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Investigador doctoral en Sociología (Euskal Herriko Unibertsitatea)
Este artículo pretende desarrollar en mayor profundidad las posiciones expresadas en el anterior, La trampa de la unidad entre marxismo e interseccionalidad, y polemizar con la respuesta ofrecida a dicho artículo por Laia Jubany y Guillem Verd. La clave de la interseccionalidad no es que reconozca la existencia de múltiples opresiones, como señalan Laia y Guillem en el primer párrafo de su artículo. La interseccionalidad rompe con el monismo materialista del marxismo, es decir, con la concepción de la producción del ser humano por sí mismo como “motor” de su desarrollo histórico. En este sentido, atribuye a cada opresión una estructura particular que se desarrolla autónomamente a lo largo de la historia, aunque en realidad lo hace fuera de ella al no estar imbricada en la vida material que determina las instituciones de cada época. Después, cada opresión se entrelazaría con el resto de estructuras para dar lugar a una determinada formación social o subjetividad. Así se justifica la atomización del movimiento social, dotando a cada resistencia espontánea de sustantividad propia al encajonarla en su “propia estructura”: una opresión (mujer), una base independiente (patriarcado). De este modo, cada opresión se aislaría de la cuestión social general, del todo, reproduciendo sus propias dinámicas autorreferenciales, generando una conciencia parcial e incompleta del universo capitalista. Por eso decíamos en el artículo anterior que la interseccionalidad es la codificación a posteriori de las luchas espontáneas; a saber, estamos ante el ser social autorreconociéndose en su propia práctica inmediata, lo que no puede concebirse sino como falsa conciencia.
Marxismo
El infeliz matrimonio entre marxismo e interseccionalidad
Frente a ella se alza el marxismo, cosmovisión que integra la comprensión de la totalidad de las relaciones sociales (socialismo científico) y el grado alcanzado por la praxis revolucionaria, que al fundirse con el movimiento social (escindiéndolo de la reproducción de sus dinámicas espontáneas) da lugar a la constitución del movimiento revolucionario, del Partido Comunista (PC), entendido como movimiento de autoemancipación del proletariado, no como mero aparato organizativo de la vanguardia. Es decir, el PC como fusión de conciencia y ser social en una síntesis superadora que dota a la conciencia de operatividad material y al ser social de carácter revolucionario al proporcionarle, a través de diversas mediaciones, una ideología comunista.
Esto difiere radicalmente de cualquier proyecto que descanse sobre la alimentación y suma de luchas parciales, por muy ponderada y basada en el análisis empírico de la realidad que esté: con respecto a esto último, es cierto que la subjetividad de cualquier movimiento no puede determinarse a priori, sino que debe ser el análisis empírico quien nos revele su naturaleza. Ahora bien, esto no es coartada para postular al marxismo como mero “expendedor” de categorías de análisis abstractas: Laia y Guillem se quedan a medio camino del método marxista, que además de exigir el viaje desde lo concreto a lo abstracto, demanda el retorno de lo abstracto a lo concreto. Al no hacerlo, a la hora de empaparse de la realidad empírica tienden a ratificarla tal y como ésta se presenta, el movimiento feminista que arrastra a obreras, pero no viendo en ella las potencialidades que alberga con la división clasista de las mujeres. Es decir, solo ven el dato positivo, que no es procesado por la negatividad del análisis clasista e histórico, el cual ha revelado la subordinación del movimiento espontáneo a determinadas fracciones burguesas y evidenciado la posibilidad de un movimiento de mujeres proletario imbricado en el movimiento revolucionario general. De ahí que no extraigan la lección de que las mujeres pueden unirse como identidad inmediata cuando se somete a las mujeres proletarias a las burguesas, pero no como identidad subversiva.
Por su parte, el movimiento comunista parte de las determinaciones inmediatas para transformarlas, no para congelarlas en forma de reafirmación identitaria. En este sentido, no se puede acusar al comunismo “genuino” de no haber efectuado este análisis empírico: el bolchevismo mismo reconoció la opresión nacional que padecían los pueblos del Imperio ruso. Pero partió de las determinaciones nacionalistas de los obreros para barrerlas recurriendo al derecho de autodeterminación, no para apuntalarlas como harían los “interseccionales” movimientos de liberación nacional vasco o catalán, alabados por Rodó Zárate. He aquí la diferencia sustancial entre interseccionalidad y marxismo. La primera sanciona el nicho particular de cada condicionamiento social al disociarlo de la cuestión social general, mientras que el segundo parte de la cuestión social general. Ésta solo puede resolverse gracias a la confección por parte de la vanguardia comunista de instrumentos que posibiliten una experimentación política totalizadora que engendre una conciencia revolucionaria y no refuerce los estrechos marcos de la identidad inmediata: por ejemplo, los Soviets.
Filosofía
Marxismo, interseccionalidad y la trampa de la unidad
Es por esto que entiendo que la crítica expuesta por Laia y Guillem se queda en la superficie y, como veremos, en última instancia comparte el marco cognitivo de la propia interseccionalidad. Abordemos ahora las críticas con más enjundia que se emiten contra mi anterior artículo:
En cuanto al “uso arbitrario de Kollontai o Zetkin”, sus afirmaciones ponen de relieve la incomprensión de la relación entre marxismo y feminismo y, en consecuencia, la aceptación acrítica de las tesis del segundo. Primero, las líderes comunistas no alertaban del liderazgo de mujeres burguesas en el movimiento sufragista: concebían al sufragismo como movimiento burgués. De lo que alertaban era de la seducción de las mujeres proletarias por parte de las feministas burguesas. Esto es fundamental: Kollontai y Zetkin no temen que la burguesía dirija su propio movimiento, sino que arrastre a capas proletarias. ¿Por qué? Porque solo el marco de la organización obrera podía garantizar una experiencia de clase común de hombres y mujeres. Organizadas aisladamente, reforzando su identidad como “mujeres”, contribuían a la escisión de la mujer obrera del movimiento revolucionario y eran encuadradas en las correas de transmisión de la burguesía para perpetuar su sistema de dominación. O sea, Kollontai y Zetkin critican la existencia de organizaciones autónomas de mujeres, pues fomentan el interclasismo y el particularismo en el seno del movimiento obrero.
A continuación, califican las tergiversadas posiciones de Kollontai y Zetkin de infantilizadoras por señalar a las mujeres obreras la incompatibilidad entre sufragismo y movimiento obrero. Aquí directamente se le despoja a la vanguardia revolucionaria de su obligación de elevar la conciencia de las masas. Al sobreestimar la capacidad de las masas para generar automáticamente y con independencia de su encuadramiento organizativo una agencialidad revolucionaria, se postra al movimiento comunista ante la espontaneidad. Kollontai y Zetkin no tomaban a las masas por tontas, pues reconocían que el sufragismo representaba de forma transfigurada ciertas demandas del colectivo de mujeres obreras. Lo que subrayaban era que la canalización de sus legítimas demandas por medio del sufragismo equivalía al sometimiento de las mujeres proletarias a los intereses de las mujeres de las clases medias. En la actualidad, dada la hegemonía del feminismo, esta sujeción se multiplica.
Laia y Guillem afirman con razón que el movimiento por la liberación de las mujeres es una expresión de la lucha de clases. La trampa aquí consiste en identificar sutilmente movimiento de liberación de las mujeres con feminismo y reducir la lucha de clases a su expresión espontánea. También argumentan que el mero hecho de favorecer el antagonismo de clases es positivo y que por eso a la burguesía no le interesa el feminismo. Esto es no comprender el funcionamiento de la sociedad capitalista. El capitalismo moviliza permanentemente masas que responden a los desgarradores conflictos que engendra: esto de por sí no es revolucionario, es una dinámica consustancial al modo de producción burgués. Sobre esta base material el comunismo adquiere su potencialidad histórica, pero que la lucha de clases de las mujeres “adopte o no una dirección superadora del sistema capitalista” depende precisamente de la ideología que las guíe y de su experimentación política en un determinado marco. Aquí reside la diferencia sustancial dentro del movimiento de mujeres, que se escinde en dos alas. Por una parte, el feminismo, que históricamente ha representado los anhelos de las mujeres burguesas, ha atado a las masas proletarias al Estado y a la ideología interclasista. Por otra, el movimiento femenino proletario, que ha incorporado a las mujeres al movimiento general de su clase imprimiendo en ellas la necesidad de destruir el Estado burgués y ha fomentado la solidaridad de intereses de clase con los hombres. A la burguesía le interesa el feminismo en tanto que supone la captación inevitablemente burguesa del movimiento espontáneo de las mujeres, que se configura como base para las maniobras interesadas de diversas fracciones capitalistas.
Ahistoricismo es pretender despojar al feminismo de su verdadero significado histórico y sustituirlo por una definición completamente arbitraria que apelaría a un supuesto movimiento de liberación de las mujeres en general. Cuando se rasca se advierte que quienes emplean el concepto “feminismo” están imbuidos de su paradigma burgués, al igual que quien quiere resignificar la patria termina por alimentar al nacionalismo.
Feminismo y comunismo son incompatibles por mucha dosis de imaginación que se le aporten. El feminismo no acepta las tesis marxistas sobre los orígenes de la opresión de la mujer. Las políticas públicas y el código de familia que las feministas puedan heredar del bolchevismo traería aparejado una desvinculación del marco que les dio sentido (la dictadura del proletariado) y se limitaría a la exigencia de reformas al Estado burgués. Finalmente, en cuanto a la supuesta simbiosis entre las asambleas no-mixtas del Partido Bolchevique y las del feminismo, hay que afirmar su naturaleza categóricamente antagónica. Las organizaciones de mujeres proletarias, generalmente grupos de propaganda, se configuran como mediaciones provisionales para incorporar a las mujeres al movimiento obrero revolucionario partiendo de sus preocupaciones específicas. El feminismo declara su intención de derrocar al “patriarcado” desde organizaciones no mixtas. En el primer caso la lucha por la liberación de la mujer es de incumbencia de toda la clase obrera, encuadrada en su Partido; en el segundo, de las mujeres, por lo general, con independencia de su clase social.
Los compañeros terminan asumiendo completamente el marco de la interseccionalidad. Al final del artículo reclaman que en el plano político debemos articular a los movimientos espontáneos en un tejido social complejo. Efectivamente, quien parte de las premisas espontaneístas que dan carta de naturaleza a la interseccionalidad, debe volver a su origen y reclamar en el aspecto práctico la articulación de la diversidad tal y como se nos presenta en la realidad. Laia y Guillem nos presentan la idea de un sujeto revolucionario basado en la acumulación de prácticas de resistencia. La única traducción de esta teoría a nuestros tiempos posmodernos no puede ser otra que la interseccionalidad, es decir, la suma de sindicalismo, ecologismo, feminismo y otros movimientos sociales bajo un agregador político aglutinante.
Los caminos del Señor son inescrutables, pero permitidme cierto asombro cuando, al tiempo que calificáis mi planteamiento de erróneo, declaráis estar de acuerdo con mis conclusiones. Y es que mis conclusiones no pueden abstraerse del trayecto recorrido para llegar a ellas, de lo contrario se quedan en puro cliché. Además, es evidente que no concordáis con mis conclusiones: el marxismo no puede transigir con la interseccionalidad y los movimientos parciales tienden irremisiblemente al acoplamiento al Estado burgués. Esto último, de hecho, lo calificáis de “apriorismo” y “no obvio”; habrá que desempolvar el Qué Hacer de Lenin. Para ser francos, dado cierto “clima” de cuestionamiento de la interseccionalidad (y de su matriz fundamental: el feminismo), accedéis, desde sus propios presupuestos, a una concesión al marxismo en términos conceptuales para seguir impregnándolo de contenido espontaneísta. Y, precisamente, el medio de imposición de la línea burguesa en el seno del marxismo es el espontaneísmo, la inercia de lo ya dado.
Marxismo
La trampa de la unidad entre marxismo e interseccionalidad
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Si queremos ser fieles históricamente a la realidad sucedida, tendríamos que reconocer que el partido bolchevique se convirtió en una dictadura sobre la clase , sustituyendo la función autoderminante de la clase. De esta forma todos los organismos de autogobierno revolucionarios fueron sustituidos en su capacidad decisoria por la cúpula del partido. Esta cúpula fue tomando una deriva cada vez más vertical y no solo desactivó el poder desde abajo, sino que prohibió la disidencia revolucionaria primero fuera del partido y luego dentro. De este modo prohibió la prensa de izquierdas disidente, luego encarceló a disidentes y más tarde los asesinó. Y así tras reprimir a anarquistas, socialrevolucionarios de izqda, comunistas de izquierda, o díscolos en general, el poder bolchevique se metió en una espiral caníbal y además de los millones de muertos por culpa de la nueva "acumulación primitiva socialista" se terminó con toda la vieja guardia bolchevique protagonista de la revolución. Dejemos las abstracciones y vayamos a los hechos concretos. El partido bolchevique y su realidad concreta y no las ensoñaciones místicas de cuentos fantasiosos.