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La noche de reyes de 1874 el parque de artillería de Cartagena sirve de refugio a buena parte de la población civil que permanece en la ciudad. La mayoría de las mujeres trabajan allí confeccionando hilas para vendar las heridas y sacos que los defensores cantonalistas utilizan para llevar la pólvora con la que se defienden del ejército centralista. Un material que se almacena en ese mismo edificio, en el que ellas, además de trabajar, cuidan. Allí, a su cargo, están la mayor parte de las personas ancianas y las criaturas que quedan bajo asedio. Son ellas quiénes les atienden en los huecos que tienen mientras tejen las hilas y zurcen las telas de los sacos, mientras cocinan la sopa comunitaria con la que se alimenta la guarnición.
El edificio ha sido bombardeado durante los últimos días, pero hasta ese momento ha resistido los cañonazos sin ver comprometida su estructura. Pero al amanecer del día 6 de enero, los proyectiles disparados por los sitiadores penetran los gruesos muros del edificio, tal vez por algún ventanal. En una reacción en cadena, la pólvora y la munición de artillería allí almacenadas estallan, llevándose por delante las vidas de quiénes ahí se refugiaban, la moral de los asediados y volatilizando, a su vez, la posibilidad de un país diferente, construido de abajo a arriba, desde el municipio al cantón, y de ahí a la federación.
La pólvora cantonalista se extiende por buena parte del litoral mediterráneo, desde Cádiz hasta Castellón, así como por el interior de Andalucía, y por ciudades de las dos Castillas
Un proyecto de país que, siendo generosos, solo tuvo abierta su ventana de oportunidad durante algunas semanas de aquel verano de 1873. La noche del 12 de julio, la facción republicana federalista conocida en la prensa de la época como “los intransigentes”, prendió la mecha en Cartagena. La pólvora cantonalista se extiende por buena parte del litoral mediterráneo, desde Cádiz hasta Castellón, así como por el interior de Andalucía, y por ciudades de las dos Castillas. Las Juntas de Salud Pública, que hacen un guiño en su denominación a la revolución francesa, proclaman su prevalencia sobre los ayuntamientos justo el día previsto para las elecciones locales, y pretenden consolidar desde el dominio de facto del territorio su papel de constructores del nuevo orden federal.
Las mujeres en el Cantón
Explica Jeanne Moisand, autora del libro “Federación o muerte: los mundos posibles del Cantón de Cartagena, Ed Catarata” que “en esta explosión murieron entre 300 y 400 personas, muchas más mujeres que hombres, probablemente es el momento más violento del asedio”. Moisand lamenta que se les haya marginado totalmente de la historia del movimiento cantonal, “pero que hayan muerto más mujeres que soldados en esta explosión merece la pena ser recordado porque es una prueba de que estaban ahí, haciendo una tarea que siempre se ha considerado menor pero que, en realidad, era decisiva para la supervivencia del Cantón”.
La gestión política interna del Cantón de Cartagena empieza, según Moisand, “con una perspectiva clásica sobre las mujeres, con una concepción matrimonial de la ciudadanía donde las mujeres siempre son las esposas o hijas de, y lo mejor para ellas en un contexto insurreccional es que se vayan fuera de la ciudad, que esperen a que el marido haga la revolución con las armas”. Aún así, Moisand destaca que sí hubo una cierta evolución en la consideración hacia las mujeres por parte de los asediados: “Algunos se dieron cuenta de la importancia de la participación femenina e incluso quisieron reconocer la ciudadanía de las mujeres. Dando premios, por ejemplo, a las que estaban confeccionando los sacos de pólvora y publicando artículos en el periódico del cantón para que se conociera su nombre”. Aunque nunca llegaron a ser consideradas ciudadanas de pleno derecho.
Tampoco adquirieron la ciudadanía plena los presidiarios que cumplían condena en la ciudad y que se integran en la defensa, aunque sí alcanzan más derechos que en ningún otro contexto. Expone Moisand que “el número de presos había aumentado muy rápido en los años anteriores por las deserciones a las quintas para luchar en Cuba y contra los carlistas, no solo había criminales en el presidio de Cartagena y eso es importante porque no se puede entender el papel de los presidiarios en el cantón como lo hizo Engels, muy influenciado por la situación de cisma en la AIT”. En la ciudad cartaginense existía una alta proporción de población reclusa que podría ser catalogada como presos políticos o desertores del ejército.
En su libro “Los bakuninistas en acción”, el teórico marxista deja escrito que “la liberación de estos bandidos refleja los malos instintos del bakuninismo”, pero Moisand cree que “a esta lectura le falta una comprensión de lo que eran los presidiarios de la época y no entiende que en Cartagena la mayoría de la población reclusa son en realidad desertores y opositores utilizados como trabajadores forzados”. Engels responsabiliza de la rebelión a la rama española de la Asociación internacional del trabajo, pero por su parte, el historiador Julian Vadillo, coordinador del libro “La rebelión Cantonal en la I república, Ed Pinolia”, afirma que “en realidad la Federación Regional Española de la AIT, su comisión federal, no se va a posicionar respecto al cantonalismo. Sabemos que a nivel local sí van a colaborar y van a participar de las rebeliones, van a estar inmersos en ella, pero el cantonalismo es un movimiento más interclasista, donde el movimiento obrero tendrá participación, pero como un agente más dentro de ese entorno”.
En cualquier caso, los cantonalistas de Cartagena, explica Moisand, “dan armas a los presidiarios, les liberan, los hacen trabajar en las fábricas, por ejemplo, fabrican la moneda, forman batallones de ingenieros y les destinan a las fortificaciones. Hacen los trabajos más arriesgados para el cantón y al final sí que acaban participando en la última asamblea”. Una participación política plena que no se les termina de reconocer a las mujeres, aunque sí se publicó un decreto sobre su emancipación, un texto que, para Moisand, “no acaba de decir que las mujeres son iguales que los hombres, pero que sí tiene una meta feminista en la expresión de su preámbulo”.
República desde abajo
Viéndolo en su contexto, la primera república, proclamada apenas unos meses antes del estallido que ha llevado hasta el asedio de Cartagena, ni siquiera reconoce el derecho al voto femenino. Es cierto que esta experiencia republicana tampoco ha sido capaz siquiera de aprobar una constitución propia. La pugna entre las diferentes facciones republicanas federalistas provoca la caída en junio del primer presidente ejecutivo, Estanislao Figueras, al que se le atribuye en su despedida la frase “estoy hasta los cojones de todos nosotros”, con la que se ha caricaturizado los debates del momento. Sea apócrifa o cierta esa cita, lo cierto es que la mayoría aplastante del Partido Republicano Federal en las cortes constituyentes no termina de consensuar una carta magna.
Los 346 de 383 diputados que ostentan, -obtenidos con récord histórico de baja participación, (por ejemplo, solo alcanza un 25% en Madrid y un 28% en Cataluña) al ser boicoteados tanto por las facciones monárquicas como por los republicanos unitarios-, no consiguen alcanzar un acuerdo para que la cámara sancione un texto que estructure el estado y su gobernanza.
La llegada del entusiasta federalista Pi i Margall al gobierno el 9 de junio, sustituyendo a Figueras, no calma las agitadas aguas federalistas. El historiador Vadillo explica que “Pi i Margall va a tener un enfrentamiento con personajes como Roque Barcia, que también era diputado federalista, pero que se va a acabar separando de la Asamblea Nacional Constituyente y va a formar su propia estructura, que va a llamar Federación Española, lo que genera una dualidad de poder”. La ruptura definitiva entre esas dos facciones llega con la rebelión.
Más allá de la reducción a lo anecdótico con que se suele despachar los eventos de 1873, en el proyecto político de los cantonalistas subyace una urgencia por estructurar el incipiente estado republicano sin los vicios de un centralismo asfixiante que, un siglo y medio largo después de la llegada de los Borbones, no había conseguido acabar ni con el recuerdo e idiosincrasia de los antiguos reinos peninsulares volatilizados por el decreto de Nueva Planta, ni borrar la memoria de la experiencia de la gestión de las juntas locales en la guerra contra Napoleón. Señala Vadillo que “la idea de los cantonalistas era construir una república federal desde abajo, que fueran las unidades locales, los ayuntamientos, la base del poder local, la que tuviese una mayor influencia en la construcción de la república”.
Señala Vadillo que “la idea de los cantonalistas era construir una república federal desde abajo, que fueran las unidades locales, los ayuntamientos, la base del poder local, la que tuviese una mayor influencia en la construcción de la república”
Los inicios son prometedores. El ejército regular se encuentra ocupado en dos guerras simultáneas, contra los independentistas cubanos y contra las tropas carlistas que dominan feudos en la zona norte de la península, cuando se le abre este tercer frente. Moisand aventura que “el ejército oficial está, además de ocupado, desorganizado, indisciplinado y con la moral baja por la falta de recursos”. El control de Cartagena y los buques allí anclados permitió al bando cantonalista tener, en un primer momento, superioridad marítima.
Para Moisand, la estrategia consistía en “hacerse fuertes en el litoral para después avanzar desde la periferia hacia Madrid, en una geografía típica de los pronunciamientos militares en la historia de España”. Pero se produce un hecho que resultará decisivo en el devenir del conflicto: la intervención de las potencias extranjeras. El 18 de julio dimite Pi i Margall y le sustituye Nicolás Salmerón. Una de sus primeras medidas es declarar piratas a los buques que han secundado la rebelión, lo que permite a las potencias extranjeras atacarlos sin que sea considerado un acto de guerra contra España.
El 18 de julio dimite Pi i Margall y le sustituye Nicolás Salmerón. Una de sus primeras medidas es declarar piratas a los buques que han secundado la rebelión, lo que permite a las potencias extranjeras atacarlos sin que sea considerado un acto de guerra contra España
Ese decreto, según publica meses más tarde el único periodista extranjero que permanecerá en la Cartagena asediada, un corresponsal del Times que firma como Austin, “será decisivo para restaurar el orden”. Los alemanes, con la colaboración de los británicos, apresan dos de las embarcaciones más importantes del bando cantonalista y las desplazan a Gibraltar, lo que limita la capacidad de intervención de los cantonalistas para auxiliar a Cádiz o a València, que acaban cayendo a principios de agosto. En esta última ciudad, el general Martínez Campos, que será quién posteriormente dirija el asedio de Cartagena, bombardea con saña a los cantonalistas hasta que rinden la ciudad.
Explica Moisand que “el almirante de la flota alemana que está en el Mediterráneo tiene una lectura muy politizada de lo que está pasando, para él los cantonalistas son comunistas, son rojos peligrosos para Europa y hay que pararles”. La prensa europea conservadora traza un claro paralelismo entre lo que está sucediendo en España y los entonces recientes hechos de la Comuna de París. Destaca Vadillo que hay communards que también participan en la rebelión cantonal: “Hay casos, como el de Antonio de la Calle, que había sido integrante de las Milicias de Defensa de la Comuna de París que va a estar también como director del periódico El Cantón de Murcia y será uno de los integrantes del gobierno de la Federación Española que introducirá medidas de carácter laboral como la jornada de ocho horas diarias”.
Pasado el verano de 1873, Cartagena se convierte en el único foco donde el cantonalismo mantiene el control. La Federación Española había trasladado su sede allí, entre otras razones, por las ventajas que presentaba la ciudad para ser defendida. La rebelión cantonal, como en su momento la comuna, acaba siendo una experiencia política limitada, ya que se desarrolla bajo un constante asedio militar. Seis días después de la explosión del parque de artillería, el 12 de enero de 1874, la ciudad se rinde.
Contigo empezó todo
El Cantón de Cartagena: la España desde abajo es derrotada
Nacimiento y derrota de un movimiento que a finales de julio de 1873 hizo ondear sus banderas en buena parte del sur y el levante del país.
Unos días antes, el 3 de enero, el general Pavía ha dado un golpe de estado en Madrid y entrado en el Congreso de los Diputados, haciéndose con el mando y encaminando la etapa republicana hacia su fin. La restauración monárquica se producirá el siguiente año. La última hazaña de la rebelión cantonal consiste en burlar el bloqueo naval y conseguir que más de un millar de cantonalistas escapen a bordo del acorazado Numancia hasta Argelia, entonces bajo mando francés. Han sido derrotados, pero sus ideas volverán a resurgir una y otra vez a lo largo de la historia.
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Una pena que terminara, tras la represión capitalista, aniquilada como la comuna de París. Creo que el proyecto de Pi i Margall de lograr la republica federal hubiera supuesto un avance social y popular enorme. Al mismo tiempo, lo cantonalistas deberían de haber aprovechado la ocasión para expandir su poder militar.