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Culturas
Algo se mueve cuando estás quieta
Quizás detrás de la quietud —que en parte se debe a nuestra obediencia— haya movimiento. Quizás detrás de la enfermedad —y no hablo de la enfermedad individual, que concierne a quien la sufre y a su entorno, sino de la enfermedad colectiva— se halla algún tipo de resistencia.
En otoño de 2015, la coreógrafa y artista visual Tamara Cubas trajo su espectáculo Multitud a Barcelona (Sâlmon Festival, Mercat de les flors). Para ello, hizo un llamamiento al que acudimos unas cien personas, bailarinas no profesionales. Se trataba de una performance que combinaba el movimiento individual y colectivo para crear imágenes en torno al concepto de multitud (que no la masa ni la muchedumbre).
La coreografía constaba de unos movimientos, como capítulos, que podíamos encadenar libremente. Pongo libremente en cursiva porque es el quid de la anécdota. Al fin y al cabo, y aunque acompasadamente, todas partimos de un lugar y acabamos todas en el mismo, o sea que en realidad obedecíamos al mandato de la performance, que tenía un tiempo concreto de duración y cobraba sentido si la hacíamos tal y como la habíamos ensayado.
Pero hubo una persona que casi no se movió. Se quedó allí, en una esquina, me acuerdo perfectamente, repitiendo una y otra vez el primer movimiento: estarse de pie, ir desmoronándose poco a poco hasta caer al suelo y volver a levantarse, estarse de pie, desmoronarse, levantarse…
El resto, como era debido, acabamos la función y hubo aplausos. Al salir, varias personas preguntaron por aquella persona. ¿Estaba planeada su actuación?, ¿representaba al individuo contra la sociedad? ¡Qué buena imagen!, decían. Yo me enfadé, pensé que lo había hecho para llamar la atención, para hacer su acto político aparte, para no seguir al resto. Para provocar. Aquella persona era Cristina Morales.
Cuatro años después, llegó a mis manos Lectura fácil (Anagrama), la novela ganadora del Premio Herralde 2018 y el Premio Nacional de Narrativa 2019. Abrí el libro y en la solapa vi, ni más ni menos, a aquella persona que no se movió en Multitud. Me quedé muy sorprendida y, evidentemente, ya no leí el libro igual. Cada vez que hablaba el personaje de Nati (bailarina, diagnosticada con un 70% de discapacidad intelectual y seguramente el personaje más lúcido y provocador) veía a Cristina, o más bien veía a la persona que me había parecido en 2015. Veía también su rebeldía y cada vez me di más cuenta de la dimensión política que tuvo su no-movimiento con el resto.Literatura
Cristina Morales: “El ciudadano es el nuevo súbdito”
La novela Lectura fácil (Anagrama, 2018) aborda desde una perspectiva radical las posibilidades de rebeldía de las personas declaradas discapacitadas por el sistema neoliberal.
En realidad —y esto es lo divertido— nada de aquello fue lo que pareció. Me lo contó ella misma en el club de lectura que organiza la Biblioteca Popular Josep Pons, en Can Batlló, cuando el pasado febrero invitaron a la escritora para hablar de su Lectura fácil. Le recordé la anécdota y el parentesco que veía entre ella y Nati. Y le confesé que, aunque me había enfadado, había terminado por comprender la dimensión de su gesto en la performance.
Entonces fue cuando, entre risas, me dijo: “¿Pues sabes por qué no me moví? Porque durante los ensayos, ahí en el polideportivo de aquella escuela en Poble-sec, ¿te acuerdas?, a finales de otoño, pillé una neumonía”. O sea, la Cristina de Multitud se quedó quieta debido a una cuestión física, debido a una imposibilidad de movimiento, debido a una enfermedad, pero a los ojos ajenos fue un acto político, una provocación, incluso un gesto subversivo.
Coincidimos en que era interesante que la “no capacidad” de Nati (que en el libro resulta muy estimuladora, por lúcida y provocadora) tuviera esa relación con la “no capacidad” de Cristina durante aquella performance, en la cual quiso participar a pesar de estar enferma. De eso va, en parte, su libro: de la enfermedad y la discapacidad como lugares de resistencia.
He recordado esta historia especialmente en estos días de confinamiento, extraña mezcla de quietud y caos. Quizás detrás de la quietud —que en parte se debe a nuestra obediencia— haya movimiento. Quizás detrás de la enfermedad —y no hablo de la enfermedad individual, que concierne a quien la sufre y a su entorno, sino de la enfermedad colectiva— se halla algún tipo de resistencia. Sea cual sea el lugar de donde nos sale quedarnos en casa, ¿hay algo provocador en este no moverse?
Imaginémonos por un momento que somos el público de aquella noche en el MNAC, viendo la performance de Multitud. Y que nos fijamos en aquella persona de la esquina, que está prácticamente quieta. A alguno, como a mí me pasó, le saldrá el enfado. “¡No está haciendo lo que toca!” (también se está señalando mucho estos días desde los balcones). Alguna otra puede que piense que está haciendo lo que le da la gana, sin seguir las normas impuestas. “¡Que le den a la ley!” (también se están dando este tipo de movimientos estos días, en que a quien más, quien menos le dan ganas de pasarse el decreto por el forro y salir a la calle, pero para esto tenemos a nuestro poli interno). Y tal vez a otras espectadoras se les remueve algo y les da por pensar qué están haciendo con sus vidas. ¿Por qué no me atrevo a parar?, ¿por qué hago lo que hago?
Poder hacer algo, pero no querer hacerlo, puede ser un acto de resistencia. Pienso en Bartleby, de Hermann Melville (1853), un ejemplo muy conocido de este no hacer. Su gesto se puede interpretar como vagancia, como provocación o incluso como incapacidad. El gesto de Morales en Multitud era al revés: ella quería moverse, pero físicamente no podía. Lo provocador, sin embargo, residió en que se interpretó como que no quería, que prefería no hacerlo. Aquí y ahora, confinadas, queremos movernos pero no podemos; o al menos no como nos dicen.
Cuando todo esto acabe, también se dice que tendremos mucho por hacer, que habrá que moverse de nuevo. La cuestión es de qué manera y hacia dónde. Porque resulta que, entre otras cosas, mientras nos estamos quietas los niveles de dióxido de carbono están disminuyendo, como lo está haciendo la contaminación en nuestras ciudades, y las bolsas mundiales están cayendo. Al capitalismo, como ha apuntado Slavoj Zizek recientemente, entre otros pensadores, aparentemente se le está asestando un golpe letal. Y es irónico que sea por un virus, en tiempos de viralidad, sea cual sea el origen real del covid19 y sea cual sea la teoría conspirativa en que queramos creer.
Al fin y al cabo, nos estamos moviendo más que nunca en las redes, ya sea teletrabajando o consumiendo en ellas sin cesar. Al fin y al cabo, pues, no estamos quietas del todo. El golpe asestado quizás no sea tan letal.
Puede que esta obligación de parar nos haga movernos de un modo distinto, sí. Pero también puede que quien salga más enferma de todo esto continúe siendo la clase trabajadora y precaria
Como en el gesto de Cristina Morales y las provocaciones de Nati, el efecto de nuestro quietismo dependerá no tanto de nuestra intencionalidad sino de la interpretación que le demos. Puede que esta obligación de parar nos haga movernos de un modo distinto, sí. Pero también puede que quien salga más enferma de todo esto continúe siendo la clase trabajadora y precaria, incluyendo aquí al personal sanitario. Que no son héroes, son trabajadoras. Y el trabajo, como el capitalismo, también nos enferma.
Culturas
El año de la cultura en llamas
El fuego ha sido protagonista en 2019 de episodios significativos relacionados con la cultura. Las llamas consumieron buena parte de la catedral de Notre Dame, en París, mientras en España la concesión del Premio Nacional de Narrativa a la escritora Cristina Morales suscitó un incendio importante por unas declaraciones en las que mostraba su alegría por ver las calles de Barcelona ardiendo en lugar de ser meros espacios de explotación comercial y turística. Mantenlo prendido.