambio climático el punto de inflexión de las nuevas generaciones, del mismo modo que lo fueron las guerras mundiales para las anteriores?
Es posible que los jóvenes activistas te respondiesen que sí. Mientras escribía Tasmania tuve una conversación con una joven de unos 22 o 23 años. Quería saber qué saben los jóvenes sobre las bombas atómicas que se lanzaron en Hiroshima y Nagasaki, para así yo saber cómo contar este episodio de la historia universal. Me llamó la atención que esta joven minimizara el alcance de estas dos bombas al compararlo con lo que nos estamos enfrentando en estos momentos. Para ella, el cambio climático es mucho más destructivo que las bombas atómicas. Yo, por otro lado, sigo viendo diferencias. El cambio climático, en este momento, es un tema distribuido, esto significa que lo que crea son unos traumas muy localizados y no un gran trauma colectivo, a nivel espacio temporal. Esto hace que sea más difícil de ver como un punto de inflexión, como sí lo fueron las guerras mundiales. Más que un punto de inflexión, el cambio climático es una larga transición.
Ahora los sanitarios viven con más sufrimiento el hecho de que la gente parece que se ha olvidado de lo que pasó no hace tanto tiempo
¿Cuál es la percepción que se tiene de la ciencia, de los científicos y de los sanitarios, en general, después de la pandemia?
En Italia, aunque creo que se puede extrapolar a muchos otros países, como España, en este caso la sanidad ha vivido un trauma muy grande. Enorme. Por un lado, hablamos de un trauma práctico, en el sentido de que en Italia está surgiendo un problema de falta de personal y los efectos de esta situación se verán dentro de un tiempo. Por otro lado, hablamos de un trauma de cara a la sociedad. El personal sanitario ha vivido una situación que se puede comparar, no equiparar, con una guerra. Ahora esos sanitarios viven con más sufrimiento el hecho de que la gente parece que se ha olvidado de lo que pasó no hace tanto tiempo. Es decir, es un doble trauma, uno visible y otro psicológico, que tienen que atravesar. La ciencia como tal no lo sé, prefiero hablar de científicos. Durante la pandemia se hablaba de la ciencia, pero en realidad lo que teníamos delante era a unas personas que representaban diferentes visiones de la ciencia. La verdad, no sé si los países están saliendo de la pandemia con más familiaridad con respecto a la ciencia o, en cambio, se han vuelto más supersticiosos.
Tasmania es un libro en el que cuentas catástrofes cotidianas y personales por medio de catástrofes universales, como lo fueron las bombas atómicas y lo es el cambio climático, ¿cómo fue el proceso de escritura?
La idea que tenía al escribir este libro era la de contar cómo me sentía y cómo nos sentíamos en los años previos a la pandemia. De alguna manera quería reconstruir la sensación de ese periodo prepandemia. He hecho un trabajo bastante programático. Mes a mes reconstruí los que fueron los episodios más relevantes en Europa, a nivel colectivo. Después lo hice a un nivel más individual. Para eso recurrí a las fotos de aquellos años, los mensajes de textos en los diferentes chats vía Twitter, WhatsApp, correos electrónicos, etc. Todos tenemos unos archivos increíbles a los que recurrir para contarnos. Usé toda esa información para reconstruir, de alguna manera, cómo era mi condición antes de esos años. Las grandes crisis que aparecen en el libro son crisis que, en algún momento, todos hemos pasado, y, sin embargo, no pensábamos que el mundo iba acabar cada día.
Leyendo Tasmania me ha hecho pensar en un comentario que escuché una vez. “¿Qué tal estás? Bien o te cuento”.
(Se ríe). Este libro es “te cuento” o, más bien, “cuéntame”.
Creo que estamos más cerca del final de cierta idea de la civilización humana
¿Qué está más cerca, el fin del mundo o el final de la civilización humana?
Creo que estamos más cerca del final de cierta idea de la civilización humana. Cuando iba a la escuela pensaba que la civilización se iba a expandir al infinito e iluminar todos los rincones del planeta. Sin embargo, ahora nos encontramos en un momento en el que, a lo mejor, hay alternativas que no nos gustan y que se están presentando con mayor fuerza. Es decir, es una civilización bastante vulnerable.
¿Cómo ves a los estudiantes a los que das clases: frágiles, motivados, desesperanzados, faltos de referentes?
Siempre es peligroso dar una visión generalizada de las generaciones más jóvenes, aunque de alguna manera es lo que hacemos todos. A los jóvenes se les suele ver a través de prejuicios. En este momento, las generaciones más jóvenes son más conscientes de su presente de lo que lo era yo del mío. Son muy conscientes de la situación en algunos ámbitos: en el de la identidad de genero y en el ambiental. A pesar de la fuerza de esa conciencia, a la vez se detecta su fragilidad. Como la de uno de los personajes de este libro. Durante los últimos años me di cuenta de que si no delimito bien mis clases, mis alumnos sienten más miedo y también las críticas que yo puedo hacer en esas mismas clases, a veces, les llegan de una manera muy fuerte. He aprendido a ser más cauto. Los jóvenes soportan una gran presión, mucha más de la que yo tenía que soportar cuando era joven.
Se nos ha enseñado que el turismo tiene que ser el momento de la no corresponsabilidad, de gozar de los recursos del lugar al que se vaya, de consumir la belleza de su paisaje
Recientemente ha habido un terremoto en Marruecos. La mayoría de los turistas que estaban durante el seísmo regresaron a sus casas en cuanto pudieron, otros, en cambio, los menos, se quedaron a echar una mano, ¿qué te sugiere?
No sabía nada al respecto de esto. El turismo, creo, dice mucho de la época contemporánea. Es un reflejo de nuestro tiempo. Se nos ha enseñado que el turismo tiene que ser el momento de la no corresponsabilidad, de gozar de los recursos del lugar al que se vaya, de consumir la belleza de su paisaje. Vivo en Roma, una ciudad en la que su belleza se consume. Llega un momento que ese consumo es una agresión y cansa. Lo que tú me cuentas, sin embargo, es fuente de esperanza. Es una muestra de que también sabemos salir de esta naturaleza turística y entender de que en cada sitio viven otras personas.
En Occidente, la bomba atómica se cuenta como el gran acontecimiento científico y no como un objeto de destrucción
¿Qué hubiera pasado si las bombas atómicas en vez lanzarse a dos ciudades japoneses se hubieran lanzado sobre dos ciudades europeas? ¿A Occidente es posible que no hayan llegado las radiaciones de aquellas bombas?
La distancia y la reposada e introspectiva actitud de los japoneses hacen que las bombas atómicas se vean lejanas en Occidente y sus radiaciones se diluyan por el camino. Esa distancia y esa actitud es posible que hayan hecho que las consecuencias de las explosiones sean las que han sido y no otras. Estando presente en los actos en memoria de las víctimas de las bombas atómicas me di cuenta de que hay una comodidad en relación a la narración por parte de occidente. Se ha construido un argumento de manera que se vea lo menos posible a las víctimas de aquellas bombas. En Occidente, la bomba atómica se cuenta como el gran acontecimiento científico y no como un objeto de destrucción. En Japón se nota una memoria muy viva, muy presente, muy traumática y muy comprometida políticamente, algo que Occidente, sin embargo, no llega.
Después de las bombas atómicas fue el turno de las radiaciones.
Sí. De hecho, a mí lo que más me interesa son las radiaciones. Las radiaciones son lo que ocurre después y despacio. Una contaminación que persiste en el tiempo, física y psíquicamente.
¿Qué es más creativa, las matemáticas o la imaginación?
No sé si son tan diferentes en realidad. A mí las matemáticas me parecen una manera muy pura de imaginación. Las tres, la creatividad, las matemáticas y la imaginación, son muy parecidas, en el sentido de que en la condición en la que yo me encuentro en cada una de ellas es muy similar.
¿Sobre qué escribes más: nubes, luz u oscuridad?
Sobre la oscuridad.