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Feminismos
Abrázame bell hooks
El otro día le decía a mi amiga Laura, compañera de perplejidades, que tenía ganas de que nos metiésemos en algo en serio, que abandonáramos esta posición de agudas observadoras de derivas y nos pusiéramos a remar con otras. En una cena les comentaba a mis amigas Susana y Cecilia que son agotadores estos tiempos de comentar —con más o menos graciejo o lucidez— lo que pasa. Que habría que creer que podemos ser lo que pasa. Cecilia miraba a su patria, Chile, con una esperanza brillante, seductora, el orgullo de sentirse parte “de lo que pasa”, mientras Susana recordaba con tristeza la última vez que remó entusiasmada una barca a la que enseguida le salieron capitanes que soltaron a tanto remero entusiasta como lastre.
Siento que queremos abrazarnos, y no sabemos por dónde empezar. No es solo la distancia que se infiltró en nuestras rutinas con la pandemia la que se interpone, si no el abismo entre lo que queremos y lo que vemos, lo que entendemos y lo que podemos. Acortar las brechas entre ese mundo que va a su bola alocado y nuestra mirada impotente acabó siendo un desdibujado reto. Quizás es solo acercándonos entre nosotras como podemos aproximarnos a lo que queremos.
Algo se constata dentro de los abrazos: se vive mejor cerca de los otros, coordinando sentires, siendo conscientes de lo concreto y lo corpóreo, de la vulnerabilidad pero también de la fuerza que tiene el cuerpo. Hay muchas formas de abrazar y sentirse abrazadas, muchas no necesitan ni siquiera el cuerpo presente, pero si la conciencia de que detrás de unas palabras, unas ideas, hay otra persona con su cuerpo vulnerable y fuerte que quizás no conozcas pero que está ahí, contigo, de todas formas.
Cuando leía a bell hooks sentía algo que se siente también en un abrazo: podemos ser mejores de lo que somos, más libres, más felices
Cuando leía a bell hooks sentía algo que se siente también en un abrazo: podemos ser mejores de lo que somos, más libres, más felices. Pero hay ideologías que se han apoderado de los afectos y la interdependencia y la han convertido en relaciones de poder malsanas donde el privilegio de unos merma la vida de otras. El racismo es una de estas ideologías, el patriarcado otra: miradas que desabrazan, que enajenan al otro de su vulnerabilidad y su fuerza, que deshumanizan y nos hacen ser peores. Vidas peores para todas y todos, para quien oprime y el oprimido, porque una vida que se basa en el dominio del otro, en la supremacía, es una existencia triste.
Decía bell hooks, ¿acaso no soy una mujer? retomando la frase de Sojourner Truth. Un eco que resuena cuando se habla de feminismo y cuidados, sin poner en el centro a las mujeres racializadas que cuidan, un eco que resuena cuando se habla de mujeres y participación política, sin poner en el centro a las que no pueden votar, ni ser elegibles, porque el racismo institucional las excluye. Un eco que resuena cuando se habla de techos de cristal, cuando algunas no se despegan del suelo. Un eco que resuena cuando se habla de brecha salarial, cuando tantas están abocadas a empleos en las afueras de las nóminas.
Hablaba bell hooks de enseñar a transgredir, de la educación como práctica de libertad, y mientras asistimos sin rechistar a cómo en nuestras escuelas e institutos profesoras y docentes hacen lo que pueden aplastadas por ratios imposibles, evaluaciones constantes, falsos bilingüismos, y resultadismos sin alma. Qué puede haber más feminista, más antirracista, que pelear por una educación pública que abrace los afectos, potencie la crítica y enseñe en la interdependencia.
Qué puede haber más feminista, más antirracista, que pelear por una educación pública que abrace los afectos, potencie la crítica y enseñe en la interdependencia
Decía bell hooks que el feminismo es para todo el mundo. Habría que gritarlo en cada aula, en cada emisora, en cada cuenta de tuiter. Que el feminismo no es anti hombres, que no es un bien que puedan apropiarse unas u otras, que empieza por la autocrítica y la toma de conciencia, una mirada reflexiva a quienes somos, y qué hacemos donde estamos, que si se señala es para transformar y si se denuncia es para avanzar, que el punitivismo no cabe en un movimiento cuyo principal objetivo es terminar con el patriarcado.
Y recordaba que las mujeres podemos ser patriarcales, que las feministas podemos ser patriarcales, y que es esa autocrítica la que nos salva y nos libera. Que hay que señalar el patriarcado a los hombres, y que quienes abrazan esa autocrítica, los hombres feministas, son necesarios para el feminismo. No se puede caminar sin ellos.
Acurrucada en las palabras de bell hooks pienso que la interseccionalidad no reside tanto en lo que se es, sino en que lo que se persigue sea para todas y todos, así que este texto no es una obituario tardío, sino una reivindicación eterna, un abrazo a lo que perdura y nutre el futuro. Qué sentido tiene pensar, teorizar, educar si no pensamos que podemos alterar lo que se viene.
La autocrítica, la deconstrucción, son los pasos previos para la imaginación de otras formas de ser y estar en común y la construcción de otras relaciones más amorosas y tiernas. Un continuum valioso que no deberíamos dejar que se disocie: la autocrítica y la deconstrucción no pueden ser un ejercicio hacia fuera en el que también tengamos que competir, y la imaginación y construcción ha de saber desde qué suelo parte, de qué ruinas huye, para formar algo nuevo y consistente.