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Opinión
¿Es posible convertir la incertidumbre en revolución?
El otro día tuve un deja vú conversacional. Bueno, no exactamente, porque era un diálogo con personas distintas. En dos periodos de mi vida he estado hablando de series pero con resultados y emociones muy dispares.
Retrotráete a la época de movilización política. Del fervor y la ilusión que teníamos con que un señor con coleta hubiera creado un partido. Allá por 2014. Esa misma semana de enero se estrenaba también la temporada de True Detective. Y esta es la primera conversación a la que me refiero.
Recuerdo que hablé con varias personas de la forma en que mostraba la violencia, del desnudo un tanto innecesario para la trama de Alexandra Daddario y de esos planos finales de compañerismo a la luz de las estrellas.
Flashforward a la Navidad de 2022, con las consecuencias mentales, físicas y económicas de una pandemia a nuestras espaldas y un grado de miedo e incertidumbre que es posible que haya afectado ya hasta a nuestro ADN como especie.
Mi conversación sobre series fue un listado volátil de cuáles habíamos visto últimamente y en qué plataformas las podíamos encontrar. ¡Sí que la he visto! Está bien, sí, en Netflix. Venga, me la apunto.
Sé que es un análisis cogido con pinzas y que probablemente si hubiera tenido la conversación con otras personas se hubiera alargado y profundizado. Pero, me inquieta. ¿No les da la sensación de que continuamente queremos ir a la satisfacción inmediata, a saltar la intro, a deslizar videos sin fin mientras nos aumenta la ansiedad?
Paul Preciado en su último libro Dysphoria mundi cree que ahora mismo sentimos la tensión de la filosofía entre saber y hacer: saberlo todo y no poder hacer nada para cambiar las cosas o, seguir haciéndolo todo del mismo modo pero sintiendo que nada tiene sentido.
La primera opción no es nada halagüeña porque la vincula con las paranoias conspiracionistas, y la segunda va por el mismo camino al llamarla “depresión individualista”.
Pero, con una sola reflexión me insufló una esperanza romántica a la que igual tenemos que aferrarnos y que hacía tiempo que no sentía, ante esta ola reaccionaria y de desmovilización:
¿Y si, en medio de esta depresión planetaria, de esta guerra mundial, en medio de la debacle del Antropoceno, estuviéramos viviendo la mayor revolución de la historia?
O lo que es lo mismo, el meme de la generación Z y milenial de “ya no quiero vivir más eventos históricos” que destila, entre otras, la sensación posmoderna de que no controlamos nada, de que cada vez más nos cuesta entender la realidad y sus múltiples interpretaciones y que vivimos cabalgando una precariedad que nos aplasta, se convertiría en una profecía.
Y es que claro, ¿acaso sabemos lo que pensó o sintió el pueblo llano en eventos históricos anteriores? Conocemos la Historia dependiendo de quién la contara y cada vez más un poco de las pequeñas historias que hemos ido recuperando con diversos movimientos de reconocimiento. Pero, ¿qué se les pasaba por la cabeza? Probablemente se sintieran sin rumbo, sin certezas y con todo el miedo y la incertidumbre de ver que las respuestas que antes eran inequívocas se tambalean más.
Quiero terminar con la misma nota alta que Preciado. ¿Y si de todo este malestar colectivo, de esta incomprensión del mundo, salimos con una transformación revolucionaria?