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La semana política
Eurosánchez y el invierno del descontento
Quizá la noticia sea que la Internacional Socialista sigue existiendo. No está de más recordar que todavía la dirige Yorgos Papandreu, cuyo partido, el Pasok, se disolvió en un potaje de siglas para concurrir a las elecciones de 2019, en las que obtuvo un escaso 8% del voto. La pasokización de los partidos socialdemócratas europeos quedó incompleta, pese a que la crisis de 2008 amenazó con borrarlos uno por uno del mapa. Sobrevivieron a la quema, volvieron al poder, los socialistas alemanes y los españoles. La noticia, esta semana, es 1) que la Internacional Socialista sigue siendo algo y 2), que Pedro Sánchez se ha propuesto para dirigirla.
Aunque sus adversarios pretendan que todo es una invención, propaganda, Sánchez lo ha conseguido. Eurosánchez, apodado Mr. Handsome por su equipo no oficial en las redes sociales, es una figura de relieve internacional, de nada sirve negarlo. Las circunstancias le han sido propicias. La Comisión Europea se agarra a un clavo ardiendo para defender su modelo después del castigo, la venganza económica —quizá merecida, quizá no por esos motivos— que se ha infligido a Alemania por su política de aproximación al este. Hoy, Olaf Scholz es una triste figura con menos futuro que la industria nuclear alemana.
La desaparición completa del socialismo francés y, en buena medida, también de su derecha civilizada y convencional, ha dejado a Emmanuel Macron, un hijo de la elitista Escuela Nacional de Administración, en el perfecto centro. Pero el escaso europeísmo que late en el país, y la tradicional capacidad reforzada de negociación en el marco del Consejo Europeo de Francia alejan a Macron de esa necesaria figura de verdadero creyente de la Unión.
Italia, el tercero de los países que podría optar a llenar el espacio de primer seglar de la religión europea con un Mario Draghi, se lanza este domingo a un despeñadero que lleva tanteando desde los tiempos de Tangentopoli, cuando reventó el sistema democrático perfectamente viable, perfectamente corrupto, que había hecho del país un sistema modelo para el Sur europeo. Giorgia Meloni y los neofascistas Fratelli d’Italia son todo lo que la Comisión Europea ha querido evitar en este momento para un país en el que sigue cotizando al alza, y seguirá haciéndolo a partir del lunes, la solución tecnócrata.
En España, el PSOE tiene problemas hasta para encontrar un candidato que desee perder con buen talante la alcaldía de la capital
Así que Sánchez llena ese vacío. La actual crisis energética ha supuesto además una oportunidad para presumir de gestión, si no en un nivel absoluto sí en el relativo. A principios de septiembre. Goldman Sachs, publicaba un informe en el que estimaba que la factura de la luz de un hogar europeo promedio iba a subir hasta los 500 euros mensuales. Pocos días después, ante los anuncios que la presidenta de la Comisión, Ursula Von der Leyen, hizo durante el debate sobre el estado de la Unión, Goldman atemperó la carga de su profecía y auguró una bajada —nunca a los niveles de 2020— del precio de la factura eléctrica. Descontento ma non troppo; la soga de los mercados puede esperar un tiempo para atrapar la deuda de los Estados, aseguran los propios mercados financieros.
El informe de la banca de inversión más conocida del mundo reservaba elogios para la gestión española, para los topes del gas. España se adelantó con medidas que pretenden atenuar la posibilidad de un ciclo de sufrimiento generalizado en todo el entorno europeo: los topes del gas han disminuido entre un 15 y un 20% las facturas sobre el escenario de un pico de precios insólito como el que tuvo lugar en agosto. España, y esto es una novedad, no es la peor situada de cara al invierno.
Lejos del Olimpo
La derecha mediática y política no lo reconocerán, la izquierda a la izquierda del PSOE tratará de matizarlo, pero la realidad es que esa versión de Eurosánchez tiene el cartel del que carece el socialismo en España, donde el partido tiene problemas hasta para encontrar un candidato que desee perder con buen talante la alcaldía de la capital.
Por eso, cabría la posibilidad, y con ella se especuló hace unos meses, de que Sánchez abandonase su envoltorio terrenal y encaminase sus pasos al olimpo global donde se forjan los tecnócratas y la clase política eterna, la de un Mario Draghi, una Michelle Bachelet, un António Guterres. Pero ese no parece ser el caso. Sánchez es hoy el único activo real que tiene el PSOE y está condenado a ser su candidato en las próximas elecciones generales, a las que llegará con ese bagaje: reconocido fuera, no querido pero inevitable para la izquierda y el centro izquierda español.
De ahí que lo que queda hasta las elecciones generales es una cuenta atrás. Si el Gobierno de coalición logra apagar los posibles focos de una respuesta espontánea contra el coste de la vida, la subida del Euribor y la pobreza energética, puede haber una chance de que Sánchez —apoyado por una tercera fuerza política salida de los rescoldos de Unidas Podemos pero que incluya a sus actores y al recién presentado Sumar— vuelva a ser investido.
Hay dos incógnitas que se deben resolver antes de dejar este ejercicio de proyección. La primera es si esa ecuación, que incluye un invierno tranquilo, la paz fría de la izquierda y la disminución de Vox, puede funcionar en un escenario posterior a las elecciones autonómicas y municipales de mayo en las que el Partido Popular va a arrasar. La reivindicación de la “autonomía fiscal” encabezada por Juanma Moreno e Isabel Díaz Ayuso es el banderín de enganche del PP para las elecciones de mayo pero también el escenario propicio para que Sánchez lance lo que puede ser una confrontación comprensible de cara a unas elecciones generales: impuestos a los que más ganan para contrarrestar la pérdida del poder adquisitivo de los que no ganan nunca.
Si la condición para la carambola pasa por un adelanto de las generales, entonces, estamos ante una campaña que ya ha comenzado y que justificaría la poca prisa que está teniendo el PSOE para negociar los presupuestos del próximo año con sus socios de Gobierno y en el Congreso.
La segunda incógnita tiene otro cariz. Consiste en saber si el presidente del Gobierno ha tardado tres años en asumir que sus posibilidades consisten en confrontar en el terreno de los impuestos y si lo va a hacer cuando no hay tiempo material para que esa pelea tenga otro efecto que no sea propagandístico. Se trata de una vieja pregunta retórica sobre si la única ideología real de un partido político es la de ganar elecciones. Y entonces, otra vez, cabe recordar a todos los partidos que, como el Pasok, desaparecieron de la noche a la mañana cuando dejaron de servir para eso. Por más que un día sus dirigentes tuvieran estrella y fueran objeto de todo tipo de elogios por instituciones internacionales que, al fin y al cabo, no votan en los días señalados.