Galicia
Cultura, exilio y lucha de las bibliotecarias gallegas durante la Segunda República

Durante los primeros años treinta, las bibliotecas se convirtieron en espacios de trabajo ideales para un modelo de mujer que aspiraba ser independiente y que había manifestado un claro compromiso político. La Guerra acabó con todas sus aspiraciones.
M de los Ángeles Tobío retrato mix
Retrato de Mª de los Ángeles Tobío. Fonte: Museo do Pobo Galego.
22 feb 2025 05:30

Hubo un tiempo en el que las bibliotecas no eran solo espacios para almacenar y consultar libros, sino el sueño de un proyecto político y cultural. También de un proyecto de mujer, el de las modernas, como las denominó a hispanista Shirley Mangini, y que en otras latitudes llamaron flappers o garçons: intelectuales, profesionales y comprometidas con un proyecto, lo de la Segunda República, que hizo de la cultura pilar fundamental de su ideario político.

Nos situamos en una Galicia, la de inicios del siglo XX, que había reconocido con una Real Orden el acceso de las mujeres a la universidad en 1910 y en la que las demandas colectivas femeninas estaban cada vez más organizadas. La evolución del Partido Galeguista fue la principal muestra de la progresiva politización de las gallegas durante la Segunda República: en su III Asamblea, celebrada en Ourense en enero de 1934, participaron por primera vez las integrantes del Grupo Femenino del partido en la ciudad y, en él, se fueron insertando progresivamente maestras, modistas, empleadas, labradoras y alguna médica y propietaria. Fueron también los años de las Irmandades da Fala, cuya huella femenina Aurora Marco visibilizaría con la publicación en 2020 de su ensayo Irmandiñas.

La Galicia de inicios del siglo XX, aunque mayoritariamente agraria, asistió a un incremento del sector servicios, con una creciente clase media en la que las esposas no podían vivir únicamente de las rentas de los maridos: la nueva centuria demandaba nuevas mujeres. Fue así como se introdujo progresivamente la coeducación en las Escuelas Normales (1931) y como se fueron creando nuevas titulaciones de grado medio en las décadas de 1910 y 1920 que acogieron en sus aulas a muchas jóvenes de clase media: matronas, institutrices, enfermeras, taquígrafas o mecanógrafas. En definitiva, mujeres para las que la educación era mucho más que un adorno: se convertía en la vía para su independencia económica.

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La libertad en un libro

Las bibliotecas fueron uno dieras espacios pioneros para la entrada de noticias  profesionales: la creación en 1932 del Cuerpo de Auxiliares de Archivos, Bibliotecas y Museos abrió la vía para una comprensión de la profesión  más práctica. Se combinó con otras iniciativas oficiales, como la Junta de Intercambio y Adquisición de Libros para Bibliotecas Públicas. Por primera vez se va a desarrollar una política bibliotecaria con objetivos claros y aspiraciones globalizadoras, con recursos y continuidad en el tiempo, un presupuesto ambicioso y un incremento notable de los fondos bibliográficos. Se trataba de que las bibliotecas se asociaran con la democracia y con las posibilidáis que el nuevo Estado republicano ofrecía a toda su pobación para instruirse y, en última instancia, identificarse con el régimen que le ofrecía tales posibilidades, tal y como Ana Martínez Rus analizó en su ensayo Lana política de él libro durante lana II República.

M de los Ángeles Tobío retrato
Retrato de Mª de los Ángeles Tobío. Fonte: Museo do Pobo Galego.

María de los Ángeles Tobío vio en esas bibliotecas un espacio idóneo para experimentar con las nuevas posibilidades profesionales que se les abrían a chicas como ella, procedentes de la clase media de una pequeña ciudad del noroeste peninsular. Unos años antes, habían abierto el camino, como funcionarias del Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos dos nombres femeninos claves: María Moliner, autora del famoso diccionario, que aprobó la oposición en 1922 y, un año después, Juana Capdevielle, quien trabajaría en la Universidad Central de Madrid y terminaría siendo asesinada al inicio de la guerra.

María de los Ángeles Tobío nace en 1908 en Viveiro, pero con solo ocho años pasa a instalarse en Santiago, tal y como recogió Ana Celia Rodríguez Buján en la ficha que de ella elaboró para el Álbum de Galicia del Consello da Cultura Galega. Su familia tenía una estrecha relación con el ambiente cultural gallego de la época, pues su padre, Luis Tobío y Campos, era poeta (primo de la gran Rosalía de Castro), etnógrafo y profesor de la Escuela de Magisterio, mientras que su hermano mayor, Luis, fue uno de los promotores de la creación del Seminario de Estudios Galegos y miembro del equipo redactor del anteproyecto de Estatuto de Autonomía de Galicia del año 1936.

María Luisa cursó la carrera de Filosofía y Letras y en el Archivo Histórico Universitario de Santiago de Compostela se conserva su expediente (Caja/Legaxo 1454, Expediente número 6, años 1926-1936), que permite dilucidar que fue una estudiante excelente, pues cuando en 1930 obtuvo su título, lo hizo obteniendo calificaciones de sobresaliente y matrícula de honor en la mayor parte de las asignaturas.

En 1931 se traslada a Madrid y compagina su trabajo en el Centro de Estudios Históricos con la preparación de las oposición al cuerpo de Auxiliares de Archivos, Bibliotecas y Museos. Aprobada la oposición, ocupa destino en Ourense, si bien por circunstancias familiares debe viajar a Madrid, donde se ve atrapada tras el golpe de estado.

En ese momento, entra a formar parte de la Comisión Gestora del cuerpo facultativo desde la Biblioteca Nacional y, mostrando su compromiso con la política bibliotecaria de la Segunda República, comienza a colaborar en tareas de conservación y custodia de los fondos incautados a las personas y colectivos afines a los rebeldes. En 1937, con Madrid sometida a bombardeos incesantes y el deseo de proteger a su familia, se traslada la València, donde continúa su labor de protección y conservación de fondos de la mano de Tomás Navarro Tomás, director de la Biblioteca Nacional desde 1936.

En Anacos da vida dunha muller galega ella misma relataría su complicada huida en invierno de 1939, con la derrota republicana ya muy próxima en el horizonte. Para entonces ya había causado baja en el escalafón de auxiliares con el eufemismo “abandono de destino” escrito en su expediente.

Francia no sería, con todo, el último destino de la azarosa travesía de la familia: finalmente, toman el camino del exilio mexicano, donde María Luisa seguiría colaborando activamente a favor de la cultura republicana, implicándose en la puesta en marcha, en el mismo 1939, de un centro fundado por los exiliados, el Instituto Hispano-Mexicano Ruíz de Alarcón, en el que se responsabilizaría de la dirección de la denominada “Escuela de Señoritas”.

Un sueño que se convirtió en pesadilla

Su regreso a España no se produciría hasta el año 1948. En ese momento, solicita su reingreso en el cuerpo de auxiliares, tras ser dada de baja en 1939, pero la maquinaria sancionadora del franquismo no perdonó su colaboración con el gobierno anterior: será readmitida, pero degradada e inhabilitada para la ocupación de cargos directivos.

Así, desempeña labores en el Archivo General de Galicia de A Coruña y retorna a Santiago para trabajar en la biblioteca de su universidad y el Instituto Arzobispo Xelmírez, pero sin llegar a desarrollar, debido a su pasado, cargos de responsabilidad en estos centros.

Para una mujer a la que, según sus propias palabras, le encantaba “ayudar a los que habían querido leer”, tuvo que ser sin duda muy complicado ver como la activa política bibliotecaria republicana quedaba definitivamente en el olvido. Finalmente, fallecería en Vitoria en el año 2004, con casi cien intensos años vividos.

El proyecto bibliotecario republicano en el que ella y tantas otras mujeres habían trabajado se deshizo por completo tras el fin de la guerra: ya en marzo de 1940 la Sección Femenina se dotará de un Departamento Central de Bibliotecas y Conferencias, entendido como un mero instrumento al servicio del adoctrinamiento, centrándose en el fomento de la lectura religiosa, de textos históricos y del propio Movimiento.

Las primeras décadas del siglo XX habían sido para María de los Ángeles Tobío y tantas otras mujeres gallegas el territorio de lo posible: un rato histórico en el que crear trayectorias profesionales y personales que sus madres y abuelas no habían podido siquiera entrever. La finalización de la Segunda República y honda herida de la guerra fueron para ellas mucho más que un cierre de etapa: supusieron la desaparición de sus sueños y aspiraciones. Unos sueños que nunca más se volverían a recuperar y el inicio de una pesadilla en el que esas bibliotecarias modernas no habían asignado ningún papel protagonista.

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