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Opinión
Ralentizar la vida
Les he puesto una fuente a mis pájaros, además de la comida que ya les tengo desde hace tiempo.
Pero la fuente es como una llamada, es como un grito de aquel que clama sed en este desierto, cubierto de polvo y cenizas a causa de la guerra.
Es un alegato a la vida, a sembrar vida. Es como dispersar semillas, en la esperanza de que el futuro no sea tan yermo como el que contemplo ahora.
Vuelvo a mis pájaros. Pues es tiempo del retorno de Perséfone, es tiempo anunciado de primavera. Todas las flores de los frutales de hueso, están ya en sus alcobas, con promesas de feliz anunciación. De frutos que obrará la esperanza.
Una primavera que nos trae pájaros, que nos trae flores, también nos trae guerra, también nos trae muerte cercana, en las residencias de mayores.
Contemplo con estupor en estos días, que me toca visitar la residencia de ancianos, a mi suegro, junto a mi esposa, el pobre, y veo como la demencia hace presa en toda una vida. Una vida de aquellos niños, que fueron niños, en aquella guerra, que fue la civil, la de aquí, y que, como esta guerra, la de Putin, vuelve a hacer presa en los eslabones más débiles. En los niños y niñas, en los ancianos y ancianas… ¡Qué pesar!
Me sacudo, me rehago, me entono contemplando mis pájaros, libres de circular donde quieran. Aquí, en el jardín, tienen su sitio, que es el mismo sitio en todo el mundo. El sitio de la libertad, libertad para volar, libertad para ser, libertad para retornar.
Y así como Perséfone, retorna cada primavera, trayendo la esperanza de los frutos cultivados. Así, Proserpina que es a la par que Perséfone, la que nos dejaron nuestros fundadores romanos, desde aquí en Mérida, desde donde os escribo, así como digo, contemplo atónito cómo la muerte se cierne sobre las cabezas de los más débiles. Cómo la muerte se cierne sobre mi pobre suegro, sobre todos los suegros y suegras, sobre todos los abuelos y las abuelas, en nuestras ciudades, en nuestros pueblos, y cómo planea inmisericorde, haciéndelos perder la cabeza, haciéndonos perder la cabeza, haciendo perder la cabeza a algún dirigente poniendo el mundo patas arriba.
Espero que como digo, el retorno de Perséfone/Proserpina, nos traiga cordura, nos traiga semillas para mis pájaros y para todos los campos que están ávidos de siembra. Semillas para un granero, que como el de Ucrania, en estos días, vuelve al hades, al infierno. Tratando éste Hades, como Putin, de que su esposa, Perséfone, no retorne entre nosotros como cada primavera, para que no nos devuelva la vida, en forma de flores, en forma de seres alados, diminutos, y que con sus nuevas retoñadas nos alegren los días con su trinar, pidiendo semillas. Que no nos alegren con su canto, que es un canto a la vida, en oposición a ese canto a la muerte, que nos llega desde oriente, o que se encuentra ya entre nosotros, tras esta pandemia, instalada silenciosamente en nuestro día a día, en nuestras residencias de ancianos. Tratando de poner cortapisas a un cielo que quiere ser límpidamente azul, no gris carbónico y lleno de cenizas.
Vuelvo a mis pájaros, porque lo mío es sembrar. Es esparcir semillas por un mundo, que cada vez anda más loco. Que cada día avanza más deprisa hacia el abismo de la demencia. Un mundo donde el ansia descontrolada, en esa loca carrera por diluirse en la nada, en esa vida líquida; donde la ansiedad se ha convertido en una cárcel para nuestras mentes, mientras hace mella en entre nuestros corazones. Un mundo que sigue de espaldas hacia una Natura que sufre las consecuencias de siglos de explotación. Un mundo que galopa solo y sin descanso, en pos de un hondo precipicio que nos conducirá a la extinción.
Por eso es urgente salvarnos. Salvar el mundo de la demencia y de la desdicha que ello acarrea. Y sosegar la vida, ralentizar la vida. Acompasar el paso con los más débiles, para no trastabillarnos y caer. Y si de caer se trata, observar de cerca los otros seres que caminan junto a nosotros. Ese vuelo libre de los vencejos con su piar. Ese vuelo libre de las golondrinas, que como Proserpina volverán todos los años en versos del poeta. Esos carboneros y petirrojos que nos contemplan, a su vez, atónitos entre tanto humo, de bombardeos inmisericordes, de locas ataduras, de asfixia de la cordura, que entre rejas nos aprisiona hasta el alma, que digo, el alma rota está, escondida entre la urdimbre de la demencia, de algunos en el oriente, de muchos aquí, en residencias llenas de soledad, que, pese al ruido de los carnavales, solo los pájaros visitan.