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Culturas
¿Qué temas sumamos a la agenda?
Los movimientos políticos y sociales que surgen en Estados Unidos repercuten en nuestro país, pero hay periodistas e intelectuales que de forma arbitraria tratan de señalar cuáles se pueden adaptar al contexto español.
¿A qué se hace más caso, a una revuelta ciudadana o a un manifiesto de intelectuales y famosos? La respuesta es bien conocida: a lo que nos venga mejor. Estos últimos meses hemos visto dos eventos en Estados Unidos y el distinto efecto que han obtenido en el panorama español. Uno de ellos ha sido el resurgimiento del movimiento Black Lives Matter tras el asesinato de George Floyd, el otro el manifiesto que han firmado más de 150 personas en contra de la cultura de cancelación.
Independientemente de cuáles sean nuestras opiniones, la influencia estadounidense sigue siendo arrolladora en España. Por muchos bloques de contención que se quieran implantar, es inevitable que las corrientes de ese país se filtren en nuestra sociedad. Otro tema son las respuestas y resistencias que se les apliquen.
Hemos visto cómo el gran resurgimiento de Black Lives Matter encajaba perfectamente en distintos países. Al igual que ocurrió con el Me Too, ha traspasado las fronteras y se han visto concentraciones en Brasil, Reino Unido, Canadá o España. En redes sociales y telediarios se han retransmitido desde grandes manifestaciones a muestras más espontáneas o la performance de Justin Trudeau. Se ha creado una corriente global de gran repercusión.
Su llegada a nuestro país provocó distintas manifestaciones, pero también fue recibida con desprecio y extrañeza por los mismos que hace tiempo usaban como referencia intelectual a Jordan Peterson. En España no tiene sentido el BLM, por mucho que el buenismo progre lo defienda, han venido a decir. Lo mismo da el racismo institucional que sufren inmigrantes (y españoles), los fallecimientos en nuestras costas y los CIE, agresiones en el metro y la poco discutible discriminación que reciben las personas negras en nuestro país.
Las concentraciones que se vivieron en España recibieron dos tipos de críticas. Una de ellas bastante razonable visto el momento, el peligro de manifestarse con el coronavirus; la otra llegó sobre todo de columnistas y periodistas insatisfechos con incluir estos temas en el debate nacional. En sus palabras pudimos ver una moraleja bien clara: España no es Estados Unidos, esto carece de sentido, solo es una moda.
El otro gran tema se inició con la carta de 150 conocidos firmantes de Estados Unidos en contra de la cultura de cancelación que están sufriendo distintas personalidades: “Sobre la justicia y el debate abierto”. El elenco de firmas fue variado, desde Chomsky a Atwood o periodistas, famosos y distintos pensadores.
Redes sociales
Sobre la cultura de la cancelación
De ser una herramienta para señalar en público, a través de las redes sociales, a quienes habían observado comportamientos dudosos y merecedores de reproche, la cancelación ha derivado en una práctica arriesgada que suscita controversia.
Como era de esperar, los mismos que rechazaron la adaptación del Black Lives Matters a nuestro territorio se hicieron eco de esta carta, hablaron de su necesidad y sobre cómo en España están sufriendo la misma censura muchos críticos con la izquierda o los movimientos feministas.
Esta tampoco es una polémica nueva, aunque con muchos matices por medio. La confrontación y devolución de argumentos es constante, pero no una cancelación en sí misma. Días después volvió la duda sobre quién ha sido cancelado en España y de qué modo, tras el manifiesto español de apoyo al estadounidense que tuvo firmas como Cebrián, Vargas Llosa, Savater, periodistas y distintos tipos de profesionales.
Decir que un movimiento popular como el Black Lives Matter no tiene cabida en España pero sí la carta contra la cultura de cancelación es una idea tan ridícula que impide tomar en serio a quien lo afirma
Se puede discutir en profundidad sobre qué es la cultura de cancelación y cuándo se sufre, o si realmente en España existe ese ejemplo indiscutible de alguien que haya sido penalizado. Pero se hace más que complicado valorar este problema como uno que afecte a más población o sea más visible e importante que el racismo. Tal vez se puedan tomar dos caminos para entender las distintas valoraciones.
El primero es que una parte de los que firman el susodicho apoyo nacional son los que se quejan de ser cancelados. Comentaristas de la actualidad, columnistas que llevan años escribiendo sobre la censura sin ser censurados o habituales en cualquier comunicado que sirva de ariete contra la izquierda, este tipo de personas pueblan el manifiesto. Aunque también hay firmas que son tomadas como más ecuánimes y otras que hasta llegan a sorprender. Volvemos a la paradoja de encontrar a conocidas personalidades que afirman ser canceladas firmando un comunicado que ha sido tan publicitado y sobre el que pueden escribir con total libertad. Pero ya sabemos que muchas veces es más importante la información sobre un suceso que su misma existencia, o que al final también es un mecanismo de promoción.
El otro motivo es la lucha por la agenda. Dentro del conocido ideario que defiende una parte de estos firmantes se encuentran los ataques al feminismo creciente o a los llamados puritanos. No afirmarían que se censura más en juzgados que en redes sociales. Como ejemplo, muchos son los mismos que tienen la necesidad de explicar a la población lo dañina que es Greta Thunberg. Al parecer, esta agenda conservadora no debe enturbiarse con luchas que, al ser globales, pueden provocar cambios, tal como ha ocurrido con el Me Too en los últimos años.
¿Hablamos del BLM? ¿Y de la cultura de cancelación? Sí y sí. Discutir, confrontar, aportar ideas, adaptar a nuestro contexto y dejar que todo haga mella y la sociedad avance, sea para bien o no. Decir que un movimiento popular como el Black Lives Matter no tiene cabida en España pero sí la carta contra la cultura de cancelación es una idea tan ridícula que impide tomar en serio a quien lo afirma.