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Educación
Lejos de nosotros la funesta manía de leer
Cinco de cada diez extremeños y extremeñas (sobre todo ellos) no leen ni abren jamás un libro. Y en base a los índices de años anteriores, se puede decir que no han leído un libro en toda su vida. También en esto de la lectura ocupamos el último vagón de un tren que difícilmente podrá llegar a ninguna parte.
“Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído”.
La frase, como usted bien sabe o debería saber, pertenece a Jorge Luis Borges. Citada hasta la saciedad como ejemplo de humildad en quien, con certeza, escribió algunas de las mejores páginas del siglo XX, encabeza el poema Un lector, del libro Elogio de la sombra, publicado por Borges en 1969, cuando ya su fama universal comenzaba a clarear y la penumbra, perdida la vista, se había hecho dueña de sus días y de sus noches.
El poema, que habla de las virtudes de la lectura, resulta premonitorio. Borges se vanagloria de las noches llenas de Virgilio, de haber sabido y haber olvidado el latín: “el olvido es una de las formas de la memoria, su vago sótano”. Recuerda, con nostalgia, la disciplina precisa que se impone el joven ante el libro en pos del conocimiento y lamenta que a sus años, cuando ya tiene 70, toda empresa sea una aventura que linda con la noche. Ahora, en esa sombra que fuera su ceguera y cuyo elogio da título al libro, se da al estudio del “lenguaje de hierro”, las lenguas germánicas, ansioso por hundir las manos en el oro de Sigurd.
El presagio del poema se revela en ese héroe escandinavo, Sigurd, y en lo que hay inscrito en la cara posterior de la lápida mortuoria de Borges, en el cementerio de Plainpalais, Ginebra. Como demostró Juan Jacinto Muñoz Rengel en un artículo publicado en el diario El País en 2009, Tras la lápida de Borges, la inscripción, escrita en las lenguas del Norte, pertenece a una saga islandesa del siglo XIII, La Völsunga Saga, que habla de la gesta de Sigurd. Borges la narró en el libro escrito en colaboración con María Esther Vázquez, Literaturas germánicas medievales, publicado en 1965. Quien desee conocer lo que la lápida esconde y su claro alegato en contra de ese discurso siempre misógino que tilda a las viudas de los grandes escritores como mujeres malvadas, en referencia a María Kodama, autora del artificio de la lápida, debe leer el artículo de Muñoz Rengel.
Extremadura no sólo es la comunidad donde menos se lee de toda España, sino que además el índice de lectura de 2018 retrocede frente al de 2017
Este exordio con acápite sobre Borges, lector entre lectores, viene a cuento por lo publicado hace unos días por la Federación de Gremios de Editores de España, su Informe de resultados sobre hábitos de lectura y compra de libros durante 2018.
Según el informe, Extremadura sale bastante malparada. Sobre un total de 5.004 entrevistas realizadas a escala estatal, de las cuales 222 han sido hechas en nuestra región extremeña, con un margen de error de un 6,7%, Extremadura no sólo es la comunidad donde menos se lee de toda España, sino que además el índice de lectura de 2018 retrocede frente al de 2017. Cinco de cada diez extremeños y extremeñas (sobre todo ellos) no leen ni abren jamás un libro. Y en vista de los índices de años anteriores, podríamos decir que no han leído un libro en su vida. Si nos atendemos a los resultados de la estadística de la Federación de editores, solo un 52,2% de la población extremeña lee, situándose la media del país en el 61,8%, con Madrid y Navarra a la cabeza. Cabe decir, además, que entre 2011 y 2017 ya se había dado un 0,6% de retroceso añadido al índice lector extremeño, lo cual unido al actual hace de la muestra una región que va de mal en peor.
Este dato, sin embargo, contrasta con la compra de libros de texto (escolares). Ahí sí somos líderes, los cuartos en la clasificación, con un 34,7% de población extremeña que se ve obligada a comprar libros de texto, a falta de su gratuidad. La media española se sitúa en el 30,9%.
Somos pocos quienes leemos (ellos siempre menos que ellas), y muchos quienes compramos libros de texto, obligatorios en la educación de nuestros hijos e hijas
Es decir, que somos pocos quienes leemos (ellos siempre menos que ellas), y muchos quienes compramos libros de texto, obligatorios en la educación de nuestros hijos e hijas. Saque el lector o lectora sus propias conclusiones, pero frente a tales datos, que sitúan a nuestra región en el furgón de cola, y con farolillo rojo, del hábito lector y otros asuntos relacionados con el libro, a excepción del pingüe negocio de los libros de texto, cabría preguntarse qué hace el Gobierno actual o qué hicieron los pasados para paliar tal sequía en una región tan atrasada en todos los aspectos, donde leer es una rareza y quien lee un rara avis. También en esto de la lectura ocupamos el último vagón de un tren que difícilmente podrá llegar a ninguna parte.
Frente a tanta desidia institucional, consta el esfuerzo de bibliotecarios y bibliotecarias organizando actividades divertidas y diversas, consta el afán diario de un profesorado que introduce la lectura en el aula con imaginativas estrategias, consta la labor de pequeñas editoriales y librerías que se desviven y arriesgan por ofrecer un género de calidad, pero falta el compromiso político, el interés de quienes nos gobiernan o nos quieren gobernar, en gran medida gente aletrada, contraria a las letras, políticos y políticas a quienes en pocas ocasiones o ninguna se verá con un libro bajo el brazo, hijos e hijas de un neoliberalismo feroz que no le ve el rédito a las letras y que gobiernan ayuntamientos donde los presupuestos destinados a bibliotecas municipales o actividades relacionadas con la lectura o el libro son exiguos, por no adjetivar de irrisorios, o se dilapidan en actos que no redundan en beneficio del hábito lector de la comunidad, tales como exorbitados gastos en premios literarios que únicamente buscan el renombre en función de la cuantía de la bolsa.
Seguimos cabalgando a lomos de un rocín flaco por el páramo extremeño de la inepcia aplaudida, desterrados de la Biblioteca de Babel, que otros llaman el universo. Nada que envidiar a las sagas escandinavas de Borges, aunque la nuestra, también venida del siglo XIII, arrastra la misma razón que todas las bocas dicen desde entonces:
“¡Dios, qué buen vasallo, si oviesse buen señore!”.
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Esto es un problema tremendo, una población poco instruida y leída es más fácilmente manipulable, hay que hacer lo posible para cambiar los índices de lectura en Extremadura