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Editorial
Insumisión a la guerra
A pesar de que el conflicto ucraniano tiene muchas aristas —como todos— es necesario sustraerse a la maraña de complejidades geopolíticas, y evitar el alineamiento con cualquiera de los precipicios del matadero. Tenemos que sostener una posición nítida contra las proclamas militaristas de uno y otro lado, porque lo fácil es dejarse llevar por posiciones que proporcionan una superficial comodidad ideológica.
Por un lado, están los cantos de sirena de las élites continentales. Su retórica belicista, trufada de superioridad moral eurocéntrica, así como su apuesta por la escalada del conflicto, son puro delirio. Es un discurso que están reproduciendo la inmensa mayoría de los medios de comunicación europeos, españoles y vascos, propiedad de grandes empresas o de administraciones públicas, y que romantiza la resistencia ucraniana desde el plató. Se alimentan las pulsiones militaristas de la sociedad civil con el uso de términos como “victoria”, “resistencia” o “héroes anónimos” en un ejercicio de burda propaganda bélica, suicida e irresponsable que refleja, más que cualquier cosa, la falta de independencia del espectro mediático.
El envío de armas a Ucrania no va a detener la invasión rusa, pero lo que si va a provocar es un aumento considerable de muertes civiles. Cada nuevo día de guerra empeora las vidas de las generaciones actuales y futuras de Ucrania. Se trata, en suma, de una posición que recuerda a la socialdemocracia de 1914, cuando apoyó los “créditos de guerra” en los distintos países de los dos bloques imperialistas. Aquello destruyó al movimiento obrero con la masacre de la I Guerra Mundial, y sentó las bases del fascismo.
Por otro lado, la tentación de apoyar a figuras y fuerzas contendientes bajo la lógica de abrazar las causas de los enemigos de la OTAN en cualquier rincón del mundo obvia que el actual Gobierno autoritario ruso financia a la extrema derecha europea y americana, que persigue a la comunidad LGTBI en su país y cuyos embajadores en el mundo son oligarcas que han construido multinacionales a base de explotación salvaje y extractivismo depredador. Vincularse, a estas alturas, a actores políticos de esa naturaleza, que nada tienen que ver con proyectos emancipadores sino con programas profundamente reaccionarios, es un ejercicio de nostalgia muy desenfocado.
La posición de las izquierdas institucionales está siendo, con excepciones contadas, entre errática y penosa. Así pues, toca reconstruir las redes pacifistas y antimilitaristas, esas que se tejieron durante el referéndum de la OTAN, a favor de la objeción de conciencia y la insumisión, y contra las guerras de Iraq. Eso, y no dejar de maldecir las guerras y a los canallas que las hacen.