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Literatura
‘The Leftovers’, Bukowski y los finales como apocalipsis necesarios
Los productos de ficción son un símil de nuestra propia vida: existe un deseo ileso de que ambos terminen de manera reveladora, con una enseñanza prometedora que cumpla las expectativas fabricadas.
En 1967, el crítico literario británico Frank Kermode publicó un libro extraño y desgarrador titulado El sentido de un final. En apenas 160 páginas, el autor trata de desmigar la filosofía cristiana, exprimir ideas sobre la narrativa y reflexionar sobre física cuántica con una única conclusión: cada historia debe terminar con su propio apocalipsis.
Cuando Kermode hablaba de apocalipsis no estaba pensando en plagas, zombis o presidentes de Estados Unidos, su idea residía en el imaginario religioso: el clásico juicio final, un festival de fuego que incluye una revelación que nos da sentido.
El autor británico no hacía en su libro un análisis metafísico. Sus conclusiones se centraron en la ficción y nuestros deseos más profundos y estériles como espectadores. Queremos que la ficción que consumimos, al igual que nuestra vida, termine con un instante de revelación.
Un buen ejemplo en televisión es la serie Lost, creada por Damon Lindelof, que prometía a sus fans acérrimos una resolución tras seis temporadas de incógnitas. Su final, poco conclusivo, fue visto como un acto de traición por buena parte de sus seguidores, mientras que Lindelof señaló que se trataba de un catalizador.
Entonces Lindelof comenzó a producir The Leftovers, arrastrando viejos errores —sobre finales poco saciantes— y aprendiendo de manera magistral sobre otros.
The Leftovers está basada en la novela homónima de Tom Perotta, donde se narra una catástrofe: el 2% de la población desaparece de forma repentina y sin aparente explicación. Una premisa jugada con anterioridad por Les revenants y su versión americana-.
The Leftovers realiza un estudio minucioso sobre el significado de la pérdida y cómo las personas sobreviven a los finales. Porque los finales no son igualmente aceptados por todos, alrededor de ese agujero negro levitan las sensaciones más grotescas, los recuerdos más puntiagudos y las preguntas más lacerantes: ¿hasta cuándo? ¿cómo? ¿por qué?
La serie es la saeta incómoda de los que no se van, de los supervivientes de la catástrofe que sobreviven a la pérdida. O quizás algo peor, de aquellos que sobreviven a la marcha descafeinada, al dolor sin lágrimas, al final sin una explicación coherente.
Las historias, argumentó Kermode, dan forma a nuestra vida de la misma manera que nuestras creencias. Nos aportan una visión coherente de la realidad que abrazamos para sentirnos seguros. Incluso una historia apocalíptica es mejor que un limbo lacerante.
A veces los finales justifican una vida consagrada a la búsqueda. Porque un apocalipsis también es una redención en diferido. Charles Bukowski escribió una carta a su primer editor, John Martin, agradeciendo su confianza y reflexionando sobre el hecho de haber comenzado a tener éxito como escritor pasados los 40. Merece la pena rescatar la misiva a propósito de un final que salva una vida sobre la bocina.