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Nació en 1983 y es primogénita. Entre sus antepasados hay contrabandistas y músicos de feria. Pasó el primer año de su vida en una buhardilla y luego en un pueblo del Pirineo, antes de que su familia se fuera a vivir a Barañain, entonces un barrio dormitorio de Pamplona. Hizo bachiller artístico y luego estampación y tintajes en Cataluña. Estudia Grado Superior de Jazz en el Conservatorio. Habitualmente alterna trabajos en hostelería y como profesora de música y guitarra en actividades extraescolares. Disfruta tejiendo, particularmente jerseys. Desde 2007 canta en Afu, grupo de mestizaje y bailoteo.
¿Cómo empieza el canto en tu vida?
Nos viene por parte de la abuela paterna, que era de la “Borda de los Mudos”, en Eugi.
No sabía que los mudos cantaran...
Eran ocho hermanas y hermanos. Cuatro eran mudas, la primera, la tercera, la quinta y la séptima, y cuatro no. Uno de ellos, mi tío abuelo, era el ttunttunero del Valle de Esteribar, el que iba cantando por las fiestas con txistu, tamboril, guitarra y lo que hiciera falta.
¿Esas son tus referencias musicales?
Mis verdaderas musas han sido Sorkun y Lauryn Hill, pero he escuchado muchas cosas y he aprendido de mucha gente, como todo el mundo. Y cada vez me guío más por las lecturas.
¿Por ejemplo?
Teoría King Kong de Virginie Despentes.
¿Es útil el feminismo en una escenario?
Claro, está todo por hacer.
¿Tan atrás estamos?
A las mujeres nos cuesta no sentirnos juzgadas. Nos cuesta exponernos. Somos muy autocríticas, tenemos que hacerlo todo muy bien. Estuve en un taller de mujeres músicas y a la pregunta de “¿Desde cuándo os consideráis músicas?” la mayoría de las participantes ni siquiera se consideraban músicas. Gente que lleva años tocando.
“De la música aprendes de dónde vienes, te conoces a fondo, mejoras constantemente, ves el poso que queda de los valores que quieres transmitir. Es muy intenso y agradecido”
¿Un problema de empoderamiento?
Yo llevo años haciendo política con la música, con mis letras, eligiendo dónde tocar, para quién y de qué forma. Buscando la coherencia entre lo que cantamos y cómo repartimos el dinero, o con quién grabamos los álbumes. Y a pesar de todo, me sigue pasando que estoy hablando con conocidos y, de repente, me doy cuenta de que dan por hecho que las letras de las canciones que he escrito yo, son de mi pareja. O me siguen pidiendo colaborar con coros o voces bonitas en un estribillo. O el técnico de sonido de turno me explica a qué distancia del micro tengo que cantar. Es el pan nuestro de cada día. Por eso, todavía, hace falta mucho feminismo en el mundo de la música.
Poco estimulante para vivir de ello...
Hubo momentos en que pudimos habernos profesionalizado, y que se hubiera convertido en un oficio, pero no quisimos dar el paso.
No suena muy rockero...
Cantar delante de diez mil personas puede ser muy energético, a veces. Pero en realidad se suelen recordar otro tipo de noches especiales. Una vez nos tocaba cerrar el concierto en la Sorgin Gaua, un festival anticomercial. Empezamos a tocar, llegó la policía y quitó la luz del pabellón. Se fueron, los organizadores volvieron a conectarla y continuamos tocando. Volvió la policía y quitaron la corriente de nuevo, esta vez menos amablemente. Al final, tocamos desenchufadas y fue muy bonito. La música te da fuerza, pero no menos que la enseñanza, por ejemplo, que también es una fuente de energía tremenda.
Dicen que es fatigosa.
Se aprende a entender las necesidades de los demás antes que las tuyas. Aprendes de dónde vienes, te conoces a fondo, mejoras constantemente, ves el poso que queda de los valores que quieres transmitir. Es muy intenso y agradecido. Y cuando nos cansemos de todo, siempre nos quedará ir al monte, a recolectar flores y plantas para hacer jabones y aceites.
¿Vuelta a la Pachamama?
Amalurra siempre está ahí. Si tengo algo inflamado o necesito regenerar la piel, aceite de hipérico. Si me quiero dar un masaje, alcohol de romero. Para regular y aliviar el dolor de la menstruación, infusión de miel en rama. Casi todo tiene remedio.
Cuidado, que acabarás en una hoguera...
Cuando llegue el momento, yo seré una bruja que canta en su borda. Y si alguna vez vienen a por mí, ya me habré escapado.
No será fácil, porque quizás será obligatorio llevar chips de localización subcutáneos.
En 2009 soñé, dos veces en una semana, que un grupo de policías encapuchados y armados hasta los dientes entraban en casa por la noche y me apuntaban con el láser de sus metralletas cuando me incorporaba de la cama. Me pareció raro porque nunca había tenido ese tipo de sueños. A los días, hubo una redada de la Audiencia Nacional, los antidisturbios tiraron la puerta de casa y me encañonaron. Acabé, con otra gente del gaztetxe, incomunicada en los calabozos de Madrid. La próxima vez no me pasará.