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Derecho a la vivienda
Joao sigue sin vivienda en la Navarra del s.XXI
Muchos inmigrantes con recursos económicos, estabilidad laboral y sin ningún problema de convivencia siguen sin tener acceso a la vivienda por la discriminación sufrida a la hora de alquilar.
Navarra. Siglo XXI. ¿Esta fecha nos coloca en la vanguardia por la defensa de los derechos sociales? A la vista de los niveles de discriminación que sufren cientos de personas extranjeras a la hora de alquilar una vivienda, podríamos observar que no.
En cuanto al acceso a los recursos, la población navarra cree que hay mayor discriminación en el acceso a la vivienda (un 40% de los entrevistados) y al trabajo (un 38%). En menor medida, piensan que las personas inmigrantes son discriminadas en el acceso a locales públicos, con un 22% que se manifiesta en este sentido. Con lo cual y siendo honestas, podemos deducir que entorno al 60% de las personas entrevistadas, consideran que no existe discriminación.
No creo que hagan falta cifras para conocer de las dificultades a las que se enfrentan muchas personas en nuestra sociedad por el mero hecho de ser extranjeras. En realidad, si en lugar de leer tantos datos y encuestas sobre diversos asuntos, nos dedicásemos a conocer, a compartir sin prejuicios con toda clase de personas —vecinos, compañeras de trabajo, del sindicato, del grupo de lectura…— tendríamos una noción muy clara de la sociedad en la que vivimos y probablemente, no haría falta tanto esfuerzo numérico para entender que ya sea el 20%, el 30% o el 60% de las personas encuestadas, si eres extranjera y no tienes un piso estás mucho más jodida para alquilar que si eres de Ermitagaña.
Joao es un compañero de trabajo. Lleva en Navarra más de diez años, tiene trabajo fijo, antigüedad, es formal en los pagos, nunca ha faltado al trabajo por causa injustificada… Sin embargo, no entiende de porcentajes. Su hijo, Paolo, estudia formación profesional. Como con el salario de Joao resulta imposible alquilar una vivienda y poder vivir con dignidad junto a su chaval, un amigo suyo, Julio, que también es extranjero, soltero y tampoco sabe de prospecciones sociológicas, se ha ofrecido para completar la terna de aspirantes a vivir bajo un techo. Julio, por supuesto, es fijo, tiene un buen salario, también con antigüedad en su empresa y tan formal en los pagos como su compatriota.
“Los morenos siempre necesitamos un blanco para buscar casa”. Indignante, ¿verdad? Pues en esas andamos, sin dejar de ofendernos cada día por las trabas prejuiciosas con las que nos encontramos diariamente en esa búsqueda de vivienda. Su tope económico para el alquiler son 700 euros (para un piso de dos o tres habitaciones, en cualquier zona de Pamplona). No parece que sea una cantidad baja. Pero eso da igual. ¿Cuántas personas van a habitar la vivienda?, ¿de qué nacionalidad son?, ¿cuál es su estado civil?, ¿cuántos hijos/as tiene?, ¿sabéis que no se pueden hacer fiestas?, ¿seguro que sois sólo tres? Para acabar siempre de la misma manera —tras más de doce inmobiliarias recorridas—: “estamos teniendo muchos problemas en las comunidades, ya sabemos que es algo cultural, pero la gente es reacia a alquilar…”. A alquilar, ¿pero a quién?
Ahora me toca llevar adelante una labor que, con toda seguridad, es más propia de las Instituciones Públicas que de un compañero de trabajo. Me toca avergonzarme de la sociedad en la que vivo, ya que de las instituciones ya lo estaba. Yo no sé si represento al 1%, al 20% o al 70% de la población consciente de esta lacra, pero tampoco me importa. Sólo sé que cada vez que mis amigos Joao y Julio salen de las inmobiliarias se frustran y decepcionan por algo que no tendría que suceder. A pesar de no entender de encuestas, tienen los recursos económicos, la estabilidad laboral solicitada, nunca han tenido ningún problema de convivencia y viven en la Navarra del s. XXI. Sin embargo, siguen sin vivienda. Eso sí, son guineanos y como todo el mundo sabe, (todos) los negros destrozan los pisos. Los argelinos y marroquíes roban cazadoras y trapichean con lo que caiga en sus manos, y los sudamericanos beben hasta caerse... Absolutamente demostrado.