Urbanismo
Dime dónde vives y te diré quién eres

Vivimos en ciudades cada vez más segregadas, donde las distintas desigualdades se articulan para definir barrios homogéneos e impermeables. Sin embargo, no todas las ciudades se segregan con la misma intensidad.
Argumosa 11.Performance contra los tiburones.
Pancarta colocada frente a la sede de Gestión Integral de Proindivisos Manu Navarro
Profesor en la Universidad de Zaragoza. Miembro de La Fábrica de lo Social
7 feb 2024 08:09

Hace mucho tiempo que Louis Wirth definió las características fundamentales de lo urbano: el tamaño, la densidad y la diversidad. Y, sin embargo, si piensas en las partes de la ciudad que habitas, te sorprenderá la homogeneidad de tu experiencia cotidiana. No sólo vivimos en barrios donde nuestras vecinas se parecen mucho a nosotras, sino que, además, en nuestros desplazamientos diarios apenas salimos de nuestra burbuja social. Trabajamos con gente similar, compramos en lugares donde encontramos a personas parecidas y nos entretenemos en espacios donde nos vemos reflejadas al mirar a las que nos rodean. Habitamos ciudades segregadas y, por tanto, apenas conocemos nada sobre ellas.

A grandes rasgos, la segregación residencial es el grado y la forma en que las diferentes posiciones sociales viven en barrios geográficamente separados. Al mismo tiempo, la segregación también hace referencia al conjunto de procesos a través de los cuales se produce dicha separación. Sea como estado o como dinámica, numerosas investigaciones internacionales han demostrado que la segregación residencial está aumentando en las principales metrópolis de todo el planeta. De esta manera, los entramados sociales y geográficos que conforman las ciudades se parecen cada vez más a un archipiélago que a un teatro urbano.

Un archipiélago urbano en serie

Las ciudades segregadas de hoy en día se componen de fragmentos impermeables y desiguales entre sí, a veces como resultado de una segregación deseada, en otros casos como consecuencia de una separación forzosa. A comienzos de siglo, Peter Marcuse y Ronald van Kempen propusieron un listado de los fragmentos típicos del orden espacial de las ciudades contemporáneas. Entre los fragmentos que se corresponden con la segregación deseada son recurrentes la ciudad del lujo, la ciudad gentrificada y la ciudad suburbana. En primer lugar, la ciudad del lujo reúne a las clases altas en espacios cerrados, a distancia del resto de la sociedad, garantizando encuentros entre iguales con el fin de mantener y reproducir los capitales (riqueza, rentas, formación, contactos, prestigio) que acumulan. Se trata, en este caso, de un tipo de segregación activamente producida por una clase social que puede escoger dónde vivir, así como excluir al resto no sólo de sus viviendas, sino también de sus calles, con sistemas de seguridad privados que conforman, en la práctica, jurisdicciones urbanas independientes. Si en España hay algún riesgo de desconexión de grupos sociales espacialmente aislados, no debemos buscarlos en presuntos guetos de clases populares, sino en los barrios vallados de los privilegiados. Encontramos ejemplos de este tipo de ciudad en el noroeste madrileño, en torno a Sant Cugat del Vallés, en Barcelona, o en la margen derecha del Nervión, en Bilbao. Una variante de esta ciudad podemos encontrarla en algunos ensanches como los de Madrid o Valencia, lugar de residencia de fracciones envejecidas de las clases dominantes. En ambos casos, estas clases tienen prácticas políticas con un alto grado de cohesión que exceden, con mucho, al voto.

Este proceso generalizado no ocurre de la misma manera en todas las ciudades, sino que algunas segregan más (o menos) que otras.

A continuación, los barrios tradicionalmente populares y ahora de moda son el lugar de residencia de las fracciones más débiles de las clases dominantes: las clases medias con alta formación, pero sin una posición económica sólida, clientela habitual de la ciudad gentrificada. Por supuesto, la experiencia de esta ciudad, cuya diversidad inicial es apaciguada por su progresiva domesticación comercial, tiene como condición la expulsión de sus habitantes previos, requisito de la especulación inmobiliaria que alimenta todo el proceso. Esta ciudad se extiende desde los centros urbanos donde se manifestó inicialmente hacia antiguos barrios obreros que, con el crecimiento urbano, resultan relativamente céntricos. Este avance es consecuencia del aumento del peso poblacional de jóvenes profesionales a quienes atraen las principales ciudades de cada sistema urbano. Subalternas a las clases dominantes que residen en la ciudad del lujo, las residentes de la ciudad gentrificada combinan el consumo alternativo con prácticas de innovación social y el voto a las nuevas izquierdas. No obstante, el atractivo de estos espacios también los convierte en lugares privilegiados para la extracción de rentas turísticas, especialmente en el caso español. Con la expansión de los pisos turísticos, la propiedad encuentran mayor rentabilidad en el alojamiento temporal de las clases medias globales, que, en el alquiler estable de las clases medias locales, lo cual amenaza la residencia de los y las pioneras de la gentrificación. Hoy en día, esta ciudad se expande desde Malasaña y Gracia hacia Carabanchel y el Poble Nou, alcanzando cotas de turistificación extrema en las Islas Baleares, en Canarias y en los municipios del litoral mediterráneo.

En tercer lugar, la ciudad suburbana aparece como la cumbre residencial en la trayectoria vital de las distintas fracciones de la clase media. Se trata de espacios alejados del centro urbano, en nuevas promociones diseñadas para familias con niños/as que persiguen entornos socialmente predecibles, a menudo desprovistos de infraestructura social pública, pasto ideal para los servicios privados de la reproducción social (academias de idiomas, gimnasios, clínicas odontológicas, ludotecas, escuelas infantiles, etc.). Es la España de las piscinas, brillantemente retratada por Jorge Dioni, cuyo esplendor se encuentra en los PAUs madrileños, pero que podemos encontrar en las fases de expansión de todas las áreas metropolitanas del país en el cambio de milenio. Granero de la burbuja inmobiliaria, la ciudad suburbana expresa a través de urbanizaciones cerradas el individualismo y las ansiedades de toda una época. A su vez, este medio urbano contribuye en la producción de una disposición política que es liberal en ciertas costumbres, fuertemente darwinista en el orden económico y recelosa del sector público. Clientes prioritarios de todos los pánicos morales, y huérfanos de Ciudadanos, sus residentes en ocasiones regresan al bipartidismo, y, en otras, se entregan al fascismo.

La ciudad popular también acoge a vecinos/as con una posición económica similar (precarizada, en este caso) pero, a diferencia de los tipos de ciudad anteriores, procedentes de trayectorias sociales muy diversas. Si, con frecuencia, esta ciudad es resumida bajo el concepto de la periferia, sería más oportuno hablar de periferias, en plural. Así, la ciudad popular incluye jóvenes precarizados/as en los antiguos barrios obreros, con condiciones inadecuadas de las viviendas, a veces vetados por y otras expulsados desde la ciudad gentrificada; personas con orígenes migrantes extranjeros que, en ocasiones, configuran enclaves étnicos en barrios obreros abandonados por sus moradores previos, donde encuentran apoyos en un medio fundamentalmente hostil; y viejas clases trabajadoras en barrios con condiciones urbanas y residenciales adecuadas, fruto del primer urbanismo democrático de los años ochenta. Por supuesto, esta simplificación no debe esconder combinaciones múltiples que dificultan la conformación de identidades comunes que, en la experiencia compartida de la precariedad económica y urbana, pudieran ser fuente de movimientos políticos de impugnación del orden establecido. La segregación en esta ciudad popular es, a menudo, forzada, tanto más cuanto mayor es el deterioro de los servicios públicos. Como sintetiza José Mansilla: “Hay que entender que ser de barrio muchas veces significa querer salir de él”. Si bien el voto en esta parte de la ciudad tiende a la vieja socialdemocracia, en la política de las clases populares predomina una combinación de la abstención electoral con el sindicalismo social, en ocasiones, o con la atonía que genera la ruptura de los lazos sociales, en otros casos. Ejemplos de las distintas variantes de esta ciudad son Vallecas en Madrid, Nou Barris en Barcelona, Rekalde en Bilbao, Gamonal en Burgos, el Zaidín en Granada o las Delicias en Zaragoza.

En nuestra época histórica [...] la segregación residencial no deja de aumentar, de tal modo que los diferentes fragmentos del archipiélago urbano son cada vez más nítidos, homogéneos e impermeables

En quinto lugar, la ciudad abandonada hace referencia a los espacios donde se cruzan todas las desventajas en los ejes de la clase y la etnia. Sin embargo, este tipo de ciudad alude a una realidad urbana, la del gueto, inapropiada para entender nuestras ciudades, dado que, en España, apenas conocemos realidades urbanas como aquellas que han requerido de la categoría de gueto para explicarlas. Como explica Loïc Wacquant, el gueto confina y relega a un grupo social y étnico subalterno, pero, al mismo tiempo, ofrece un espacio para el apoyo mutuo entre sus miembros. Por el contrario, en nuestras ciudades no encontramos encierros étnicos semejantes sino, más bien, anti-guetos donde la desindustrialización ha producido barrios desarticulados (laboralmente fragmentados, con servicios públicos en deterioro y territorialmente estigmatizados) que no ofrecen los “beneficios paradójicos” del gueto, fuente potencial de identidad compartida y una mayor capacidad para la acción colectiva. A pesar de todo ello, algunos medios de comunicación, políticos e, incluso, académicos, sólo invocan al gueto cuando aluden a la segregación residencial, con el fin de difundir pánicos morales políticamente rentables.

La ciudad neoliberal: una máquina de segregar

Es importante señalar, llegados a este punto, que las formas de la segregación no son realidades inmutables. Por el contrario, las funciones urbanas que cumplen cada una de ellas deben ser entendidas a la luz de los procesos históricos que las producen, mantienen y/o desafían. En nuestra época histórica, de neoliberalismo o capitalismo financiero, la segregación residencial no deja de aumentar, de tal modo que los diferentes fragmentos del archipiélago urbano son cada vez más nítidos, homogéneos e impermeables. Pero ¿cuáles son las razones de esta tendencia al incremento de la segregación? Esta dinámica se alimenta de dos factores: por un lado, el crecimiento de la desigualdad social entre quienes habitan en las sociedades urbanas; y, por el otro lado, el cambio en la función económica de las grandes ciudades, desde espacios para la residencia de las personas trabajadoras a máquinas de producir rentas.

En general, las ciudades globales atraen a numerosos/as profesionales, lo cual genera una enorme demanda de servicios personales, mal pagados e inestables, que desempeña el precariado contemporáneo, a menudo migrante. El resultado es un aumento de la polarización ocupacional, al crecer los servicios profesionales, por arriba, y los servicios personales, por abajo. El incremento en la población de los primeros propicia su expansión territorial hacia los centros urbanos y sus zonas periféricas más atractivas, mediante amplios procesos de gentrificación. Estas dinámicas cabalgan sucesivas olas de destrucción creativa o acumulación por desposesión en la ciudad, de las cuales se nutre un amplio sector rentista que incluye tanto hogares propietarios como fondos de inversión internacionales, con un papel activo del Estado en su promoción. En concreto, el Estado aporta su apoyo normativo y político a la financiarización de la vivienda, por un lado, a la vez que desarrolla operaciones de regeneración urbana en los barrios gentrificables y abandona su rol en la provisión de viviendas sociales. Como consecuencia, las clases populares (empleadas en los servicios precarizados) son relegadas a los márgenes urbanos menos valorados, no por ello asequibles económicamente: en la actualidad, la confiscación de buena parte de las rentas del trabajo por parte de los/as propietarios/as de las viviendas se despliega por toda la ciudad.

El Estado tiene un papel central en la producción de una segregación que genera enormes rentas a los diferentes agentes inmobiliarios

En todo caso, este proceso generalizado no ocurre de la misma manera en todas las ciudades, sino que algunas segregan más (o menos) que otras. Por un lado, las ciudades globales segregan más, dada su capacidad de atracción de profesionales. Así, a escala nacional observamos diferencias, por ejemplo, entre las áreas metropolitanas de Madrid y Barcelona, donde más crece la segregación, y las del resto de las principales ciudades del Estado. Pero, al mismo tiempo, y tal como se ha señalado, el Estado tiene un papel central en la producción de una segregación que genera enormes rentas a los diferentes agentes inmobiliarios, dado que encarece el valor de cada fragmento urbano en la pugna de unas y otros por obtener la homogeneidad social deseada. Por ejemplo, la diferente intensidad en la promoción de viviendas privadas durante los años de la burbuja inmobiliaria explica las diferencias en el aumento de la segregación entre áreas metropolitanas. Al respecto, destaca el caso de Bilbao, donde una menor intensidad de la actividad inmobiliaria ha permitido una menor segregación que en otras áreas metropolitanas como las de Sevilla, Valencia o Zaragoza. En la misma línea, la disponibilidad o no de viviendas de alquiler social, así como su distribución en el territorio, es un elemento clave a la hora de reducir la segregación residencial. Sin embargo, esta herramienta apenas puede emplearse en las ciudades españolas, donde el porcentaje de este tipo de vivienda es ridículo en perspectiva comparada. Al respecto, cabe comparar el 0,5% de vivienda social de que dispone la ciudad de Madrid con el 43% de la ciudad de Viena. Frente a esta realidad, algunas ciudades como Barcelona, así como comunidades autónomas como Cataluña han avanzado, con diferentes ritmos y, a veces, con retrocesos, en diferentes medidas políticas con potencial para frenar la segregación residencial, para la cual puede ser útil también el desarrollo de la Ley de Vivienda. Reducir la segregación es importante porque genera desigualdades específicas que se agregan a las sociales, étnicas o de género, entre otras. En nuestro contexto, el devenir de la forma de nuestras ciudades dependerá de la capacidad de los movimientos emancipatorios para superar las divisiones que subraya la ciudad neoliberal y, de este modo, detener la máquina de segregar en la que se han convertido.

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