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Hemeroteca Diagonal
La gesta de La Nueve
Se cumplen 70 años de la entrada en París de una compañía de antifascistas nacidos en España.
La historia de los republicanos españoles es una narración plagada de fracasos y derrotas, de humillaciones, cunetas y exilios. Sin embargo, entre tanto dolor y sufrimiento, a veces la historia, junto con la suerte y la casualidad, se unen para hacerle un inesperado guiño cómplice a aquellos derrotados victoriosos.
De todas las peripecias vividas por los republicanos tras la guerra civil, quizás la más fantástica sea la que converge en un punto, en la capital de Francia, en un París ocupado por el enemigo y del que el 24 de agosto de 2014 se conmemora el 70 aniversario de su liberación. Y es que la suerte, el azar y la historia se aliaron momentáneamente para hacer que de los casi cuatro millones de combatientes que en aquel caluroso verano del 44 luchaban encarnizadamente por el destino de Francia y de todo el frente occidental, los primeros en hacer acto de presencia en la capital parisina no fueran ni americanos ni británicos, ni siquiera franceses, sino españoles. Españoles que, siguiendo cada uno de ellos las más increíbles peripecias, fueron a parar, en mayo del 43, a la recién formada Segunda División Blindada francesa. Apenas eran un puñado, 150, incluidos en una Babel de más de 15.000 hombres compuesta por franceses, pieds-noirs (franceses exiliados en Argelia) y norteafricanos. Un pequeño pero valeroso grupo formado por exiliados que dieron forma a la novena compañía, a las órdenes del capitán Dronne. La mayoría española dentro de esa unidad era tan evidente que pronto sería conocida en castellano como La Nueve. Unos hombres veteranos, muchos de ellos combatientes desde el 36 y que fueron convertidos en infantería mecanizada y entrenados en las tácticas de la guerra de movimientos. Y, curiosamente, la mayoría de ellos militantes anarquistas que consideraron en todo momento que había que derrotar al fascismo. Surtidos con las armas más modernas, serían dotados con semiorugas, los cuales pronto fueron bautizados con los nombres de la guerra de España: Teruel, Guadalajara, Madrid, Belchite... y otros con nombres más castizos y chuscos, como el Don Quijote o el España Cañí. Aquellos hombres, con una amplia experiencia en combate, muy politizados y ansiosos por derrotar al fascismo allá donde estuviera presente, poco sospechaban lo que el destino les tenía reservado tan solo un año después.
El 6 de junio de 1944, con el desembarco de Normandía, se abrió por fin el tan esperado segundo frente. El fracaso nazi en su intento de repeler la invasión aliada en las primeras 24 horas, sellaba el destino alemán en Francia. La superioridad material y humana de los aliados era tan manifiesta, que los alemanes solo podían aspirar a tratar de contener a los aliados, pero nunca a expulsarlos. Sin embargo, que los alemanes no pudieran ganar no quería decir que no fueran capaces de provocar terribles bajas a los invasores, los cuales necesitarían casi dos meses de encarnizada lucha para conseguir romper el frente en Normandía y desbordarse, ya casi sin oposición, por la campiña francesa, liberando amplias porciones del país.
Para cuando la Segunda División Blindada francesa y La Nueve desembarcaron en Francia, a principios de agosto, el destino alemán en Francia ya estaba sellado. Los aliados se aprestaban a encerrar en una gigantesca bolsa, con centro en Falaise, a los ejércitos alemanes de Normandía. La Nueve fue enviada al frente para participar en esos combates de cerco, y tuvieron su bautismo del fuego el 13 de agosto. Combatiendo en Ecouché, los españoles debían hacer frente a terribles y desesperados contraataques alemanes, al fuego amigo de la artillería y la aviación aliada y a las primeras bajas y las primeras condecoraciones. Durante cinco días combatirán en primera línea de fuego sin descanso.
Sin embargo, los acontecimientos estaban desbordando a todos. Más al sur, en la Provence, el 15 de agosto, se producía un segundo desembarco que amenazaba no ya con destruir a los ejércitos que combatían en Normandía, sino a todas las fuerzas alemanas en Francia. Hitler se resignó a ordenar una retirada general hacia el Sena, que en muchos lugares se transformó en una auténtica desbandada. Empezaba así una desesperada carrera entre los alemanes y los aliados. Los primeros por tratar de escapar de las garras de los aliados y establecer una nueva línea defensiva y los segundos por impedir que esa línea defensiva se consolidara.
Paralelamente a ello se producía una insurrección en París. El 15 de agosto se ponía en huelga la Policía. El 17 L'Humanité, el periódico del Partido Comunista, llamaba a la insurrección, la cual se produjo el 19, levantándose barricadas por toda la ciudad. El comandante alemán de la ciudad, Von Choltiz, tenía órdenes de destruir París si el enemigo avanzaba y resistir desde las ruinas. Con el levantamiento se encontraba en la obligación de aplastar la resistencia y empezar a demoler la ciudad.
Tras la guerra Choltiz se presentó como un antinazi dispuesto a sabotear las órdenes de Hitler, lo cual era notoriamente falso. Si por algo fue nombrado comandante de París era precisamente por su fidelidad al régimen nazi. Sin embargo tampoco era tonto. Sabía que una cosa era hacer frente a una insurrección popular mal coordinada y peor armada y otra muy diferente oponerse a un ejército profesional con las pocas tropas con las que contaba. También sabía que la guerra estaba perdida y que su desenlace bien podía ser cuestión de semanas. Presentarse ante los vencedores con el título de destructor de París no era precisamente el mejor aval para un futuro tranquilo. Así las cosas tratará de llegar a un acuerdo con los resistentes y ganar tiempo.
Mientras, en el campo aliado, las noticias del levantamiento sembraron la alarma. París no se encontraba en el eje de avance aliado, y Eisenhower no parecía demasiado dispuesto a desviar tropas hacia París. De Gaulle tampoco respiraba tranquilo. El levantamiento lo habían iniciado los comunistas, y temía que se pudieran hacer con el poder. Por último, todos temían la reacción alemana. Hacía pocas semanas que la resistencia polaca se había levantado en Varsovia ante la cercanía del Ejército Rojo y la respuesta alemana fue de una brutalidad inusitada. Para cuando sofocaron el levantamiento, más de 40.000 resistentes y 250.000 civiles habían sido asesinados salvajemente. El 90% de la ciudad fue destruida y la población superviviente deportada. ¿Podía París correr la misma suerte? Muchos se temían que sí.
De Gaulle, Leclerc y Dronne querían marchar rápidamente sobre París. Cada minuto de vacilación podía ser fatal. Al final, el 22 de agosto el comandante supremo, Eisenhower, ordenaba dirigir parte de sus fuerzas hacia París. La división que se encontraba mejor colocada para iniciar el movimiento de aproximación era precisamente la Segunda División Francesa, que había sido retirada del frente varios días antes para descansar. Leclerc ordenó rápidamente a sus tropas ponerse en marcha la mañana del 23. Varias rutas distintas fueron tomadas para engañar a los alemanes y de todas las unidades que participaron en la alocada carrera por París, la mejor posicionada era precisamente La Nueve. La órdenes fueron muy claras: avanzar, avanzar y avanzar. Si la resistencia era débil, aplastarla, y si era fuerte, rodearla. Pero nada podía hacer olvidar a los hombres de La Nueve que el verdadero objetivo era París.
Los kilómetros fueron devorados, los hombres apenas descansaron, y los pocos alemanes que se opusieron al avance fueron reducidos. Al final, tras un vertiginoso avance de más de 36 horas, los primeros republicanos españoles fueron entrando en París. ¿Hacia dónde dirigirse? Su comandante Dronne, tras un momento de vacilación, al final decidió que al Ayuntamiento, al Hotel de Ville, donde llegaron a las 21:22 del 24 de agosto. El delirio de la población se tornó increíble. Tras más de cuatro años de ocupación, lo que parecía imposible había sucedido. París estaba siendo liberada y los civiles que se dirigían a besar y abrazar a esos liberadores descubrían con estupor que estos hablaban... ¡castellano!
Dronne sabía sin embargo que la liberación aun no se había producido, y que no dejaban de ser una fuerza simbólica en medio de una ciudad nominalmente aun controlada por los alemanes. Los españoles se desplegaron en orden defensivo y se dedicaron a esperar un contraataque alemán que nunca llegó.
A la mañana siguiente el grueso de la división entraba en París, y junto a los hombres de La Nueve, se dirigieron a acabar con los focos de resistencia que aun quedaban. Entre los numerosos combates en los que se vieron involucrados aquellos hombres, destacó, por su fuerza simbólica, la ocupación del Cuartel General alemán, con el premio gordo de la captura de Von Choltiz, el hombre que tenía la orden de arrasar París.
El 26, un día después, se produjo el gran triunfo y el reconocimiento a aquellos esforzados e idealistas luchadores españoles. Por haber sido los primeros en entrar en París, tendrán el honor de escoltar al General De Gaulle en su famoso desfile desde los Campos Elíseos a Notre Dame. Allí, las cámaras de medio mundo capturarán las imágenes hoy tan famosas de esos vehículos americanos, pintados con extraños nombres de la guerra de España. Habían sido derrotados en su país, pero se negaron a aceptarlo y siguieron combatiendo, con la esperanza de que la libertad también llegaría a España. Como voluntarios decididos a combatir al fascismo y el nazismo, lo hicieron por medio mundo. Y el destino les premió, a un puñado de ellos, con la oportunidad de poder liberar París.
Epílogo
El 8 de septiembre los hombres de La Nueve volvieron a entrar en acción. Lo que se preveía como una rápida conquista de Alemania y la posterior liberación de España, se tornó en una dura campaña de 9 meses de duración en la que el carácter español de La Nueve quedó prácticamente aniquilado. Intensos combates hicieron que la mayoría de sus componentes murieran o cayeran heridos. De casi 150 hombres, apenas 20 seguían vivos para cuando se firmó la rendición de Alemania en mayo de 1945. El nazismo había sido derrotado, pero el sueño de desfilar por Madrid, como se había hecho en París, se quedó en eso, en un sueño. Las potencias occidentales se negaron a expulsar a Franco y prefirieron convivir con ese régimen, ahora que las desavenencias con los soviéticos empezaban a hacer acto de presencia. En Francia, la labor de los hombres de La Nueve tampoco fue especialmente reconocida en un principio. En un momento en el que tocaba recuperar el orgullo propio y olvidar la humillante derrota del 40, así como los cuatro años del Régimen colaboracionista de Vichy, era preferible hablar de los héroes franceses que mencionar a las otras nacionalidades que habían participado en la liberación del país. Tendrían que pasar muchos años para que tanto dentro, como especialmente fuera, se empezara a hablar con naturalidad de las acciones de esos hombres que pagaron tan alto precio por tratar de ver cumplido su sueño: una España y una Europa libres de la tiranía del nazismo.
En cómic destaca el reciente de Paco Roca Los surcos del azar, muy bien documentado. Y destacar también la obra de ficción de Alejandro M. Gallo Morir bajo dos banderas.