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Con la excepción de Gran Bretaña y Dinamarca, todos los países del mundo mundial celebran en su calendario oficial, al menos un día del país. La fiesta nacional, como la bandera, la escuela, el servicio militar, las selecciones deportivas o los monumentos públicos a los padres de la patria, vienen siendo desde el siglo XIX herramientas básicas de eso que los historiadores llamamos la nacionalización de las masas, es decir, el paso de la condición, bastante amorfa y accidental, de habitante de un territorio, a otra más compleja y sofisticada, de ciudadano o ciudadana, persona, a ser ser posible orgullosa, de pertenecer a una comunidad nacional, y por lo tanto depositaria de una historia, una lengua y unas costumbres comunes, que debe transmitir a sus descendientes.
La mayoría de los Estados escogen como día para festejar la patria efemérides referidas a revoluciones, unificaciones e independencias. Francia celebra la Toma de la Bastilla, EE UU, como Argentina o Uruguay, sus respectivas declaraciones de independencia, Italia, la fecha del referéndum constitucional de 1946, que, tras la caída del fascismo, condujo a la proclamación de la República italiana, Hungría, la revolución de 1848.... ¿Y España?
¿Qué celebra España? ¿El 2 de Mayo, fecha de nuestra castiza “toma de la Bastilla” contra el invasor napoleónico? ¿El 19 de marzo, aniversario de la Constitución de Cádiz? No, Spain is different, y aquí la cosa va de la Virgen del Pilar y el “descubrimiento” de América.
No fue tarea fácil encontrar una fecha de consenso para la fiesta nacional en un siglo de tan poco consenso como lo fue el XIX español, marcado por revoluciones, guerras civiles, dos cambios de Casa Real y una efímera República con cuatro presidentes. Los intentos de los liberales por convertir el 2 de Mayo en el día de la patria fracasarían y el levantamiento popular de 1808 quedaría relegado a ser tan sólo una fiesta local madrileña, con un componente, como apunta el catedrático de la Universidad de Santiago, Xosé Manoel Núñez Seixas, “más antifrancés que estrictamente patriótico, en el que por ejemplo había la costumbre de apedrear establecimientos regentados por franceses”.
Además, la Iglesia católica, un actor político fundamental, nunca vería con buenos ojos eso de celebrar el día de la nación en una fecha no ligada al calendario religioso. La apuesta por el 12 de octubre como pack festivo trasatlántico, Día de la Raza Española, en los EE UU e Hispanoamérica, y fiesta nacional en España, iría cogiendo forma bajo el reinado de Alfonso XIII.
En 1917 se convertiría en fiesta en Argentina, y desde 1918 quedaría fijada como fiesta nacional en nuestro país. Para el historiador Alejandro Quiroga, profesor en la Universidad de Newcastle, el establecimiento del 12 de octubre como Día de España es inseparable del auge del movimiento cultural hispanoaméricanista, que reivindicaba los puentes culturales y sentimentales entre una y otra orilla del Atlántico, pero también de otro elemento no menos relevante, el contexto de conflictividad social que se viviría entre 1917 y 1919.
Nacionalización masiva
En opinión de Quiroga, después de la gran huelga general de 1917, “Maura y otros políticos llegan a la conclusión de que era necesario fomentar la nación y el nacionalismo como contrapeso al desafío del movimiento obrero”. Según el autor de Haciendo españoles. La nacionalización de las masas en la dictadura de Primo de Rivera, el 12 de octubre era por diferentes motivos una fecha redonda para convertirse en nuestra fiesta nacional.
La dictadura de Primo de Rivera llevaría la celebración del 12 de octubre a su máxima militarización, convirtiendo al Ejército en el elemento central de la fiesta
Menos política que el 2 de Mayo, excesivamente ligada al liberalismo progresista, la llegada de Colón a América era un acontecimiento histórico que podía generar orgullo y consenso entre conservadores y liberales sin dejar tampoco fuera a la Iglesia, que podía festejar el día de la Virgen del Pilar y el inicio de la evangelización del nuevo continente. Todos contentos.
La dictadura de Primo de Rivera llevaría la celebración del 12 de octubre a su máxima militarización, convirtiendo al Ejército en el elemento central de la fiesta. La República mantendría el 12-o como fiesta nacional, si bien, como señala Núñez Seixas, con una disputa entre la interpretación del hispanoamericanismo más conservador, que subrayaba sobre todo “el carácter católico y evangelizador de la conquista de América”, frente a la lectura progresista que ponía el acento en la idea de una epopeya civilizatoria “cuyos héroes no habían sido los reyes y los nobles, sino gentes del pueblo como Francisco Pizarro, un humilde criador de cerdos”.
Bajo el franquismo la fiesta nacional evolucionaría de un Día de la Raza con un acusado componente católico, militarista, e inicialmente también falangista, a una celebración mucho más amable, con sabor americano, y renombrada convenientemente a partir de 1958 como Día de la Hispanidad.
Durante la Transición y los gobiernos de la UCD se mantendría la celebración del Día de la Hispanidad, pero sería, llamativamente, el segundo Gobierno de Felipe González el que elevaría de rango la fiesta declarándola con una ley específica de fiesta nacional. La victoria del PSOE en octubre del 82 pudo ser el momento de una fiesta nacional menos ligada a una fecha religiosa y asociada al colonialismo. Lejos de esa idea, el PSOE pisaría el turbo de la identificación con los lugares de memoria del imaginario español conservador.
La Ley, aprobada en septiembre de 1987, con el apoyo de la derecha fraguista y la oposición de IU, el PNV y los nacionalistas catalanes, pone de relieve tanto la apuesta del felipismo por abrazar la bandera nacional como demostración de la transversalidad del PSOE, como la querencia del felipismo por evitar las llamadas batallas de la memoria y rememorar épocas pretéritas lo menos “conflictivas” posibles.
Como explica Núñez Seixas, el PSOE pasaría en 1986 de puntillas por el 50 aniversario de la Guerra Civil, y en cambio pondría todo la carne en el asador con la celebración del V Centenario de la expedición de Colón, eso sí, envuelto ahora en una nueva retórica edulcorada acerca de “el encuentro entre dos mundos”.
En unos años 80 de mucho europeísmo y poca memoria histórica, el PSOE desecharía la conmemoración de las efemérides ligadas a la Segunda República, como el 14 de abril, y a la Guerra de Independencia, como el 2 de Mayo, poco convenientes de sacar a relucir cuando el país negociaba de la mano del socialista francés François Miterrand la incorporación a la Comunidad Económica Europea.
Frente a quienes en las filas de su partido y desde Izquierda Unida defendían jugar la carta del patriotismo constitucional y la institucionalización del 6 de diciembre, día de la Constitución de 1978, como fiesta de España, el entorno de Felipe González apostaría por una fecha con épica y solera, ya que, según Quiroga, “la Constitución quedaba demasiado cerca y aún no había llegado su mitificación, que tendría lugar en los años 90”. En aquel tiempo de mayoría absoluta, compadreo con Juan Carlos I y surfeando la ola de la modernidad, Felipe González decidiría que apostar el 12 de octubre era una buena idea.