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Elecciones
¿Y el voto migra? Reflexiones cruzadas entre Sant Cugat y Carabanchel
Muchas de las que por miles de razones hemos tenido que migrar, sabemos que hay un momento en la vida política de los países en los que vivimos, siempre siendo extranjeras, que resulta complicado, doloroso, pero sobre todo, que nos genera un profundo miedo agravado por la impotencia que supone la exclusión: las elecciones. En las generales sin nacionalidad no tenemos derecho al voto y en las municipales, a menos que seamos de uno de los 12 países con convenio electoral, tampoco tenemos derecho a elegir a quienes durante por lo menos 4 años, decidirán el rumbo de nuestras vidas (para bien o para mal), aunque las migrantes sabemos que nunca es para bien, por lo menos no en el Reino de España.
Las campañas electorales son semanas enteras metidas en una vorágine de promesas, mentiras y sobre todo mucho fuego cruzado. Poquísimas veces escuchamos hablar de nosotras, más que de manera escueta y como una especie de “problema” a resolver: el problema de la migración, las rutas ilegales migratorias, la defensa de las fronteras; pero no escuchamos a ningún/a candidato/a hablar de la mejora de las condiciones de vida de la población migrante, ni hablar de reconocer las aportaciones que como migrantes hacemos a la economía y mercado laboral local, o sobre la lucha contra la deserción escolar provocada por el racismo estructural en las escuelas, o contra los prejuicios y violencia que sufrimos en las instituciones públicas. O sobre el racismo cotidiano, en las calles, el transporte público, los bares. En los debates, solo somos un problema a resolver, en el mejor de los casos, o a eliminar, en el peor.Esta negación de nuestra existencia y participación en la vida común, esta ausencia de propuestas políticas que repercutan en la comunidad migrante, no tenemos claro si viene dada porque asumen que si no votamos, nada tienen que prometernos, o porque simplemente es el resultado lógico del racismo estructural de este país, pero estamos un poco cansadas de ser un tema anecdótico en periodo electoral. Aquí escribimos dos migrantes mexicanas; somos originarias del mismo barrio en la Ciudad de México, pero en el proceso migratorio hemos terminado viviendo en dos sitios tan disímiles como Carabanchel, Madrid y Sant Cugat del Vallès, provincia de Barcelona. Cada una con su realidad vital, cada una en un contexto totalmente distinto, pero compartiendo las mismas vivencias por ser migrantes.
Con un partido de ultraderecha a las puertas del gobierno, la llamada al voto se ha hecho urgente. Sí, la llamada al voto por parte de miles de personas que no tenemos derecho a elegir a nuestros representantes políticos
En Sant Cugat hay un universo paralelo, ese de los expats, extranjeros viviendo como si fuera de vacaciones, sin importarles quién gobierna o quiénes perdemos cuando se pierden derechos; viviendo en la burbuja del privilegio que te da un acento europeo o anglo, unos hijes con uniforme de colegio privado, un alquiler que da igual cuánto suba porque lo paga la empresa. Este universo existe dentro de la realidad de un municipio de renta alta, donde el porcentaje más importante en estas elecciones generales fue el de la abstención, y donde nos miran a quienes queremos y tenemos que hacer de este pedazo de tierra un lugar vivible para todas y todos como bichos raros, necias insensatas frente a lo evidente, que nunca seremos de aquí, que no contamos.
Quizá algo de razón llevan quienes nos tildan de insensatas; hace algunos meses hubo en Sant Cugat una charla con dos mujeres latinas, representantes una de la política y otra del activismo. Hablaron apasionadas sobre antirracismo y participación política de las personas migrantes, llamaban a participar, a votar quienes pudieran, a la organización social en todos los casos; todo frente a una sala llena de personas blancas, estábamos ahí únicamente otras dos migrantes. El sistema que nos excluye también nos dice que es nuestra responsabilidad que nos tomen en cuenta, que debemos activarnos; nos lo dice a nosotras, que llevamos años aguantando maltrato, violencia y laberintos burocráticos para obtener, si acaso, el permiso que nos permita vivir y trabajar en este lugar; sonriendo al vacío frente a comentarios racistas de colegas y vecinos; las que ya sabemos que si cruzamos la mirada con el guardia en la estación, nos van a pedir los papeles; las que si criticamos nos llamarán malagradecidas, las que si opinamos nos mandarán a callar y de vuelta “nuestro país”.
Carabanchel, por otro lado es el distrito más poblado de la Capital del Reino, tiene más habitantes que Iruña, Gasteiz, Granada o A Coruña; con un 23 por ciento de población migrante, es para muchas de nosotras, un lugar de calma entre tanta blanquitud, aunque alguna vez en el supermercado nos manden de vuelta a ese lugar mítico y casi espectral que anida en la cabeza de los españoles: nuestro país.
Opinión
Elecciones 23J ¿Cuál es el compromiso de la izquierda con el voto migrante y racializado que ayudó a frenar el fascismo?
En Carabanchel hay iglesias evangélicas, supermercados asiáticos, restaurantes y panaderías latinas. En mi escalera solo hay una familia española, pero no desentonan porque la madre lleva el pelo rosa y de su balcón cuelga la bandera LGTBIQA+, el resto somos todas migrantes: rusas, ecuatorianas, rumanas, peruanas y yo que soy mexicana. Es un barrio obrero en el que según los mapas de resultados electorales, el voto ha estado muy disputado entre el Partido Popular y el PSOE, seguido de Sumar y con pocos votos para la ultraderecha. Me quedo tranquila al mirar la cartografía electoral y descubrir que en mi calle, no hubo votos a la derecha.
Habiendo pasado ya la cita con la llamada fiesta de la democracia, tenemos que decir que ha sido una campaña desgastante, agotadora, con mucha crispación y en la que se han producido muchos dolores, y que ha estado teñida de miedo, un miedo por momentos paralizante, miedo por nosotras y por las nuestras. Con un partido de ultraderecha a las puertas del gobierno, la llamada al voto se ha hecho urgente. Sí, la llamada al voto por parte de miles de personas que no tenemos derecho a elegir a nuestros representantes políticos, por miles de personas a las que nadie convoca, nadie pone en el centro, miles de personas que sabiendo que, sin importar quién ganara, nuestra circunstancia probablemente no iba a mejorar. Nosotras llamamos al voto para que no empeorara la vida de todas.También hay migrantes nacionalizadas, ellas, contrariamente a lo que escuchamos en muchos sitios, “las migrantes al final votan a la derecha” han hablado en las urnas. Una amiga muy cercana nos decía que la portera de su edificio, una mujer latina, le dijo que la comunidad latina ha votado masivamente. En Carabanchel mi barbero colombiano y sus clientes han votado también, desde hace semanas tienen claro que su voto iría para el Partido Socialista, desde hace semanas no se habla de otra cosa más que de las elecciones en una barbería latina en pleno corazón del barrio de Vista Alegre.
Las migrantes hemos sacado la cara, a pesar de que no aparecimos en ningún discurso triunfalista, en ningún agradecimiento de media noche, las migrantes hemos llamado al voto por activa y por pasiva
Aún con todo lo que nos desgastan las violencias racistas, peleamos, nos enrrabiamos, nos organizamos. Las lógicas de la exclusión se disuelven en su sinsentido, porque lo cierto es que cumplimos con deberes ciudadanos, pagamos impuestos, nos implicamos en la colectividad, ya sea haciendo barrio, en asambleas populares, despensas, comedores sociales, sindicatos de vivienda y, también, criamos a nuestras criaturas; las vemos crecer en una tierra que se empeñan en decirnos que no es la nuestra, enseñándoles a navegar un destierro que no les corresponde pero que traen en la piel, a vivir la añoranza de un lugar que muchas veces, apenas conocen. Nos preguntamos: ¿Esta tierra sí es la suya o se verán enfrentadas desde muy pequeñas a la constante pregunta “de dónde eres?”, mantra que pasa de generación en generación como una maldición, pero que a su vez les recuerda, efectivamente, de dónde son: de su comunidad, comunidades diaspóricas en donde nos cuidamos y sanamos de las violencias recibidas en un país en el que muchas ya han nacido, comunidades que se sostienen, se construyen, poniendo el cuerpo donde haga falta.
Este pasado 23 de julio, las migrantes hemos sacado la cara, a pesar de que no aparecimos en ningún discurso triunfalista, en ningún agradecimiento de media noche, las migrantes hemos llamado al voto por activa y por pasiva, hemos escrito un comunicado antirracista en el que llamamos a realizar un voto “responsable” a todas las personas migrantes y aliadas para frenar a la derecha, hemos repartido volantes de Sumar afuera de las piscinas municipales en barrios obreros, hemos pegado carteles, hemos escrito artículos, hablado con las vecinas, arengado en nuestros espacios de activismo; algunas incluso hemos perdido amigas por intentar convencerles de que quienes más nos jugábamos en estas elecciones éramos las migrantes y racializadas, además de las disidencias sexogenéricas; muchas de nosotras somos también lesbianas, trans, marikas, bi. Hemos puesto el cuerpo, del mismo modo que lo hacemos todos los días cuando salimos de casa, así que desde aquí os vamos a pedir algo, queridas feministas blancas, sindicalistas blancas, militantes blancas: reconoced nuestros esfuerzos, reconoced que nosotras también tenemos proyecto político, reconoced que sin nosotras no solo no se mueve el mundo, sino que tampoco podríamos respirar un poco más tranquilas después de ganar la batalla electoral a la ultraderecha.
Seguimos.
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Todo ser humano debe tener el derecho de residir y trabajar en el país que desee. Todo ser humano debe ser considerado ciudadano, con todos los derechos de la ciudadanía, allí donde resida. Y así en todo el planeta. Gracias por votar.