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Flamenco
Hacerla durar y darle espacio
Si alguna función chamánica le queda al arte más allá del entretenimiento es la de agitar lugares comunes, suposiciones y tendencias.
Llevamos meses enfangados en mierda. Pandemia, hospitales saturados, morgues, despedidas y uso partidista de la desgracia. Nada nuevo bajo el sol abrasador de julio, que ha llegado para recordarnos la hegemonía total de la economía de mercado. El virus se expande con más facilidad en los teatros, escuelas y universidades que en bares, hoteles, discotecas, playas y aviones. Es, seamos sincero, una pandemia selectiva, pues su peligrosidad depende del sector económico al que afecta. La biología ya nos lo explicará en los próximos meses.
Flamenco
"La solución no es mirar hacia otro lado"
Por esa condición selectiva del virus la cantaora Rocío Márquez y el guitarrista Miguel Ángel Cortés dieron la noche del 29 de junio un concierto a puerta cerrada en el patio de las Acequia del Generalife, otrora colmado de japoneses y empujones. El palacio es sin lugar a dudas unas de las cumbres arquitectónicas de la creación humana, con su pequeño patio encaramado a las lomas de la Alhambra y su delicioso jardín, donde cada noche el viento y el agua dan su propio recital. Allí, bajo la arquería nazarí, entre el yeso deslucido por el halo romántico del conjunto, sentados, sin público y sin aplausos, Rocío Márquez y Miguel Ángel Cortés nos recordaron –pues lo habíamos olvidado- la importancia de la belleza. Algo que no se puede explicar, ni contabilizar, ni definir, pero que existe, como existe el oxígeno que respiramos sin percatarnos.
Llevo igual de mal a los puristas del “moderneo”, de la innovación fatua y constante que nada consolida
El recital se presentaba con la etiqueta de “clásico”, y la propia Rocío, acostumbrada en los últimos años a surcar océanos bastantes más heterodoxos, se justificaba en las redes sociales. No tengo nada de purista ni de defensor de unas supuestas raíces jondas que, como vienen explicando desde hace décadas estudios serios sobre el flamenco, no son más que una construcción esencialista del siglo XIX y de lo que vino después. Pero llevo igual de mal a los puristas del “moderneo”, de la innovación fatua y constante que nada consolida, de los “hipsters” que se suben a las modas comerciales con las ínfulas de obispos de la música. Son dos caras de una misma moneda, aquella que trata de enjaular el cante, y no hay artista que se libre de estos abismos. La etiqueta de “clásico” conlleva siempre la existencia de algo “moderno”, y los roles se reparten según los contextos. Buena parte de los palos flamencos considerados hoy clásicos en cierto momento fueron transgresores, herejías o atentados contra la pureza.
Flamenco
Rocío Márquez, escuela de indagación
Este viernes 19 de octubre se publica Diálogo de viejos y nuevos sones, el nuevo disco de la cantaora Rocío Márquez junto al violista Fami Alqhai. Rocío conjuga, además de una voz delicada y un planteamiento musical valiente, modernidad y cante de compromiso, las dos facetas constitutivas y medulares del flamenco.
Rocío Márquez surfea entre estas tendencias de manera excepcional, y esta vez acertó mirando a lo “clásico”. Si alguna función chamánica le queda al arte más allá del entretenimiento es la de agitar lugares comunes, suposiciones y tendencias. La corriente de este siglo –convertida en tsunami- empuja hacia puertos bien distintos, de ahí la valentía del programa: Bulerías (solo guitarra), Guajira, Aires de Levante, Serrana y Abandolao, Peteneras, Tangos, Romance a Córdoba, Caracoles, Seguiriya y Cuplés por Bulería. Programa con poco recorrido en un festival o disco “moderno”, donde manda el nominalismo y el marketing.
Sin embargo, lo que pudimos disfrutar –pantalla mediante- en el Generalife no tiene parangón alguno en la música española de los últimos años, y sin pirotecnia ni juegos lingüísticos. Buena parte del recital formaba parte de la discografía de la cantaora, con guiños a Marchena y a la tradición flamenca granaína cuyos ríos van a parar a Morente. Los temas, que había cantado con arreglos “más modernos” o en proyectos híbridos con jazz o música barroca, no perdían ápice de fuerza con el acompañamiento de la guitarra de Miguel Ángel Cortés, por cierto, una de las mejores que podemos escuchar hoy día. Todo fue precioso, intenso… cualquier letanía le cabe, especialmente la petenera y la seguiriya, quizá porque el Generalife guarda aún entre sus muros la pena de Boaddil que hizo suya Federico García Lorca.
Durante el confinamiento nos hemos visto obligados a convivir con ella sin escapatoria
La realización ampliaba el foco hacia al patio de la Acequia. Más allá, en la lejanía, la noche fue cayendo ocultando los perfiles de Sierra Elvira. Las extensiones de Granada decoraban con sus farolas, como una noche cualquiera, el horizonte del palacio-jardín. La ciudad se entregaba al fritangueo y a los veladores colmados mientras cantaora y tocaor se bastaban por sí solos para llenar las hectáreas de la Alhambra.
No sé cuántas personas seguimos el concierto a través de internet, ni si tienen pensado comercializarlo. Por mi parte, no me canso de recomendarlo. Es posible que el Generalife no haya vivido una noche como esas en sus siete siglos de historia. Tras meses de pesadillas, el recital fue un acto de afirmación de los pocos espacios y momentos que resisten a la ruina.
Estamos rodeados de estupidez, como explicara con certera ironía Carlo M. Cipolla en Allegro ma non troppo. Durante el confinamiento nos hemos visto obligados a convivir con ella sin escapatoria. Su negritud todo lo empaña y por eso mismo no quiero perder la oportunidad de agradecerle a la vida que nos regalara este concierto. Lo escribí también para El Salto hace dos años y lo repito porque es verdad. Italo Calvino concluyó Las ciudades invisibles invitándonos a “buscar y saber reconocer quién y qué en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio.” Sea entonces todo el firmamento para Rocío y para noches como esas.