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Coronavirus
Sobre microbios, vacunas y confinamientos
Algunos pensadores contemporáneos reflexionan sobre el Otro, que es como hablar de la Mujer o el Homosexual (todos en singular); se trata de un idealismo reduccionista que parece interesar especialmente en Francia, como muestran los títulos de varias obras de Emmanuel Lévinas o el libro de Todorov La conquista de América. La cuestión del Otro. Desde tal punto de vista y pese a su pluralidad, los microorganismos (bacterias, protozoos, levaduras, virus) constituyen el Otro por antonomasia porque resultan invisibles al ojo, desconocidos y ubicuos. El hecho de que algunos sean parásitos duplica la sensación de amenaza. Probablemente, el miedo se debe a que la mortandad causada por pestes continúa influyendo en nuestra conciencia colectiva, a pesar de que las condiciones de hambre, insalubridad y falta de medicación que impulsaron las pandemias de peste han decrecido en el mundo occidental.
Un artículo anterior en El Salto estaba inspirado en mi libro Competencia o cooperación. Sobre la ideología que domina la biología, contenido que aprovecho para estas reflexiones. En el texto anterior sostenía que el darwinismo fomenta el individualismo competitivo, lo que tiene evidentes cargas políticas. En este artículo mantengo que las vacunas tienen dos aspectos, uno político (aunque diferente al darwinista) y otro económico. Para comenzar, la declaración de que una enfermedad afecta a tanta población que alcanza niveles de epidemia tiene carácter administrativo, por lo que constituye una decisión política. Como diría el filósofo del lenguaje John Austin, además se trata de un enunciado performativo; esto es: crea la realidad que enuncia, como sucede cuando altos cargos declaran inaugurado un congreso o una autopista. Desde luego, más poder que un alto cargo o un juez para dictar sentencia tiene un gobierno para decretar un confinamiento general y sacar al ejército a patrullar las calles con el fin de asegurar que estas permanezcan vacías, como sucedió en la primavera del 2020, durante la pandemia por COVID-19.
Filosofía
Necesitamos otro paradigma evolutivo
Louis Pasteur y el biopoder
Para luchar contra los gérmenes (esto es, los microbios perjudiciales o patógenos) se elaboran vacunas, lo que conlleva la inversión de cuantiosos recursos en laboratorios y personal investigador con el objetivo de crear preparados que refuercen el sistema defensivo. Las vacunas tienen repercusiones económicas en el sector agropecuario porque combaten la extensión de epizootias, además de influir sobre la salud humana. El paradigma lo inauguró Louis Pasteur merced a su creación de un preparado contra la rabia, al que se puede considerar el primer biopoder de la historia en cuanto desarrolló nuevas tecnologías para conseguir una vacuna que protegiera la existencia de animales y seres humanos. No obstante, en la aceptación de la obra pasteuriana cuenta mucho que el químico demostrara la falsedad de la generación espontánea (esto es, que los microorganismos no nacen de la materia inorgánica) y, en coherencia con ello, que descubriera un sistema de conservación de alimentos y bebidas que, en su honor, se denomina “pasteurización”.
Pasteur tenía una imagen negativa de los microbios, ya que los consideraba amenazas a erradicar, que es lo que hace la pasteurización. Desde el punto de vista de sus seguidores, la lucha contra los patógenos es una guerra y, como en toda guerra, el triunfo debe alcanzarse a cualquier precio. Así, la microbiología médica alienta un combate sin cuartel contra los gérmenes que colonizan el organismo y minan la salud. Tanto parásitos como gérmenes crean la necesidad de unirse frente a enemigos invisibles, capaces de provocar enormes daños. En coherencia con ello, desde que apareció el coronavirus que tanto ha cambiado nuestra vida (COVID-19), los epidemiólogos multiplican su presencia en los medios de comunicación para informar y ofrecer consejos, hasta el punto de convertirse en figuras públicas; sus advertencias alientan en la sociedad una inquietud (incluso, paranoia) que allana el camino para adoptar medidas de excepción. Pese a tal convicción, los gérmenes constituyen un ínfimo porcentaje de microbios.
Quizás la ubicuidad de los epidemiólogos sea el reverso de su ausencia en los años que siguieron a la crisis económica del 2008; en ese periodo, con el propósito de ahorrar costes, muchos gobiernos desmantelaron buena parte de los sistemas de alerta epidemiológica y medicina de atención primaria que tanto hubieran ayudado a prevenir el coronavirus y contenerlo. No obstante, si dependiese de los responsables de salud pública, las mascarillas quedarían fijadas a nuestras caras hasta el fin de los tiempos con la justificación de que así se previenen contagios. Ahora bien, los contagios también se evitan quedándose a trabajar en el hogar (teletrabajo), medida que además ahorraría combustible y reduciría la contaminación urbana; sin embargo, los gobernantes aluden menos a esta medida por temor a enfadar a los empresarios.
El biopoder es el uso de tecnologías que, en principio, intentan proteger o potenciar la vida. La vacuna contra la rabia, creada por Pasteur, constituye el primer biopoder de la historia.
Desde el punto de vista microbiológico, cada uno es responsable de su higiene y estado de vacunación como vía para contener el ataque, invasión y propagación de enemigos invisibles; si no se protege, el enfermo puede convertirse en una reserva de gérmenes (reservorio) que contagie a los allegados. Para impedir nuevas olas de COVID-19, los gobiernos intervencionistas (como suelen ser los del continente europeo) promueven campañas de vacunación; sin embargo, los angloparlantes prefieren aconsejar a la población que se vacune porque sitúan la libertad por encima de las obligaciones colectivas. Por esa razón, los gobiernos angloparlantes también resultan más reacios a decretar confinamientos. En este campo se contraponen dos principios de gobernación: por un lado, una libertad con pocas restricciones; por otro, cierta preocupación por el bienestar colectivo heredado de la Ilustración.
La microbiología médica sostiene que el problema es el agente que causa enfermedad, antes que la enfermedad en sí misma, así que soslaya las condiciones socioeconómicas que favorecen la acción del patógeno. Por ello, los científicos demandan inversiones en investigación, pero no cae bajo su responsabilidad el esfuerzo por mejorar las condiciones existenciales de la población. Pese a ello, la erradicación de una enfermedad infecciosa como la tuberculosis derivó en mayor medida del aumento en la capacidad de compra de los salarios, que se tradujo en una mejora en la alimentación y calefacción de las viviendas (condiciones existenciales), que del descubrimiento de los antibióticos. De hecho, la mortandad causada por la tuberculosis declinó décadas antes de que los antibióticos se comercializaran.
No se trata de ningún hallazgo reciente: el mismo Robert Koch, descubridor del bacilo tuberculoso (en su honor: bacilo de Koch), cuando recibió el Premio Nobel de Medicina de 1905, calificó la tuberculosis como “enfermedad del alojamiento”, en referencia a las malas condiciones habitacionales de gran parte de los enfermos. Por eso, quien esto escribe, a falta de datos, intuye que el confinamiento vivido en el año 2020, a consecuencia de la pandemia, provocó mayor mortalidad en sectores humildes que conviven hacinados que en individuos de clase alta, cuyos integrantes disponen de más metros cuadrados por cabeza. Desde luego, esa mortalidad diferencial se dio durante las pandemias de peste, cólera y tuberculosis, por lo que resulta lógico pensar que con la pandemia de COVID-19 esté sucediendo igual.
El confinamiento general se decretó ante la falta de mascarillas, hidrogeles y vacunas. Por definición, las últimas son posteriores a la extensión de los contagios, pero las mascarillas son productos baratos que se almacenan fácilmente. El confinamiento conllevó la falta de ingresos para las familias (aunque el gobierno español palió la situación con un fondo de ayudas), así como la convivencia obligada en espacios que, en muchos casos, distaban de ser adecuados. Conviene recordar que, en algunos barrios de grandes ciudades, como Madrid, las viviendas son ocupadas por varias familias con el propósito de reunir el dinero necesario para costear el alquiler; por lo tanto, en cada habitación se hacinan varias personas. Dados tales hechos, no puede repetirse una situación en la que haya tal falta de medios (comenzando por las mascarillas) que los gobiernos vuelvan a decretar un confinamiento como el vivido en 2020.
Epidemiología y lenguaje militar
Además de trabajar como si las condiciones existenciales carecieran de importancia, otro problema que afecta especialmente a la epidemiología es que rezuma vocabulario militar: quizás el lector no haya percibido que, en los párrafos anteriores, los siguientes términos y expresiones aparecían en este orden: enemigos invisibles, luchar, sistema defensivo, amenazas, guerra, combate sin cuartel, colonizar, ataque e invasión. Probablemente, lo más criticable de la microbiología médica sean precisamente sus metáforas militares y que su terminología se extienda a campos totalmente ajenos; por ejemplo se habla del ataque de un “virus informático” para explicar algunos daños en ordenadores. Susan Sontag, en El SIDA y sus metáforas, alude a ello. Ahora bien, el problema no es solo que la microbiología médica utilice con profusión términos o expresiones cargadas de intencionalidad sino que, por la dialéctica que regula las ideas, si los gérmenes son enemigos a combatir, entonces las personas que se oponen a nuestros proyectos pueden ser consideradas patógenos o parásitos. Con esto se deshumaniza a los oponentes.
El término “germen” alude tanto a un microbio patógeno como al origen de un nuevo ser. Cuando se elimina una población en la convicción de que es sucia e inferior cabe hablar de “germicidio”.
Ahora bien, otra acepción del término “germen” alude a la capacidad reproductiva. Cuando se elimina a un grupo humano tanto por motivos políticos como higiénicos entonces se puede hablar de “germicidio”. El término es aplicable al genocidio sobre los pueblos originarios de América, desde Canadá a la Patagonia, que numerosos gobernantes de Estados Unidos, Brasil y Argentina (entre otros) llevaron a cabo en el siglo XIX. El género literario y cinematográfico del western narra de manera épica tal hecho con el fin de justificar la acción de los occidentales, por lo que las obras de western presentan a los nativos como sucios y crueles, además de constituir un reservorio de patógenos. Merced a la literatura y al cine estadounidenses, el germicidio que narra el western constituye una importante temática de esas bellas artes. Evidentemente, el nazismo constituyó otro germicidio.
Los microbiólogos trabajan en la convicción de que sus esfuerzos son necesarios para que una sociedad supere el ataque de gérmenes. Pese a ello, a menudo su trabajo fracasa, aunque esto se publicita menos que los éxitos; por ejemplo, tras varias décadas de investigación, la vacuna para el SIDA no aparece, pero tampoco la de la sífilis, ni se encuentra vacuna para la malaria (entre otras infecciones). Cabe la posibilidad de que haya algún error en sus supuestos; así, constituye una paradoja la convicción de que uno puede ser portador de un patógeno, como el bacilo de Koch, pero no estar enfermo de tuberculosis.
Creer que los microorganismos siempre amenazan nuestra existencia constituye un punto de vista discutible, heredado de Pasteur. El primer lugar, los microbios no pueden ser completamente eliminados, lo que conlleva una batalla destinada al fracaso, aunque coronada por éxitos puntuales. En segundo lugar, los microorganismos son las formas de vida más antiguas a la vez que con más futuro (cuando los humanos hayamos desaparecido, ellos seguirán aquí); por último, no es juicioso suponer que siempre son perjudiciales porque las infecciones constituyen una vía para evolucionar, ya que la pureza y el asilamiento son, por definición, antievolutivos. Por ello, la convicción de que todo microbio es una amenaza y que la asepsia y el aislamiento constituyen ideales de vida puede valer para cristianos convencidos (como Pasteur), pero no tiene por qué mantenerse para el conjunto de la población.