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Capitalismo
Los albores de un nuevo fascismo: el Estado policial global
Cada tiempo, cada época, va acompañada de su tempestad, y antes que esta del albor que la precede. En el siguiente texto, se intentará ahondar en la presente tesitura histórica, para comprender cuáles son algunas de las claves que componen una nueva crisis capitalista, la actual, que azota cada vez con más fuerza. Lo descrito no sería nada sorprendente o novedoso, de hecho, no lo es dentro del sistema capitalista y su propio desarrollo. Sin embargo, como se observará a continuación, la revolución digital y la conformación de un Estado policial global como nueva forma de gobierno dentro del proceso capitalista hacen que la situación existente sea de por sí uno de los albores más significativos de la historia del capitalismo.
El Estado policial global: un nuevo gobierno del capital
Una de las primeras premisas que lanza a la palestra el sociólogo William I. Robinson en su obra, Mano Dura: El estado policial global, los nuevos fascismos y el capitalismo del Siglo XXI, es la de recordar que el capitalismo es un sistema social. Es decir, un conjunto de relaciones sociales y procesos determinados con la capacidad de cambiar, amoldarse y adaptarse a diferentes tesituras históricas. En palabras del propio Robinson: “un impulso implacable por acumular capital sin cesar (para maximizar el beneficio) y por expandirse hacia afuera”.
Justamente, este proceso de expansión intrínseco al capitalismo ha marcado su historia. Desde las épocas coloniales e imperialistas, donde Europa expolió a los pueblos de África, América y Asia, hasta el capitalismo global, que acabó consolidándose después de las dos guerras mundiales y el avance imparable de políticas desregulacionistas y de flexibilización de flujos de capital en la llamada ofensiva neoliberal. Y aunque el capitalismo siempre ha sido un sistema de carácter mundial, y así debe ser entendido, por primera vez la clase capitalista y el proceso de acumulación de capital dejan de lado la dimensión nacional de los Estados-Nación, para asentarse en una nueva forma y clase social: la clase capitalista transnacional (CCT).
De esta forma, Robinson argumenta en su obra que la evolución histórica del capitalismo, conjunto a una cuarta revolución industrial (la revolución digital), han vertebrado a un estado capitalista, ya de por sí siempre dependiente del capital, ahora totalmente dependiente del capital transnacional y su nueva clase dirigente:
El estado depende estructuralmente del capital; por ejemplo, necesita que el capital invierta en la economía para poder generar empleo y beneficios, por lo que debe implantar políticas que garanticen un clima de inversión favorable para los capitalistas. Está claro que estos dos procesos están en funcionamiento en el capitalismo global. La CCT instrumentaliza directamente a Estados de todo el mundo y, al mismo tiempo, todos los países y la economía global en su conjunto dependen, desde un punto de vista estructural, del capital transnacional. (Robinson, 2023, p. 35).
El proceso de poder omnímodo cada vez más evidente de la clase capitalista transnacional se consolida a través del llamado Estado transnacional. Una red de relaciones sociales que la digitalización y la globalización ha ido tejiendo alrededor del flujo de capital y los diferentes mercados por los que se mueve. Grupos de presión, medios de comunicación, organizaciones gubernamentales o conglomerados financieros serían el ejemplo de algunos agentes que actúan en un plano transnacional, cambiando el tablero del capitalismo actual y convirtiéndolo, como ahora se verá, no solo en un sistema hiperconectado mundialmente, sino también mundialmente represor frente a la clase trabajadora de absolutamente todos los lugares del mundo.
Crisis sistémica y necesidad de control policial
El surgimiento de un Estado policial global es una respuesta del propio sistema a las consecuencias negativas que el mismo genera. Es una reacción frente a la Sociedad del Riesgo que crea para la clase trabajadora: la desigualdad, la precariedad en aumento, los conflictos bélicos entre Estados-Nación, la crisis climática, entre otros ejemplos.
Como es de esperar, estas dinámicas originan una contestación de la clase trabajadora, que demanda soluciones a las problemáticas vitales que el sistema les causa. No obstante, el propio contexto germinado por una crisis sistémica sin precedentes ha propiciado el surgimiento del Estado policial global como herramienta de control social por parte de la clase capitalista transnacional; la cual se expone a enfrentarse a una reyerta de la clase trabajadora a escala global.
William I. Robinson argumenta en la línea de otra de las sociólogas que han estudiado la globalización como Saskia Sassen, que el capitalismo actual está generando de una manera cada vez más evidente un proceso interno dentro la clase trabajadora. En concreto, un proceso de unión entre dos grupos que se han supuesto separados por el marxismo clásico, como son el lumpenproletariado (las personas por debajo de la clase trabajadora, fácilmente manipulables por las élites, como delincuentes o personas sin hogar) y el proletariado. De hecho, Robinson en su obra hace referencia precisamente a esta clasificación dual, criticándola y aportando un nuevo concepto: el de precariado.
El proceso de poder omnímodo cada vez más evidente de la clase capitalista transnacional se consolida a través del llamado Estado transnacional
Resumidamente, para Robinson, el proceso de flexibilización de la economía y la pérdida de autonomía de los Estados-Nación en la relación capital-trabajo, los cuales han sucumbido bajo las directrices y demandas del capital transnacional, ha hecho que los consensos de décadas anteriores frente a protección estatal se hayan lapidado. En la actualidad, bajo la ola imparable del neoliberalismo, los gobiernos llevan cediendo y recortando derechos laborales para toda la clase trabajadora, aproximándola cada vez más a condiciones precarias.
El precariado, por tanto, se presenta como una circunstancia. La clase trabajadora en su conjunto se ve encorsetada dentro de los marcos de mano de obra o población excedente. Las fronteras entre quien sufre precariedad se difuminan, como también se borran las fronteras entre el lumpen y el proletariado. Yendo a los datos, en 2009, 1530 millones de trabajadoras del mundo estaban en situación de vulnerabilidad. En 2018, el incremento ha sido exponencial, ya que 3500 millones de trabajadores han sufrido problemas para cubrir sus necesidades básicas (Robinson, 2023).
El avance de la digitalización, la crisis climática, el estancamiento de algunos mercados y la automatización progresiva de procesos productivos, han hecho que se sumen a las filas de la humanidad excedente y excluida del mercado laboral cada vez más personas. Aumentando así el ejército de reserva dentro de los procesos capitalistas, garantizando no solo el empeoramiento de las condiciones laborales, sino también la necesidad de control y represión de una clase que vive cada vez en peores condiciones.
Paradójicamente, la reflexión explicada va dirigida a un factor potencialmente positivo para la lucha de la clase trabajadora. Y es que, por un lado, las filas del lumpenproletariado no paran de aumentar y, por otro, la precarización de la clase trabajadora es un proceso indisoluble del primero. Esto hace que exista ahora más que nunca la necesidad y, además, la oportunidad, de aglutinar intereses materiales entre los excluidos del mundo y las víctimas de la precariedad del sistema capitalista.
La guerra cultural en el Estado policial global
El Estado policial global se sirve de muchas estrategias para controlar y reprimir a la población excedente y la disidencia, materializada en las demandas de los movimientos sociales de izquierdas. Las ciudades, cada vez más grandes, convertidas en megalópolis capitalistas, usan la segregación socioespacial para dividir barrios de clases sociales diferentes.
Mientras el crimen, la violencia y la precariedad asola las zonas de las ciudades donde cada vez más población excedente se asienta, las élites transnacionales se aíslan en sus torres de marfil militarizadas, sirviéndose de sofisticados equipos de vigilancia, muros, seguridad privada y aislamiento. Lo descrito es mucho más visible en ciudades de Latinoamérica o África; Lima, México DC, Johannesburgo, El Cairo, etc. Serían algunos ejemplos de ciudades totalmente dividas por muros; unos muros que marcan el acceso o no de las personas dependiendo de la clase social a la que pertenezcan.
Urbanismo
URBANISMO Dime dónde vives y te diré quién eres
Esto sería un ejemplo rápido y resumido de como el Estado policial global se materializa en la ciudad. No obstante, para lograr el control social de todos los millones de personas que componen la clase capitalista excedente, es mucho más rentable y sutil intentar la participación de los oprimidos. El concepto de hegemonía de Antonio Gramsci explicaba como el orden social se conseguía mantener en el capitalismo gracias al consentimiento del propio dominado. Un consentimiento que se lograba con la asimilación de la ideología y la cultura de la clase capitalista.
En la actualidad, se está viviendo una de las ofensivas culturales más fuertes, sino la más fuerte de la historia del capitalismo. A través de redes sociales, literatura, cine, radio y televisión, la cultura de la violencia, el miedo y la seguridad permea como la que más cada cuota de consumo de productos dentro de la industria cultural. La maquinaria capitalista se ha puesto el mono de trabajo, intentando colonizar las mentes a través de discursos mediáticos asentados en la masculinidad, la glorificación de la violencia, el militarismo y una visión neofascista de la relación con la diversidad.
Sin embargo, y a pesar de esto, la batalla cultural está siendo contestada por las propias redes de generación discursiva de la clase trabajadora. Es por esto precisamente por lo que los movimientos sociales o los espacios culturales son perseguidos y criminalizados. En España, desde donde se escribe este artículo, se han vivido distintos casos muy recientes de infiltración policial en movimiento sociales totalmente pacíficos, espacios de clase relacionados con las demandas ecologistas o movimientos vinculados a nacionalismos periféricos. Sin duda, este sería un ejemplo de control, pero no solo eso, sino de prevención para una posible organización como respuesta a la reacción capitalista que solo ha comenzado.
El Estado policial global: el negocio de la violencia
El pasado miércoles 28 de febrero, la presidenta de la Comisión Europea (CE), Ursula von der Leyen, advertía de que “no hay que exagerar riesgos de guerra, pero hay que prepararse para ellos”, en unas declaraciones bastantes polémicas, aunque poco sorprendentes, y que iban hiladas a las propuestas que en las próximas semanas se harán desde la Comisión Europea para realizar compras militares conjuntas en la UE. Una supuesta medida de seguridad y prevención frente a posibles conflictos futuros.
Lo contado sorprende aún menos si se advierte que una de las funciones de la guerra y el gasto militar en el sistema capitalista es la de dar salida a cantidades cada vez mayores de plusvalía acumulada para hacer frente de manera directa al problema de la sobreacumulación y la pérdida de valor en los flujos de capital.
No obstante, Robinson realiza una profundización y actualización de la guerra y la violencia como funcionalidades básicas del capitalismo, argumentando que se han vuelto todavía más centrales. Es claro que las guerras sirven para la apropiación de plusvalía ya que, más allá del saqueo directo, los conflictos bélicos generan condiciones idóneas para que unos grupos puedan generar plusvalía y otros grupos puedan apropiársela. Sin embargo, la clave para comprender al Estado policial global es observar los crecientes papeles de la represión, la violencia y la guerra dentro de la economía política. Entendiendo esta última como la definió el propio Engels: “las leyes que rigen la producción y el intercambio de los medios materiales de vida en la sociedad humana” (Anti-Dühring, Grijalbo, México, 1968, p. 139).
De esta manera, Robinson advierte que la violencia y la guerra empiezan a confluir sobre dos dimensiones: la ya nombrada herramienta para reproducir condiciones donde se pueda extraer plusvalía y la necesidad cada vez más acuciante de control social. Estas dos dimensiones se retroalimentan, generando un Estado policial represor a escala global que le viene muy bien a la clase capitalista transnacional no solo para mantener su hegemonía, sino también para ganar cantidades ingentes de dinero. En palabras de William I. Robinson:
El auge del Estado policial global supone una integración más estrecha del capital y el Estado, y nuevas maneras de articularse que fusionan sectores clave de la economía entorno a la acumulación militarizada (…) El día después de la victoria de Donald Trump, el precio de las acciones de Corrections Corporation of America, la mayor empresa propietaria de prisiones y centros de detención de inmigrantes de Estados Unidos, se disparó un 40%, al calor de la promesa de Trump de deportar a millones de inmigrantes (Robinson, 2023, p. 144).
Queda claro, de esta manera, como el capitalismo actual y su crisis sistémica van a ir inevitablemente hacia una tesitura de apropiación de plusvalía, generación de valor y apuntalamiento de privilegios a través de una violencia rentable que el Estado policial global está materializando.
El funcionamiento del Estado policial global
Las guerras contra el crimen organizado, contra las drogas, contra los refugiados, el terrorismo, contra el peligro de la inmigración, las propias guerras entre bandos nacionales, todo ello responde a programas colosales de inversiones militares y armamentísticas dentro del capital transnacional y la acumulación y revalorización del propio.
La clase capitalista transnacional tiene la necesidad de mercantilizar cada vez más los ámbitos militares y de control social. Además, tiene también que utilizar esta inversión para el control social de unas masas de clases trabajadoras y populares cada vez más precarizadas.
El 11 de septiembre de 2001 fue el punto de inflexión para consolidar una política de inversión en gasto militar sin precedentes que solo hace que aumentar. Los datos mundiales apuntan a como, desde el año 2006, las inversiones en materia de seguridad y defensa han aumentado un 50%, de 1,4 billones a 2,03 billones de dólares a nivel mundial. Cifras que no cuentan el gasto en seguridad nacional ni los presupuestos que no son visibles (presupuesto secreto de cada estado). Otro indicio del aumento y la consolidación del Estado policial global sería la gran inversión en el mercado de la seguridad privada. Por poner cifras, EEUU invirtió entre 2001 y 2018 uno 6 billones de dólares en seguridad privada, doblando el presupuesto frente a las dos décadas anteriores (Robinson, 2023, p. 147).
La clave para comprender al Estado policial global es observar los crecientes papeles de la represión, la violencia y la guerra dentro de la economía política
Estados Unidos es el ejemplo por antonomasia de Estado militar. Sin embargo, China, Rusia, India, la Unión Europea o Japón son otros estados nacionales que están llevando estas mismas inercias, aumentando el gasto militar considerablemente. Sin ir más lejos, en el caso de España, el gasto militar aumentó en un 29% entre el año 2000 y 2008 (Robinson, 2023, p. 152).
Dentro de este fenómeno hay que destacar la privatización de la seguridad y la violencia, que recae cada vez más en empresas de seguridad privadas. La participación de estas empresas va desde el control y la represión dentro de los estados, a la participación en guerras entre países como mercenarios. Detrás de esta privatización se esconde la relación entre el Estado-Nación, la clase capitalista transnacional y el Estado policial global. La contratación de servicios de seguridad privada permite el flujo de capital desde los Estados-Nación hacia estas empresas, todas ellas propiedades de grandes fondos de inversión, principales agentes económicos de la clase capitalista transnacional.
Israel: el corazón del Estado policial global
Mientras se escribe este artículo, Israel ha asesinado a más de 37.000 palestinos, lo que demuestra la perpetuación de uno de los genocidios más atroces y espeluznantes en mucho tiempo. La violencia acontecida está muy relacionada con el Estado policial global y las consecuencias de sus políticas, como se observará a continuación.
Dentro de la lógica del Estado policial global, Israel es un etnoestado con el mayor índice de militarización del mundo. Su economía se ha ido convirtiendo progresivamente, desde actividades agrícolas e industriales, hasta una economía donde el sector militar y la alta tecnología aplicada son los mayores generadores de valor. De hecho, Tel Aviv y Haifa son dos lugares relacionados directamente con Silicon Valley y su sector empresarial de TIC.
Dentro de la lógica del Estado policial global, Israel es un etnoestado con el mayor índice de militarización del mundo
Si se hace una aproximación numérica, Israel tiene más de 200 empresas punteras relacionadas con la ciberseguridad, siendo el segundo país a nivel mundial que exporta dichos servicios (control social, espionaje, rastreo de datos…). Israel es un epicentro exportador de tecnologías óptimas para la represión: la policía de Estados Unidos, fuerzas paramilitares y militares de Colombia o Guatemala en su lucha contra movimientos sociales progresistas, o el propio ejército chino que usa sistemas de control social a nivel nacional para controlar la disidencia política dentro del país, son algunos de los clientes habituales de Israel. Un país que ha podido generar esta industria de muerte tan sofisticada a causa de su condición de etnoestado, donde la población palestina lleva décadas haciendo de conejillo de indias frente a este tipo de tecnología, la cual han sido implementada a través del apartheid al que Israel lleva sometiendo al pueblo palestino desde hace más de cincuenta años. Dicha industria está utilizándose en todo su esplendor en la actualidad, a través de la masacre y control de población palestina. Los intereses del Estado policial global que conjugan inversión militar, violencia y represión, llegan a sus últimas y peores consecuencias ahora mismo en forma de genocidio.
En definitiva, el Estado policial global y la batalla cultural para lograr la aceptación de la clase trabajadora sobre este horizonte de violencia y guerra solo hacen que corroborar los albores de una tempestad venidera, que, en realidad, ya ha empezado. Precisamente por esto, es más necesario que nunca enarbolar propuestas políticas que destapen dicha realidad, poniendo en el centro la lucha de clases, la solidaridad entre pueblos y el camino político para una sociedad que deje de sostenerse en el lucro de la clase capitalista transnacional, un lucro basado en la violencia.
No se debe olvidar que todo lo descrito en este texto es una reacción a la pérdida de hegemonía y a la propia crisis de un sistema, el capitalista, que se resiste a descomponerse, aunque lo vaya a hacer igual. Únicamente depende de la clase trabajadora encauzar esa descomposición y empujar hacia una dirección ecosocialista de ella; hoy por hoy, la única vía que garantiza un buen abrigo frente a la tempestad que vendrá.
Bibliografía:
William I. Robinson: Mano Dura: El estado policial global, los nuevos fascismos y el capitalismo del Siglo XXI. (Errata Naturae, Madrid, 2023).
F. Engels: Anti-Dühring: La revolución de la ciencia por el señor Eugen Dühring. (Clásicos del marxismo, Madrid, 2015).