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Feminismos
Atravesar los confines
“Si vivir la contradicción es la condición de existencia de una subjetividad feminista, analizarla es la condición de una política feminista”
Teresa de Lauretis
Hay filósofas que emergen como una suerte de pasaje, que nos llevan por pasadizos secretos, que nos conducen de la mano a través de conceptos y desarrollos teóricos complejos. No siempre resulta sencillo adentrarnos en el espeso bosque de la filosofía. Hay autoras que viajan al otro lado y nos revelan todo aquello que el ojo estrábico de la historia no nos ha permitido enfocar. A estas extrañas maestras, Gloria Anzaldúa las denominó nepantleras, “las cruzadoras de fronteras”, por su capacidad de “devenir puente”, de hacer caminos que unen genealogías diversas y construyen otras cartografías. Dichas habilidades teórico-políticas les confieren, además, cierta capacidad profética y reveladora del porvenir. Este tipo de metodología-otra será definida por Teresa de Lauretis como “atravesar confines”, en el sentido de hurgar en los intersticios y los márgenes de los discursos hegemónicos, situándonos en sus grietas y contradicciones.
Debemos a de Lauretis esa lúcida habilidad de conducirnos siempre hacia los lindes, de empujarnos al borde mismo de la teoría filosófica y el pensamiento feminista. Asomarnos a sus textos nos supone necesariamente dialogar con autores como Althusser, Foucault o Derrida. Pero también con el psicoanálisis, el cine y la literatura. Con todos estos elementos, de Lauretis realiza una verdadera alianza conceptual que cuajará en su concepción semiótica del género. Pero, ante todo, de Lauretis es una recolectora de diversas tradiciones filosóficas, políticas y feministas; transita y recorre genealogías; teje y desteje nociones tan complejas como contradictorias. Son fundamentales, a este respecto, sus análisis sobre la diferencia sexual, la problematización del sujeto del feminismo y de la identidad, atrapada siempre en esa maquinaria tecno-representativa que es el género.
Gracias a de Lauretis hemos aprendido a descentrar, a cuestionar la idea de la subjetividad femenina.
De Lauretis fue de las primeras en detectar la complicidad del propio feminismo con ideologías hegemónicas y con aparatos de saber-poder. A principios de los años 80, fueron muchas las voces que comenzaron a denunciar las sombras que se cernían sobre la casa del feminismo. Gracias a la lucha de autoras negras, latinas y chicanas, se hizo patente la arrogancia teórica del feminismo anglo-europeo. Dicho feminismo, gestado en el seno del humanismo imperialista y de la Ilustración, había manifestado desde sus inicios un marcado clasismo y racismo colonial, siendo artífice de las más oscuras exclusiones y complicidades esencialistas. De Lauretis se hará eco de las propuestas de Audre Lorde, Bárbara Smith, Gloria Anzaldúa, Chandra Mohanthy entre otras. Y gran parte de su teoría sobre el sujeto de la conciencia feminista afirma debérsela a esa tradición, la tradición de las otras silenciadas, inapropiadas, indigeribles, incluso para el propio feminismo. De ahí su insistencia en señalar la importancia radical que tuvieron durante estos años las hermanas negras y chicanas, a quienes les atribuye directamente todo el potencial transformador que propiciaría el comienzo de una tercera ola.
De todos estos elementos, conceptos y miradas diversas se componen los artículos que conforman Diferencias. Etapas de un camino a través del feminismo. Un total de 6 ensayos, formados por conferencias y artículos, redactados en el lapso de una década que va de 1986 a 1996. Ensayos históricamente situados en un periodo verdaderamente efervescente para el pensamiento feminista, en el que los debates sobre la cuestión identitaria, colonial, racial e interseccional estaban en pleno auge. También, durante este periodo, se produciría el surgimiento de aquella inquietante teoría surgida en los márgenes de los discursos dominantes y de las sexualidades hegemónicas, teoría cuya primera definición vendrá de la mano de la propia Teresa de Lauretis: me refiero a la llamada teoría queer, expresión usada por primera vez en 1991 por nuestra autora en el número 3 de la revista Differences.
Pero Diferencias no es solo un referente indiscutible de un clima intelectual y político dentro del pensamiento feminista, también evidencia un recorrido personal y vital de su autora. La propia de Lauretis sitúa estos ensayos en el seno de una vida marcada por viajes teóricos y físicos, por desvíos y cruces reales e imaginarios entre su Italia natal y Estados Unidos. Por ello, no es casual que el primero de los textos que componen la obra emprenda una suerte de travesía o itinerario personal respecto a las genealogías feministas que atraviesan a la autora. Texto que podríamos enlazar, con una suerte de hilo rojo casi imperceptible, con el último que, a modo de cierre, recoge no solo las propuestas principales de todo el libro, sino las discusiones y diálogos entre de Lauretis y el llamado feminismo de la diferencia, de clara tradición italiana. De Woolf a las filósofas de la Librería de Mujeres de Milán, de Lorde a Monique Wittig, pero también Angela Davis o el feminismo marxista, Diferencias nos sumerge en una genealogía feminista fragmentada, discontinua, diversa; un itinerario político y personal que nos ha enseñado a construir otras narrativas, a visitar otras escrituras, a honrar memorias diferentes.
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Y precisamente, la cuestión de la diferencia va a marcar la tonalidad de toda la obra. Como señala la propia de Lauretis, quien se sitúa humildemente en la tradición menos excelsa de la filosofía en comparación con la poesía, resulta urgente “afrontar algunas cuestiones esenciales en la definición del feminismo y sus diferencias”. A lo largo de estos ensayos, tres serán los modos de abordar dichas diferencias: por una parte, de Lauretis nos invita a atravesar los confines de la propia teoría feminista, recorriendo sus geografías, sus complejidades teóricas, filosóficas, conceptuales, políticas y metodológicas. Por otro lado, y como consecuencia directa de esta genealogía crítica del feminismo, son imprescindibles aquellos artículos sobre la paradoja del sujeto del feminismo, abierto hacia una subjetividad excéntrica y descentrada. De este modo, la cuestión identitaria va a verse desplazada por el análisis radical de las condiciones de posibilidad en las que surge el sujeto mismo. Y, por último, gracias a de Lauretis hemos atravesado los confines del sistema sexo-género. Retomando el concepto foucaultiano de tecnología de sexo, en el sentido de “conjunto heterogéneo de saber” o dispositivo que produce un cuerpo en tanto que cuerpo sexuado, de Lauretis pondrá el foco en la producción normativa del género. El cuerpo, además de sexuado, es generado, engendrado, producido y modelado en una tecnología del género compleja en la que lo material de la carne, la piel y la vida, se entrelazan con lo discursivo e ideológico de un heterogéneo campo social.
“La teoría feminista —afirma De Lauretis— […] no es meramente una teoría de la opresión de la mujer”, debemos pues asumir que la transformación crítica del feminismo contemporáneo radica en la posibilidad de concebir una subjetividad múltiple y contradictoria. Tal es el sentido histórico del pensamiento feminista que nos propone de Lauretis. Y tal es la importancia teórico-política que poseen los ensayos que forman Diferencias: situarnos siempre más allá de la diferencia sexual como horizonte de sentido y retomar la “paradoja mujer”, en el camino ya iniciado por Beauvoir. Gracias a de Lauretis hemos aprendido a descentrar, a cuestionar la idea de la subjetividad femenina. Gracias a ella, hemos tomado consciencia de que solo bajando al barro de esta aporía intrínseca seremos capaces de vislumbrar otra forma de hacer política feminista, de apostar por una radical transformación social de nuestros cuerpos, deseos e identidades. Y para ello, es absolutamente necesario poner el foco en otro de los conceptos fundacionales de la teoría feminista: el género.
Gracias a de Lauretis hemos aprendido a descentrar, a cuestionar la idea de la subjetividad femenina. Gracias a ella, hemos tomado consciencia de que solo bajando al barro de esta aporía intrínseca seremos capaces de vislumbrar otra forma de hacer política feminista.
No es posible separar la noción de subjetividad que va a reelaborar de Lauretis, del aparato ideológico-disciplinario que es el género, tal y como ella lo analiza. No hay sujeto fuera del género. “No hay ideología sino por el sujeto y para los sujetos”, nos había enseñado ya Althusser. Y en la medida que toda existencia social se la juega en esa suerte de significación inteligible que nos da la encarnación de un género determinado, podemos afirmar que la unidad del “yo” viene siempre mediada por el acatamiento de la norma de género.
De Lauretis fue de las primeras autoras contemporáneas en determinar el género como dispositivo de normatividad. Para ello, supo servirse y llevar más allá tanto a Foucault como al propio Althusser. Respecto al primero, su teoría de la sexualidad como tecnología, es decir, como el conjunto de discursos y prácticas tecno-sociales y bio-médicas que construyen y dan forma a un cuerpo sexuado, le servirán a de Lauretis para hablar de una maquinaria semiótico-discursiva concreta: el género mismo como tecnología, es decir, no como una propiedad de los cuerpos, sino como un conjunto de efectos políticos y sociales que se dan en un cuerpo. En cuanto al segundo, utilizando el concepto de ideología de Althusser, de Lauretis interpreta el género como una ideología misma, atravesada por fuerzas económicas, elementos de producción, discursos y saberes, relaciones simbólicas e imaginarias, etc. El género forma parte de los llamados “aparatos ideológicos del Estado”, esto es, se construye, regula, administra e impone en la familia, la escuela, el trabajo, los discursos médicos y legales, los medios de comunicación, etc. Y, como toda ideología, el género contribuye a la formación y creación de subjetividades.
El género es un aparato concreto, una maquinaria específica. Una norma que funciona en el interior mismo de las prácticas sociales administrando la significación, autorizando la existencia de ciertos cuerpos, dando legitimidad a determinadas sexualidades, visibilizando las identidades que se someten a sus mandatos y reglas, a la par que patologiza a aquellas situadas fuera de la norma. La tecnología de género produce, normaliza, regula. También margina, excluye, desprecia de forma violenta. Enfoca con su luminosidad panóptica los órganos que son investidos y resignificados para su interpretación social. Como afirma Preciado, desde la modernidad a nuestros días, se ha dado toda una “epistemología visual” que rige la sexopolítica, que nos sitúa y constituye, que nos hace interiorizar y naturalizar una identidad generizada como condición sine qua non de la identidad misma. Epistemología óptico-discursiva que recoloca los cuerpos en un primer plano de la pantalla a través de medios de comunicación, cine, legislaciones, sentencias jurídicas y médicas. La tecnología de género es, en definitiva, un complejo entramado socio-político, material y simbólico que fragmenta el mundo en dos, que segmentariza y divide gracias a dos categorías cerradas y antagónicas, categorías basadas en una supuesta diferencia sexual hegemónica.
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Resuenan en los textos de Lauretis las voces y heridas racializadas de autoras como Lorde, Moraga, Mohanthy. También, la llamada teoría “epidérmica racial” de un Franz Fanon, para quien la mirada del otro se implanta en la piel y en la carne, como una solución química, como un tinte que nos mancha y emplaza en esa frontera simbólico-política que separa el mundo hegemónico de sus confines y sombras. Esos llamados “implantes somáticos”, que son asimismo fantasmáticos, imaginarios, ficticios, como señala Preciado, se instalan debajo de la piel, nos escaran por dentro, como astillas, como huellas mnémicas corporales, capas y capas de un palimpsesto en el que se sedimentan todas nuestras diferencias. Porque como la raza y el color de la piel, el género es un trauma, una herida histórica que brota bajo la magulladura de la piel contusionada, tal y como nos enseñó Lorde.
Somos esas subjetividades encarnadas, engendradas, heridas. De Lauretis hablará también de la implantación del género, utilizando todo el potencial metafórico de esta palabra que encierra una connotación botánica real de plantar, de aquello que se instala literalmente bajo nuestra epidermis, como una verdadera semilla que va creciendo desde el interior; pero también en el sentido médico de la prótesis o artefacto que se coloca e incrusta, se inserta de modo artificial para incitar un funcionamiento orgánico. Así, somos esos cuerpos implantados, injertados en categorías cerradas que van dejando las marcas de raza, de clase y género y que forman una especie de techné, de producción anatómica, de artificio simbólico a través del cual nos reconocemos como sujetos. Esa es nuestra más íntima y profunda contradicción existencial. Pero es, al mismo tiempo, nuestro imperativo político. Y es, en definitiva, nuestra apuesta revolucionaria si queremos atravesar los confines del género e imaginar otros modos de encarnaciones.
De Lauretis fue de las primeras en detectar la complicidad del propio feminismo con ideologías hegemónicas y con aparatos de saber-poder.
En el bello texto sobre genealogías feministas que abre este volumen, de Lauretis confiesa que el pasado le parece más acogedor que el futuro. Acaba, sin embargo, citando a Angela Davis, para quien la mayor dificultad de una militante radica en dar las herramientas necesarias para afrontar el presente. Otorgar, en definitiva, respuestas que sean capaces de “iluminar también el futuro”. Diferencias ha sido y es esa suerte de faro o proyector que nos ha servido a muchas para mirar de otra manera, para enfocar nuestras luchas y conceptos desde una perspectiva radicalmente otra, para impugnar determinadas categorías que no hacían sino encerrarnos entre las paredes de la casa del amo. En sus textos hemos encontrado esa herencia fragmentada que hace del feminismo una casa habitada por infinidad de sujetos, identidades y cuerpos. Herencia que nos ha permitido ir más allá de esos nudos aporéticos en los que nos había encerrado el universalismo teórico y el esencialismo categorial.
Fuera de campo, es la expresión tomada de la teoría fílmica que sirve a de Lauretis para incidir en el espacio no visible para los marcos de representación e inteligibilidad. Diferencias nos sitúa en la estela de un pensamiento feminista fuera de campo; un filosofar no preocupado por la construcción de sistemas, sino por la laboriosa tarea de desenterrar sus cimientos; un feminismo teórico-político que opera desde los márgenes de los discursos hegemónicos y nos conduce a otro lugar. Decía Anzaldúa que hay escritoras, artistas, académicas que transmiten conocimiento, un conocimiento disruptivo cuya fuerza surge como brotes verdes en las rocas y sistemas erigidos como inconmovibles. Tal es la caja de herramientas que nos ha legado de Lauretis en este libro, tales son sus conceptos demoledores de esencias, martillos que desarman identidades, implantes que germinan en subjetividades otras, aún no definidas, pero que nos anuncian un esperanzador porvenir.